Con el correr de los años me ha ido ganando la idea de que hay que tener flexibilidad para escuchar las señales de la vida y cambiar a tiempo los planes. Solía ceñirme estrictamente a lo planificado previamente haciendo caso omiso de los acontecimientos. Había decidido a los 16 años estudiar la carrera soñada por mi hermano mayor, Medicina Veterinaria, para participar en el proceso de reforma agraria, y a pesar del Golpe Militar seguí adelante con el plan sin aquilatar que lo venía era la reversión de ese proceso.
Anoche, después de fracasar en el intento de abordar lo que me había ocurrido con el documental de Maite Alberdi, “La Memoria Infinita”, terminé de escribir un sesudo análisis de lo que podría ocurrir en la campaña del plebiscito del 17 de diciembre, donde creo que va a desarrollarse una pugna entre quienes querrán convertirlo en un plebiscito a Kast y su programa político, y los que intentarán que sea un plebiscito a la gestión del presidente Boric.
El punto es que no he domesticado suficientemente mi nuevo computador Macintosh y cuando fui a buscar el archivo éste había desaparecido. Abomino de la idea de intentar volver a escribir lo que perdiste, porque siempre queda la sospecha de que el original era mejor, razón por la que intentaré volver a mi propósito original, dejando para la próxima semana la explicación detallada de mi tesis de que la campaña que viene será la pugna de dos plebiscitos, y la opción ganadora dependerá en buena medida si se impone el referéndum a Kast y su programa, o uno al presidente Boric y su gobierno.
Había visto dos documentales maravillosos de Maite Alberdi, “La Once” y “El Topo”, pero dudaba en ir a ver “La Memoria Infinita”, me asustaba la idea de enfrentarme al deterioro progresivo de la memoria de Augusto Góngora, a quien conocí en la campaña del No y seguí con interés y amistad su brillante carrera como principal animador de la cultura en la televisión chilena. Lo había visto por última vez en el teatro Antonio Varas en 2018, estaba de espectador en “La iguana de Alessandra”, obra de Ramón Griffero protagonizada por su compañera Paulina Urrutia. Sabía que el Alzheimer había llegado a su vida y me emocioné con su saludo cariñoso, porque actuó como si me hubiera reconocido.
Finalmente fui a ver la película porque recibí una invitación imposible de declinar, confieso que movido más por lo que podría ocurrir después de salir del cine con la mujer que me había invitado que con lo que pensaba sentiría mientras veía el documental. Soy un cinéfilo empedernido, consumidor inagotable de películas y series, aunque desde la pandemia que no visitaba una sala de cine.
No es sólo por el gusto de exhibir un buen oxímoron, es absolutamente cierto, la película de Alberdi sobre el Alzheimer es inolvidable. Como el gran cine, que te persigue el resto de tu vida, porque conectó con tus sentimientos y pensamientos más profundos, porque te hizo reír a carcajadas y llorar a mares. Porque da lo mismo que sepas el final, como en las tragedias griegas, como en los libros sobre la UP y Allende, es la lucha contra Hados, esa fuerza desconocida e irresistible que te arrastra hacia un lugar al que no quieres llegar, pero sabes que al final lo harás, y pones todas tus energías en la resistencia, en la lucha y, en este caso, en el amor a Paulina Urrutia, pero también a tus hijos, a los libros, al prójimo, finalmente a la vida que se escurre entre tus dedos.
Poderoso como un superhéroe, pero como Superman enfrentado a la kriptonita, condenado a perder sus poderes frente a esta piedra sobrenatural y misteriosa. Y es una lucha titánica la del amor de dos contra el olvido de uno, que ganará el amor porque ella nunca lo olvidará.
Por eso no es una película precisamente triste. Es emocionante, por supuesto es inevitable llorar por lo que está ocurriendo, pero también reír por las ocurrencias de Augusto, sufrir en esos momentos de desolación cuando en medio de la noche clama por sus hijos, sus libros, sus amigos, que se van yendo de su memoria dejándolo solo y vacío. Y gozar cuando aparece un destello de luz en su mirada en medio de la oscuridad.
Emocionarte hasta lo indecible cuando Paulina no encuentra lo que buscaba en el fondo de los ojos de Augusto y sientes que mira más allá hasta llegar a su corazón, compartir el goce infinito de ella cuando en un instante fugaz se iluminan los ojos de Augusto en los suyos. En fin, habrá momentos de tristeza en esta gran película, pero también de alegría, de risa y de llanto, toda la panoplia de sentimientos, como el gran cine y la gran literatura, que al final te impide distinguir si lo leíste, lo viste o lo viviste, pero es parte de tu vida.
Por eso, me permito sugerirte que dejes atrás el temor que te puede provocar enfrentarte a esta historia dolorosa que es cercana, puede haberla vivido algún familiar o amigo y podríamos vivirla tú o yo mañana. Te aseguro que saldrás del cine más fuerte, más cerca de ti y de los tuyos, más reconciliado con tu historia y tu futuro. Claro que mi recomendación tiene un anexo: anda al cine con bastón, uno de carne y hueso, alguien con quien puedas juntar las manos, secarse mutuamente las lágrimas y compartir la risa, ojalá alguien a quien ames. Porque quizás todo lo que viví en esa sala de cine habría sido diferente sin ella.