Hace 39 meses, exactamente un sábado 21 de marzo a eso de las 11:00 horas, Osorno salía al mundo por una convulsionada ceremonia de asunción, donde Juan Barros Madrid asumía como prelado de la provincia en medio de un quiebre religioso, ya que –junto con él- llegaba una sombra marcada por acusaciones de encubrimiento de abusos sexuales por parte del exsacerdote de El Bosque, Fernando Karadima.
Una ceremonia que debía ser en medio de un ambiente de fervor y alegría, sin embargo, de ello nada hubo, sino que protestas, golpes y piquetes policiales resguardando el mayor símbolo del catolicismo en la ciudad, la catedral San Mateo.
Un caos que hacía presumir que la agitación de las aguas de la fe no se calmarían tan fácilmente, porque el día en que debía primar la unión, la esperanza y por sobre todo la fe, rejas metálicas se interponían entre la fuerza pública y la comunidad que intentaba llegar hasta el templo, como lo hizo ver el entonces concejal, Carlos Vargas.
De esa forma transcurrieron los meses, donde el movimiento de laicos disidentes cobraba mayor relevancia, por la lucha donde exigían ser escuchados, pese a las voces que los tildaban de agitadores y poco cristianos.
Fuerza que trascendió los límites geográficos tornándose en un punto central de análisis, ya que se habían transformado en los férreos opositores de Barros Madrid, a quien seguían a sol y sombra con protestas, funas y velatones.
Sin embargo, en medio de esa contingencia, el máximo líder de la Iglesia Católica, el papa Francisco apareció en Roma tratando a la dolida comunidad osornina de tonta y zurda, situación que más que acallar el movimiento, implicó un nuevo impulso a las manifestaciones que ya se replicaban en distintos puntos del país.
Para el ahora exobispo de Osorno, Juan Barros, las palabras del Papa eran un aliciente a seguir frente una iglesia ya a esas alturas polarizada, aunque las preguntas sobre su cercanía con Karadima y sus abusos le seguían por todas partes. En un tono cansado pedía ayuda para mirar hacia adelante.
A esto se sumaron las declaraciones del obispo de Los Ángeles, Felipe Vacarreza, quien participó de la ceremonia en que éste asumió como prelado local. Instancia en que llamaba al pueblo católico a la obediencia para quien era el “sucesor de Pedro en la tierra”.
Pero el llamado no surtiría efecto. De hecho se sumaron cuestionamientos de sacerdotes que pedían explicaciones por mantenerlo en el cargo.
Fue el conocido sacerdote de origen Alemán, Peter Kliegel, quien dejaba el silencio y la reflexión de los templos, para exteriorizar su preocupación por la situación en la comunidad católica local.
Luego de casi dos años de protestas, finalmente se confirmó la visita del jefe del estado vaticano a Chile, donde su mensaje “Mis paz les doy” claramente quedó relegado a segundo plano y al dejar nuestro país insistía en la defensa de Juan Barros.
Pero algo paso en su vuelo de regreso a Roma. Se había dado cuenta que pedir pruebas a quienes denuncian abusos, era ofenderlos.
En Chile aparecieron declaraciones como las del cardenal Francisco Javier Errazuriz, sindicado conocedor de los abusos, y también del arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati, el que dijo desconocer la omisión de antecedentes ante el Papa para el nombramiento de Juan Barros en frente de la Iglesia Católica en Osorno, pero agregó que lo que estaba claro es que debía renunciar.
El silencio del obispo de Osorno se acentuó y Walter González -quien fue ordenado sacerdote por él- hablaba de deslealtades hacia Juan Barros, lo que agregó, explicaría el agotamiento que lo llevó a ausentarse.
La salida de Juan Barros desde la diócesis de Osorno, finalmente resultó ser una crónica escrita en 39 meses, la que concluyó su primera etapa durante la madrugada de este lunes, cuando el Vaticano confirmó que el máximo líder católico finalmente aceptó la tercera renuncia de Juan Barros Madrid.
Las reflexiones son muchas, pero también las interrogantes. Por ejemplo, ¿La acción de los laicos puede interpretarse como una nueva forma de expresión en la Iglesia Católica?¿El cambio permitirá que finalmente los miembros de la Iglesia Católica en Osorno hagan las paces y trabajen por la misma fe que los mueve? o ¿Hasta dónde la dirección divina realmente inspira elegir a sus representantes?