"Los padres normalizamos que los hijos no duerman, dejen actividades de lado, se encierren a estudiar", lamenta Odette, tras la muerte de su hijo. "José Miguel dijo que en realidad su carrera le había traído la frustración de su vida", relata su madre, quien ahora encabeza una lucha para visibilizar los problemas de salud mental en jóvenes universitarios.
José Miguel Galasso Hofer era un joven simpático y querido, un alumno sobresaliente, que gustaba del aire libre. Desde los 7 años fue scout y vivió un año en Nueva Zelanda entre los maoríes, para impregnarse de su cultura.
Era muy preocupado de ayudar a otros, y por lo mismo no era extraño verlo participar en ollas comunes, asegura su familia.
Su madre, Odette Hofer, recuerda que la hacía reír mucho, y que además era muy sensible con las causas humanitarias.
Sin embargo, cuando entró a estudiar Medicina a la Universidad de Valparaíso, comenzó poco a poco a perder su alegría tan característica. La exigencia de la carrera lo hacía alejarse mucho de las cosas que le gustaban, como salir con su familia, ir el fin de semana a Santiago a ver familiares, por estudiar, afirman.
Se pasaba las noches estudiando, principalmente porque estaba acostumbrado a rendir bien, y era un alumno destacado en su colegio. Por lo mismo, también era muy autoexigente y siempre buscaba dar lo mejor de sí.
Pocos meses antes de su partida, en mayo de 2021, José Miguel comenzó a encerrarse en su pieza. Si bien durante la pandemia generalmente estaba con su puerta abierta, de repente empezó a ponerle llave, con la excusa de que estaba ocupado estudiando, cuenta Odette.
Aunque, luego de su fallecimiento, su familia descubriría una dolorosa verdad sobre su carrera.
“Era muy hábil para hacernos reír mucho, los fines de semana jugábamos cartas, comíamos pizza y vivimos lo que todas las familias vivimos, un encierro donde cada uno trataba de hacer lo que podía y nosotros estábamos acostumbrados a respetar a José Miguel en todas sus decisiones. Pero cuando empezó a dejar de comer, empezó a dejar de compartir con nosotros a la hora de almuerzo, ahí lamento lo ignorante que pude haber sido, que subestimé todos estos síntomas que realmente son de una depresión mayor”, relata su madre a BioBioChile.
“Eso lo aprendí después, que todo eso estaba indicando que José Miguel ya no tenía ganas de tomar sol, no tenía ganas de salir, pero todo el mundo decía que los chicos estaban en pijama todo el día, que es normal, y la verdad que uno se pierde en eso”, lamenta.
El “calvario” de José Miguel y la búsqueda de ayuda
Más de alguna vez José Miguel le comentó a su familia que lo estaba pasando mal en la universidad, principalmente por la exigencia que se les imponía. Incluso, dejó sus scouts en completo silencio, algo que la familia también supo tiempo después de su muerte.
“Yo le insistí que dejara la carrera, se cambiara de universidad, que parara y él me decía que no, que todo el mundo lo hace, pero ya no era su ánimo el mismo”, cuenta Odette.
“Uno siente demasiada culpa después de no haberse dado cuenta de todos estos síntomas, que después que tu hijo ya no está, no hay nada que se pueda hacer, entonces es una impotencia tremenda no poder haber hecho alguna cosa”, agrega.
Ya en 2018 José Miguel había sido asistido en la universidad con una psicóloga, debido al complejo ambiente que se vivía entre sus compañeros, donde según le dijo a su familia, algunos habrían sufrido crisis de pánico.
Ese año, el joven fue a un psiquiatra donde se le diagnosticó Síndrome Ansioso Depresivo. En paralelo, Odette asegura que buscó a la psicóloga de la universidad, quien lo asistió durante todo ese año. Pero con la pandemia, José Miguel recayó, afirmó su madre.
“Volvió a ir a la psicóloga de la universidad, pero después que murió, supimos que había un certificado en donde la psicóloga decía que tenía un síndrome de reiteración que necesitaba tratamiento, y eso nunca nos enteramos como familia”, apunta.
Odette acusa que la universidad no les brindó alguna otra ayuda y que tampoco los contactaron, debido a que ningún protocolo indicaba que se debía contactar a la familia cuando algún alumno necesitara de ayuda en salud mental.
“La Facultad no estaba enterada que José Miguel estaba recibiendo un tratamiento psicológico y siquiátrico. De hecho, cuando se suicidó, dijeron que no se habían dado cuenta de que no iba a clases, entonces no existía un contacto entre la parte médica de la universidad o de Bienestar, y la parte académica”, recalca.
“Nadie consideraba que José Miguel tenía un problema”, señala Odette.
Consultados al respecto, desde la Universidad de Valparaíso señalaron a BioBioChile que “desde hace muchos años mantenemos dispositivos de prevención y atención de situaciones relacionadas con la salud mental de las y los estudiantes. En nuestro caso ello se viabiliza a través de la Dirección de Asuntos Estudiantiles, DAE”.
“La DAE realiza campañas de difusión interna para que las y los estudiantes conozcan estos dispositivos, además de disponer de apoyo profesional y atención en cada facultad para detectar y derivar casos. Lo anterior, además, se reforzó a propósito de la pandemia, e incluso durante la misma los servicios de apoyo no dejaron de funcionar, aunque fuese de modo telemático”, agregan.
No obstante, consultados por el tratamiento que recibió José Miguel, declinaron referirse debido a la Ley 20.584, que regula los derechos y deberes de los pacientes.
“Como ocurre en todos los espacios de salud del país, la relación entre el profesional que atiende y el paciente es confidencial y está amparada por la Ley 20.584, por lo cual es imposible entregar la información solicitada sobre el caso de José Miguel, a quien como mayor de edad se le brindó la atención requerida”, indican.
De todas maneras, aseguran que “la Universidad lleva registro de todas las prestaciones que realiza a sus estudiantes, todas las cuales se manejan en el marco de los protocolos propios del área de salud”.
“No observamos deserciones atribuibles a problemas de salud mental”, sentencian.
Según cuenta Odette, luego de la decisión que tomó su hijo, recién ahí supieron que había abandonado la carrera.
“Nosotros supimos que abandonó la carrera después del suicidio de José Miguel, y que le habían mandado tres correos donde decía que las notas eran por ausencia, el segundo decía lo mismo y el tercero que estaba fuera de la universidad”, dice.
A esto se suma otro antecedente que entrega la familia, luego de la partida de José Miguel.
“Nosotros encontramos un reglamento de la universidad donde decía que si se tenía depresión reiterada, era causal de incompatibilidad con la carrera, lo que a mi me sorprendió muchísimo, cómo en una carrera de Medicina, donde los alumnos tienen una presión constante, no son asistidos en su propia salud mental. Pueden aprender a cuidar de la salud de otros, pero no de ellos mismos, entonces no lo puedo entender que tengan un reglamento de ese estilo”, critica.
No obstante, la UV aclaró a BioBioChile que “ningún estudiante es expulsado en razón de que padezca alguna patología, ni en la carrera de Medicina ni en ninguna otra, ni tampoco hay incompatibilidades”.
“Las razones por las que un estudiante cesa su relación con la institución son estrictamente académicas”, enfatizaron.
La frustración de su vida que sufrió José Miguel
Tras la partida de José Miguel, su madre inició una campaña para visibilizar su caso y evitar que alumnos tomen la decisión de terminar con sus vidas producto de las altas exigencias del sistema educativo universitario.
“José Miguel dejó una carta donde dijo que él había sido tremendamente feliz, tremendamente amado, que él había entrado amando su carrera, pero que ahora él se sentía muy mal, se sentía incapaz, que tenía un miedo tremendo al error, se sintió muy frustrado. Y claro, cuando una persona se enferma y tiene una depresión, que ahora lo entiendo, solamente ve lo malo de sí mismo, porque tu cerebro no tiene lo necesario para poder equilibrar tu mente”, añade.
“José Miguel dijo que en realidad su carrera le había traído la frustración de su vida”, recuerda.
A pocos meses de su partida, Odette no puede evitar emocionarse al hablar de su hijo y lo que su pérdida ha significado para ella.
“No sabes lo que significa para una mamá que tenía un contacto tan lindo, porque la verdad lo siento todos los días de mi vida. Hasta el día que me muera voy a extrañar y me va a doler porque uno tiene que aprender a vivir con este dolor”, asegura.
“Trato de recordar lo mejor de él, pero no puedo dejar de sentir la responsabilidad, la culpabilidad de no haberme dado cuenta. Mi vida ahora tomó un sentido absolutamente distinto porque tú te mueres junto con tu hijo, entonces tienes que aprender a sobrevivir, porque así nos llamamos las personas, sobrevivientes del suicidio. Somos sobrevivientes, porque el día a día, es un día nuevo y un día por qué luchar, entonces tienes la muerte presente diariamente”.
“Mi vida cambió absolutamente; es decir, no soy la misma, nunca más voy a ser la misma, pero si creo que he aprendido a valorar lo pequeño, lo importante y no hacerme problema por nada”, apunta.
“Y pienso, cómo no le enseñé a mi hijo, cómo no le recalqué, que en la vida todo tiene solución, menos la muerte. Y es algo que me retumba”.
“No quisiera que a ninguna familia más le pase algo así, no quisiera que ningún joven quede abandonado como quedó José Miguel, creo que esa es mi lucha y pienso que eso es lo que él hubiera hecho, porque siempre se proponía objetivos altísimos, él quería ser médico porque quería ayudar a la gente, y era capaz, porque desde chico le gustaban los primeros auxilios. De hecho, una vez hubo una explosión aquí en Quilpué donde una casa voló, y el primero que estaba ahí echando a toda la gente y haciendo un acordonado para que llegara la ambulancia, fue José Miguel”, recuerda.
¿Responsabilidad institucional de las universidades?
Tras su partida, apuntan derechamente a la responsabilidad que les cabe a las universidades de velar por la salud mental de sus estudiantes.
“No puede ser que reciban estudiantes y que estos, si tienen un problema o les va mal, no haya ningún apoyo en la universidad, sino que se debe endosar a sí mismo el autocuidado. La universidad le da consejo, le da talleres, pero ni ellos mismos pueden asistir a los talleres, los problemas que viven hoy día son diferentes a quienes estudiaron 10 o 30 años atrás. Los problemas de hoy día presentan una carga para el alumno tremenda, económica, de distancia, de tiempo, de sobre información. Entonces, todo el mundo corre y los académicos no están preparados para medir el impacto que puedan tener en muchos de sus estudiantes”, cuestiona.
“En segundo año José Miguel tenía una semana de exámenes orales a fin de año, y eso aterraba a todos los estudiantes, donde debían rendir todo lo estudiado. Muchos salían enfermos, con crisis de pánico. José Miguel me dijo que se había quedado en blanco por la tensión que le provocaba dar ese examen. Te imaginas lo agotador que debe haber sido estar todos los días estudiando todo esto que fueron miles de detalles durante el año, para un examen”, sentencia.
“Hay un catastro de los estudiantes de 2018, donde dicen que en realidad con la forma de enseñar que tienen, ellos no aprenden, solo luchan por sacar el ramo, pero que realmente dudan de su capacidad o aprendizaje porque la verdad es una presión que nadie es capaz de sostener en su cabeza tanta información”, añade.
Después que José Miguel se suicidó, su familia pidió una reunión en la universidad, donde también estuvo presente el centro de alumnos, quienes relataron incluso que en una oportunidad tuvieron que contener un suicidio en plena sala.
Según datos que los propios alumnos tenían por un catastro, había unos 60 alumnos que reconocían haber tenido ideación suicida, mientras otros 100 presentaban depresión.
“Me di cuenta que los alumnos vivían una situación bastante dramática y no eran escuchados. De un año a otro un centro de alumnos cambia, entonces como excentro de alumnos queda casi olvidado. Ahí me puse a investigar y justamente después que José Miguel se suicidó en mayo, en diciembre se suicidó otra alumna, también de Medicina, de quinto año”.
“Un poco era lo mismo, ella ocultaba su sufrimiento en la universidad, por temor a no poder competir, no llegar a lo que ella esperaba y que no era bien visto en la universidad que ella tuviera problemas de salud mental”, dice Odette.
Desde la Universidad de Valparaíso, si bien lamentaron el deceso de José Miguel Galasso, evitaron ahondar en el caso. De todas maneras, confirmaron la reunión que sostuvo el rector Osvaldo Corrales con su familia.
“Sin querer profundizar en el asunto y solo con el afán de despejar dudas, las relaciones entre las instituciones de educación superior (cualquiera en el país como es de conocimiento público) se dan entre estas y los estudiantes, sin que medie la figura de los apoderados, como ocurre en los colegios, por tratarse de personas mayores de edad”, aclaran.
Gestiones en el Congreso tras el caso de José Miguel
Precisamente, el año pasado la diputada María Francisca Bello (Convergencia Social) supo del caso y se ofreció a hacer gestiones desde el Congreso. Así, junto a su colega Camila Rojas (Comunes) y la Confech presentaron un proyecto de resolución que tiene como fin la protección y aseguramiento de la salud mental en la educación superior.
“El año pasado una diputada me tomó en cuenta y comenzamos a hacer investigaciones con las universidades y ahí se arrojó que cinco de ellas tenían conocimiento de que había 24 casos de alumnos con depresión. Se les preguntó qué protocolo tenían. Había 24 casos en los últimos 10 años, pero todas las otras no contestaron, otras dijeron que ellos no daban cifras porque no conocían”, detalla Odette.
“Donde estudió José, se mantuvo en silencio, en un acotado grupo de su curso, de su carrera. El resto de la universidad no se enteró, después con los estudiantes enteramos a la facultad de que esto había pasado. Las universidades no difunden esto, esto queda en el dolor de la familia, aparte que ninguna familia se siente capaz de hablar después de algo así”, deplora.
Consultada al respecto, la diputada Bello comenta que “presentamos este proyecto de resolución con el fin de asegurar el fortalecimiento de los protocolos de acompañamiento en salud mental en educación superior, que estos sean vistos como ejes principales que aseguren la calidad de la educación y no solo los resultados académicos”.
“No se trata solamente de aumentar el número de profesionales que atiendan a los y las estudiantes en las universidades, sino de asegurar que existan protocolos que velen por una salud mental integral. La educación superior tiene circunstancias que son caldo de cultivo para el desarrollo de problemas de esta índole, pero hasta ahora no hay una preocupación transversal de los organismos y eso es preocupante”, añade la parlamentaria de Convergencia Social, el partido del Presidente Gabriel Boric.
La diputada Rojas, por su parte, sostiene que “la protección a la salud mental ha sido una de las principales demandas de los estudiantes en el último tiempo y consideramos que es deber del Estado asegurar un plan nacional de apoyo en este sentido”.
“Las enfermedades psiquiátricas son un problema grave y debemos actuar de manera urgente. Por eso hemos hecho esta solicitud al Ejecutivo, que va en relación a lo que han estado trabajando en el Ministerio de Educación, sobre todo pensando en la incidencia que tiene el suicidio en los jóvenes”, indica.
La punta del iceberg
Para Odette, en tanto, “el suicidio es una punta del iceberg, creo que hay otras medidas, esa es la razón del proyecto que se está trabajando con la Cámara de Diputados y que acaba de ser presentado”.
Además, hace un llamado directo a los padres de los estudiantes universitarios para estar atentos a las señales que puedan estar entregando sus hijos.
“Los padres normalizamos que los hijos no duerman, dejen actividades de lado, se encierren a estudiar. La verdad que uno trata de ayudarlos, pero no saben cómo. Entonces, se normaliza este deterioro en la salud mental por parte de la propia universidad, por parte de los profesores y por parte de la familia, entonces el estudiante queda solo con esta responsabilidad y con esta carga”, explica.
“Es muy importante que se eduque a través de la prensa, cuáles son los síntomas de la depresión, porque todo el mundo habla para el día del suicidio o para el día de la salud mental, que es el 10 de octubre, pero el resto del año la gente sufre en silencio”, pide.
“José Miguel no está, pero hay jóvenes que sí lo necesitan. En memoria de él está esta lucha, porque él lo hubiera hecho, de alguna forma está impulsándome”, dice.
“Es muy importante que la gente sepa que esto existe, porque las personas que viven una situación así quedan solas en realidad y sienten que no encajan con el mundo, porque en realidad comienzan a caminar en otra dimensión, a mirar las cosas de un prisma muy diferente”.
Por último, Odette hace un sentido llamado. “Que las autoridades que pueden hacer algo, se preocupen de las cosas importantes, no solo la parte económica y social, es importante la economía, pero no a costa de la salud de las personas”, concluye.
De acuerdo a la Encuesta Nacional de Salud 2016-2017, en nuestro país un 6,2% de las chilenas y los chilenos padece depresión, pero sólo un 1,6% se encuentra en tratamiento, principalmente por temor a ser discriminados ya que “es mal visto”, acudir a un especialista, como un psicólogo o psiquiatra.
Mientras que un estudio del Injuv, reveló que en el caso de los jóvenes, un 35,4% apunta que los estudios y la sobre exigencia académica es uno de los ámbitos que más incide en su salud mental.