Aunque una investigación científica demostró en 2019 que el humedal tenía 56 puntos de descargas de aguas residuales asociadas a explotaciones ganaderas y agrícolas y que se encuentra contaminado con metales pesados, expertos aseguran que no se han tomado medidas para mejorar el problema ni tampoco para acabar con las extracciones ilegales de agua.
Además, tanto las aves como la rana chilena emigraron buscando un nuevo hogar ante la sequía y efectos antrópicos que sufre la reserva.
La Reserva Nacional El Yali (RNEY) está ubicada a 155 kilómetros de Santiago y en algún momento concentró la mayor cantidad de aves de la zona centro del país. No obstante, hoy está seca y contaminada.
Esta área protegida está compuesta por tres lagunas, pero solo una de ellas, la laguna Albufera — ubicada a 50 metros del mar — aún tiene agua.
Javiera Meza, jefa de la Sección de Conservación de la Diversidad Biológica de Conaf Valparaíso, entidad a cargo de la administración de la RNEY, afirmó que “si no fuera por las marejadas la última laguna con vida estaría en peores condiciones”.
El descontento es generalizado, tanto en Conaf como entre los investigadores que estudian la reserva. Todos concuerdan en que la sequía que vive hace más de 10 años la zona, sumado a los impactos generados por la actividad humana, están acabando con el hábitat de aves emblemáticas como el cisne Coscoroba (Coscoroba coscoroba).
A pesar que la RNEY es considerada sitio Ramsar — un humedal designado como de importancia internacional por la convención que lleva ese mismo nombre — se encuentra en un preocupante estado ecológico.
Así lo reveló un estudio realizado por la Universidad de Playa Ancha (UPLA), publicado en 2019 en la revista científica internacional Marine Pollution Bulletin.
Pasado de abundacia
Ubicado en la comuna de Santo Domingo, en la región de Valparaíso, El Yali es un complejo de trece humedales que abarca 11.500 hectáreas (ha), de las cuales solo 520 ha corresponden a la Reserva Nacional El Yali.
Esta área protegida está compuesta por tres lagunas: Colejuda, Albufera y Matanza, siendo la última la de mayor tamaño, aunque solo la mitad forma parte de la reserva pues la otra es administrada por privados.
En la década de 1960, este sector era un gran fundo llamado El Convento, que fue expropiado durante la reforma agraria.
Luego, algunos terrenos fueron devueltos a sus dueños y otros lotes fueron comprados quedando lagunas en manos de privados y otras en manos del Estado.
Meza cuenta que “a pesar de esta venta, siempre se reconoció que esta área (los 3 cuerpos de agua de la reserva) era un sitio especial para la conservación”.
Eduardo Riquelme, actual administrador de la RNEY y quien también fue su primer administrador entre 1999 y 2004, cuenta que ayudó a levantar la primera infraestructura dentro de la reserva, que cumplió las funciones de ser su casa-habitación, una bodega y la primera oficina de Conaf.
Riquelme recuerda que el ecosistema en ese tiempo estaba en su mejor momento en términos de conservación y que visitar las lagunas con toda su cota de agua era un espectáculo.
El funcionario relató que la laguna Matanza — que tiene un espejo de agua de 190 ha — tenía una vegetación ribereña conformada principalmente por totorales y pajonales, lugar que servía para la nidificación de aves como el pajarito de siete colores (Tangara chilensis), taguas (Fulica armillata) y variedades de patos y cisnes.
El plan de manejo de la Reserva Nacional El Yali, de 2009, describe que la laguna Colejuda — la más pequeña de las tres — alberga aves como el perrito y la tagua, la más abundante en ese cuerpo de agua.
El plan también menciona que se logra avistar al pato jergón grande (Anas georgica), el pato jergón chico (Anas flavirostris) y el pato real (Anas sibilatrix).
Según Riquelme, en ese tiempo los censos que aplicaba Conaf para el monitoreo de la población de todas las especies que vivían en las lagunas arrojaban números exitosos. “Contábamos 500 taguas y aproximadamente mil cisnes por mes”, asegura.
Meza junto a Yerko Vilina y Charif Tala, este último, jefe del Departamento de Conservación de Especies del Ministerio del Medio Ambiente (MMA), realizaron desde 1989 hasta 2014 un monitoreo en el complejo de humedales El Yali — que abarca la Reserva — registrando 133 especies de aves.
Meza comentó que por esos años la zona era la única área de reproducción del cisne Coscoroba, registrando en ese período 350 individuos, y la primera área reproductiva del pato gargantillo (Anas bahamensis).
“Se veían escenas hermosas, propias de la naturaleza”, y recuerda que una vez observó cómo una ronda de 200 patos cuchara (Anas platalea) movían el agua para que los microorganismos subieran a la superficie y así poder comerlos.
La caída
Hoy el escenario ya no es el mismo. Debido a que solo la laguna Albufera se encuentra con agua, la población de todas las aves ha disminuido considerablemente, aseguró Vilina, sobre todo porque “la laguna Matanza y Colejuda están secas”, agregó el investigador.
De hecho, el censo realizado por Conaf en 2020 registró apenas 55 cisnes coscoroba, una sexta parte de lo que había en los años de abundancia.
Según Meza, la importancia de proteger la RNEY radica, entre otras cosas, en que las lagunas “son las primeras que ayudan a contener el agua de fenómenos naturales”, como marejadas o tsunamis.
No obstante, reconoce que no existe una buena legislación que apoye la conservación, situación que se agrava teniendo en cuenta que la zona centro del país está estresada hídricamente.
“Vi el humedal en pleno esplendor, verlo así me deprime”, lamentó la profesional.
El estudio
Vilina, profesor de la Universidad Santo Tomás que realiza estudios de humedales y aves acuáticas, pionero en 1989 en realizar estudios en terreno en El Yali, contó que la zona era un lugar de caza muy conocido.
“Estaba lleno de personas cazando a cisnes y patos”, señaló, y complementó que “durante años peleamos en conjunto con algunas personas de Conaf para que se declarara Reserva Nacional en 1996”.
Sin embargo, aseguró que en El Yali “quedó protegido un pedazo que no necesariamente es lo más importante de proteger”.
A eso sumó que “las cosas más importantes de El Yali están en manos de privados”.
Como ejemplo mencionó que el 85% de la población símbolo de la reserva, el cisne, vive en las lagunas contiguas que no forman parte del área protegida y que “lo poco y nada que queda en la reserva está fuertemente impactado”.
La investigadora a cargo de la línea base de agua del estudio publicado en la revista Marine Pollution Bulletin, Cecilia Rivera, bióloga química de la UPLA, señaló que la indagación surgió por la preocupación de Parks Canada — la agencia gubernamental encargada de resguardar los parques de Canadá y que financió el proyecto — debido a que muchas aves migratorias viajan desde el otro extremo del continente hacia la RNEY.
Además, el estudio estableció que es un gran humedal que sustenta la representación del 28% de la avifauna del país, junto a “18 especies de aves migratorias, 15 de las cuales provienen del hemisferio norte”.
La investigación evaluó muestras de agua para medir la temperatura del agua superficial, la profundidad, el pH, su salinidad y otras propiedades con el objetivo de proporcionar una idea del estado actual de contaminación del complejo de humedales, incluyendo la reserva.
Con los resultados se pretendía controlar la acumulación y extensión de metales pesados en las redes alimentarias de las especies que viven en el sitio.
Rivera explica que los resultados arrojaron que la calidad del agua está fuertemente intervenida por nitrógeno y fósforo, metales pesados que dan paso a un ecosistema eutrófico, es decir, que existen componentes que propician el nacimiento de algas que provocan turbiedad en la superficie e impiden que la luz del sol llegue al fondo de las lagunas, lo que se traduce en un lugar sin vida.
La académica explicó que debajo de los cuerpos de agua crece un pino de agua, que es un alga específica de la que se alimentan los cisnes, pero que la presencia de metales pesados y la eutrofización del agua impiden el crecimiento de estos pinos, afirmando que “por ese hecho las especies se van, pues no tienen qué comer”.
Además, agregó que si se permite que esta tendencia continúe, es probable que los complejos de redes alimenticias en este humedal tengan mayor riesgo de contaminación inducida por metales pesados.
“Aquello puede resultar letal para peces u otros organismos acuáticos si la duración de la exposición se prolonga”, aseguró.
Por su parte, Verónica Meza, decano suplente de la Facultad de Ingeniería de la UPLA, quien encabezó el estudio, aseveró a Mongabay Latam que también existe afectación del suelo por la flora no nativa que posee la RNEY.
“Los árboles introducidos como pinos y eucaliptos afectan el suelo en cuanto a su fertilidad, calidad y funcionalidad”, precisó.
Meza sostuvo que hace muchos años en Chile se quería controlar el avance de las dunas del sector y por ello hubo políticas que permitieron el ingreso de estas plantas.
Además, la especialista precisó que estas especies “son muy competitivas y consumen mucha agua”, agregando que el eucalipto es dañino para el suelo de la RNEY y que los pinos acidifican el suelo afectando los ciclos biogeoquímicos de las bacterias que allí habitan.
El origen de la contaminación
El estudio evidenció que esa contaminación proviene de 56 puntos de descargas de aguas residuales asociadas a explotaciones ganaderas y agrícolas ocasionales que están produciendo cambios ambientales importantes en las reservas de agua y suelo, afectando su calidad.
Además, la decano suplente indicó que debido al cambio de uso de suelo para la agricultura — ue pasó de ser zona de cultivo de trigo, cebada y legumbres a paltos y frutillas — se construyeron “pozos, tranques (repertorios de aguas) y (sistemas de) riego”.
Meza acusó que ese cambio afecta el caudal de las lagunas ya que se extrae agua desde las fuentes que las abastecen.
El estero Las Rosas, de hecho, el principal abastecedor de agua de la laguna Matanza, es uno de los más golpeados.
Meza comentó que Conaf informó de esta situación a la Dirección General de Aguas (DGA), quienes presentaron en 2016 un recurso de protección por daño ambiental ante una Corte de Apelaciones por extracción ilegal de agua.
No obstante, el fallo no fue decisivo ni tampoco se realizó “seguimiento posterior por parte de la DGA”, agregando que la usurpación de agua continúa hasta la actualidad, lo que provocó sumado a la sequía general que azota al país que “la laguna Matanza se secara”.
Por otra parte, a unos 25 metros de la laguna Colejuda, se ubica una instalación de la empresa Agrosuper S.A., productora de alimentos de origen animal como aves y cerdos.
Juan Cristóbal Velasco, subgerente de comunicaciones externas de Agrosuper, explicó a Mongabay Latam que la instalación se dedica, exclusivamente, a criar pollos y que el excremento y la orina de los animales se retira y se vende como mejorador de tierra.
“Todo ese guano es muy apetecido por los agricultores”, declaró, afirmando que la empresa trabaja en alianza con las juntas de vecinos del sector, la Municipalidad de Santo Domingo y Conaf para proteger y conservar la RNEY.
“La empresa habilitó un paso hacia la playa, además de construir baños en la entrada para los visitantes”, añadió el ejecutivo, quien destacó que todo ello se realizó dentro de las inmediaciones de Agrosuper, con el fin de evitar accesos informales dentro de la reserva.
Rivera, sin embargo, quien también integra el grupo experto UPLA del Centro de Estudios Avanzados (CEA), advirtió que Agrosuper contamina las aguas con los excrementos de los pollos que cría, además del agua que escurre por los desagües luego de hacer lavados y trabajos de desinfección del área.
“Esa agua se filtra y contamina las lagunas”, acusó, además de ser enfática a la hora de afirmar que la contaminación no solamente puede ocurrir a nivel superficial sino también por debajo de la tierra a través de las napas subterráneas.
Además, según Rivera, aunque la empresa asegure que no descarga aguas en el lugar, el solo hecho que las instalaciones estén ubicadas en las cercanías del área protegida “interviene el ecosistema”.
Lo cierto es que Conaf no tiene pruebas que la empresa esté contaminando el humedal, admitió Meza, de la Sección de Conservación.
Sin embargo, precisó que “siempre van a existir dudas cuando existe un área industrial cerca de una zona protegida”.
En 2020 entró en vigencia la ley de Humedales Urbanos — para los que se encuentran dentro y alrededor de las ciudades y sus suburbios — que permitirá darles protección y concientizar a la ciudadanía acerca del rol fundamental para el cuidado de la biodiversidad.
Esta ley, sin embargo, no resguarda a la RNEY, por ser este un humedal rural, aunque el municipio de Santo Domingo emitió en 2013 una ordenanza que apoya la conservación de todos los humedales de la provincia, incluido El Yali.
De esta forma, si bien no existe una ley de humedales a nivel nacional y los intentos de protección son parcializados, los expertos aseguran que estas iniciativas son grandes avances en materia de conservación.
Rana chilena, à la carte
Marcela Vidal, coordinadora de la Red Chilena de Herpetología, comenta que no solo las aves solían ser amigas de la Reserva El Yali, sino que también lo era “la rana más grande que existe en Chile”: la rana chilena (Calyptocephalella gayi) endémica de este país, es decir, que solo vive en esta parte del mundo, específicamente en cuencas de ríos y humedales desde la ciudad de Coquimbo hasta Puerto Montt.
Este anfibio pesa casi dos kilos, aunque existe un registro fósil que da cuenta que podría haber pesado entre tres a cuatro kilos, lo que la convierte no solo en la rana más grande de Chile, sino también de América.
Vidal explicó que su tamaño y peso se debe a que esta especie “no tiene reflejo de saciedad”, convirtiéndola en una rana muy voraz.
“Si no tiene peces en el agua para alimentarse, sale a la superficie en busca de ratones o culebras”, aseguró la experta. Además, es un fósil viviente, cuyo último linaje data de hace 110 millones de años.
Este particular anfibio está clasificado como vulnerable por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y, en línea con estándares nacionales, también se encuentra “en peligro de extinción en la zona centro-sur del país”, de acuerdo Vidal, debido a la destrucción de los humedales, el principal hábitat de la rana.
El estudio publicado en la revista Marine Pollution Bulletin constató, en 2014 y a través de los investigadores en terreno, 177 cadáveres de rana chilena en la laguna Matanzas y en las inmediaciones del estero Las Rosas producto del efecto antrópico (actividad humana) severo del uso de agua y de pesticidas por parte de los agricultores de la zona.
Ello, más la caza ilegal que se realizaba en la década de los 1990 en El Yali — y que continúa en otros lugares del país donde todavía quedan ranas — produjo paulatinamente la desaparición de esta especie en la RNEY.
Vidal cuenta que las personas acostumbraban cazar a la rana chilena como recurso alimenticio “para comerlas en sus casas o venderlas a restaurantes que las ofrecían en sus platos”.
Para evitar este hecho, el Estado ideó en la década de 1990 un plan para promover la venta de estas ranas pero a través de su crianza.
Sin embargo, eso no dio resultado “porque es muy costoso mantenerlas”, detalló la coordinadora.
“Requieren de mucho alimento y se necesitan al menos 3 años para que maduren y se puedan vender”, expandió.
La gente, al ver que seguía existiendo “un mercado interesado en comprarlas”, comenzó a cazarlas para venderlas ilegalmente en esos años, a pesar que desde 1998 la rana se encontraba protegida por “la ley de caza que prohíbe la captura y caza de la especie”, recordó la investigadora.
“No podemos ser bipolares al momento de definir estrategias para la rana, es decir, ¿es una especie vulnerable o un recurso natural renovable?”, inquirió Vidal.
“Si está vulnerable y está prohibida su captura, entonces, ¿por qué considerarla para consumo humano, si en todos estos años ningún criadero ha dado resultados importantes?”, criticó la experta aludiendo a la iniciativa del MMA para crear ranarios en el país.