No quería que le hablara. En un rincón del centro de estaba haciéndose cortes, ya tenía los brazos rotos algunas heridas apenas cicatrizadas con la piel abotonada. Tres veces salió esta semana, pero volvió, aunque con golpes y dolores cosechados en la calle. El tribunal lo separó de su mamá hace 4 años, unas pocas visitas los primeros meses fueron la antesala de una despedida. Nunca más hubo contacto. Una tía cada cierto tiempo le lleva sopaipillas en invierno, pero le ha dicho al tribunal que no puede hacerse cargo de Jorge, que tiene hijos pequeños.
En el centro no saben qué hacer con él, necesitan de un tratamiento que no llega, de manos de un profesional que no está disponible y no lo ha estado durante los últimos 14 meses. Ellos lo recibieron obligados porque un juez así lo determinó. Era el tercero, en un año, que llegaba desde el Cread que cerraron. Le llamaban los 80, por el 80 bis, indicación que hacía que estuvieran ahí. Ya eran 22 en una residencia de 15, que pretendía ser modelo, pero que hoy veía que -pese al diseño y los esfuerzos del equipo- era imposible cumplir la misión por la que estaban trabajando.
Sin personal técnico, ni programas ambulatorios con los cuales dar soporte a las necesidades de los nuevos integrantes en la residencia, se hacía imposible resguardar la protección integral de todos los niños presentes. Entre medio de la indolencia e incapacidad de los garantes, envueltos en mezquinas discusiones políticas y negociaciones por cargos, rápidamente se apagaba la esperanza de protección en la última frontera. Una tras otra comenzaban a cerrar las residencias.
Con listas de espera históricas en el sistema ambulatorio de “Mejor Niñez”, sin posibilidad de acceder a uno de los cupos de salud mental que esperan más de 14 mil niños, hoy simplemente no era posible. La tía Rosa lloraba en una esquina. No sólo se quedaba sin su trabajo de 12 años, sino que veía a sus niños tristes, algunos los conocía cuando llegaron sin hablar, pese a que caminaban y corrían. Quién los recibirá sin una familia capaz de hacerse cargo y, las que pueden, ¿tendrán el apoyo que necesitan?
Jorge se acerca, “Tío no me deje sólo… No quiero irme” apenas balbuceaba mientras sus lágrimas terminaban de ahogar la esperanza. Con peleas y problemas esa era su casa, la única que tenía, la tía Rosa lo abrazaba y -como en la Piedad de Miguel Ángel- lo hacía descansar en su regazo mientras un SOS se posaba sobre su lengua. De que sirven las Leyes que garantizan derechos o dicen proteger para una “Mejor Niñez” si cuando debemos estar ahí, sólo hay un número tras una larga fila que apaga la vida que debiera estar abriéndose a un futuro que jamás va a llegar.
La Niñez no quiere fotos en los cuadros de escritorio de la autoridad de turno, ni en las cifras sin sentido de una cuenta pública, ni las manos levantadas de un grandilocuente acuerdo político que ilusione con un gatopardismo con el que luego la desechan al olvido. Quiere respuestas ahora, porque ya llegamos tarde, quiere un cupo para atenderse, un lugar en el colegio, quiere un ambiente sano con la droga lejos, que no le hagan bullying, que no la abusen ni exploten, quiere una familia que la cuide. Creo que no hemos comprendido lo que está en juego. Jamás nuestra sociedad será mejor, jamás será más justa si la construimos sobre el destino destruido de miles de niños que merecen algo mejor. Un Niño son todos los Niños.