En pocos años muchos de los empleos serán reemplazados por los robots y la inteligencia artificial y otros serán provistos por plataformas globales, que suministrarán esos mismos trabajos, pero por tareas y sin asalariados ni cotizaciones sociales.
Nunca en su historia el homo sapiens creó una tecnología tan potente que puede alcanzar el clímax de su desarrollo y construir los mejores años de su existencia. Pero, al mismo tiempo, sin regulaciones ni ética, la colonización de la Inteligencia Artificial (IA) sobre el diario vivir nos enfrenta a los mayores riesgos existenciales.
Sin duda, la institución del trabajo -tal como la conocemos- será uno de los ámbitos que sufrirá el impacto de mayor magnitud para el futuro de la humanidad. Se estima que dentro de dos décadas más de la mitad de los empleos actuales no existirán o serán seriamente modificados.
Sin embargo, seguimos formando profesiones condenadas y no las requeridas, el 60% de los trabajos que tendrán quienes están naciendo no se ha creado aún, por lo que buena parte de la sociedad estará desempleada y corre el riesgo de ser “económicamente inútil” y los otros trabajos serán precarizados por plataformas que ofrecerán tareas en que no habrán asalariados y sin financiamiento para cotizaciones de salud, seguridad social. ¿Cómo cubrirán sus necesidades los desplazados? Sin impuesto al trabajo, ¿cómo se financiará el Estado de Bienestar?
Factor de productividad
Hasta ahora, en el mundo analógico, el humano ha sido el principal factor de productividad. A futuro lo será la inteligencia artificial y el humano será desplazado por las máquinas. Mientras la IA y la robótica incrementan la productividad, el aporte del trabajador humano declina sin pausas. Esto modifica estructuralmente al ecosistema social ya que las empresas velarán más por ‘la salud’ de sus máquinas que por el bienestar y capacitación de los trabajadores.
También será estructural el incremento de la desigualdad. En el mercado laboral de una sociedad analógica el dueño del capital se queda con el 30% de la renta que genera, el 70% restante se destina al pago de remuneraciones y derechos sociales de los trabajadores. En el futuro el que pone el capital obtendrá el 90% de la renta y solo el 10% restante se distribuirá en un reducido número de asalariados.
Se estimaba que los empleos de baja complejidad, repetitivos y monótonos, serían los más afectados, pero la inteligencia generativa (GPT) estará capacitada para disputar con los humanos en casi todos los ámbitos de la vida, sólo que será muchísimo más competente. Y al comprender el lenguaje natural -como advierte Yuval Harari- podrá jaquear el ‘sistema operativo’ de los humanos, introducirse en todos los intersticios mentales y, con ello, aumentar su complejidad y capacidad para transitar en un proceso evolutivo desde sólo reproducir a elaborar contenidos.
Máquinas y robots por sobre las personas
Al generar contenidos el GPT creará una cultura artificial que, junto con fagocitar el conjunto de conocimientos y creencias que forman la cultura humana, amenaza transformarse en el Gran Gurú y oráculo, que nos resolverá todos los aspectos de la vida, porque sabrá de nosotros, más que uno mismo.
El proceso de reemplazo también amenaza a los empleos de alta calificación: médicos (imagenología), abogados, jueces, editores, periodistas, músicos, toda la dimensión creativa. Además, para los seres humanos no será fácil adaptarse, porque la capacitación laboral estará sometida a fenómenos exponenciales emergentes. La vida de las generaciones futuras transcurrirá en mundos diversos donde ejercerán profesiones distintas.
Anualmente los humanos trabajan mil 700 horas al año; los robots, 8 mil 700 horas, no se enferman, no tienen sindicatos y no requieren capacitación porque se actualizan en línea frente cualquier cambio tecnológico. Además, se pueden adquirir para varios años, con el sueldo anual de un trabajador que no es capaz de adaptarse a tareas complejas.
Todo apunta a que, en el escenario laboral futuro, el rol del ser humano será marginal, lo que complicaría políticas sociales para salud o previsión que, actualmente, se financian con los impuestos por el ingreso… ingreso que ya no existirá.
¿De qué van a vivir esas personas? ¿Habrá una renta básica para las necesidades más esenciales? ¿Y para aspectos más complejos: música, arte, deporte? ¿Qué hará el ser humano con su tiempo libre? Podría terminar como perdedor, económicamente inútil, sin ingresos. A lo mejor estará condenado a vivir en el Metaverso. Los ricos disfrutarán del mundo real, los pobres vivirán experiencias semejantes, pero más baratas, y simuladas… con todas las consecuencias e impactos que ello implica.
Esto requiere una urgente reflexión. Ya que buena parte de las labores desarrolladas por los trabajadores desplazados serán tareas suministradas por plataformas para empresas con cada vez menos personal asalariado. El electricista, el vendedor, el contador… serán servicios sin contrato fijo, ofertados para tareas específicas.
Se vislumbra una potencial precarización del trabajo que, en un futuro próximo, no contará con las actuales normas y reglamentos que establecen seguridad para los operarios. Estamos frente a un inevitable tsunami de cambios profundos, particularmente, en el ámbito laboral. Podemos no hacer nada y dejarnos arrasar o intentar surfear el desenfrenado oleaje de modificaciones del trabajo.
Derechos en el mundo digital
Sin embargo, en materia de políticas públicas, pareciera que la hecatombe laboral no existiera. Aunque es evidente la urgencia de desarrollar un modelo que mejore las pensiones considerando que disminuirán los asalariados y sus empleadores.
Por tanto, el incremento de las pensiones a partir del aporte adicional del empleador -que se discute hoy- disminuirá progresivamente pues es un cambio pensado para un mundo que no va a existir. A lo que se suma la deslocalización del trabajo por medio de plataformas tipo call center instaladas en cualquier parte del mundo.
Es fundamental prospectar los futuros escenarios que desplegará el desarrollo tecnológico al modificar las relaciones y la estructura de la sociedad. Para encontrar la respuesta debemos impulsar una política más compleja que abarque el conjunto de los cambios. Es fundamental discutir cómo se regulan las plataformas, tipo Uber, que funciona en el ciberespacio, en una capa que está fuera del Estado nacional.
Esto amerita una reflexión urgente y por eso Congreso Futuro tiene una comisión que une a todas las universidades, a la Academia de Ciencias, al mundo social y empresarial para buscar cómo garantizar esos derechos en el mundo digital; cómo mantener el financiamiento de las políticas sociales; el sentido de vida de las personas que dejan de trabajar; cómo hacer de la renta básica un factor de liberación y no de sumisión, y cómo construir un mundo más equitativo.