Se publicó el primer informe de la Comisión Asesora Contra la Desinformación y no encontré nada alarmante, lo que valoro. Si esta comisión generó alguna preocupación fue por tener su origen en el Poder Ejecutivo, y no por sus integrantes –académicos reconocidos y profesionales serios. La inquietud generada es legítima y no va a desaparecer tras este informe. Porque en una sociedad democrática el gobierno no debe definir qué ideas pueden circular y publicarse.

Mi interpretación es que los autores saben esto y por eso han entregado un excelente documento académico y no político. El informe es en sí mismo un antídoto contra la desinformación porque es verdadero, claro y honesto. Hemos aprendido ‘a golpes’ que la democracia es un sistema de libertades frágil y complejo, que demanda compromisos y que no es una concesión graciosa ni una condición garantizada. Este informe recoge evidencia de que para fomentar este sistema de libertades se requiere de un sistema de medios profesionales robusto y de un Estado inteligente, con facultades para actuar en lo local y para coordinarse a nivel global.

Otro elemento valioso es que reconoce la experiencia de otras instituciones aparte de los medios de comunicación para contrarrestar la desinformación, como por ejemplo el Servel y el CNTV. Organismos como éstos son importantes porque sus acciones tienen efectos concretos, vinculantes y nos permiten tener certezas, deliberar y adoptar nuestras propias decisiones. Aunque no lo menciona el reporte, estas y otras instituciones también son víctimas de las campañas de desinformación, porque ellas crean confianza.

Una observación. El informe analiza bien una de las dos grandes responsabilidades que les caben a las grandes empresas tecnológicas en la configuración del ecosistema social actual: su papel como vehículo primordial de todo tipo de contenidos (veraces o engañosos).

Pero la segunda gran responsabilidad apenas se considera: el negocio de los datos y los perfiles de los usuarios, la ultra segmentación, la predicción y extrapolación de las conductas a partir de datos sensibles, o el aprovechamiento de sesgos cognitivos o emocionales de las personas. Como un ilusionista que distrae la atención del espectador sobre una mano moviendo algo vistoso en la otra, a estas grandes compañías no les gusta que se les recuerde esta responsabilidad. Al construir entornos personalizados a nuestro alrededor, intencionados para captar nuestra atención, maximizar las respuestas emocionales fuertes y las reacciones inmediatas, estas empresas ganan por publicidad, crean valor en la red y generan más datos para ellas mismas.

¿Qué esperaría de un segundo informe? Perfilar bien las responsabilidades y la magnitud del desafío. El problema actual de desinformación en una sociedad digitalizada no es la misma desinformación de siempre-pero-más-grande. El daño que causan las campañas de desinformación no es tanto la proliferación de mentiras o manipulaciones, sino la siembra de desconfianza en la sociedad.

Los entornos de las plataformas digitales diseñados para amplificar y volver populares a los usuarios que provoquen más reacciones emocionales. Este incentivo perverso ahuyenta a las voces moderadas, pierden interés en los asuntos de interés común, favorece la polarización y facilita el surgimiento de liderazgos populistas o autoritarios, a los que no les importa ni la verdad ni la mentira, sino captar la atención y mantenernos ocupados en algo más entretenido y excitante.