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Pubertad interrumpida: niños trans inician tratamiento hormonal en medio de controversias

Colaboración de Sabine Drysdale

29 mayo 2024 | 15:40

El aumento de niños que se declaran trans está avanzando rápidamente. De hecho, según cifras del Ministerio de Salud, los procesos de transición en menores han mostrado un crecimiento significativo. En 2023, el Ministerio reportó que 1.202 niños ingresaron a su programa "Crece con Orgullo", y se proyecta que para 2024 se sumarán otros 2.940. Esto significa que, en solo dos años, más de 4.000 niños habrán sido atendidos, a pesar de la falta de consenso en la comunidad médico-científica y el retroceso en varios países europeos sobre aplicar tratamientos.

Nota: los nombres de los niños han sido cambiados para proteger su identidad.

En un día de marzo de 2020, Andrés, de 15 años a quienes sus padres describen como dulce, soñador y algo melancólico, les entregó “la carta”: con letra infantil escribió que era mujer, pidió que no le hablaran más del tema y que lo llevaran a un endocrinólogo para que le recetara hormonas para su transición.

“Todavía no soy capaz de expresar lo inesperado de la revelación”, dice su madre. Y luego agrega: “Algo no me calzaba: siempre lo vi cómodo con su sexo, no era afeminado. Nada me hacía pensar que su vida había sido un error. ¿Podría haber estado tan desconectada?”.

Cuando les entregó la carta, Andrés estaba siendo tratado por una sicóloga por una depresión severa. A la profesional, tampoco le calzaba esta epifanía y pidió a una colega una prueba de Rorschach. El informe reveló síntomas ansiosos, depresivos, riesgo suicida y puntualizó que “hay momentos en que no puede apreciar la realidad de manera objetiva”, y sugirió avanzar en la transición.

El padre quedó extrañado.

“¿Cómo es posible que alguien que no puede ver la realidad en forma objetiva esté en condiciones de tomar decisiones tan radicales?”. Sin embargo, el hijo insistió que lo llevaran a un “experto en género”. A los padres les hizo sentido. Ameritaba profesionales con experiencia. Partieron a la consulta de un destacado psicólogo experto en adolescencia y docente de la Facultad de Sicología de la Universidad Católica.

“La experiencia fue durísima”, dice la madre. “Después de dos sesiones nos dijo que el problema era nuestro porque nos resistíamos al duelo por la pérdida de nuestro hijo”. También les advirtió, amenazante, que esto se trataba de un tema de derechos humanos. “¿Por qué los especialistas insistían en dejarnos fuera, en clarificar que no sabíamos nada? ¿Por qué tomaban la declaración de nuestro hijo como premisa absoluta?”

Cuando decidieron no llevarlo más, el sicólogo le escribió un whatsapp a Andrés para acusar la traición de sus padres. Luego llegaron a la psiquiatra experta en género Paz Quinteros ellos solos. “Le dijimos estamos llenos de dudas, nuestro hijo nunca ha mostrado ningún rasgo de que actúe como niña y queremos una evaluación. Estábamos bastante confiados que no iba a salir nada, y ella nos dijo: ‘no lo tramiten más y tráiganlo’”, cuenta la madre.

“Tremendo doble estándar”

Tras dos sesiones le diagnosticó disforia de género, el malestar síquico que afecta a las personas cuyo sexo biológico no coincide con el género con el que se identifican, y los derivó al endocrinólogo de la red UC Christus, pionero y referente en pediatría trans, Alejandro Martínez, para que iniciara el tratamiento, no sin antes advertirles: “la tasa de suicidio en niños que no son apoyados por sus padres es altísima” (VER ENTREVISTA AL FINAL DE ESTE ARTÍCULO).

Aterrados, llegaron a la consulta de Martínez. De ahí Andrés salió con una receta de triptorelina, un bloqueador de pubertad inyectable que fue indicado “a permanencia” para congelar su desarrollo. Así, suspendido en un cuerpo infantil, tendría tiempo para pensar si continuaba con hormonas cruzadas, en su caso estrógeno, para feminizar el cuerpo.

La triptorelina es un medicamento indicado para el cáncer de próstata avanzado y el tratamiento por periodos acotados en casos de pubertad precoz. Consultados, la FDA de Estados Unidos y el IPS de Chile, dijeron que no está aprobado para su uso como bloqueador de pubertad para niños en tránsito.

Andrés también salió de la consulta con la indicación de congelar espermios: iba a quedar estéril. El padre quedó perplejo. Hacía un tiempo había acudido a un urólogo de la misma clínica para practicarse una vasectomía. Con cuarenta años y tres hijos sentía que había completado su familia, sin embargo, el médico le negó la operación. “Me dijo: ‘En la Católica no hacemos vasectomías, porque es política de la institución no alterar el curso natural de la vida, no inducir artificialmente algo que altere la reproducción’”.

Pero no tenían reparos en dejar a su hijo de 15 años infértil.

“Tremendo doble estándar”, dice.

El médico también le informó que arriesgaba una osteoporosis. Al padre le pareció raro que no le hayan pedido una evaluación psiquiátrica y que no tuvieran que firmar un consentimiento informado.

–¿Qué dijo su hijo sobre todos estos efectos secundarios?

–Él estaba dispuesto a asumir todos los costos. Nos dijo ‘yo quiero ser feliz y esto que me está pasando me duele’. El sufrimiento es real, y para los padres es una pesadilla, porque nuestros hijos nos presionan para avanzar. Pero ¿has visto a algún adolescente que piense en el largo plazo? No. Les importa lo que quieren hoy y les cuesta salir de sus convicciones.

Investigando, llegaron a la Agrupación Amanda, en España, donde tomaron contacto con otros padres. Había casos idénticos y “la carta” era parte del libreto.

“Te tiro la bombita pero no hablamos más del tema”, dice el padre. “El patrón es el mismo, tú les preguntas ‘¿desde cuándo?’ y dicen ‘desde siempre’, también usan mucho la frase ‘no encajo’. Él ya había averiguado, sabía qué decir, qué no decir, tenía un discurso copy paste. Entre los mismos niños se hacen coaching, ayudados por activistas en redes sociales”, dice la madre.

Decidieron avanzar lo más lento posible para ganar tiempo. Cuando él pedía que le compraran las inyecciones, le decían que antes tenía que hacerse exámenes y otras dilaciones. Pero el desenlace se aceleró cuando llegó a sus manos el libro “Un daño irreversible: La locura transgénero que seduce a nuestras hijas”, investigación de la periodista del Wall Street Journal, Abigail Shrier, que salió elegido libro del año por The Sunday Times y The Economist.

Ahí decía que más del 95% de los niños que empiezan con bloqueadores de pubertad pasan a hormonas cruzadas y completan su tránsito.

“O sea, era un pasaje de ida, sin retorno y dijimos ¡no! Andrés se enrabió, hubo una confrontación muy fuerte y empezamos una terapia familiar donde acordamos que íbamos a hablar del tema de género en las sesiones para no llevarlo a la casa. Hubo sesiones duras, pero varias donde hablamos de las cosas positivas que tenía nuestra familia. Él empezó a crecer, terminó la pandemia, salía con los amigos, le empezaron a gustar las niñas, y él a ser de gusto de niña. Vivió la vida de una adolescente común y corriente. A medida que el tratamiento para la depresión comenzó a funcionar, la disforia se disipó. Hacia el final de las sesiones nos dijo ‘esto tiene que ver con otra cosa, con una inconformidad más personal’, porque lo trans es una forma de negarse a uno mismo, es como decir esto que tú estás mirando no soy yo. Lo que hicimos fue un refuerzo de autoestima muy consciente, incentivamos el pensamiento crítico, tiramos muy abajo todas las redes sociales y nos vinculamos muy fuerte como familia”, cuenta la madre.

Andrés hoy tiene 18 años y una polola.

Hay un problema que lo acecha desde entonces, sin embargo. Esa vez que asistió al endocrinólogo, este le preguntó si usaba un nombre social y al decírselo quedó sacramentado en su ficha clínica. Ahora, cada vez que asiste a una consulta médica o va a realizarse un examen en la red UC Christus, en el altoparlante se escucha su nombre femenino.
Sus padres optaron por cambiarse de clínica.

“Sensibilizar o denunciarlos”

Inglaterra, uno de los países a la vanguardia en el tránsito de niños, acaba de prohibir el uso de bloqueadores de pubertad en el sistema público de salud (NHS), salvo en pruebas clínicas. Ya había cerrado la emblemática clínica Tavistock, de referencia nacional para el tránsito de menores, junto con el servicio de identidad de género (Gids), después de que Keira Bell, una expaciente que “detransitó”, decidió echar pie atrás a su tratamiento masculinizante para volver a ser mujer, los demandara.

Voces disidentes del personal médico, además, habían denunciado que se estaba bloqueando a niños en forma acelerada, tras apenas una sola consulta y sin indagar en posibles trastornos siquiátricos. A eso había que sumarle que las cifras de menores con incongruencia de género se habían disparado: si en 1997 habían llegado 97, para 2018 sumaban 2.590, y en el 76% de los casos correspondía a mujeres. El Gids aplicaba en sus evaluaciones el “enfoque trans afirmativo”, donde el sólo hecho de que un niño se auto perciba atrapado en el cuerpo equivocado, basta para ofrecerle y apoyarlo en tratamiento para transitar.

Este es el mismo enfoque que se aplica en Chile en toda la red pública y en algunas clínicas privadas y que apoya el Colegio Médico. El 31 de marzo en su cuenta de X publicó: “En el #DíaDeLaVisibilidadTrans, Dre. Javi Orellana, nos cuenta qué es una persona trans y por qué se conmemora este día. Desde #Colmed reiteramos nuestro compromiso con una atención inclusiva, afirmativa y respetuosa con las personas trans, que facilite su acceso a la salud”.

La circular número 5 sobre “sobre la atención de salud de infancia y adolescencia trans y género no conforme” del Ministerio de Salud (2022), dice que a los niños “se le atenderá́ afirmando su identidad” y agrega que “no se patologizarán las diferentes identidades”, porque “no están enfermas ni padecen un trastorno”.

El ministerio de Educación en su circular 812 “que garantiza el derecho a la identidad de género de niñas, niños y adolescentes en el ámbito educacional” obliga a los colegios a respetar el nombre social de los mayores de 14 años que soliciten cambio de identidad, incluso sin el apoyo de sus padres, y a adoptar medidas como uso de baños, camarines y uniforme del género con que se identifican.

El ministerio de Desarrollo social señala en sus “Recomendaciones para la implementación de los programas de acompañamiento para niños, niñas y adolescentes trans y género no conforme” que a los adolescentes mayores de 14 años se les debe “proveer acceso a información sobre métodos seguros para modificaciones reversibles: como entrenamiento vocal, fajamiento de busto, depilación láser, prótesis de pene y derivarlos para tratamiento hormonal o cirugía de modificación corporal”.

Ante los padres que se oponen a estas medidas, que se califican como “resistentes”, los funcionarios de la salud tienen dos opciones: intentar sensibilizarlos o denunciarlos a la justicia, señala el citado documento.

Parte del mundo universitario también se ha sumado a esta tendencia aplicándolo en la formación de profesionales. Una de las instituciones más comprometidas es la Universidad Diego Portales, a través del Centro de Estudios en Psicología Clínica y Psicoterapia (CEPPS) y su “Proyecto T”, que dirige el psicoterapeuta analítico y docente Claudio Martínez y donde hace su investigación doctoral en adolescencia transgénero el sicólogo trans afirmativo Christian Spuler.

Ahí ofrecen un servicio gratuito de psicoterapia trans afirmativa con “enfoque de derechos humanos” para niños en edad escolar con quienes practican terapia sicológica los estudiantes de esa carrera. También ofrecen sesiones de entrenamiento vocal con fonoaudiólogos. En 2022 firmaron un convenio con el Liceo de niñas Carmela Carvajal, de Providencia, para atender a la población trans de esa escuela y a sus padres.

Preocupado por las cifras disparadas de niños con incongruencia de género, el NHS de Inglaterra, le pidió a la destacada pediatra independiente, Hilary Cass, un pormenorizado informe sobre el tema, que salió a la luz pública en abril pasado. El Cass Review, señala que los tratamientos en niños con incongruencia de género se han sustentado en evidencia poco sólida, estudios de mala calidad, con efectos secundarios que superan los beneficios. Afecta a un grupo vulnerable con infancias traumáticas y problemas de salud mental, que van más allá del género, y que deben ser tratados por especialistas.

A diferencia del enfoque afirmativo, apunta a una intervención psicosocial, no con el fin de intentar cambiar cómo el niño se percibe, sino que para explorar sus inquietudes y aliviar su angustia, independiente de si luego opta por la vía médica, que no siempre será el mejor camino ya que un diagnóstico de disforia en la infancia no es predictivo de que la incongruencia permanezca en el tiempo.

Señala que los bloqueadores de pubertad plantean riesgos para el desarrollo neurocognitivo, la vida sexual y la salud de los huesos y que están lejos de servir para “ganar tiempo” ya que la mayoría pasa a hormonas cruzadas. Éstas, sugiere, se deben prescribir a mayores de 18 años. Además, niega que exista evidencia para afirmar que el tratamiento con hormonas reduzca el riesgo de suicidio en esta población, que es la razón que se suele esgrimir para su prescripción.

El informe Cass produjo un terremoto en la salud trans y varios países europeos han respondido con criterios ultraconservadores para medicalizar a niños y en Francia un grupo de senadores, quieren prohibir los tratamientos de transición para menores de 18 años calificando esta práctica como “uno de los mayores escándalos éticos de la historia de la medicina”.

En Chile aún no se toman medidas y los procesos de tránsito en menores siguen su curso a una velocidad insospechada. En su última cuenta pública, la semana pasada, el ministerio de Salud informó que en 2023 entraron 1.202 niños a su programa de apoyo a la identidad de género (Paig) “Crece con orgullo” –que los asesora en su proceso de tránsito– y que proyecta que para 2024 entrarán al programa otros 2.940 niños. Es decir, en dos años, habrán atendido a más de 4.000 niños con incongruencia de género. Una cifra elevada para una materia donde no existe consenso en la comunidad médico-científica y en que varios países europeos empiezan a retroceder.

La misma presidenta de la sociedad de Endocrinología, doctora Francisca Ugarte, en 2016, cuando se discutía la ley de Identidad de género expuso ante los parlamentarios que no debieran incluirse a los menores de edad en la ley, ya que, argumentó el 80% a 95% de los niños que presentan disforia lo superan durante la pubertad y es apenas una minoría la que persiste.

Sus declaraciones generaron polémica y fue acusada de transfobia por el activismo y el Movilh la trató de “fraude”. Esa podría ser la razón por la que la Dra. Ugarte haya declinado a participar en este reportaje. En esa línea la Dra. Cass, señala que los jóvenes que hoy buscan tratamiento han quedado atrapados en medio de un discurso tóxico y un debate asfixiante y polarizado y pidió que se dejara de lado la animosidad para buscar un consenso compartido. Sin embargo, después de publicar su informe ha recibido tantas amenazas que las autoridades británicas le recomendaron que no usara el transporte público. El informe Cass, también ha puesto en alerta a muchos padres chilenos que se han sentido presionados para someter a sus hijos con disforia a tratamientos que consideran acelerados.

¿Usted me podría decir Martín?

“Hola Melisa, cómo estás”, le dice la doctora al otro lado de la pantalla.

Melisa mira a su madre, luego a la cámara y le responde: “¿Usted me podría decir Martín?”

La voz de la niña se escucha baja, tímida, quizás asustada. Tiene quince años y esta es su primera consulta con una ginecóloga. Quiere tratarse una explosión de espinillas y también suprimir su regla. La mitad de las mujeres de su curso, comenzaron a identificarse como hombres y ella tampoco quiere seguir siendo una niña. Llorando, le dice a su mamá que en las fiestas emborrachan a las chicas para abusar de ellas. Lleva un cuchillo cartonero en la mochila por si alguien le hace algo en la micro. Se siente vulnerable. Odia ese sangramiento que se lo recuerda.

Melisa, asiste a un colegio de élite donde tiene muy buen rendimiento académico, sin embargo, le cuesta integrarse al curso y las pocas amigas que tiene no pertenecen a la categoría de populares. Es retraída, fóbica y algo infantil. No entiende las bromas ni el doble sentido, tampoco detecta el bullying, por lo que su pediatra sospecha de un posible trastorno del espectro autista.

Melisa podía pasar el tiempo rescatando hormigas que se ahogan en la piscina, observando cómo se secan al sol, hasta que por el encierro de la pandemia y las clases online accede por primera vez a un celular, descubre las redes sociales y la incluyen en un grupo de whastapp. Al poco tiempo empieza con severas crisis de angustia. Tiene ataques de llanto. Su mamá decide revisarle el teléfono. De sus amigas del grupo una es hospitalizada por un intento de suicidio, otra sufre bulimia y otras se cortan los brazos.

“Cuando leí los mensajes casi me morí. Se daban recetas para vomitar, para cortarse y modificar el cuerpo”, dice.

Había pantallazos de los cortes. Eran profundos, lonjas que dejaban ver músculos y tendones. Tras indagar en la web se entera de que tienen relación con este cambio de identidad: ‘Cuando se rechaza el cuerpo hay que abrirlo para ver qué hay adentro, porque ahí estaría tu verdadero yo’, leyó.

“Entendí el nivel de angustia en que estaba la Melisa y la fui a abrazar y llorando y le dije estoy tan orgullosa de ti porque la pobre estaba tratando de contener la locura de estas otras cabras”, cuenta.

Al salir del encierro su hija se cortó el pelo y empezó a salir a la calle con ropa ancha. De regreso en el colegio pidió que comenzaran a decirle Martín. En este contexto de drama, pensando que sería algo inocuo, su madre cedió al cambio de nombre. Siguiendo los protocolos impuestos por el Mineduc en su circular 812, donde a partir de los catorce años un niño, incluso sin necesidad de la autorización de sus padres, puede pedir cambio de nombre social y ser tratado por el género con el que se identifica, el rector envió un correo para informar a la comunidad y autorizó a que usara el baño y camarín de los hombres.

Pero rápidamente la madre se dio cuenta de que quizás esta no había sido una buena idea, menos aún en una niña con problemas de integración social. “Era el camino a la perdición. Porque la condena a comportarse como un Martín que no existe, que no nació acá, que no estuvo durante estos últimos quince años acá y ahí se produce la verdadera disforia porque Martín tiene tetas y menstrua. Y empieza la presión para que el cuerpo de Melisa se adecue al cuerpo de Martín”.

Entonces, cuando su hija le comenta que una de sus amigas va a ponerse un implante de anticonceptivos para suprimir su regla, alarmada, decide adelantarse y pide una hora de telemedicina en la red UC Christus, donde suele atenderse, con una ginecóloga infanto juvenil cualquiera. Tiene la esperanza de que le indique los riesgos y desista; es una niña miedosa. Sin embargo, la conversación gira en una dirección inesperada. Instintivamente la madre decide grabarla.

–¿Ya hiciste la transición social? –le pregunta la doctora.

–¿Cómo definiría transición social? –responde la niña con su voz apenas audible.

–Cuando tú dijiste: sabís qué, quiero que me digan Martín.

–Apenas lo tuve claro para mí se lo dije a todo el curso.

–A eso nosotros le llamamos transición cuando tú dices: yo soy Martín. Y está el cambio en el Registro civil que es bien power y que ya puedes hacer por tu edad. Hay cosas importantes que tenemos que decidir, porque yo te puedo dejar sin regla para bajar la disforia, esa sensación de no quererla, eso que te recuerda que en un momento fuiste Melisa, pero también es bueno saber cómo te gustaría proyectar esto. No sé si tú cachai que acá tenemos un equipo bien power que trabaja con chicos y chicas que buscan hacer la transición hormonal. Somos varios especialistas, yo soy la gine, está el equipo de salud mental, están los endocrinos que son los que hacen las terapias hormonales, con estrógeno o testosterona dependiendo de si es chica o chico, y también tenemos un equipo de cirujanos que son los que operan las mamas. Yo también trabajo en el hospital Sótero del Río donde operan la genitoplastia, entonces, hay técnicas para para regodearse. Donde tú quieras yo te puedo mandar. Si Martín se quiere hacer una mastectomía yo lo puedo derivar, pero si se quiere sacar los ovarios yo voy a pelear por sus ovarios a morir porque son los que cuidan el hueso para que no tenga osteoporosis en el largo plazo.

“Cortamos el zoom y me dijo ‘qué brígido’. Y yo: ‘qué-brigido-qué’. ‘Que sin revisarme me haya derivado al endocrinólogo. Que haya ofrecido cortarme los senos y ni me preguntó cuánto ni media ni cuánto pesaba’”.

Salieron de la consulta con una receta de anticonceptivos. A las dos semanas de usarlas, le vino un sangramiento brutal.

“Esto es una mierda”, le dijo a su mamá y botó las píldoras a la basura.

“Un acto de fe”

“Yo lo encuentro terrible”, dice la madre de Josefa, una adolescente trans, cuando le comento que los bloqueadores han sido prohibidos en Inglaterra. “Es la inyección más dolorosa del mundo, vidrio molido, pero yo lo hice por la Josefa”.

–No hay estudios a largo plazo de sus efectos en niños, es bastante experimental.

–Y yo te hago la pregunta, ¿qué haces? ¿esperar que le saliera la barba? ¿la manzana de adán? ¿le cambiara la voz? ¿Qué?

A los dos años, Benjamín, les dijo a sus padres que era una niña y de a poco empezó a vivir una doble vida. Hombre en el colegio, uno católico del sector oriente, y en la casa se ponía vestidos y pintaba las uñas.

“Para nosotros fue una sorpresa absoluta, completamente removedora y profunda, que nos cambió la vida. Y fue desde el más completo desconocimiento, porque yo ni siquiera sabía que existía el término trans. Yo conocía algo sobre travestis y había visto drag queen”, cuenta el padre.

Esta peculiaridad se hizo aún más real cuando nació su hermano chico. “Nosotros nos cuestionamos harto, al principio no sabíamos si era normal o no, era nuestro primer niño, nos parecía raro, pero cuando nació su hermano chico, esto se nos hizo tan evidente, pero tan evidente. A él le gustaban las pelotas, los autitos, se ponía la ropa del papá y Josefa tomó una actitud maternal con él. Hasta el día de hoy duermen juntos y se aman”, dice la madre.

Después de varias consultas con médicos y psicólogos, a los seis años le diagnosticaron disforia de género.

“Es fregado. Yo lo único que yo quería era un examen. El único test, me dijo el médico, es que le haga una prueba hormonal, y va a salir que tienes un hijo hombre. Al final termina siendo un acto de fe, te creo o no te creo. Yo dije te creo, voy contigo, te acompaño en el proceso”, dice el padre.

“Lloramos, pataleamos”, dice la madre. “Si me preguntas a mí, todavía quiero que se arrepienta, su vida sería tanto más fácil, pero ese acto de fe que haces significa verlos pasar de la oscuridad a la felicidad y la realización”.

Benjamín había empezado a apagarse, a ponerse introspectivo. Empezaron a temer.

“Cuando nosotros partimos con esto había una estadística mundial, de que el 60% de los chicos trans se suicida. Era nuestra espada de Damocles”, dice la madre y decidieron iniciar el proceso.

A los ocho años hizo el tránsito social en el colegio, donde recibieron el más amplio apoyo de las autoridades y la comunidad, y a los doce el Dr. Alejandro Martínez de UC Christus, su médico de cabecera, le recetó los bloqueadores.

Josefa aparece en la cocina vestida con uniforme escolar, el pelo largo, liso, un leve maquillaje. A sus 15 años, lleva más de la mitad de su vida como mujer. Ya está en tratamiento con hormonas cruzadas y el estrógeno hizo que se le ensancharan las caderas y le asomaran los pechos.

“Llegué a un punto que me identifico totalmente como mujer y me da lo mismo que tenga pene. Y si me llegara a complicar me quedan dos años para cumplir 18 y me puedo operar”, dice con total naturalidad. “Desde muy chica he sabido aceptarme y vivo en un ambiente muy privilegiado porque que mi familia siempre me apoyó”.

Tampoco tiene problemas con su antigua identidad masculina. En su casa hay una pared llena de fotos de cuando era Benjamín. “No es algo que me acompleje”, dice con su voz que permaneció aguda gracias a los bloqueadores.

–¿Alguna vez has dudado?

–Nunca. De chica estuve convencida de que algún día iba a poder cambiar mi cuerpo. Yo decía, esto no calza.

–¿Te preocupan los problemas de salud que implica el tratamiento? Ser estéril, la osteoporosis, hipertensión, entre otros.

–Uno nunca va a pensar tanto a futuro. Pueden pasar miles de cosas de aquí hasta que pase eso, pero yo ya me sentía lista, estaba convencida de que tenía que hacerlo, porque no estaba cómoda con mi cuerpo. Me decían Benjamín, pero yo no me sentía así y era extremadamente doloroso. Yo soy más feliz ahora porque pude ser quien yo era. Si me dices que esto me va a traer un problema de salud en el futuro, bueno, pero pude tener todos estos años en que pude ser yo. Y eso es mucho mejor

***

Juan Carlos Tapia abre la puerta de la fundación Juntos Contigo que dirige, el piso seis de un edificio en Ñuñoa. La oficina, donde recibe a los niños que buscan asesoría para su proceso de transición, es un lugar neutro, casi clínico, apenas un par de sillas, una mesa y una caja plástica transparente llena de muñecos y juguetes.

Quizás lo más llamativo aquí sea él mismo, su hablar hiperbólico, estereofónico, modulado, como si todo el tiempo estuviera explicando algo muy difícil, y su barba tupida, lisa, coronada por un bigote en punta y enrollado como el del pintor surrealista Salvador Dalí.

Otra particularidad: entró en este negocio hace más de una década después de que su entonces hija le dijera que era un niño atrapado en el cuerpo equivocado.

“Y como dice el dicho por ahí, si la vida te da limones… Sólo te puedo decir que a la fecha hemos atendido 653 familias”.

–¿Y de esos 653 niños cuántos han transitado?

–Todos.

–¿No hay deserciones?

–No existen.

La Ley 21.120 de Identidad de género, promulgada en el segundo gobierno de Sebastián Piñera, permite que los niños entre 14 y 17 años cuya identidad no coincida con su sexo biológico puedan cambiar su nombre y sexo registral con la autorización del Tribunal de Familia. Además, dispone que “podrán acceder a programas de acompañamiento” desarrollados por el Estado junto a organizaciones de la sociedad civil.

Durante el actual gobierno de Gabriel Boric el ministerio de Desarrollo social, en colaboración con el ministerio de Salud, fue más allá y sin que la ley ni su reglamento lo mencionara, redujeron la edad para recibir esta asesoría a los tres años y agregaron la obligación de usar el enfoque afirmativo.

Así consta en el programa de apoyo a la identidad de género Paig, “Crece con orgullo”, “dirigido a personas trans y de género no conforme de 3 a 17 años y a sus familias, a través de tres componentes: atención género-afirmativa, orientación familiar e inclusión de niños, niñas y adolescentes en el entorno educacional”.

Los niños tienen que consentir, con su firma o una raya cuando aún no saben escribir su nombre.

Tapia colaboró en la elaboración de esta política pública y dirige la única fundación privada acreditada por la subsecretaría de la Niñez para proveer acompañamiento. También ha hecho capacitaciones a doce universidades, sesenta colegios, nueve municipalidades, al Registro Civil, varios hospitales, a Cesfam, Carabineros, al Sename, al ministerio de Educación, e incluso a la propia subsecretaría de la Niñez que lo acredita. Ahora mismo en su Instagram está promocionando un diplomado para el segundo semestre de 2024 dirigido a profesionales, líderes de ONG y agrupaciones que trabajan con niños trans en toda Latinoamérica. El programa, que es online, dura 200 horas académicas y cuesta $457.000.

Lo común en esta pyme de acompañamiento es que la primera en consultar sea la madre que de a poco irá involucrando al resto de la familia; los padres suelen ser más reacios. La primera entrevista la hace él mismo junto a una trabajadora social y dura una hora y media. Les da una charla sobre diversidad y deriva al profesional más idóneo para acompañar el proceso.

“Aquí hacemos la labor completa bio-sico-socio-médico-educativa-legal. Tenemos una red de profesionales con la que hemos visto muchos casos. Somos un apoyo, una guía para que la gente pueda comprender el proceso. No tienen ninguna certeza, saben que algo ocurre, pero no muy bien qué, entonces hay que entregarles material bien específico con relación a la infancia”.

–¿Ustedes trabajan con endocrinólogos o derivan?

–Tenemos una red de profesionales con la que hemos visto muchos casos. El Dr. Alejandro Martínez de la Universidad Católica es de las personas que nos ha apoyado desde el principio en el tema hormonal, sabe mucho.

–¿Y derivan a mastectomías?

–Por supuesto y se hace en la etapa de adolescencia, 15 años a 16 años.

–¿Eso depende del criterio del doctor?

–Depende del criterio familiar. Son las familias las que se van educando y evaluando qué es lo que les hace bien a sus hijos y van tomando decisiones.

–Quedará sin la capacidad de amamantar si quisiera ser madre y perderá toda la sensibilidad erógena.

–Yo me atrevería a decir que una persona que está en un proceso de tránsito que lleva muchos años de acompañamiento con profesionales y cuya familia se ha informado muchísimo y está viendo que los pechos de ese niño le están generando un tremendo daño, lo beneficioso para este infante es realizar una cirugía.

–¿A los quince años tiene la madurez, cuando el cerebro termina de madurar a los 25?

–Pero cuántas personas adultas no son maduras.

–¿A los quince años no puede manejar, comprarse un cigarro, una cerveza ni casarse, pero puede decidir cortarse los pechos?

–Son los padres los que toman las decisiones de los hijos. Créeme que lo que tú acabas de argumentar es muy recurrente.

Juan Carlos Tapia explica que cuanto antes lleguen los niños a sus manos, mucho mejor.

–Entre los 3 y 11 años el infante todavía no viene tan dañado. Son los padres los que tienen que adquirir herramientas para lidiar con el proceso y no que el niño tenga que estar en psicoterapia. No tiene ningún sentido.

–¿Por qué no debería ir a terapia?

–Porque auto percibirse diferente a tu sexo genital es algo natural. Porque el niño es trans de toda la vida, no es algo inventado. No es algo que le esté generando un daño a esta persona. ¿Qué es lo que genera el daño? El rechazo. Los padres son los primeros que generan los daños emocionales y de inseguridad a los niños. Entonces ¿quién tiene que estar en terapia, el infante o yo?

–¿Los padres pasan a ser el primer enemigo del hijo?

–Absolutamente, pero por desconocimiento. Cuando un infante quiere transmitirle a la familia lo que está viviendo, se arma de valor, hace un trabajo de joyería para intentar explicarles con una carta, un mensaje de texto, un audio o simplemente enfrentándolos directamente, lo que le está ocurriendo y se encuentran con un tremendo rechazo y ahí aparecen trastornos alimenticios, cuadros ansiosos, depresivos, intentos de suicidio, que son las comorbilidades que les genera este cuadro.

–¿Entonces todos estos cuadros psiquiátricos en los adolescentes son causados por el rechazo de los padres?

–Absolutamente. No es que el niño a propósito de su proceso de tránsito vaya a estar viviendo inconvenientes en su salud mental.

–¿Y usted qué estudió?

–Soy diseñador gráfico y programador web.

Una notificación del juzgado

“Usted tiene que asumir que su hija se murió y que le ha nacido un hijo”.

La frase, dicha por la psicóloga del Cesfam, le heló los huesos a una feriante de una comuna modesta del sur de Santiago. “¡Esto no puede ser! ¡Estamos hablando de una niña de 12 años!”, replicó la mujer desesperada. “¿No será más fácil ayudar a que la niña se conozca y más adelante ver esto?”

Pero sus palabras rebotaron en la terapeuta, que además la derivó a una ONG donde podría conseguir las hormonas.

Había llegado hasta el Cesfam por recomendación del colegio. Unos días antes la directora los había llamado porque su hija estaba con síntomas depresivos y ansiosos porque estaba sufriendo bullying. Sin embargo, la conversación tomó un giro insospechado. Les dijeron que su hija era transgénero.

“Fue una camionada de agua fría”, dice el padre. “Ella jamás había dado alguna señal en ese sentido”, agrega la madre. De regreso en la casa, cuando le preguntaron, dijo: “No me siento ni hombre ni mujer, soy sólo un ser”.

Indagaron más y se enteraron de que en su grupo de amigas, que eran seis, todas usaban nombres masculinos, y que a su hija la habían bautizado como Bayron. Una de ellas incluso estaba en tránsito con bloqueadores de pubertad. Impactado, el padre increpó a la directora. “Nos dijo que estaban obligados a aceptarlo porque son las normas del ministerio de Educación. ¿¡En un colegio del opus dei!? O yo estoy loco o el mundo está girando al revés”, dice.

La llevaron a terapia al Cesfam porque pensaron que le iban a aliviar la depresión y el tema del género se disiparía como otra inseguridad más de la adolescencia. Sin embargo, tras las sesiones Rita llegaba irritable, directo a encerrarse en su pieza.

“Eso me empezó a causar ruido y pedimos una hora para hablar con la sicóloga. Yo, por motivos médicos, no puede ir y fue mi esposo: eso dio pie para que nos demandaran”, cuenta la madre.

El padre relata con su voz gruesa, de volumen alto y hablar golpeado cómo fue esa sesión: “Buenos días, quería saber cómo estás llevando el tema, porque por lo que la Rita me cuenta, tú estás asumiendo que tengo que tratarla como hombre. ‘Acá lo tratamos como el niño se defina’, me dijo. Para mí esto no es normal. Yo soy un hombre de 55 años y hay dos géneros, hombre y mujer, lo demás son inventos. Nació mujer, creció mujer y va a ser mujer hasta el día en que me muera. Para mí es Rita. Mi casa, mis reglas”.

Al mes les llegó una notificación del juzgado de Familia por vulneración de derechos al oponerse a su cambio de identidad de género. En la denuncia la psicóloga del Cesfam agregó: “Se hace necesario que el papá sea sometido a una evaluación de descontrol de impulsos y emociones y a una evaluación de fortalecimiento de habilidades parentales”.

“Lo que la psicóloga en el fondo le dice es: ‘El que está mal es usted’”, dice el abogado Javier Mena de la fundación Comunidad y justicia, que tomó el caso pro bono. “Y además generan la presunción de que es un padre violento, algo que fue desestimado por el tribunal”, indica.

En el juicio el Cesfam pidió que la niña entrara a un programa de apoyo para la identidad de género (Paig). Los abogados plantearon un camino alternativo. Presentaron el caso como el de un cuadro de salud mental delicado que debía debe ser tratado por profesionales idóneos y, después de mostrar informes que cuestionan los tratamientos trans afirmativos, como el que sugería el Cesfam, ofrecieron un plan terapéutico personalizado y de largo plazo con una sicóloga particular de la Fundación Raíz Humana.

El tribunal aceptó y están en la fase de cumplimiento.

“El estado actual de la niña es de mejoría. Fuera celular y redes sociales y la niña es otra persona. Ya no quiere transitar y está feliz. Se salvó”, dice Mena.

La madre cuenta que la cambiaron a un colegio mixto donde hizo nuevos amigos. “Le hablas del tema de identidad y ni se acuerda. Anda con pinches y se compró un brillo labial”, cuenta.

Pero ya no la pueden llevar más a atenderse al Cesfam, o a un hospital público. En su ficha médica quedó registrada como Bayron.

“Sobre mi cadáver”

La voz de la mamá de Elisa se oye desesperada. Viene saliendo de una reunión con la directora del colegio. Contra su voluntad y las indicaciones de su psicóloga, permitieron, –en concordancia con la circular 812 del Mineduc– que su hija tomara una identidad masculina y usara el baño de hombres.

“Les hice ver mi molestia, mi enojo, mi furia, porque ellos como adultos cómo permiten que una niña se meta al baño de hombres, menos cuando es una adolescente de alto riesgo. Que le pueda pasar algo dentro del baño no es una fantasía mía”, dice. “Ya hice la denuncia en la superintendencia de Educación. El colegio dejó de ser un espacio seguro”.

La historia de Elisa viene cargada de traumas. Sus papás se separaron cuando tenía un año. De niña fue golpeada por su padre, con quien tiene una relación ambivalente. A los ocho, en unas vacaciones presenció una escena de abuso sexual de un campesino con una niña y más tarde fue protagonista de sexo virtual.

“Le han pasado cosas muy potentes”, dice su madre. Apenas despuntó su pubertad, Elisa se mostraba incómoda con su cuerpo, era mucho más alta y de contextura más gruesa que el resto de sus compañeras. Un día, a los doce, entra a su pieza y le dice: ‘Mamá, siempre he querido ser hombre, soy trans’. “Y yo plop. Inmediatamente mi guata me dijo esto-no-es. Como en una película recorrí la vida de quién parí, crie, vi crecer, con su energía femenina súper intensa”.

Hacía tres meses sostenía una amistad con Ian, que era trans y cuyos padres le habían cambiado el nombre y cortado su menstruación y Elisa quería seguir el mismo camino. “Yo le dije olvídalo, te lo voy a explicar con peras y manzanas: tú tienes útero, podrás sentirte muy hombre, pero biológicamente siempre vas a ser una mujer y necesitas esas hormonas para crecer, para pensar, para dormir, para tus huesos, para tu cerebro. Sobre mi cadáver esto va a suceder”.

Al poco tiempo se enteró de que en su colegio, uno pequeño, algo hippy y alternativo, de la octava región, no era un caso aislado, sino que había más de quince niñas en la misma situación en un universo de no más de cien alumnos. Le dije a la directora “¿No les llama la atención? ¿Y nadie dice nada”. Hubo mamás que la increparon por no llamarla por el nombre masculino. “Quieres un hijo o prefieres una hija muerta?”, me dijeron. “Además, mi hija venía con un discurso súper aprendido y los bloqueadores y las hormonas estaban a la vuelta de la esquina. Hay que ser estratega, esta pega es súper agotadora hay que estar con los ojos súper abiertos”, dice.

–¿Por qué una niña que ha sido maltratada por un hombre quiere ser hombre?

–Es más fácil. No te van a violar, no te van a golpear, no vas a ser vulnerada. Tampoco tienes que preocuparte tanto de tu físico y de todas las molestias de ser mujer. Esa es la solución: escóndete en esa máscara y vas a ser feliz. Siento en mis entrañas más profundas que mi hija tiene un dolor muy grande que tiene que sanar y la transexualidad es un síntoma de otras cosas. Tiene catorce años recién. Si esto es una locura.

Elisa, se viste con ropa ancha y usa un binder, una especie de corsé de tela dura, que le aplasta los pechos para aparentar un tórax masculino. Su uso es peligroso. Salen heridas, hongos, abscesos, pueden afectar la respiración y quebrar las costillas. “Sólo le doy permiso para usarlo en las horas del colegio y tiene que llegar a sacárselo. Si la veo usándolo más tiempo le dije que se lo iba a romper. Esto es un tira y afloja todo el rato”.

***

María Isabel González, a quien todos llaman Mabe, me recibe en su casa de San Carlos de Apoquindo, con café y torta para hacerme una charla técnica en disforia torácica, ese malestar síquico que sienten las niñas como Elisa que se identifican como hombres cuando les crecen las pechugas.

Mabe es matrona y académica de la facultad de Medicina de la Universidad de Chile, trabaja en el Centro de Medicina Reproductiva y Desarrollo Integral del Adolescente (Cemera), que lleva catorce años atendiendo adolescentes trans con el enfoque afirmativo. Trabaja ahí y en forma particular en su casa haciendo el acompañamiento del que habla la Ley de Identidad de Género. Pero si bien la ley se refiere a mayores de catorce años, Mabe cuenta que cada vez consultan más temprano y hasta ella han llegado niños desde los siete años.

–Como hay muy pocos profesionales preparados esto funciona con una red de profesionales amigables y con los datos que puedan pasarse entre ellos. Los papás consultan muy preocupados frente a un niño que tiene conductas que escapan al estereotipo cultural de su sexo asignado al nacer. Eso ya lo puedes ver a los dos años, pero también puede no significar nada. Más que convencer, hay que educar, sensibilizar a los papás. Nosotros en Cemera no hablamos de psicoterapia familiar, sino que de acompañamiento que no es lo mismo porque no tengo el diagnóstico de una patología y acompaño con información y contención, pero lo sacas del ámbito de lo patológico.

–¿Cuándo a un niño se le considera trans?

–Cuando en forma consistente, persistente e insistente dice que es del otro sexo. Cuando lleva años diciendo eso.

Abre su computador y en el protector de pantalla hay una cara de Freddy Mercury con una corona sobre la cabeza, aros en las orejas y la leyenda: God save the queer. Comienza a pasar las diapositivas de su presentación. Aparecen ilustraciones crudas. Unas manos que se entierran las uñas y arrancan los pechos a girones.

“Es la idea de quitarse física y violentamente las mamas”, dice.

Fotos de técnicas caseras que incluyen torsos amarrados a la fuerza con telas, pechos fajados con cinta de embalaje. También le ha tocado ver cinco cuellos de polar, uno encima del otro, como método para aplastar los pechos. “Es un tema que les impide salir con amigos, hacer deporte, tener relaciones íntimas. Les impacta la postura e incluso en algunos puede ser tan potente que tapan los espejos para no mirarse”.

–¿Hay un cierto odio contra sí mismo?

–Sí, también puede haber autoagresiones en las mamas. Me lo cuentan los ginecólogos. Aquí la única solución permanente es la cirugía, pero vemos barreras de edad, económicas institucionales, de apoyo familiar. En el sistema público están las listas de espera que se agudizaron en la pandemia y el cáncer mamario tiene prioridad. Pero en el sector privado hay equipos que no esperan la mayoría de edad. Se hace por el bienestar emocional. Tú te conmueves porque logras empatizar con el dolor y sufrimiento y lo único que quisieras es facilitarles el acceso a la cirugía que es la única solución permanente cuando hay disforia. Todo lo demás es transitorio. Pero estamos llegando tarde, podríamos evitarle todos estos años de ansiedad, depresión y una cirugía si ese desarrollo mamario se hubiera evitado si antes se le hubiera bloqueado la pubertad.

–¿No se podría tratar esa disforia torácica con psicoterapia, con medicamentos?

–Te voy a poner un ejemplo burdo. Imagínate que tú tuvieras pene, probablemente te molestaría, por mucho que fueras a terapia.

Mabe les enseña a usar el binder en forma segura para que puedan respirar bien, no se les quiebren las costillas, ni se llenen de heridas y hongos. Deben usarlo por un tiempo acotado durante el día y sacárselo para dormir.

–Los que tienen disforia van a soportar cualquier molestia física con tal de disminuir el malestar emocional.

–Todo esto antes era muy excepcional. ¿Por qué cree que hay tantos niños declarándose trans y pidiendo tratamientos hormonales?

–Antes esto no se visibilizaba en la niñez y tampoco escuchábamos a los niños. Ha habido un cambio a nivel de medicina y psiquiatría. En 2018 la OMS retiró la transexualidad de su lista de enfermedades mentales. Y en Chile hemos avanzado porque se han modificado las leyes dándole al tema una perspectiva de derechos humanos.

“Su hija se queda en el medio”

–¿Cómo ha sido este trance?

La mamá de Valentina suspira.

–Sí, trance es una súper buena palabra. Es todo tan loco, tan extraño, tan bizarro, porque de verdad es una locura en los colegios, en los sicólogos que te atienden.

Cuenta que Valentina fue siempre una niña muy retraída, callada, con aptitudes artísticas y muy buenas notas en el colegio que en sus tiempos libres consumía mucho animé, música y series de televisión coreana. Una niña más infantil que el resto de sus compañeras, sin embargo, su cuerpo empezaba a desarrollarse y eso le incomodaba. Cuando a los 10 años le dijo a su mamá que se sentía hombre, inmediatamente la llevó a la psicóloga.

“Ella me dijo que no veía nada raro, la veía delicada, fina, nada masculina. Pero llegó un punto en que mi hija no se quiso seguir atendiendo con ella y me derivó a otra más joven. En la primera entrevista a solas conmigo esa psicóloga me dijo, si ella se siente niño es porque ES niño. Pero cómo si siquiera la ha entrevistado y me dice eso ¿solo porque yo le conté que ella verbalizó que se sentía niño? ¿Y usted lo da por hecho?”

Le pidió que la trajera para una evaluación. Era pandemia y la sesión fue por zoom. “Yo tenía una sensación media extraña”, cuenta.

–¿La escuchó escondida?

–Sí y quedé tan impactada con lo que le dijo: le tienes que decir a tu mamá que te vas a cortar el pelo, que te vas a cambiar el nombre, te vas a llamar Roberto y después vamos a ver el tema del cambio de nombre registral, legal y la medicación que vas a tener que tomar, las hormonas para masculinizar tu cuerpo.

Llegó un momento en que no pudo seguir escuchando y se fue a la cocina donde su marido desesperada. “Le digo metimos las patas, esto está mal y me puse a llorar mal, y él dándome agua me decía si se le va a pasar, de adonde que es niño”.

El padre, sin embargo, se acercó a escuchar el resto de la sesión. Y cuando volvió le dijo: tienes razón, metimos las patas, ¿por qué le está hablando de cambio legal de nombre? ¿Qué es esto?

–¿Era una psicóloga especialista en género?

–Sí, era un centro de atención especializado en niños y adolescentes y en una letra bien chiquitita aparecía el tema trans.

Esperó al día siguiente para conversar con su hija. “Le dije me alegro que hayas aclarado tus dudas, cachorrita, me imagino que tienes toda la información que necesitas, yo lo único que te voy a comentar es que si le quieres hacer cambios a tu cuerpo, eso no va a pasar, no te vas a operar, no te vas a sacar los pechos, no vas a tomar hormonas ni bloqueadores de pubertad, no te voy a cortar la regla pero si tú te quieres cambiar la ropa bueno, la acomodaremos, pero intervención y medicamentos no. Mi resistencia fue paulatina, pero esa conversación fue tajante, porque, le dije, todo termina donde empieza la protección. Ella me quedó mirando. Le dije, tu cuerpo es sagrado y si tienes algo que arreglar primero tienes que arreglarlo por dentro, en tu mente, en tu corazón y cuando seas adulta resolverás si te sigue incomodando eso que te incomoda hoy”.

–¿Y qué cree que era lo que le incomodaba tanto?

–Tiene que ver con esta mujer que se inicia, ese paso de niña a mujer con muchas complicaciones, que las pechugas, que la regla, que los dolores. Ella me manifestaba eso: para los hombres todo es fácil. Y también ha influido ese feminismo llevado al extremo que existe hoy.

Al día siguiente de la sesión por zoom, la psicóloga me llamó y me dijo yo ya conversé con él y tengo que seguir las sesiones con su hijo. Yo le dije te agradezco tanto que la hayas atendido, que le hayas dado tu tiempo, pero nosotros le vamos a poner stop a esto y lo vamos a retomar más adelante, por un asunto de lucas. Tengo que pagarle los frenillos y estoy súper complicada. Ese fue mi instinto, le dije muchas gracias, te pasaste, eres un amor, beso, beso, chao que estés super, y lo hice delante de mi hija para que ella no tuviera dudas de que yo había dado por cerrado el capítulo.

Pero hubo un segundo round, esta vez en el colegio, uno particular y laico en Viña del Mar, donde viven. La llamaron por un conflicto con una compañera. Entonces la profesora le comenta lo siguiente: en clases de educación física, cuando los profesores dicen los hombres a la derecha y las mujeres a la izquierda, su hija se queda en el medio. “Y me dice sabe qué… hay un protocolo. Y yo ¡nooooooo! ¡pare! ¡stop! no me diga nada de protocolos ni ninguna cosa porque acá el tema es otro y la psicóloga tiene estrictamente prohibido que le cambie el nombre a la cachorra”.

–¿Respetaron su postura?

–Sí, les mandé el informe de la psicóloga sino me como hasta el día de hoy el nombre de chico y ¿cómo sales de ahí? Creo que tuve suerte porque la profesora venía con ella desde chica y me conocían. Pero en otros cursos hay muchos casos de niñas que quieren ser niños. Es que esto es una moda. Ahora mi cuñada me cuenta que su hija salió con que quiere que la llamen como cabro. ¿Qué está pasando?

–¿Se acabó esto para usted?

–Ruego a todos los dioses que así sea. Volvió a usar falda, se maquilla, tuvo pololo y en su cuenta de Instagram, que tenía un nombre chino, puso el real. Siempre está el temor, no le hemos preguntado nada, estamos esperando que algún día diga ¿mamá te acuerdas de eso? y pase a ser una anécdota.

***

Cuando era muy chica, Macarena padecía de mutismo selectivo: no se le escuchaba la voz cuando estaba frente a un adulto desconocido, ni emitía palabra frente a las tías del jardín infantil. Le daba angustia y se bloqueaba, hasta que se subía al auto de su mamá y hablaba como loro. Era una niña obediente, bien portada, jamás rebelde, pero cuando la tenían que retar por alguna nimiedad entraba en un estado angustioso y se encerraba en su pieza a llorar.

De a poco y tras muchas horas de terapia fue superando esa condición, pero siguió siendo una niña de escasas palabras, observadora, con muy pocas amigas y excelentes notas en el colegio. “Ella sentía que no encajaba. Siempre le dijimos que en la adolescencia eso es normal y que se va pasando”, cuenta la madre, que notó que esa incomodidad aumentó cuando empezaron a crecerle los pechos.

Todo esto se agudizó durante la pandemia cuando el escaso contacto social que tenía fue reemplazado por la interacción online y por primera vez tuvo acceso a internet en forma independiente. “Y encerrados en la casa empezó a irse más y más adentro, hasta que le pillamos cortes en los brazos. Yo le dije ‘esto te lo hiciste tú porque no son rasguños del gato’, y así partió todo este tema”, cuenta la madre.

Macarena les dijo a sus padres: lo que me pasa es que tengo disforia de género. Tenía once años.

–¿Lo dijo usando esa terminología?

–Sí. Yo sabía más o menos lo que significaba, pero ella lo sabía todo y nos pidió que por favor le compráramos un binder. Y yo ¿qué es un binder? Esa palabra en mi vida la había escuchado. Lo tenía todo estudiado. Era una cuestión que aprieta las pechugas para que no se noten. También nos dijo que desde primero básico había querido ser hombre, pero no lo había contado. Ella no era muy femenina, pero tampoco ahombrada, le gustaba el color negro, era más rockera, ése era su estilo. Empezamos a preguntarle qué es lo que sentía, pero nunca supo definirlo. Lo real es que tenía una angustia tremenda y lloraba todas las noches. Le dijimos vístete como quieras, haz lo que quieras con tu pelo, explora, pero estás muy chica, estás empezando a vivir, tienes 11 años y nosotros como padres te queremos tal y cómo eres, eso sí no le compramos el binder, averigüé y es muy peligroso, porque ella tiene asma y esto le podría provocar ataques respiratorios. En vez de eso le compramos sostenes deportivos. Pero siempre tratamos de reforzar la autoestima porque en el fondo ella no se quería a sí misma. Nos pidió usar pronombres y tratamos al principio, pero no nos salía. No le decía ‘mi princesa’ pero trataba de hablarle más neutro. Ella se puso un nombre de comic, pero en la casa nunca se lo cambiamos. En terapia descartaron que tuviera algún trauma causado por abuso, pero sí encajaba en el perfil del espectro autista. Además, tenía temas psiquiátricos y estaba con antidepresivos. Sentía ganas de morirse, escuchaba una voz interna que le decía que no era buena, que era gorda, fea”.

–¿Tenía gente que la apoyara en esta idea de ser hombre?

–Ella conoció gente online que nunca vio físicamente. Había este chico, una niña que quería ser niño, que le dio el teléfono de su psicóloga con quien habló por Whatsapp. Nos dijo que se había sentido súper bien y me pidió que la llamara. La llamé e inmediatamente empezó a hablar de los derechos del niño. Yo soy abogada y como sabía que el activismo se enfoca por ese lado, la escuché, no le rebatí, le dije muchas gracias y nunca más.

Macarena ya tiene quince años y desistió de la idea de ser trans. La señal visible fue cuando se puso un vestido para su fiesta de graduación de octavo básico. “Y nunca más hablamos del tema, porque que le da vergüenza. Una de las cosas que la llevó a ir dejando esto atrás fue cuando descubrió que era TEA, lo había visto en internet y estaba obsesionada con el tema, así que le hicimos el test y me confirmaron que estaba en el espectro, porque además de ser socialmente reticente es hipersensible a los ruidos y las luces. La siquiatra además le hizo ver que el tema del mutismo selectivo de la infancia iba de la mano con esta condición.

–¿Qué cree fue lo que la llevó a buscar ser hombre?

–Ella nunca quiso crecer. Quería escapar, ser otra persona, partir de nuevo. Al principio yo también dudé ¿y qué pasa si es parte de ese mínimo porcentaje que realmente es trans y hay que hacer los tratamientos? Olvídate cómo llorábamos por las noches con mi marido. Era como perder a nuestra hija. Ese sentimiento es muy fuerte.

***

Nicolás Raveau, a sus cuarenta y siete años ya viene de vuelta. Dejó de tomar las hormonas que lo convertían en Nicky, una chica alta, de pelo largo, tacones y mentón afinado por el bisturí. Dejó esos estrógenos que lo tenían sumido en síntomas de menopausia, dolores musculares y su vida sexual reducida a nada por falta de libido. Pero más que todo, Nicky no estaba siendo la respuesta a su profundo padecimiento psicológico, una pena profunda, inherente que sentía desde niño, educado en un medio machista, un colegio muy rígido, de hombres y en el seno de una familia tradicional de clase alta.

“Era un niño más artista y sensible y la imagen de las mujeres era mucho más cercana, pueden tener el pelo largo, moverse con más libertad. Tenía instalada la idea de que si hubiese nacido mujer todo sería mejor. Y esto muy profundo que tenía guardado dentro de mí en un momento me empezó a hacer muy mal”, dice.

–¿No querer convertirse en ese macho maltratador le pesaba?

–Sí, a esa figura masculina más agresiva o autoritaria le tenía distancia, temor. No me veía siendo un hombre cuando grande. Pero al mismo tiempo siempre me gustaron las mujeres, y era súper confuso, porque quiero ser mujer, pero también me gustan las mujeres. Esta confusión me hacía sentirme mala persona.

A los treinta años Nicolás se convirtió en Nicky una conocida e influyente activista que se preocupaba de los derechos de los trans en situación de calle, de los travestis de la Vega Central. También creó en 2015, junto a Evelyn Silva (que hoy dirige la Fundación Selenna) la fundación Transitar, que luego ambos abandonaron, orientada a familias de niños y jóvenes trans.

“Hacíamos reuniones, ayudábamos que no hubiera discriminación, a que los niños pudieran mantenerse en sus colegios. Eran contextos severos de mucha discriminación y soledad. Pero nosotros desaconsejábamos el uso de bloqueadores y hormonas. Yo me puse a averiguar y había muy poca evidencia y los riesgos eran bastante altos. Eso nos trajo problemas con otras organizaciones como Organizando Trans Diversidades (OTD)”, cuenta.

Eran tiempos en que no se levantaban banderas celestes y rosadas en las oficinas públicas ni aparecían actrices transgénero glamorosas como Lux Pascal en la publicidad de Falabella para celebrar el Día de la Madre, ni menos existía ley de Identidad de género.

–Si tú me hubieras preguntado hace unos años que esto iba a ser celebrado y estar de moda y en todas las redes sociales, ¡de ninguna manera! ¿Por qué?

Esta nueva identidad femenina, sin embargo, no lograba aminorar su angustia existencial. “Me di cuenta de que estaba con este discurso desde el activismo donde se supone que tu vida pasada quedó atrás, que eres una mujer nueva y esta es tu vida correcta”, dice. Llegó donde una psicóloga que le trató la depresión empezó a hacer deporte, a leer y buscar en la terapia un alivio, que fue llegando de a poco.

“Tuve que preguntarme qué soy ahora. Me costó mucho decir: soy un hombre y soy el hombre que yo soy. Abandoné esta duda y enfrenté mis problemas que eran de desadaptación, de temor a ser cierto tipo de hombre”, cuenta.

Volvió a ser Nicolás, se casó con su polola y viven en un sector rural del sur de Chile donde le dio una vuelta de tuerca a su faceta de activista. Ha dedicado los últimos meses a estudiar hasta los últimos recovecos la burocracia estatal, compendiar y desmenuzar las políticas públicas que se han implementado en Chile a partir de la Ley de Identidad de Género en menores de edad. Acaba de publicar el estudio “Problemáticas de salud y acompañamiento social género-afirmativo orientado a menores de edad: conceptos, prácticas y alternativas”.

Le escandaliza, por ejemplo, que los padres que no están de acuerdo con un proceso acelerado y afirmativo de tránsito, como dice la salud pública, puedan ser judicializados y separados de sus hijos. “Es algo que no está en la ley y se aplica de manera bien mañosa”, dice.

O que se afirme la identidad trans a niños de tres años, o que el Minsal apoye las hormonas cruzadas desde los 14. “Chile ha avanzado hacia un modelo de atención muy radical”, señala.

–¿Considerando su experiencia, qué le diría a un niño que está en esta disyuntiva?

–Ojalá que lo quieran mucho, que lo escuchen, que tenga espacio para contar qué le sucede. Que si el cabro es más femenino que tenga espacio para ser así y no lo maltraten ni lo dañen. Que no es necesario cambiar el sexo del nacimiento para ser feliz o encontrarse. Que el sexo no es algo que se pueda cambiar y que uno no puede vivir en base a obligar al resto del mundo a una ilusión, uno tiene que tratar que ser quien es con las herramientas que tiene. También le diría que ser trans no es rebelde, que ser trans es lo que te están mostrando los medios masivos, las redes sociales y te lo están imponiendo a nivel salud pública de una forma irresponsable.

Lea la entrevista anexa

Dr. Alejandro Martínez y Dra. Carolina Mendoza: Pioneros en el Tránsito de Niños con Incongruencia de Género

Los doctores Alejandro Martínez y Carolina Mendoza de la Universidad Católica, referentes nacionales en tratamientos de bloqueo de pubertad y hormonas cruzadas para menores transgénero, abordan las complejidades y controversias de su labor en medio de un contexto global de debate y revisión sobre la atención médica a niños trans.

“Puede ser un poco fuerte lo que te voy a contar”, me advierte el endocrinólogo pediátrico Alejandro Martínez (AM), en una sala de la escuela de Medicina de la Universidad Católica en calle Diagonal Paraguay, donde hace clases. Relata que hace unos doce años llegó a su consulta un papá con un paciente de siete años. “Él me dice ‘Alejandro, yo soy psiquiatra y vengo porque tengo un niño trans’. El hijo, que había nacido niña, había tomado una tijera, se había cortado el pezón para luego decir: soy un niño”.

–¿A los siete años?

AM: –A los siete. A mí me dio un dolor de guata porque, a pesar de haber estado en cinco universidades diferentes, nunca recibí formación en esto. Tú comprenderás la angustia. Fue demasiado fuerte para mí.

–Pero a los siete años ni siquiera tienen pechugas que esconder.

AM: –Cortarse el pezón fue una forma de expresar un reclamo, de decir pésquenme.

Alejandro Martínez me concede esta entrevista –que ha sido previamente autorizada por el decano de la Facultad de Medicina, el pediatra Felipe Heusser– acompañado de su colega de especialidad, la Dra. Carolina Mendoza, que a su vez ha sido designada por la presidenta de la Sociedad Chilena de Endocrinología, la Dra. Francisca Ugarte, para responder las preguntas de la prensa.

Ambos médicos, que atienden en la Red de Salud UC Christus, son expertos y referentes a nivel nacional en tratamientos de bloqueo de pubertad y hormonas cruzadas en pacientes pediátricos transgénero. También está presente en la sala una enviada especial de la agencia de comunicaciones Azerta, que toma notas y supervisa la entrevista en silencio. Existen razones para que la Universidad Católica actúe con cautela en el ámbito comunicacional. Con dos días de diferencia, salieron a la luz pública dos documentos extremadamente críticos.

El 8 de abril de este año el Vaticano emitió la declaración Dignitas Infinita donde el Papa Francisco enjuicia duramente la teoría de género y señala que el sexo con el que nace una persona, es un “don irrevocable” de Dios y que toda operación de cambio de sexo “atenta contra la dignidad humana”.

Si bien en la red de salud de la Universidad Católica, no se hacen cirugías de afirmación de género como vaginoplastías (creación de una vagina con tejido del pene, escroto, colon) o faloplastías (creación de un pene con piel del antebrazo, la pantorrilla o del abdomen), ni tampoco se extirpan testículos ni úteros en pacientes trans, sí se prescriben tratamientos hormonales para el tránsito en menores de edad, que son el paso previo a estas operaciones. Parten prescribiéndoles a los pre púberes análogos de la hormona liberadora de gonadotropinas que les bloquean la pubertad dejándolos artificialmente suspendidos en un cuerpo infantil, y luego en la adolescencia, pasan a hormonas cruzadas.

La terapia feminizante con estrógenos hace que aparezcan pechos, se suavice la piel y se ensanchen las caderas en los hombres que se sienten identificados como mujer. La masculinizante, en el caso contrario, usa testosterona para que crezca barba, se asome la manzana de adán y se engruese la voz, todos estos efectos irreversibles. También cuentan con un equipo de cirujanos que realizan doble mastectomías –extirpan pechos sanos– en niñas que se identifican como hombres con el fin de emular un tórax masculino.

Dos días después de que saliera el documento del Vaticano, el 10 de abril, en Inglaterra, se publicó el Cass Review el informe independiente encomendado por el el sistema de salud público (NHS) a la pediatra Hilary Cass, y que critica los tratamientos de tránsito de género en menores de edad y plantea una serie de recomendaciones. La doctora, ex presidenta del Royal College of Paediatrics and Child Health, califica la evidencia en que se han sustentado como precaria y que sus efectos secundarios, entre ellos la infertilidad, enfermedades metabólicas, osteoporosis y mermas en la vida sexual, superan con creces los beneficios de la terapia. Esto llevó a que en ese país se prohibieran los bloqueadores de pubertad en niños, salvo pruebas clínicas, medida que fue seguida por Escocia y Gales. La doctora también sugirió que las hormonas cruzadas –que acá en Chile se recetan desde los 14 (mientras que los bloqueadores pueden partir a los 9)– se reserven para mayores de 18 años, salvo contadas excepciones.

Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia ya habían tomado un camino más conservador en la misma línea de Inglaterra. Mientras que Alemania, Italia y Bélgica están sometiendo a revisión sus políticas de tránsito en menores. En tanto, la Endocrine Society, con sede en Washington DC, emitió una declaración donde señala: “Nos mantenemos firmes en nuestro apoyo a la atención género afirmativa” y que el Cass Review “no contiene ninguna investigación nueva que contradiga nuestras recomendaciones”.

El enfoque “género afirmativo”, que critica el informe Cass y que también se aplica en Chile, sostiene que si un niño se auto percibe como “atrapado en el cuerpo equivocado”, su nueva identidad debe ser reafirmada, jamás puesta en duda y que haberlo verbalizado es requisito suficiente para acceder a un tratamiento hormonal para modificar su cuerpo y adaptarlo al género con que se identifica.

Vuelve Alejandro Martínez a la anécdota de su primer paciente trans de siete años que se había cortado el pezón con una tijera. “No podía decirle no tengo ninguna formación así-que-chao. Me comprometí a ayudarlos, a no dejarlos solos y me contacté con Carolina Mendoza, que en ese momento estaba haciendo su especialidad en endocrinología en el hospital de niños de Boston y le dije, ‘Caro, por favor anda a la unidad de género y pregunta cómo podemos ayudar al papá”.

CM: –En Chile nadie tenía formación y, hasta hace muy poco, no estaba en el currículo de ninguna carrera de la salud. En Boston me enteré de que tenían un grupo especialista en género, el Gender Multispecialty Service (GeMS) que trabajaba este tema desde el año 2000. Cuando me preguntaban cómo trabajamos, quién les resuelve las inquietudes, quién los ayuda, me moría de vergüenza. En Chile no teníamos nada y dijimos con el Ale, si esta necesidad no está resuelta veamos cómo podemos ayudar.

AM: –Atendimos lo mejor que pudimos a esa familia, los acogimos y acompañamos a nivel psicológico, porque como era pre púber no se podía hacer nada más, sólo acompañarlo desde esa perspectiva. Luego otras mamás de niños trans supieron esto y pidieron hora con el comité de ética clínico asistencial de la Universidad Católica. Yo estaba súper nervioso, tú comprenderás. Nos juntamos con el decano y me dijo: Hay que atender a las personas que están sufriendo, no los podemos dejar solos, nosotros tenemos que resolver cómo. Era tal el nivel de angustia de las mamás, de temores, de sentirse completamente desamparados en un sistema de salud que no tenía ningún diseño, ni respaldo, que nosotros nos vimos obligados a darles un espacio para que se sintieran acogidos, escuchados y resolverles las dudas con la evidencia que tuviéramos disponible, pero en ningún caso decirles ustedes-no-tienen-cabida-acá, o vayan-a-preguntarle-al-ministerio-qué-hay.

–¿En La Universidad Católica tuvieron apoyo del rector, el pediatra Ignacio Sánchez, hacia abajo?

AM: –Fue transversal.

Martínez abre un MacBook y me muestra una planilla Excel con una lista de profesionales que trabajan junto a él y Mendoza en el equipo que trata a niños con incongruencia de género: nutriólogos, neurólogos expertos en TEA, pediatras adolescentólogos, endocrinólogos, psiquiatras, psicólogos, terapeutas ocupacionales, hematólogos, ginecólogos, cirujanos plásticos y expertos en enfermedades de transmisión sexual.

“Y hay cosas que tenemos que externalizar cuando identificamos factores de riesgo como tromboembolismos, problemas cardiovasculares o dermatológicos”, cuenta. “Tenemos un equipo que nadie tiene en Chile”, asegura.

–¿A cuántos niños han atendido?

AM: –A unos doscientos en diez años.

Cuenta que no conoce desistimientos, que los doscientos niños han completado su tránsito hormonal, salvo uno que les tenía fobia a las agujas: estas inyecciones son muy dolorosas y decidió seguir siendo trans pero sin hormonas. Tampoco tiene pacientes que le hayan pedido un tratamiento para detransitar y así intentar recuperar el cuerpo con el que nacieron. “Nunca me lo han solicitado formalmente”, señala. Pero, explica que cada vez que un niño acude a su consulta le recuerda que existe la posibilidad de detener el tratamiento si quisiera desistir; sólo que no ocurre, sostiene.

Como no existe en la medicina algo objetivo como imágenes o exámenes de laboratorio que puedan diagnosticar si alguien es o no trans, a los médicos afirmativos como Martínez y Mendoza –y todos los de la red de salud pública, que están obligados a adscribir al enfoque trans afirmativo según las instrucciones del Minsal– les basta con que el niño exprese en la consulta que nació atrapado en el cuerpo equivocado para medicalizarlo de por vida.

–Estamos hablando de niños de nueve años que empiezan con bloqueadores puberales.

CM: –El punto de corte no es la edad. Es el inicio de la pubertad.

–¿Se puede hacer bloqueo puberal alguien de nueve años?

AM: –Si tiene entre tanner 2 y tanner 3, sí –dice en referencia al inicio de la pubertad en la escala que mide la madurez sexual.

–¿Qué criterio puede tener un niño de nueve años para saber si quizás es hombre o quizás no, en una etapa tan inocente de la vida y llena de preguntas? ¿Un niño de esa edad tiene las cosas tan claras como para consentir y someterse a un tratamiento médico potencialmente irreversible?

AM: –También te puedes plantear ¿Cómo llega un niño? Nosotros no los vamos a buscar, ellos llegan ¿Cómo llegan?

CM: –Llegan con una vivencia de años de múltiples evaluaciones, controles de salud mental, de rechazo en el colegio, de mucho sufrimiento, entonces no es algo que se les ocurra de un día para otro.

AM: –De sufrimiento que es permanente en el tiempo.

Los bloqueadores pueden usarse toda la vida o bien suspenderlos cerca de los 18 años cuando los pacientes están siendo sometidos a dosis en concentraciones tan altas de hormonas cruzadas, que estas sirven como freno para las hormonas biológicas que el cuerpo debiera estar produciendo naturalmente. Una de las consecuencias de su uso es la infertilidad. Si los bloqueadores se usan en forma permanente, las gónadas quedarán atrofiadas e inservibles para la reproducción humana. Y suspenderlos para recuperar la fertilidad significa que aparezcan las características sexuales secundarias que esa persona no quiere tener, como barba en los que se sienten identificados como mujeres. Por eso, antes de iniciar los tratamientos Martínez envía a sus pacientes una consultoría en fertilidad para que vean, si es posible, congelar espermios o preservar tejido ovárico para el futuro. Como no puede derivarlos dentro de la misma red de salud de la Universidad Católica, que por razones religiosas no hace tratamientos de infertilidad, los deriva a la clínica SG Fertility en Vitacura.

“Los mandamos donde este doctor que no les cobra, que tiene una clínica súper pituca de fertilidad, y que es trans friendly”, dice Martínez.

Ahí los atiende el ginecólogo Cristián Jesam, que también es un conocido activista de la causa trans en menores de edad. Fue presidente de la fundación Todo Mejora, donde “apoyamos a las niñeces, adolescencias y juventudes diversas que viven experiencias de violencia basada en su orientación sexoafectiva, identidad de género, expresión de género y/o características sexuales (OSIEGCS)”, se lee en su web. Martínez cifra en cien los pacientes que han ido a la consultoría con Gesam y que de ellos apenas dos han congelado espermios.

–Muchos de los niños que presentan incongruencia de género están dentro del espectro autista. ¿No es eso una contraindicación para el tratamiento?

AM: –Las personas con TEA tienen todo el derecho a tener identidad de género. Pueden tener un pensamiento mucho más estructurado, rígido, lo que obliga a su prestador de salud a buscar herramientas para que sean capaces de expresar su vivencia de género. Tú no pones en duda si un paciente TEA dice que es género diverso, pero para que logre comunicarlo necesitas un fuerte trabajo con psicólogo, psiquiatra, terapeuta ocupacional. Lo otro es que enfrentamos desde el punto de vista ético es que para realizar una entrega de los efectos a favor y en contra de los medicamentos, a veces es necesario recurrir a otros tipos de comunicación, cosas como dibujos, para que la persona pueda entender, dentro de sus capacidades, los tratamientos progresivos a los cuales se somete.

–¿Y en los casos de autismo severo, con accesos de violencia y otras conductas complejas, ¿no hay contraindicación?

AM: –Es una población que per se está estigmatizada. Nosotros como comunidad debemos tener humildad cultural frente a las personas que tienen TEA. Los prestadores de salud tenemos que desarrollar una capacidad que nos permita entender si es que esa persona se va a ver beneficiada o no.

–¿Quién tiene contraindicado el tratamiento?

CM: –Una de las indicaciones para iniciar cualquier tratamiento es que el equipo de salud mental haya evaluado a esa persona y pueda detectar una condición que contraindique, por ejemplo, psicosis. Esa persona está fuera de la realidad y no tiene capacidad para decidir.

–Pero yo he hablado con pacientes suyos y han dicho que no les pidieron ningún certificado de psiquiatra ni psicólogo para iniciar el tratamiento con bloqueadores de pubertad.

AM: –Nosotros no pedimos certificado psiquiátrico de que alguien es trans, porque hacerlo significa hacer una formulación diagnóstica y eso es patologizar una condición que es parte de la diversidad humana.

CM: –La identidad de género no es una enfermedad. No tiene un diagnóstico médico y eso está super claro en las declaraciones de la ONU de la OMS, de las academias de pediatría.

–La disforia de género, que es lo que ustedes tratan con bloqueadores puberales y hormonas, sí está catalogada en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales DSM V, de la asociación Estadounidense de Psiquiatría. ¿Entonces por qué si es una dolencia psíquica se aleja a la psiquiatría de su tratamiento?

AM: –Está alejado de la psiquiatría en el sentido que la vivencia trans se asocia muchas veces a una estigmatización social, a bullying, entonces los problemas de salud mental que se generan en esa persona no son por ser trans sino por que estar inserto en un medio que los estigmatiza.

CM: –Muchos años atrás esto estaba patologizado, estaba dentro de los criterios de salud mental y eso le da un estigma mayor a personas que ya han sido discriminadas y víctimas de violencia.

–Si llega una niña sana de nueve años en etapa tanner dos y empieza con bloqueadores y sigue con hormonas cruzadas, quedará convertida en una paciente enferma crónica para el resto de su vida. El tratamiento que ustedes plantean para aliviar una cosa, enferma de otra. Quedan con problemas en los huesos, enfermedades metabólicas, infecciones urinarias permanentes, entre otros.

AM: –Todo eso que nos cuentas nosotros lo monitorizamos cada tres o seis meses.

–El lema de la medicina es primum non nocere: lo primero es no hacer daño.

AM: –¿Es el médico quien tiene que asumir los riesgos, o es la persona que se va a exponer a ellos? Acá nosotros no obligamos a nadie. En cada consulta tú vuelves a generar la oportunidad y le dices yo también voy a ser tu médico si quieres detransitar, te voy a apoyar en eso. Este paciente que es trans tiene más riesgos médicos indudablemente y nosotros como médicos reconocemos eso y por eso tratamos de no alejarlos de la medicina, de acompañarlos. Pero elegir entre exponerlos a condiciones crónicas y su salud mental, lo más importante es que esa persona logre sostener en el tiempo una salud mental que le permita tener un proyecto de vida.

–El beneficio es de salud mental, entonces. Ese es el alivio.

AM: –Es imposible que una persona cis genero opine de esto. Tú jamás vas a entender lo que siente una persona trans.

–¿Disculpe, usted es cis género?

AM: –Sí.

–¿No tienen reparos éticos en convertir un niño sano en un niño enfermo?

AM: –Creo que el concepto de enfermedad que tú estás argumentando es no entender la vivencia de una persona trans. Y no lo entiendes porque tú eres cis género y tu cultura es muy cis normativa. Es mucho más fácil cuando uno ha visto el sufrimiento de estas familias. Llevo diez años viendo cómo estos pacientes sufren y buscando las mejores alternativas para evitar que ese sufrimiento se prolongue en el tiempo y, dentro de nuestras capacidades médicas, que también son limitadas, con costos y beneficios, entre todos esos riesgos, asumimos el que nos permita en primer lugar tener una persona viva.

CM:– Estamos hablando de vida o muerte. Los pacientes se suicidan. Si uno mira las estadísticas las personas trans tienen hasta 40% de ideación suicida alguna vez en su vida y eso es cuatro veces más que la población general.

–¿Eso se acaba con el tratamiento?

CM: –Disminuye.

AM: –Pero no necesariamente se acaba.

CM: –A mí me parece menos ético dejar una persona sin una intervención que está buscando y aislarla del sistema de salud poniéndole más barreras que acompañarla de manera segura.

–Durante la pubertad las hormonas afectan a todo el cuerpo, ¿Saben qué efecto tienen los bloqueadores de pubertad en el desarrollo cognitivo de los niños?

CM: –No, todavía no.

–¿Sin estudios a largo plazo, no están ustedes experimentando en niños en tiempo real?

AM: –En lo neurocognitivo hay evidencia en modelos animales, pero poca en seres humanos porque es mucho más complejo. Pero por el otro lado, no es neutro no tratarlo porque al paciente, al estar enfrentado a un estrés, le va a cambiar más la parte neurocognitiva.

–La presidenta de la Asociación Profesional Mundial para la Salud Transgénero (Wpath), la doctora afirmativa Marci Bowers, que también es transgénero, admitió que un niño que es bloqueado en tanner 2, en el inicio de la pubertad, jamás va a experimentar un orgasmo ni tener funcionalidad sexual en la adultez. ¿Qué le pasa a un ser humano cuando queda anulada esa dimensión de su vida?

AM: –En el trabajo que hacemos la sicosexualidad mejora, porque las personas trans no tratadas no se quieren bañar.

–¿Qué tiene que ver eso con la capacidad de tener un orgasmo?

AM: –No se tocan, no se masturban, no quieren que la persona de la cual están enamorados los vea, evitan los besos. Hay menos contacto físico en los no tratados. Y los tratados mejoraron todos esos aspectos en la psicosexualidad.

–¿Qué es la psicosexualidad?

CM: –Tu interacción amorosa.

–Cuando se usan los bloqueadores el pene queda empequeñecido.

AM: –Sí.

–¿Sirve en el futuro para tener una sexualidad plena?

AM: –Yo les advierto que si entran en tratamiento tan pequeñitos sus testículos van a quedar congelados y también su falo, porque nunca le decimos pene a una niña trans, porque es súper agresivo: le estás diciendo a una mujer que tiene pene. Entonces, le explicas, tu falo no va a crecer, va a quedar pequeñito eso va a hacer más difícil la cirugía de reconstrucción, y a pesar de todo eso igual quieren la intervención precoz para evitar que se alteren otros caracteres secundarios que van a ser mucho más difíciles de operar, la manzana de adán, el maxilar, la voz. En este momento, más que obligar al paciente a tener un desafío, el desafío se le entrega a la medicina y a cómo va a resolver una neovagina en un paciente que tiene poco prepucio.

–El informe Cass es muy crítico de la salud trans afirmativa en niños.

CM: –El enfoque afirmativo es el que está recomendado por todas las sociedades médicas actuales.

–¿Tienen pensado hacer cambios?

AM: –Los estamos discutiendo. ¿A quién crees que llamaron de la sociedad de Pediatría y de la sociedad endocrinológica para discutir el informe Cass? A nosotros. No somos rígidos ni dogmáticos. Nos obliga a analizar, reflexionar y ver qué podemos cambiar, pero también reconocemos que el informe Cass podría tener falencias. Cuando yo empecé en esto había niños de diez años se habían tratado de suicidar dos veces porque estaban deprimidos, angustiados, estigmatizados. Pero en esta década hemos avanzado y eso ha permitido que las personas no lleguen tan dañadas. Quizás ya no va a ser tan fácil demostrar que haya tanto beneficio en frenar una pubertad porque socialmente están mejor aceptados. Pero hay que tener un a cautela y tenemos que tomarnos muy en serio el informe Cass. Lo hemos elevado a nivel de la facultad de Medicina.

Repercusiones

Tras la publicación de este reportaje, la red UC Christus hizo llegar a Bío Bío el siguiente comunicado:

DECLARACIÓN SOBRE LA ATENCIÓN DE PERSONAS TRANSGÉNERO

En relación a la publicación de radio Bio Bio “Pubertad interrumpida: niños trans inician tratamiento hormonal”, declaramos:

1.- En cumplimiento de nuestra misión de entregar una atención de salud segura y de calidad hemos acogido a personas transgénero siguiendo las mejores prácticas médicas, fundadas en la evidencia disponible.

2.- La constante y dinámica evolución de la medicina ha generado recientemente información científica Informe Cass, solicitado por el Sistema Nacional de Salud británico, que pone una nota de cautela respecto del tratamiento hormonal a niños, niñas y adolescentes transgénero.

3.- Por otra parte, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe (Vaticano), emitió la declaración sobre la dignidad humana “Dignitas Infinita”, la que en uno de sus acápites llama también a la prudencia en estas atenciones de salud, fundada en la concepción antropológica y ética del Magisterio de la Iglesia.

Dado lo anterior, desde el 12 de abril del presente año hemos estado revisando, evaluando y actualizando nuestras prácticas y protocolos de atención a personas transgénero para continuar brindándoles el acompañamiento adecuado, seguro y acogedor que merecen.

Dr. Jaime Santander
Director Médico Red de Salud UC CHRISTUS

Dr. Felipe Heusser
Decano, Facultad de Medicina
Pontificia Universidad Católica de Chile

Comunicado OTD Chile

Comunicado enviado a BioBioChile por Asociación Organizando Trans Diversidades

Agrupaciones Kairós y Detrans Chile

En tanto, las agrupaciones Kairós y Detrans Chile hicieron llegar a BioBioChile el siguiente comunicado respecto del artículo y del comunicado emitido por la Red UC Chistus publicado más arriba.