Desde finales del siglo XX, los Archivos Nacionales de Estados Unidos comenzaron a difundir decenas de miles de cables, informes y memorándums secretos de la CIA y de otros organismos del gobierno respecto a su intervención en Chile, desde el periodo previo a la llegada de Salvador Allende al poder.
La documentación puede encontrarse de forma libre y gratuita en el sitio web https://foia.state.gov/, dependiente del Departamento de Estado norteamericano.
Además, en el portal https://www.nixontapes.org/ se ha revelado más de un centenar de páginas de transcripciones de diálogos entre el entonces presidente de EE.UU., Richard Nixon, su asesor Henry Kissinger, y otras autoridades del gobierno, respecto a los detalles de la intromisión.
Junto con esta colosal evidencia histórica, también se han escrito grandes obras que, en algunos casos, aportan información adicional, y en otros, ayudan a sistematizar los datos ya existentes.
Entre ellas cabe destacar el libro del historiador Peter Kornbluh, ‘Pinochet: los archivos secretos’, de 2003, con una reedición lanzada este año que incluye nuevos documentos desclasificados por Estados Unidos, algunos a petición del propio investigador.
‘La CIA en Chile: 1970-1973’ del periodista Carlos Basso, publicado en 2013, aporta una rigurosa cronología de los acontecimientos del periodo relacionados con la intervención política, económica y militar de la inteligencia estadounidense en nuestro país.
La enorme cantidad de información disponible permite afirmar una verdad incontrarrestable: la CIA fue fundamental en el derrocamiento de Salvador Allende.
Aún no está claro hasta qué punto la agencia se involucró específicamente en la acción militar del 11 de septiembre de 1973, ni el grado de autonomía que tuvieron las Fuerzas Armadas chilenas para ejecutar el golpe, aunque es un hecho que la CIA tuvo un rol preponderante en generar las condiciones propicias para que pudiera concretarse.
Además del boicot económico, el millonario financiamiento a la oposición y las acciones de sabotaje de diversa índole, la inteligencia estadounidense elaboró un sofisticado plan de propaganda, que incluyó la infiltración de “periodistas agentes” en medios de comunicación, con el objetivo de promover una sensación de caos en la opinión pública, y generar así un clima favorable para el golpe de Estado.
“Amenaza marxista”: El plan de propaganda de la CIA
Desde el triunfo de Salvador Allende en las elecciones del 4 de septiembre de 1970, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadounidense se propuso dos objetivos claros: primero, impedir su ascenso al poder, y luego, si esto no era posible, derrocarlo.
En un cable enviado por la oficina de la CIA en Santiago el 5 de octubre de 1970, se evaluaba esta posibilidad, y se afirmaba que “solo el caos económico o un desorden civil serio” podrían derivar en un golpe militar.
Para contribuir a generar ese clima de caos, la agencia puso en marcha un plan de propaganda orientado a mostrar a Allende no solo como un peligro para Chile, sino que para el resto del mundo.
El primer hito fue la aparición del presidente electo en la portada de la revista Time, bajo el título: ‘Amenaza marxista en Las Américas. El Chile de Salvador Allende’.
“La revista Time accedió a escribir una historia sobre Chile en su portada para el 12 de octubre”, dice otro cable enviado con fecha 5 de octubre de 1970, donde se agrega que “el corresponsal en Washington fue instruido” por la agencia.
El reportaje buscaba instalar la idea de la supuesta implementación de un régimen comunista en Chile, algo que, en medio de la Guerra Fría con la Unión Soviética, Estados Unidos consideraba inaceptable, puesto que no se podían permitir “una segunda Cuba” en un subcontinente que entendían como su “patrio trasero”.
En un cable desclasificado del 3 de noviembre de 1970, la agencia indica que la nota fue elaborada gracias a “material escrito e informes provistos por la CIA”. El mismo cable reporta que Allende consideró la publicación como un claro llamado a “una invasión en Chile”.
La infiltración de “periodistas agentes”
Además del polémico artículo de Time, la CIA había logrado gestionar y publicar “artículos, editoriales y noticias específicas tanto en radios como en canales de televisión de América Latina y Europa” que resultaran desfavorables para Allende, según un archivo desclasificado del 6 de octubre de 1970. “Entre los diarios que han publicado textos de la agencia están: (…)”, lamentablemente, la última parte del informe fue tachada.
Solo en el periodo transcurrido entre el 15 de septiembre (fecha en que comenzó el plan de propaganda) y el 3 de noviembre de 1970 (el día antes de que Allende asumiera como presidente de la República), la campaña de la CIA fue de gran magnitud.
“Recuentos parciales muestran 726 artículos, emisiones, editoriales y notas similares, como resultado directo de la actividad de la agencia. No se sabe cuántos de estos ítems fueron replicados”, según menciona un cable del 3 de noviembre de 1970.
Además, destacan el éxito de un “programa de periodistas”, integrado por “agentes reales y otros”, que viajaron a Chile como parte de la misión de propaganda.
“Al 28 de septiembre la CIA había puesto en Chile, o tenía en ruta, a 15 periodistas agentes de 10 países diferentes. Este cuadro se complementaba con 8 periodistas más de 5 países, bajo la dirección de agentes de alto nivel que tenían, en una gran parte, capacidades gerenciales en el campo de los medios”, detalla el reporte de la oficina en Santiago.
Además, el informe indicaba que, solo en este lapso de seis semanas, la CIA “subsidió un periódico” (no se especifica cuál), financió un programa de radio, y envió material de adoctrinamiento anti Allende a “líderes políticos” (incluyendo al presidente Frei), a “líderes militares” y a “periodistas chilenos”.
El objetivo era “mantener viva la voz de la oposición dentro de Chile para los propósitos del golpe”, según explica la agencia en el reporte.
La CIA y la prensa chilena durante la UP
Como es sabido, el plan para evitar el ascenso de Allende al poder fracasó. Pese a sus intrincadas acciones de sabotaje, pese al fallido secuestro -que terminó en asesinato- del comandante en jefe del Ejército, René Schneider, y pese al clima de caos que intentó crear la CIA con su sofisticado plan de propaganda, el líder de la Unidad Popular asumió como presidente de la República el 4 de noviembre de 1970, luego de ser ratificado por el Congreso Nacional, tras un acuerdo con la Democracia Cristiana.
Por lo tanto, la agencia ahora pasaba a la segunda fase de su plan: promover el golpe de Estado.
A pesar de no cumplir su primer objetivo, la valoración del plan de propaganda durante las seis semanas previas a la ratificación de Allende fue positiva. Por este motivo, la CIA decidió intensificar su acción en la prensa, ahora con más tiempo, con más calma, y con más recursos.
En un cable enviado el 16 de diciembre de 1970, la oficina en Santiago realizó un exhaustivo análisis de la prensa chilena, con el objetivo de establecer en qué medios era adecuado infiltrar a sus “periodistas agentes”, preparados “para los propósitos del golpe”.
En el informe se detallan las características de las radioemisoras, periódicos y canales de televisión que apoyaban entonces a la Unidad Popular, así como los abiertamente opositores, y los que estaban en un terreno ambiguo y, por lo tanto, eran susceptibles de ser intervenidos por la agencia.
Las radios: terreno en disputa
Entre esos medios estaba Radio Portales, a la que califican como “de izquierda, pero independiente en postura” (el informe se elaboró antes que la estación fuera comprada por el Partido Socialista y pasara a ser una de las voces oficiales de la UP). También se menciona a Minería, la que es considerada como “anticomunista” y Cooperativa, que era definida como “virtualmente apolítica”. El informe destacaba que esta emisora “apoyó la campaña de Alessandri, pero ahora parece estar adaptándose (…) a una línea más blanda”.
En cuanto a las radios derechamente contrarias a Allende, comienzan analizando a Agricultura. A pesar de la reconocida postura de este medio de comunicación, la CIA asegura que existía una “infiltración izquierdista” en su departamento de prensa, una “situación que se desarrolló durante varios años en que la política oficial de la radio era anticomunista”.
Radio Balmaceda era “de orientación política de extrema derecha”, lo que “refleja los intereses de los propietarios, los magnates industriales Yarur”, dice el informe. Sin embargo, la CIA expresaba ciertas preocupaciones: “Tiene un buen departamento de prensa, pero ahora se ha convertido en apolítica. Hay insistentes rumores de que la UP está interesada en tomar la estación”. El análisis fue en parte correcto, ya que en 1971 la radio pasó brevemente a manos de la DC y meses después fue clausurada, siendo traspasada su frecuencia a la Radio Luis Emilio Recabarren.
Otra emisora de importancia era Corporación, entonces propiedad de El Mercurio. Al igual que con Balmaceda, la agencia planteaba en el informe dudas respecto a la consistencia de este medio, considerando que se transformó “progresivamente en un producto político blando”. Cabe señalar que la radio en 1971 fue adquirida por el Partido Socialista y posteriormente bombardeada durante el golpe de Estado de 1973.
Los canales de televisión
Debido a que aún era una industria incipiente y con poca variedad de medios, el análisis de la CIA sobre los canales de televisión era bastante menos extenso que el de las radios, aunque igualmente arroja luces de hacia dónde fueron dirigidos los esfuerzos por llevar a cabo su plan de propaganda.
Siguiendo el mismo informe desclasificado, con fecha 16 de diciembre de 1970, se destaca que tanto Canal 7 (propiedad del Estado) como Canal 9 (de la Universidad de Chile), apoyaban totalmente al gobierno de la Unidad Popular.
Sobre este último, la agencia indicaba que está “dominado por simpatizantes de la UP, incluyendo una fuerte influencia del MIR”. Además, describían que “está en una mala condición financiera”, aunque “el gobierno lo mantendrá solvente”.
Respecto a Canal 13, el único medio televisivo opositor junto con UCV (ambos de propiedad de la Iglesia católica), la CIA planteaba que “está dominado por elementos del MAPU, con muy poca influencia del PDC. La mayoría del personal es simpatizante de la UP”.
Los diarios
El análisis respecto a los diarios resultaría decidor para comprender lo que ocurriría después.
En el mismo informe del 16 de diciembre de 1970, se destaca que, entre los periódicos no oficialistas, La Tercera es el de mayor tiraje después de El Mercurio, con 90 mil ejemplares, aunque los agentes estiman que podría estar inclinándose a una postura “favorable” a la UP y tildaban a su propietario, Germán Picó Cañas (exministro de Hacienda de González Videla) como “pro Allende”.
A la luz de la historia el análisis parece un despropósito, pero cabe señalar que fue escrito a solo semanas de la instalación del gobierno, antes que La Tercera se convirtiera de forma clara en un férreo opositor.
Finalmente, se analizaba la situación de El Mercurio, del cual destacaban su tiraje de 140 mil ejemplares. Según la CIA, este periódico era sin duda el medio más importante de la oposición chilena. Y fue allí fue donde Estados Unidos puso sus fichas.
El Mercurio: el bastión de EEUU
Junto con reforzar las acciones de propaganda de la CIA en distintos medios, el gobierno de Estados Unidos realizó millonarios aportes a El Mercurio.
El diario de Agustín Edwards (que después, junto a los periódicos del holding, La Segunda y Las Últimas Noticias, cumplió un rol clave en la negación de las violaciones a los derechos humanos y en la elaboración de montajes para justificar los crímenes de la dictadura) era durante la UP el segundo periódico más leído, después del oficialista Clarín.
Para la CIA era fundamental mantenerlo a flote, por encima de cualquier otro medio de comunicación, por lo que se transformó en un verdadero bastión de la batalla propagandística de la agencia.
Por este motivo, el presidente estadounidense Richard Nixon aprobó inicialmente la entrega de 700 mil dólares, según un cable del 14 de septiembre de 1971.
“El presidente desea ver que el diario siga funcionando y el monto estipulado podría aumentar si fuera necesario”, indicaba un documento desclasificado del 30 de septiembre. Los agentes calculaban que el monto debía acercarse al millón de dólares.
Siete meses después, el 10 de abril de 1972, un memorándum de la CIA pedía al gobierno un nuevo aporte de 965 mil dólares para El Mercurio, “cuya existencia se considera esencial durante el periodo previo a las elecciones parlamentarias de marzo de 1973”, según se argumentaba.
El golpe en marcha
En las elecciones parlamentarias del 4 de marzo de 1973, la Unidad Popular obtuvo el 44% de los votos en el Senado, contra un 56% de la oposición. Estos resultados hacían inviable la destitución constitucional del presidente Salvador Allende, ya que se necesitaban dos tercios de la Cámara Alta.
Descartada la opción de un juicio político, la CIA aceleró sus planes golpistas.
“La estación cree que debemos intentar inducir a los militares, todo lo que sea posible, para que tomen el poder y derroquen al gobierno de Allende”, dice un cable enviado por la agencia el 14 de marzo, 10 días después de los comicios.
Un mes después, el 17 de abril de 1973, un memorándum enviado por la oficina en Santiago de la CIA ratifica su compromiso con la acción militar. El documento, además de dejar en evidencia sus intenciones, es particularmente crudo en sus términos: “Es de nuestro entendimiento que una política diseñada para provocar un golpe militar dentro de los próximos seis meses a un año debe buscar incrementar las tensiones políticas e intensificar el sufrimiento económico, particularmente entre las clases bajas, para que un sentimiento de desesperación nacional lleve a los militares a actuar”.
En un cable desclasificado del 2 de mayo de 1973, la CIA afirma que “todos los generales del Ejército, salvo dos o tres, están a favor de la acción militar (…) la mayoría de los generales, incluyendo a Pinochet, han sido ya contactados respecto de una posible intervención”. En un segundo reporte enviado el mismo día aseguran que “Pinochet no será una piedra de tope para los planes golpistas”.
En un nuevo informe enviado horas más tarde, la CIA señala que “las partes más militantes de la oposición, los gremialistas, el PN (Partido Nacional), el P&L (Patria y Libertad) y la cadena de diarios El Mercurio, han fijado como su objetivo la creación de conflictos y confrontaciones que llevarán a algún tipo de intervención militar”.
Por si quedaba alguna duda de su participación, en un archivo desclasificado enviado el 10 de septiembre de 1973, la CIA informa al gobierno de Estados Unidos que “un golpe se iniciará el 11 de septiembre. Las tres ramas de las Fuerzas Armadas y Carabineros están involucradas en esta acción”.
“No hemos tenido nada que ver”
Cómodamente instalados en su oficina en el centro de Santiago, con vista a La Moneda, los agentes de la CIA observaron el bombardeo de los Hawker Hunter contra el Palacio de Gobierno, escucharon el discurso final de Salvador Allende, y se enteraron de su muerte. Misión cumplida, habrán pensado.
Cinco días después, el 16 de septiembre, el presidente estadounidense Richard Nixon y su asesor Henry Kissinger tuvieron una conversación sobre lo ocurrido.
—No hace falta que diga que, oficialmente, nosotros no hemos tenido nada que ver —le dijo Nixon a Kissinger.
—Nosotros no hemos hecho nada —respondió el asesor.
A la luz de la evidencia histórica y ante los propios documentos revelados por Estados Unidos, el diálogo entre Nixon y Kissinger parece inverosímil, salvo que estén intentando borrar sus huellas, a sabiendas que posteriormente podrían ser desclasificados.
En cualquier caso, lo que dicen no es cierto. El peso de los archivos es demasiado grande: sí fueron ellos. Conspiraron, instigaron y promovieron un golpe contra un país soberano, ubicado en lo que consideraban su ‘patio trasero’, y sobre el cual se sintieron con el derecho de intervenir.
Para el gobierno norteamericano el golpe de Estado de 1973 fue un acto necesario, un movimiento en la partida de ajedrez contra la Unión Soviética que permitió inclinar el tablero en su favor. Fue el sacrificio de un peón, sin grandes consecuencias para el rey.
Para nosotros, en cambio, fue mucho más que eso. Fue el quiebre de la democracia. Fue la división del país. Fue una herida profunda en el alma de Chile, que marcó para siempre nuestra historia. Una herida que hoy, a 50 años, aún está lejos de cicatrizar.