“¿Tenían preparadas las condiciones para (dar) esos pasos? (…) Nosotros no nos atrevimos a eso después de 23 años (…) ¿Cómo controla ahora la acción militar?”, son algunas de las inquietudes que el 31 enero de 1973 le planteó Zhou Enlai —primer ministro chino y segundo líder del PC tras Mao Zedong— al canciller Clodomiro Almeyda, respecto de las medidas económicas llevadas a cabo por el gobierno de la Unidad Popular. Ese diálogo, privado y secreto, se transcribió en un documento que se mantuvo inédito durante 50 años, hasta que recientemente fue desclasificado por su propio redactor: el entonces asesor de prensa y posterior embajador en China, Fernando Reyes Matta.
Son variadas las razones, tanto internas como externas, que se suelen esgrimir para explicar el fracaso económico del gobierno de Salvador Allende: la expansión del gasto fiscal financiada con emisión monetaria, el desplome del precio del cobre tras su nacionalización, la intervención directa de la CIA, el paro de camioneros, el boicot de sectores de la industria local, etc. Factores que, en su conjunto, provocaron consecuencias como una inflación que superó el 600% y un desabastecimiento que produjo escasez de alimentos y productos básicos.
Ante este catastrófico escenario y con Estados Unidos bloqueándole el acceso a financiamiento en algunas instituciones internacionales occidentales, el gobierno de la Unidad Popular buscó ayuda económica en el bloque socialista.
Primero lo intentó con la Unión Soviética. Para ello, una delegación encabezada por el ministro de Relaciones Exteriores, Clodomiro Almeyda, viajó a Moscú a fines de 1972 para reunirse con representantes del Kremlin y exponerles la urgencia de que Chile fuera “rescatado” económicamente.
Sin embargo, la URSS le cerró la puerta al gobierno de Allende. La entonces potencia mundial tenía otras preocupaciones: el financiamiento de la carrera armamentista nuclear, la conquista del espacio y la planificación de una economía local que atravesaba una fuerte desaceleración. Además, en relación al “tercer mundo”, estaban gastando enormes sumas de dinero para mantener a flote la economía de Cuba y financiar al bando comunista en la guerra de Vietnam. Por lo tanto, Chile estaba lejos de ser una prioridad.
El acercamiento del gobierno de Allende a la China de Mao
Tras el fracaso en tierras soviéticas, donde apenas consiguió créditos a tasas convencionales, el gobierno de Allende puso todas sus esperanzas económicas en la última ficha que le quedaba: la República Popular China.
Nuevamente el canciller Clodomiro Almeyda fue el encargado de liderar la misión. La delegación estuvo compuesta además por el poeta Armando Uribe, embajador chileno en Beijing, junto con un joven periodista, asesor de prensa del Ministerio de Relaciones Exteriores: Fernando Reyes Matta.
Fue precisamente él quien estuvo a cargo de tomar nota de la conversación que sostuvo Almeyda con el primer ministro de China y vicepresidente del Partido Comunista, Zhou Enlai.
El documento, de carácter confidencial, se mantuvo en reserva durante 50 años. Eso hasta este martes, cuando Reyes Matta decidió publicarlo en el medio Interferencia, en un artículo titulado “La desconocida conversación en 1973 entre el canciller Almeyda y Zhou Enlai, el segundo hombre del régimen de Mao”.
Más allá de la misión económica propiamente tal —que volvió a fracasar— el encuentro estuvo marcado por la opinión que el dirigente comunista expresó sobre el rumbo que había tomado el gobierno de la UP.
A ratos de forma sutil, en otros momentos de manera más directa, en el diálogo desclasificado se manifiestan nítidamente las discrepancias que China tenía respecto del proceso político que se desarrollaba en nuestro país.
“Han ido demasiado rápido”
El tono de Zhou Enlai es crítico, escéptico y algo irónico, respecto de las medidas económicas que llevaba a cabo el gobierno de Salvador Allende:
—Usted es dirigente del Partido Socialista. ¿Verdad? Yo creo que ustedes en algunos pasos han ido demasiado rápido —le dijo el líder chino a Almeyda.
—Yo no creo que sea así. Creo que en esencia la política que hemos adoptado es justa —respondió el canciller.
—Yo no lo veo igual. Como amigo, lo digo con franqueza —retrucó Zhou.
—Le agradezco esa franqueza. Es importante lo que nos diga —contestó el representante chileno.
La conversación, leída sin contexto, podría parecer efectivamente amistosa. Sin embargo, considerando que lo que Almeyda buscaba era financiamiento, más que consejos, el reproche que le hacía su interlocutor vislumbraba un escenario complejo para lograr dicho objetivo.
Luego, las críticas del líder chino fueron en aumento y la tensión se hizo evidente. En otro extracto de la transcripción, señala Zhou Enlai:
—Se dice que ustedes alimentan a los niños más que lo que damos nosotros. Que a los de menos de quince años, le dan medio litro de leche. ¿Es sin costo?
—Sí —contesta el canciller—, a través del sistema escolar. Este año lo rebajamos por el mismo problema de divisas, ya que la mayor parte de la leche es importada. Sólo se dará a los niños más chicos.
—Tal vez ustedes han dado demasiadas comodidades al comienzo. Nosotros no nos atrevimos a eso después de 23 años —reprendió Zhou.
Siguiendo esa misma línea argumentativa, haciendo referencia al proceso de nacionalizaciones, el vicepresidente del Partido Comunista de China planteó:
—Ustedes han dado pasos más rápidos que los nuestros tras diez años de guerra de liberación. ¿Tenían preparadas las condiciones para (dar) esos pasos?
“¿Cómo controla ahora la acción militar?”
Además de la crítica a la gestión económica de la Unidad Popular, China previó, quizás con mayor claridad que el propio gobierno chileno, una posible intervención militar. Pregunta Zhou:
—¿Cómo está controlado el Ejército?… Tengo entendido que usted abogó por alcanzar el poder por la fuerza… ¿Cómo controla ahora la acción militar?
—El gran éxito es haber mantenido al Ejército lejos de un intento de golpe —señala Almeyda.
—¿La mayoría de la fuerza es patriótica? ¿La mayoría de soldados y oficialidad es patriótica?
—Hay divisiones. Si se diera el momento, algunos actuarían en contra nuestra.
La frase es reveladora pues, si bien el gobierno era consciente de que una asonada militar podía ocurrir, no contemplaba un golpe que contara con el apoyo de todas las ramas de las Fuerzas Armadas, como ocurrió casi 7 meses después.
“¡Cómo pueden llamarse socialistas!”
El valor histórico del documento no se remite exclusivamente al escenario chileno. También da luces de algunos de los momentos más tensos de la guerra fría, como fue la compleja relación entre la República Popular China y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Desde la revolución comunista liderada por Mao Zedong en 1949, China se convirtió en un aliado natural de la URSS, tanto por razones ideológicas, como estratégicas, militares y geopolíticas.
Sin embargo, esa alianza se rompió a inicios de la década de 1960. Mao acusó a los soviéticos de “revisionistas”, por buscar una coexistencia pacífica con el mundo capitalista. Al mismo tiempo, China abandonó el marxismo-leninismo para crear una nueva corriente de pensamiento basada en las ideas de su propio líder: el maoísmo.
A partir de entonces, se convirtieron en enemigos, disputándose territorios y llegando incluso a enfrentarse militarmente, en 1969, en la Isla Zhenbao.
Consciente del reciente fracaso de las negociaciones del gobierno chileno con la Unión Soviética, Zhou Enlai aprovechó la ocasión para criticar duramente a sus antiguos aliados:
—¿Es muy alto el interés de los créditos que han recibido? —pregunta Zhou.
—En países socialistas, en general, los intereses son del 2 y 3%. Y los del mundo occidental del 6 y 7%. —responde Almeyda.
—¿Y la Unión Soviética exige interés al dar créditos? —inquirió el primer ministro chino.
—Del 3% en el caso de plantas industriales, y los financieros, que son caros, tienen un interés del 9% —respondió el canciller.
—¡Tan altos! Actúan como comerciantes, como mercaderes de Venecia —reclamó el líder oriental.
—Son créditos de bancos y actúan como banqueros —le contestó Almeyda, intentando desligarse de la crítica.
Zhou Enlai respondió con una frase que quedará para los libros de historia:
—¡Cómo pueden llamarse socialistas!