¿Qué tienen en común las últimas 4 candidaturas presidenciales victoriosas en Chile? Porque Piñera I, Bachelet II, Piñera II y Boric I (no es que esté preconizando un segundo mandato) no son de la misma generación, tampoco del mismo género y mucho menos del mismo sector político, lo que comparten es que los cuatro representaban a la oposición al gobierno de turno.

La verdad es que las más de las veces en la historia chilena contemporánea las elecciones presidenciales han sido ganadas por la oposición, de manera que la alternancia se convirtió en una constante histórica. La rompió la sucesión de presidentes radicales (Aguirre Cerda, Ríos y González Videla), que gobernaron 14 años desde el 38 al 52, y luego por cierto la Concertación, que rompió todos los récords con los 20 años continuos de Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet. Desde el regreso de la derecha al gobierno por la vía democrática con Sebastián Piñera después de 46 años, se inicia un ciclo político donde la alternancia vuelve a ser la norma.

Si a la política, como al fútbol, la auspiciaran las casas de juego, las apuestas de hoy no serían entre el oficialismo y la oposición, sino más bien respecto de cuál oposición es la que se instalará en La Moneda. Todas las encuestas muestran que, si las elecciones fueran este domingo, el escenario de ocurrencia más probable es una segunda vuelta entre el candidato del Partido Republicano y la abanderada de Chile Vamos, algo así como lo que ocurrió en Francia cuando en 2012 el electorado progresista se vio en el trance de dirimir la contienda en favor de Chirac contra Le Pen, aun cuando no gozaba de mínimos grados de simpatía y afecto entre los votantes socialistas.

En realidad el único candidato presidencial victorioso representando la continuidad del gobierno vigente fue Eduardo Frei cuando terminaba el breve y trascendental mandato de Patricio Aylwin, que después de 17 años de dictadura demandaba a gritos continuidad. Porque Ricardo Lagos representó el cambio de hegemonía en la Concertación, era el primer socialista en regresar a La Moneda después del Golpe del ‘73, y Michelle Bachelet iba a ser la primera mujer presidenta en la historia de Chile. Se puede decir que, salvo la excepción de Frei a inicios de la transición, todos los que han llegado a convertirse en presidentes representaban un cambio relevante respecto de los gobiernos precedentes.

Por supuesto queda tiempo, 19 meses para las primarias legales que definirán dos de las candidaturas principales (la del gobierno y la de Chile Vamos), damos por hecho que Kast irá directo a primera vuelta. Y quedan vallas importantes que los distintos actores deben sortear. El plebiscito de salida puede modificar el escenario presidencial, sea porque pierden todos y emerge algún nuevo o reciclado liderazgo del rechazo, o bien porque alguna de las candidaturas actuales dilapida parte de su capital en una campaña derrotada.

La elección de alcaldes viene siendo desde 2004, cuando se separó de la de concejales, una suerte de ensayo general anticipatorio de la elección presidencial. En 2004 la Concertación recuperó buena parte de las alcaldías que había conquistado la derecha en 2000 con la fuerza de Lavín y su estrategia de concentrar votación en una sola candidatura a concejal, anticipando el triunfo de Bachelet; en 2008 por más de 140 mil votos de ventaja, la derecha le ganó a la Concertación la elección de alcaldes (era la primera vez que le ganaba una elección) y luego la presidencial con Piñera; en 2012 la derecha recibió la misma medicina del pacto por omisión de la Concertación y el PC, luego vino el triunfo por walkover de Bachelet; en 2016 volvió a ganar la derecha despejando el camino al regreso de Piñera; y, más reciente, el Frente Amplio y el PC obtuvieron triunfos resonantes e inesperados en grandes centros urbanos dominados por la derecha y la Concertación, anunciando el posterior triunfo de Boric en la presidencial.

Este efecto de la elección de alcaldes sobre la presidencial es, por un lado, atribuible al cambio de estado de ánimo y de la percepción ciudadana que genera el triunfo, pero también a la diferencia significativa que hace para una campaña presidencial, disponer del apoyo territorial de alcaldes y alcaldesas recientemente legitimadas por el voto ciudadano.

Esta vez el resultado de octubre 2024 será aún más determinante porque a la elección de alcaldes se agrega la de gobernadores regionales, con segunda vuelta como en la presidencial y que definirá la sintonía de los gobiernos territoriales con el gobierno nacional venidero. También serán las elecciones de resultado más incierto, porque los actuales alcaldes fueron electos por 6,3 millones de personas y los gobernadores por 6 en primera vuelta y 2,5 millones en segunda, y ahora con voto obligatorio podría aumentar incluso al doble el número de votantes, excediendo con mucho las clientelas habituales de las actuales autoridades. El problema es que, como ha ocurrido en las últimas 4 elecciones de alcaldes, tiene mayor opción de ganar quien defiende menos posiciones del proceso anterior, y el oficialismo obtuvo resonantes triunfos alcaldicios que le costará muchísimo mantener, a menos que la oposición no logre pactar candidaturas únicas que le permitan materializar en alcaldes electos su mayoría electoral.

Las encuestas actuales son muy desfavorables para la proyección del oficialismo. El gobierno tiene el doble de rechazo que de aprobación y sus eventuales figuras presidenciables tienen niveles de valoración positiva mucho menores y negativas mucho mayores que las de la oposición. En las encuestas que hacen la pregunta abierta de quién le gustaría que fuera el (o la) próximo presidente o presidenta, José Antonio Kast y Evelyn Matthei aparecen disparados, a mucha distancia de los liderazgos oficialistas, distancia que se mantiene cuando se hace la pregunta cerrada con alternativas definidas.

La próxima elección, a mi juicio, se jugará preferentemente en el campo de la seguridad ciudadana y el crecimiento económico, de allí la superioridad actual de la derecha, cuyos personeros concentran entre el doble y el triple de adhesión que los de la izquierda.

Para que no se consolide ese escenario y las cosas vuelvan a su constante histórica después de haberse roto en el mandato de Piñera, donde también pasaron a segunda vuelta dos candidatos opositores a su gobierno, debe modificarse el escenario actual y que la ciudadanía perciba retroceso de la inseguridad en 2024 por acción decidida del gobierno, que el país vuelva a crecer el próximo año y eso se refleje en el empleo, y que el oficialismo logre conjurar el riesgo actual de fragmentación en la carrera presidencial evitando una candidatura seria a su izquierda y la cuarta performance de ME-O. Si se dieran todas estas condiciones señaladas, el oficialismo tendría una buena opción de pasar a segunda vuelta, como ocurrió en las presidenciales de 1999, 2005, 2009, 2013 y 2017.

Sin embargo, sólo hay opción de que el oficialismo rompa la tendencia a la alternancia repetida ya en 4 elecciones presidenciales sucesivas si su candidatura sale de la centroizquierda y no de su polo radical y si hay una candidatura de centro que limita el crecimiento de Evelyn Matthei de manera que el rival en segunda vuelta sea José Antonio Kast y no Evelyn Matthei. Sólo en ese escenario, a mi juicio, habría posibilidad para el oficialismo de competir con alguna opción de ganar.

De no darse las condiciones descritas y consolidarse el escenario actual de una muy probable segunda vuelta entre Kast y Matthei, el país va a recorrer tierras ignotas que pueden provocar modificaciones más permanentes del escenario y las alianzas políticas que ha tenido Chile desde 1990 hasta hoy.