En el campo chileno se convive siempre con la música y los cantores populares son guardianes de esta tradición oral. Por ello, la recopilación de su obra resulta fundamental para que las tradiciones ancestrales no queden en el olvido.
El rescate de la música y la tradición campesina es recopilado desde 1964 por Patricia Chavarría Zemelman, Premio Nacional de Folklore 2005 y directora del Archivo de Cultura Tradicional Campesina.
Como folclorista y recopiladora, Patricia ha recorrido Pelluhue -donde vivió nueve años-, Quirihue, Portezuelo, Santa Juana, Hualqui, San Carlos, Colbún, y otras varias localidades del país.
Durante sus viajes, explica, llegaba a los pueblos y “generalmente en un almacén preguntaba: ‘Me dijeron que por aquí vivía una señora que cantaba a lo antiguo’, y muchas veces así los encontraba”.
Hasta antes de 1975, año en que consiguió una grabadora, la investigadora tenía que arrendar “unas muy pesadas”, con las que alcanzó a grabar cerca de 15 cintas. El valioso material ahora se encuentra en la Biblioteca Nacional, donde ha sido digitalizado y almacenado en cassettes, VHS, cds y cintas.
En Chile, tanto Patricia Chavarría, Margot Loyola y Violeta Parra son referentes al momento de hablar del rescate de las raíces campesinas, pues las tres mujeres conocieron y recopilaron costumbres de las zonas rurales.
Relato y sabiduría oral
La tradición oral es clave para la comunidad campesina, ya que los cantores no aprenden en escuelas profesionales. Al contrario, adquieren el conocimiento observando y escuchando a las personas mayores.
“Hay versos que llegaron por tradición oral, provenientes de Europa, que aún se cantan y son del siglo XV”, añade Patricia Chavarría. Algunos ejemplos son el clásico “Mambrú se fue a la guerra” y los romances que se encuentran en las tonadas y rondas infantiles.
Una característica clave de los cantores es que “no aprenden para ser artistas, sino para satisfacer a la comunidad. No se presentan para que les aplaudan; tienen que hacer la fiesta, lograr que la gente se entusiasme, baile y participe (…) Además, nunca cantan un tema igual dos veces”, detalla Chavarría.
Por su parte, Juan Fernando Escobar Arévalo, profesor de música y ganador del Premio Municipal de Arte 2019, explica que otro aspecto interesante es “la disposición de las cuerdas de la guitarra, que no se acomoda según la afinación estándar que conocemos nosotros”, sino a la voz del cantor(a). Esto hace que cada interpretación sea única.
Entonces, ¿por qué es tan importante rescatar la música campesina? Según el musicólogo y profesor de la Universidad de Concepción, Nicolás Masquiarán Díaz, de no hacerlo se perderían no sólo la música, sino también la sabiduría y cultura popular: “Merece ser conservado, reconocido y valorado de la misma manera que yo puedo valorar un cuadro de Leonardo da Vinci”.
Según Masquiarán, a través de la música se puede conocer de mejor forma las costumbres y creencias propias de nuestro campo. Por tanto, escuchando estas melodías se podría evitar caer en caricaturas o estereotipos que se tiene de estas personas.
Un universo simbólico
La música, especialmente la campesina, permite reafirmar y transmitir prácticas propias de una comunidad como lo son las costumbres, los juegos, entre otras.
Según Fernando Escobar, una de las principales diferencias entre la música campesina y la música urbana es que “en el repertorio del mundo rural existe un diálogo con su universo”.
La cultora de Quirihue, María Andrade, lo expresa bien en su tonada de trilla “Si la yegua sale a l’era” o bien la intérprete Rosa Hernández con “A quién le contaré yo”..
Desde el punto de vista de la musicología, etnomusicología y otras disciplinas hay una infinidad de símbolos y códigos que no existen en otras partes del mundo. Uno de ellos son los parabienes que cantan las cantoras, cuyas letras expresan costumbres del campo chileno que tienen un peso simbólico para su comunidad en el contexto del matrimonio.
Un ejemplo que menciona Patricia Chavarría es: “Vivan novios y padrinos, vivan suegros y cuñados, vivan los acompañados y el sacramento divino”.
Otra interesante característica tiene que ver con la afinación del instrumento, que no corresponde a la estándar. Para un oído acostumbrado a la afinación típica, el sonido puede parecer extraño o erróneo.
“En el campo la gente no está pendiente de que suene bonito, sino de lo que significa la música en ese momento (…) El gran prejuicio es que juzgamos la música en función de valores estéticos y esos valores están instalados en nuestra mente desde el pensamiento de la industria musical”, critica Masquiarán.
“La guitarra infinita”
Un proyecto reciente que apunta a rescatar y preservar estas raíces populares se llama “La guitarra es infinita”, dirigido por Patricia Chavarría y Juan Fernando Escobar.
Desde marzo de 2019 se suben a Youtube y a la página del Archivo de Cultura Tradicional Campesina nuevas interpretaciones del material recopilado por Patricia Chavarría en los años 60, incluyendo información complementaria para quien quiera profundizar.
“La guitarra es infinita” tiene como origen una frase del cantor a lo divino Osvaldo Ulloa, más conocido como “Don Chosto”, quien fue un guitarronero de Pirque, comuna ubicada en la región Metropolitana.
“La guitarra en el campo es tratada como persona. Se cuida, se bautiza y se santigua para que no se parta. Existe una relación afectiva entre el intérprete y su guitarra, que no es parte de la cultura citadina; eso la hace ser única. Además, según él o la cantora varía la interpretación, lo que hace que estas sean infinitas”, explica Patricia Chavarría.
Sus conocimientos sobre la cultura campesina y de cantores populares, con quien en su momento compartió, se complementan con el trabajo de Juan Fernando Escobar, que consiste en escuchar una y otra vez las grabaciones para realizar la posible “partitura” de lo que canta la persona y las variantes del punteo o rasgueo.