Lluvias que traen inundaciones, muertos y más de 30 mil afectados, desborde de ríos, cortes de caminos y pérdida de miles de millones de pesos que son necesarios para recuperar hogares, pueblos y servicios. Ese es el triste escenario que nos hemos repetido con especial fuerza todo este año y que nos seguiremos repitiendo debido a la falta de infraestructura hidráulica en Chile, capaz de recibir y amortiguar el paso de toda esta agua por sobre nuestra geografía y ciudades.
Hablamos de infraestructura hidráulica cuando nos referimos a colectores de aguas lluvia, pero también a defensas fluviales, canales, tranques y -sobre todo- embalses. Pero no es solo un tema de dar seguridad a la población evitando inundaciones, sino también de seguridad del suministro, es decir, de poder contar con agua cuando no la tenemos cayendo del cielo como sucede en invierno.
En 120 días más estaremos lamentando la sequía, los noticieros hablarán de una temporada sin agua para riego, de la difícil producción agrícola, del alto costo de la lechuga y del santiaguino enrabiado con supuestas colusiones de pequeños hortaliceros. Es decir, la falta de infraestructura hidráulica tampoco nos permite aprovechar parte de este superávit de agua que se va al mar.
Llegó el momento de ponernos serios
No sacamos nada con la abundancia de discursos de sostenibilidad, de seguridad agroalimentaria, del desarrollo del mundo rural, de prepararse para la variabilidad climática, de prepararse ante las catástrofes; si no sacamos las evidentes lecciones, ya que nada de esto es posible sin la construcción de embalses y el mejoramiento de nuestra infraestructura hidráulica.
El desafío de construir más de estas obras es una necesidad humana urgente que busca una mejor respuesta ante la alta variabilidad hidrológica que hoy rige al mundo, pero también fomentar el desarrollo de las sociedades de mano de sus múltiples externalidades positivas, como la generación de empleo, el encadenamiento productivo, turismo, generación eléctrica limpia y el dinamismo social y económico que los embalses aportan a las cuencas, y por su trascendencia escalan evidentemente a una necesidad de Estado.
En promedio Chile tiene 8 veces más disponibilidad de agua por habitante que la media mundial, pero sigue sufriendo episodios de escasez por falta de infraestructura, a diferencia de otros países que han entendido la urgencia y la vigencia de estos proyectos. Sólo por mencionar algunos ejemplos, California, India, China, Australia y Perú, tienen hoy embalses en construcción.
Por ejemplo, solo el estado de California – con un clima y geografía sorprendentemente similar al valle central de Chile – ha construido más de 1.350 embalses junto con una completa red de distribución que les permite almacenar un 57% de sus recursos hídricos disponibles.
Un ejemplo más cercano es el caso peruano, donde durante las últimas décadas se han potenciado y promocionado fuertemente la construcción y desarrollo de grandes acueductos y embalses, desarrollados por el Estado. Puyango-Tumbes, Alto Piura, Olmos, Tinajones, Chinecas, Majes-Siguas II, son solo algunos ejemplos, donde además abunda la inversión Chilena en el desarrollo agropecuario.
Estos y tantos otros países, han entendido que el Estado recuperará parte del capital de estas grandes obras a través de vías como el impuesto territorial por aumento de contribuciones al pasar una superficie de secano a una de riego, mediante la recaudación de IVA y del impuesto a la renta.
Estudios realizados por el Banco Mundial, como el “Staff Appraisal Report No. 10850-CH, Chile, Irrigation Development Project”, señalan que el Estado recuperaría alrededor de un 99% de los costos de las obras de riego a través de la recaudación de impuestos, además de existir en Chile el mecanismo de Concesiones.
A pesar de todo ello, a diferencia de lo que ocurre en California o Perú, la capacidad de almacenaje en Chile bordea los 5 mil millones de m3, es decir, como máximo se podría almacenar un 4% del recurso disponible, aproximadamente.
En las cuencas de riego de Chile, que son más de 150, el 85% del agua -en promedio- se vierte al mar. Miramos para el lado ante una realidad evidente, que indica que las precipitaciones han disminuido en nuestro país entre los años 1950 al 2000 en un promedio de 5 mm al año, según datos de la ODEPA.
Igualmente, se estima que para el año 2040 las precipitaciones en nuestro país disminuirán en más de un 20% en algunas regiones, para continuar su descenso hasta en un 30% en 2070. Proyecciones que comparte la CEPAL y autores como Rene Garreud en su obra “Cambio climático global: Bases físicas e impactos en Chile”.
En definitiva, debemos ser capaces como país de tomar decisiones basadas en argumentos, cifras y en realidades palpables, no dejarse sucumbir a las consignas irreflexivas que chocan de frente con los hechos. Necesitamos embalses y para ello necesitamos ser capaces de salir un momento de la política contingente, y pensar a largo plazo.
Chile necesita de ingeniería, de hormigón, de cintas que cortarán otros, pero que bien valen el futuro de las próximas generaciones.