¿Qué pasó ese viernes 18 de octubre de 2019? ¿Cuál es el trasfondo de esa profunda, incontenible e inevitable fractura que modificó de manera irreversible el futuro de Chile?
La estabilidad ficticia, los movimientos sociales y las elites
Dicen que hay momentos en que el status quo encierra más peligros que el cambio. Eso fue lo que le vino pasando a nuestro país desde el retorno a la democracia, mantener una estabilidad ficticia, que terminó siendo incapaz de cumplir su propia promesa. El peligro era dejar todo como estaba. El estallido social representa el derrumbe del modelo neoliberal, del oasis chileno. El fracaso de su sistema político y la impugnación de una cultura de abuso y desigualdad. Chile crecía al 7%, pero su salario mínimo era de 80 mil pesos.
Nuestro país se abría al mundo a través de los Tratados de Libre Comercio, mientras aumentaban las familias Estallido Social: una herida abierta 2 en campamentos. Los cambios prometidos chocaban una y otra vez con el binominal, con el Tribunal Constitucional, contra un sistema pensado para neutralizarlos. La política se volvía irrelevante y Chile estallaba, pero hacia dentro. Algo decían las altas tasas de suicidios y depresión, hasta que no dimos más.
En 1998, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo nos advertía de las contradicciones sociales que generaba la modernización capitalista. En la dinámica de ciudadanos consumidores, de consumir, pagar, endeudarse para volver a consumir, algo estaba crujiendo.
Mientras, acumulábamos rabia. Acumulábamos rabia con el Caso Cascadas, el Caso LAN, con Penta, el escándalo Soquimich y el descaro de la Ley Longueira. Acumulamos rabia con los abusos de las AFP, con el negocio de la educación y la desfachatez de las Isapres. Con la colusión de las farmacias, del pollo y del confort. Androniko Luksic podía ser dueño de una minera, de un canal de televisión, de un banco y de una empresa forestal, en tanto, sus propios trabajadores recibían el sueldo mínimo.
Ante ese escenario, se abrían paso los movimientos sociales. Vino el movimiento estudiantil de 2002, 2006 y 2011. Los movimientos contra las Hidroeléctricas y por la descentralización, las luchas medio ambientales, el Movimiento No + AFP y el Movimiento Feminista. Todas cruzadas por el mismo problema: habían hecho un negocio de cada una de nuestras necesidades.
La elite económica siempre tuvo claro lo que estaba pasando. Ellos tenían y tienen el poder real, que no se reduce a las meras instituciones o estructuras formales del Estado ¿Quién les iba a decir algo? Sin embargo, faltaba un personaje que pusiera el dedo en la llaga: Sebastián Piñera, el representante más fiel del modelo que se derrumbó tras el estallido. Un empresario multimillonario que prometía bienestar a través del crecimiento económico y la meritocracia.
Al mismo tiempo, Piñera era capaz de poner en el tapete las contradicciones más profundas de la sociedad chilena: si bien nos produce rabia e indignación el abuso y la desigualdad, podía ganar la elección más importante del país un empresario, fiel expositor de esa indignación.
Pero con una condición, siempre que cumpliera la promesa: todos podemos ganar plata, todos podemos ascender a la clase social que está un peldaño más arriba. Esta ilusión la sepulta el propio Piñera y su gabinete. Su selecto y homogéneo equipo de hombres blancos, educados en los mismos colegios, en los mismos barrios y en las Estallido Social: una herida abierta 3 mismas universidades interpretan su triunfo electoral como un triunfo neoliberal y le dan rienda suelta a su programa pro empresarial.
Incluso en plena pandemia, el presidente aumenta su nivel de riqueza. Sus ministros piensan que los chilenos van temprano a los consultorios para hacer vida social, el ministro Fontaine nos invitaba a madrugar para pagar una tarifa menor del metro y el ministro Larraín que viéramos el lado positivo del alto costo de la vida: las flores habían bajado de precio.
En mi Distrito, todos se levantan muy temprano, muy muy temprano, y se acuestan muy tarde. La realidad desconocida de los neo Chicago Boys comandados por Piñera es que acá en Santiago Sur, las y los vecinos no solo se levantan a las 5 de la mañana para trabajar en el sector oriente, sino que El Bosque y Lo Espejo ni siquiera tienen metro.
Esta retórica denigrante promovida por la derecha política y económica se cristalizó en la sociedad también: “Salgan de mi Jardín”, les ordenó el presidente de Gasco a tres personas que osaban instalarse en el Lago Ranco.
El punto de ebullición se dio en pleno estallido: “Ándate a tu población de mierda, roto conchatumadre”, grita un propietario en La Dehesa ante una manifestación ciudadana.
Chile podía soportar por largo tiempo la desigualdad, incluso el abuso. Pero la humillación y el desprecio eran otra cosa. Esta es la cultura del abuso, en su máxima expresión. La meritocracia no existe, la desigualdad es consecuencia de la tiranía. El oasis chileno es una ilusión.
A 4 años del estallido social, la derecha ha tratado de instalarlo como un golpe de Estado no tradicional, poniendo nuevamente debajo de la alfombra sus causas estructurales ¿Cómo puede entenderse el Estallido como un Golpe, si Cecilia Morel confesaba que había que compartir los privilegios; Luksic se abría a un impuesto a los súper ricos y Piñera aceptaba que el problema tenía tres décadas? La memoria selectiva ahora resulta su mejor arma.
El Proceso Constituyente I y II
Por cierto, desde la izquierda hicimos una apuesta, que fracasó. Impulsamos un Proceso Constituyente como herramienta para cambiar el modelo. Abrimos un camino que gozó de amplio apoyo popular, pero que no supimos conducir, que se alejó del foco central de la ciudadanía y en el cual no tomamos el peso de nuestra responsabilidad histórica.
El nuevo proceso constituyente, sea cual sea la opción que gane, no va a solucionar los problemas que aquejan a la ciudadanía, y no porque no necesitemos una nueva Constitución, sino porque lo que nos proponen no solo perdió su vocación transformadora, sino que nos están haciendo elegir entre retroceder o dejar todo como está.
A pesar de ello, bien sabemos que hay momentos en que el estatus quo encierra más peligros que el cambio. Ya corrimos ese peligro una vez, no podemos hacerlo de nuevo. Si, al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos.
La herida abierta del estallido no se va a solucionar con el retroceso que propone el Partido Republicano, que de manera pública y descarada viene a reinstalar el trato clasista en nuestro país, como vimos en la columna “Flaite”, de su vicepresidente.
Chile necesita cambios que saquen el país de este capitalismo radical, a través de un Estado Social y Democrático de Derecho. Necesita reencontrarse como comunidad, reintegrarse socialmente para vivir juntos y acompañados, no solo anexados como consumidores.
El Gran Empresariado puede y debe sumarse a ese esfuerzo y abrir los espacios políticos, sociales y económicos que hoy tiene clausurados. Si ese pacto no se renueva, nuestro país volverá a estallar, y ya vimos qué pasa con las heridas que no cierran.