Izquierda y derecha
En las obras de los clásicos no hay referencia ni mención alguna a esos movimientos. Nada que haga sospechar, siquiera, la existencia de una ‘extrema’ derecha. Ni siquiera la hay en torno a lo que se conoce, comúnmente, como ‘derecha’. Por lo mismo, tampoco hay referencias a la palabra ‘izquierda’, concepto que, junto con el anterior, se acuñó en Francia, al realizarse la Asamblea Nacional de 1789, cuando los sectores más conservadores de la sociedad tomaron asiento a la derecha del presidente de la misma, y los más radicales lo hicieron a la izquierda.
De ahí en adelante, ambas expresiones (‘izquierda’ y ‘derecha’) se han venido empleando discrecionalmente en el ámbito político por no pocas personas y organizaciones, aunque principalmente por la prensa, hecho que pone de manifiesto el extraordinario poder que tiene la difusión de ciertas expresiones que se hacen cultura por la fuerza de la repetición. Pero, las palabras ‘izquierda’ y ‘derecha’ no tienen valor teórico alguno, aunque algunos filósofos, como Norberto Bobbio, hayan querido asignarle una importancia, en verdad, bastante poco merecida.
Importancia de esa taxonomía
Los conceptos de ‘izquierda’ y ‘derecha’ sirven para hacer referencia a las ideas que determinadas personas tienen respecto a la solución de ciertos problemas sociales. En forma global. Es decir, para describir generalidades, pero resultan insuficientes para hacer análisis en mayor profundidad. Si se quisiese hacer referencia a las distintas fracciones de los sectores dominantes que llevan adelante sus reformas, resultan ser palabras inapropiadas, dicotomías imprecisas, que solamente resaltan la ubicación espacial de las personas, como si el lugar donde esas personas se yerguen (‘locus standi’) pudiese identificar sus respectivas convicciones intelectuales.
No versan, en suma, sobre el contenido de las ideas ni revelan el rol de determinado comportamiento al interior de una sociedad; menos aún el carácter de la clase a la que pertenece el sujeto en estudio sino indican, únicamente, lo que quiere sugerir o indicar quien o quienes las emplean. De lo cual se deriva que la palabra ‘extrema’(‘ultra’ o ‘dura’) no hace sino aumentar la falta de precisión en la descripción de un fenómeno que se presume conocido y que en verdad no lo es. No ocurre de manera diferente con la expresión ‘progresismo’ con la que se pretende eludir el uso de la palabra ‘izquierda’.
Inútil sería, con el uso de esos mismos términos, intentar describir no solamente la estructura de clases de una sociedad sino, además, el mecanismo de su funcionamiento; tampoco la extracción social ni los intereses que defiende o pone en juego determinado grupo social como, asimismo, intentar la construcción de una conveniente política de alianzas. Menos, aún, intentar explicarse por qué en determinados momentos surge esa ‘extrema derecha’ y lo que representa. Entonces, los acertijos abundan y hasta se puede elegir de entre ellos el que más acomode.
Estimamos nosotros que el fenómeno de la ‘extrema derecha’ —sin perjuicio de su innegable vínculo con los movimientos sociales que actúan en el exterior—, no es sino una manifestación más de la cruenta disputa que se libra entre las diversas fracciones de las clases dominantes por imponerse hegemónicamente, unas a otras, en su afán de captar con mayor efectividad, para todas ellas, el plusvalor que produce el proletariado.
Esta afirmación nos conduce a hacer directa referencia a la estructura de clases de una sociedad para entender cuándo esa disputa se manifiesta y por qué el común de la gente comienza a llamarla ‘extrema derecha’.
Las clases sociales en la rotación del capital
En el modo de producción capitalista, las sociedades aparecen divididas en dos grandes segmentos sociales: por una parte, el sector propietario de los medios de producción que debe poner en movimiento para generar ‘capital’ y que, por motivos históricos, se denomina ‘burguesía’, y el sector poseedor de su energía corporal que, para poder subsistir, debe venderla a ese otro segmento social y que, por lo mismo, se denomina ‘proletariado’. No es esa función algo casual: cuando el ‘proletario’ incorpora su fuerza de trabajo al proceso productivo, agrega, a la vez, valor al objeto producido, generando el capital.
En consecuencia, la producción genera capital por la incorporación del trabajo humano. Para que ello ocurra es necesario que se realice un proceso repetitivo dentro del cual la materia prima utilizada ha de transformarse en ‘mercancía’ para ser vendida, y convertirse en ‘dinero’ que va a ser usado, nuevamente, para adquirir materia prima; en seguida, con ese elemento, elaborar un nuevo producto, transformarlo en mercancía y venderlo para adquirir con el resultado de la venta, otra vez, materia prima y así sucesivamente. Es el fenómeno denominado ‘rotación del capital’.
La rotación del capital especializa a sus actores y, a la vez, perfecciona sus funciones: unos comienzan a dedicarse a la producción y se llaman, por lo mismo, industriales; otros se dedican a vender el producto elaborado (‘mercancía’) y se hacen comerciantes; y, finalmente, otro grupo estima conveniente administrar el dinero producido y se hace banquero (financista). Pero esta separación no es simplemente teórica; por el contrario, entraña contradicciones tremendas pues los intereses que subyacen tras esos desempeños no son coincidentes sino, por el contrario, abiertamente contrapuestos, por lo que las disputas, fundamentalmente entre banqueros e industriales, adquieren, muchas veces, caracteres violentos.
Al otro lado, los trabajadores también se especializan y perfeccionan: se hacen trabajadores industriales, del comercio y bancarios.
División social y dominación
La división indicada más arriba impide a la clase dominante comportarse como tal y, en consecuencia, ejercer una eficiente dominación. Y el modo de producción capitalista es un modo de dominación. Por ese motivo, esos sectores sociales deben resolver esa contrariedad: deben dominar de la mejor manera posible al conjunto social. Y puesto que se encuentran segmentados en industriales, comerciantes y banqueros, por así imponerlo la rotación del capital, vuelven a unirse en torno a una nueva forma de organización que, por eso, adquiere el nombre de ‘Bloque en el Poder’. Esta estructura será la encargada de ejercer la dominación sobre el conjunto social.
Hasta ese momento, los intereses de las fracciones de los sectores dominantes, sin embargo, no se han alterado y continúan en actitudes contrapuestas. Es necesario resolver ese problema y darle una solución que permita ejercer la dominación al conjunto. Especialmente, entre industriales y banqueros, que son las fracciones con intereses más divergentes pues el comercio, generalmente, va a la zaga de esas disputas para subordinarse a quien presente una solución que resuelva las disputas. El Bloque en el Poder ofrece una solución: ambas fracciones pueden ejercer la hegemonía dentro de la misma estructura en virtud de una suerte de alternancia que podrá ejercerse dependiendo de quién propone una más eficiente forma de acumular el plusvalor que se ha de extraer a los trabajadores. Esa forma de acumular se llamará ‘modelo’ y deberá ser recompuesto o reemplazado en cuanto comience a mostrar signos de agotamiento. Solamente de esa manera va a ser posible la mantención del control social.
Agotamiento de las formas de acumular
Las formas de acumular no son eternas, Por el contrario. Como todo lo que existe en la naturaleza, recorren un ciclo de existencia: nacen, viven y mueren. No son distintas a los seres vivos.
Uno de los primeros investigadores que advirtió ese fenómeno fue el estadístico soviético Nikolai Kondratiev quien, basándose en la regularidad que presentaban los registros que había confeccionado, pudo establecer períodos de crisis, en la evolución del modo de producción capitalista, que adoptaban dos formas diferenciadas: una, con períodos de vigencia breve, no menos de cinco años ni más de diez; y otra, con vigencia de treinta a cincuenta años aproximadamente.
Los referidos períodos fueron conocidos como ‘ondas cortas’ y ‘ondas largas’, respectivamente. En los años posteriores, esos estudios interesaron vivamente a Joseph Alois Schumpeter quien se refirió a ellas en varios de sus escritos. Guillermo Rocafort, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la Universidad Europea, refiriéndose a esos hechos, pudo recordar, al respecto:
“Como si se tratara de una montaña rusa, de subir y bajar (…) Schumpeter se refiere a ciclos económicos que tienen su origen en innovaciones tanto tecnológicas como financieras que provocan momentos de gran auge, después de estabilización y luego puede producirse una depresión o recesión …”
En América Latina, el investigador brasileño Theotonio Dos Santos fue, igualmente, un entusiasta defensor de la teoría de las ondas largas y cortas del sistema capitalista. Una parte interesante de sus trabajos, referida al tema, puede encontrarse en el periódico digital ‘Nueva Sociedad’ .
Una coincidencia interesante
No deja de ser interesante constatar que el funcionamiento cíclico de la economía guarda perfecto correlato con la función política de la sociedad que, cuando el fin de un ciclo se hace presente, aviva el debate de si es o no necesario innovar en la aplicación del modelo a través de una mayor o menor intervención del Estado en la actividad económica.
Por eso, es frecuente escuchar a algunos representantes políticos de los sectores dominantes discutir acaloradamente acerca de si se requiere de ‘más Estado’ o, por el contrario, de ‘menos Estado’. Como lo hemos señalado en trabajos anteriores, en las aulas del Derecho se acostumbra llamar a esos períodos ‘Estado Gendarme’ y ‘Estado Interventor’.
Lo más interesante de estos ciclos, sin embargo, es la asombrosa similitud que presentan al comparárselos con los que descubriera Kondratiev y que han motivado al tratadista belga Ernst Ezra Mandel a escribir sobre la extraordinaria importancia de las ondas largas . Por lo mismo, no deja de ser reconfortante saber que, últimamente, dos investigadores de la Universidad de Oxford también han efectuado estudios en la misma dirección.
Conclusión
Nuestra conclusión es que los ciclos económicos marcan el declive de la forma de acumular que, en algún momento de la historia de una formación social, ha impuesto la fracción hegemónica del Bloque en el Poder, su agotamiento ineludible, y, por ende, la necesidad de introducir talas o reajustes a la misma, estudiar cuáles van a ser esas talas o reajustes o indicar cuál va a ser, en definitiva, la forma nueva que ha de implantarse luego de abrogarse por completo la que se encuentra vigente.
Dado que las formas de acumular se imponen cuando la hegemonía del bloque en el poder ha quedado en las manos de una de las fracciones de la clase o clases o fracciones de clase que dominan en conjunto a la sociedad, y ésta ha mostrado estar llegando a su término, las respectivas representaciones políticas de esos sectores entran en conflicto. Entonces, la que aparece contradiciendo la conducción que hasta ese momento había llevado su contraparte, es llamada ‘extrema derecha’ (o ‘ultraderecha’), simplemente, porque se plantea como oposición a la que ejerce aún la hegemonía.
En consecuencia, nuestra idea es que la llamada ‘extrema derecha’ no existe. Es una invención de los medios de comunicación dominantes y de sectores poco inclinados a investigar debidamente la ocurrencia de tales fenómenos y que, por lo mismo, recurren a expresiones de fácil empleo pero de dudosa aplicación. A nuestro entender, repetimos, se trata de un fenómeno en donde el agotamiento de la forma de acumular se ha hecho presente anunciando la necesidad de un cambio o corrección de la misma que, al no ser resuelta en tiempo oportuno y de forma, adecuada, hace que las innumerables contradicciones de las distintas fracciones de la clase dominante, adquieran cada vez mayor virulencia en la disputa por la hegemonía al interior del Bloque en el Poder.
De la misma manera, es ese fenómeno lo que explica, ante semejante crisis, la emergencia de organizaciones políticas que se apresuran a atribuirse la representación política de las diversas fracciones que presentan las clases que dominan en la sociedad. Pero cuidado: no siempre la emergencia de esos nuevos actores se hace presente para apoyar lo nuevo que se manifiesta. Por el contrario, a menudo, muchos de aquellos se hacen presentes para defender lo que está desapareciendo.
Es el caso de Chile con la aparición del llamado partido Republicano, una de las tantas manifestaciones de ese fenómeno que adquiere notoriedad cuando la forma de acumular presenta signos evidentes de agotamiento y exige ser modificada o abolida. Las fuerzas conservadoras también pueden manifestarse como si representasen algo nuevo: la mala memoria no es solamente patrimonio de los amnésicos.
El partido Republicano, en palabras más directas, es la expresión más fidedigna de un modelo que va feneciendo, que se diluye, que va siendo abandonado en todas las latitudes y, no obstante, hace vacilar, aún, a la representación política natural de una de las clases y fracciones de clase dominante en cuanto a su vigencia.
El ‘neoliberalismo’ —‘economía social de mercado’, ‘consenso de Washington’, ‘monetarismo’— pareciera estar llegando a su término. Nunca fue aplicado en su integridad por Estados Unidos sino, como ha sido permanente costumbre de esa nación, exige su íntegra aplicación en otras naciones; tampoco por las naciones europeas.
Por lo mismo, algunas de sus ‘excelsas ventajas’ han empezado a ser desplazadas y reemplazadas por otras, y la esperanza de una más eficiente reindustralización amenaza a la ‘industria’ de las finanzas. Pero no cualquier reindustrialización. Si bien pareciera situarse, en primerísimo lugar, el desarrollo de la industria armamentista, este desarrollo no es como hasta ahora lo ha sido sino contempla la incorporación de la más moderna y actualizada tecnología. Similar a aquella que se exige para el ámbito espacial. La nueva industria va al compás del desarrollo de las fuerzas productivas, porque no se trata de un retorno al pasado sino una manera nueva de enfrentar al futuro.
No hay, por consiguiente, una ‘extrema derecha’, una ‘derecha dura’ o una ‘ultraderecha’ que se hace presente hoy en las diversas formaciones sociales del planeta —incluida la chilena—, sino, simplemente, un reacomodo en la alternancia que ejercen las distintas fracciones de la clase dominante en su indisimulado afán de conducir el Bloque en el Poder y, consecuentemente, al conjunto de la sociedad. Dicho de otro modo, la exigencia que formula aquella fracción de la clase de los compradores de fuerza o capacidad de trabajo, subordinada hasta ese momento, en cuanto a reivindicar para sí el derecho a hegemonizar la conducción del Bloque en el Poder ya sea a través de imponer modificaciones al modelo vigente o, en su defecto, reemplazarlo por otro más eficiente. Algo que vale la pena recordar.