Este miércoles debiera elegirse el nuevo presidente del directorio del Teatro Regional del Bío Bío. Una elección que escribirá un capítulo más de una historia marcada por desconfianzas, críticas y una tensión permanente al interior de uno de los proyectos más emblemáticos en las últimas décadas en la zona.
Tiene un año y tres meses de vida, pero su génesis es tan antigua como el anhelo de tener un espacio cultural junto al río, un recinto que rescatara y proyectara la historia y la tradición de una ciudad que por décadas le dio la espalda no sólo al Bío Bío, sino que dejó a la cultura entregada a la gestión de universidades o a centros privados.
Pero más allá de las discusiones iniciales sobre el diseño y el resultado final, la gestión y la política interna del teatro han revelado un entramado complejo, donde la política, las ambiciones personales y la desconfianza oscurecen un panorama muy distinto al que rodeó el corte de cinta inaugural.
La guerra silenciosa
El 25 de enero, mientras la directora del teatro, Francisca Peró, estaba en Argentina, los nuevos integrantes del directorio, Fernando Quiroga y Juan Eduardo King, presentaban los lineamientos para la gestión 2019. Se habló entonces de “traer artistas internacionales”, una “mayor accesibilidad”, “convenios” y una serie de otras iniciativas que marcarían el sello del teatro este año.
La ausencia de Francisca Peró Gubler, de 39 años, actriz de la Universidad de Chile y directora del Teatro del Bío Bío desde marzo de 2017, no pasó inadvertida.
“Era muy raro que se anunciaran cosas tan relevantes y que a ella ni siquiera se le invitara o consultara”, cuentan fuentes internas del teatro. Pero, para quienes habían seguido los agitados meses previos, esto sólo fue “una expresión más del quiebre entre Peró y los nuevos directores”.
Una fractura con historia. La gestión de la directora ejecutiva venía fuertemente cuestionada desde una parte del directorio, aunque también de algunos actores del mundo de la cultura local.
Veladamente, le criticaban no traer espectáculos de magnitud como óperas, ballet, obras de teatro reconocidas y el empeño de trabajar con producción propia, dejando de lado a las productoras de eventos locales.
Su relación con Mario Cabrera, expresidente del teatro -hoy a cargo de Corcudec– tampoco había sido buena.
“Hubo diferencias en criterios de gestión, pero también se generó distancia por la llegada de personas con afinidad política y personal con Cabrera, con quienes Peró nunca pudo generar la confianza necesaria”, cuenta una funcionaria.
Es el caso de la periodista Andrea Alcaíno, quien terminaría siendo despedida del teatro tras una bullada disputa laboral.
Su salida marcó también otro de los conflictos que aún se viven al interior del teatro. Se contrató una asesoría externa a cargo de los periodistas de confianza de Peró. Sin embargo, esta sería breve.
Los cinco directores
En diciembre del año pasado, y por decisión del intendente Jorge Ulloa, se concretó la llegada de Juan Eduardo King, Claudio Arteaga, Héctor Campos, Fernando Quiroga y Remberto Valdés como nuevos directores del teatro.
Una de sus primeras decisiones fue eliminar las asesorías comunicacionales y legales que estaban funcionando y, además, sumar al periodista Óscar Aliaga, quien, de acuerdo a los funcionarios, “de una forma avasalladora pidió una presentación verbal y un FODA personal, curículum de cada integrante del equipo y una presentación sobre el trabajo grupal”.
Pero fue el arribo de Rodrigo del Valle, primero en representación de la Corporación Teatro Pencopolitano y luego como asesor de King, uno de los nombramientos que generó mayor rechazo.
En carta firmada por el Sindicato de Trabajadores, se acusa a Del Valle de operar al interior de la Corporación “sin cargo alguno”, gestionando reuniones con productoras locales, dando instrucciones y pidiendo reportes, acusándolo, además, de conductas inapropiadas hacia una trabajadora de aseo. El sindicato agrega que los integrantes se sienten “indefensos, asustados y con gran incertidumbre” ante el clima laboral imperante.
Un director y un pianista
El 29 de mayo, Juan Eduardo King, en carta dirigida al directorio, se hace cargo de estas y otras acusaciones. Y golpea la mesa con serias afirmaciones.
“La persona de confianza del directorio para la administración del teatro, un día grabó una conversación personal con un director y se la reprodujo a otro director en el inequívoco propósito de producir enemistad”, escribió King.
Descarta, además, el acoso imputado a Del Valle y defiende también la decisión de traer al pianista Richard Clayderman gracias a un trato directo entre el directorio y el productor Kato Senocianín, un espectáculo que habría sido rechazado en primera instancia por el productor del teatro, Rodrigo Muñoz, porque “las salas estaban comprometidas”.
Sin embargo, y tras una intervención directa de King, la presentación se realizó de todas formas, en una actuación que para parte de los trabajadores generó rechazo no sólo artístico, sino también por la “ventajosa negociación que obtuvo Senociaín”.
Además, agregan “se fijaron valores de venta de entradas directamente con Ticketplus, estableciendo venta solo on line y en dependencias de la productora, no en el teatro”. “Acepté un contrato en que el teatro no arriesgaba ni un solo centavo de pérdida y generaba algunas utilidades”, explicó King en la misiva.
Una crisis sin pausa
El lunes 17 de junio, un lienzo con los rostros caricaturizados de los directores King, Campos y Valdés apareció colgado en el frontis del teatro. “Basta de nepotismo, malas prácticas y juegos de poder”, decía el escrito que exigía también la salida de los aludidos.
Esa misma noche, Remberto Valdés comunicaba su renuncia, señalando las “magras condiciones del teatro en cuanto a orden, disciplina y amor real por trazar y concretar objetivos”.
La fractura entre directorio, trabajadores y dirección ejecutiva quedaba más expuesta que nunca, sumidos todos en una guerrilla sin atisbos de solución, toda vez que King no tiene los votos necesarios para remover a Francisca Peró.
Será la sesión de este miércoles la que definiría no sólo el reemplazante de Valdés, sino también el curso a seguir para llevar la paz a un conflicto sin ganadores, con sólo un perdedor, Concepción y el sueño de su teatro junto al río.