Durante años, la escuela 386 Santander de España, de Cerro Navia, tuvo entre su equipo docente al actual abanderado presidencial de Unión Patriótica. En este reportaje de Radio Bío Bío, sus ex alumnos, que hoy ejercen distintas profesiones y oficios, lo recuerdan. Describen sus clases como “dinámicas” y con sentido del humor, pero con rigor y disciplina. Además, quienes lo conocieron entonces rememoran la fama que tenía el docente por su buena facha, junto con su pasión por los “temas de los trabajadores”, en los que hacía énfasis en las aulas. Todo esto, en un ambiente marcado por la pobreza, las drogas y el abandono, tanto como por las ganas de salir adelante.
A Eduardo Artés en las reuniones clandestinas en la parroquia Jesús Obrero le decían el “Rucio”, por su blondo color de pelo. Otras veces, el “Chaqueta Negra”, por la prenda de cuero que solía portar.
Esas eran las chapas que usaba en la AGECH, Asociación Gremial de Educadores de Chile, la organización que se formó de forma furtiva luego de la disolución de los sindicatos de profesores a raíz del Golpe Militar de 1973. Por protocolo, todos los miembros del grupo tenían que usar un sobrenombre, tanto para proteger a sus cercanos como a ellos mismos.
En esas jornadas conoció a Patricia Garzo, hoy profesora jubilada. En 1982, Garzo fue detenida y torturada por la CNI en el cuartel Borgoño. Luego, fue sobreseída por la justicia militar. Años después, en 1991, las vueltas de la vida los volvieron a encontrar con el “Rucio Artés” una vez Garzo llegó a hacer clases en la escuela 386 Santander de España, de Cerro Navia.
“Llegué y me encontré con Eduardo, pero yo no le sabía el nombre, ni él el mío. Y me dice ‘¡Chica, cómo estás!’. ‘¡Hola!’, le dije yo. Conversamos y me preguntó mi nombre, se lo di y él a su vez me dio el suyo”, rememora la docente.
Así, comenzó una historia de 17 años como colegas, y una amistad aún más extensa, que perdura al día de hoy.
En la sala con Artés
La escuela 386 Santander de España se ubicaba en avenida Huelén número 1977, entre las calles La Capilla y Chilonga. El recinto original fue demolido, y a fines de 2013 se ordenó la fusión con otros establecimientos de la comuna.
Sin embargo, durante años fue un pujante colegio que luchó, a punta de bingos, kermeses y organización, para salir de la pobreza.
Era en esas aulas donde Eduardo Artés hacía clases de Historia y Geografía a alumnos entre quinto y octavo básico. Una de sus alumnas, Katherine Carvajal, lo recuerda con cariño: “Sus clases eran dinámicas. Nos hacía participar. Le gustaba que preguntáramos, que solucionáramos las dudas que teníamos”.
Otra de sus estudiantes, Elizabeth Inostroza, hoy trabajadora social de 42 años, lo evoca como un profesor “tallero”: “Era de aquellos profes que, si no lograba captar tu atención, tiraba la talla e intervenía hasta que lograba que entendieras y aprendieras”, asegura. “De los que tomaban la escoba para simular un fusil mientras te contaba alguna batalla”.
No obstante, el ambiente, evocan alumnas y alumnos de la época, era de pobreza. El buen ánimo y la vocación de servicio de los y las profesores era lo que sacaba adelante la escuela.
“Se notaba el ambiente de pobreza y abandono entre los compañeros. La falta de trabajo. Había chicos que no tenían cuadernos, o uniformes”, rememora José Luis Leiva, que fue estudiante de Artés desde 1986 al 1991, al salir de octavo.
“En el colegio veías de todo: chicos que eran maltratados en su casa. Otros, que tenían padres caídos al alcohol, o presos. En ese tiempo nos tocó vivir muchas cosas así”, añadió Leiva, que hoy trabaja en editorial SM.
Es en ese contexto en que el rol del profesor y la profesora se tornaba, explica, vital. Y Artés logró generar empatía con sus alumnos. Algunos, el día de hoy, lo recuerdan con cariño.
“El profe siempre era de andar ayudando. En mi familia tuvimos una experiencia bien trágica: mi mamá quedó viuda cuando estábamos en la básica. Y Artés nos iba a dejar a la micro al frente con mi hermano chico. Una profesora nos pasaba a buscar en la mañana al paradero, nos veníamos con ella, y él nos dejaba en el paradero en la tarde”, relata Carvajal sobre esos años.
¿Y cómo retaba a sus alumnos y alumnas Artés? Se ponía serio, pero nunca escarmentaba a golpes de varilla o a tirones de patilla, como era usual en algún tiempo en la educación normalista.
“De Artés nunca vi eso. De otros profesores, sí. De hecho me tocó, y eso que yo era tranquilo. Artés te llamaba la atención fuerte cuando los niños se portaban mal. Pero no sé, quizás buscaba encaminar a estos chicos, que venían de todo tipo de mundos: chicos que robaban, que el papá era alcohólico, metido en la droga. El profesor trataba de encaminarlos con retos fuertes, pero nunca pegar”, arguye Leiva. “Si te retaba, te mandaba a hacer más tarea. Pero de golpes, nunca”, evidencia también Carvajal.
Sindical y apasionado
Corría el último lustro de la década de 1980. Chile aún no salía de la dictadura militar y el contexto político era crispado.
La misma Garzo dio una vuelta larga para llegar a hacer clases a la 386: corría 1982, y su pareja, “Luchito”, a quien conoció en esas reuniones secretas, cayó abatido por el fuego de la CNI a metros de la Vega Central.
“Luchito” era mirista, y tal como el “Rucio” Artés, usaba una chapa. Solo meses después, tras ser torturada, encarcelada y posteriormente sobreseída, conoció su nombre real: Enrique Reyes Manríquez. Tenía 36 años al momento de su deceso, y era ex cabo de la FACH.
Hoy, Garzo vive en un departamento a pasos de la plaza Baquedano. Ahí, entre fotos de Salvador Allende y Bernardo O’Higgins, recuerda que tuvo que pasar por varios trabajos en colegios privados y subvencionados, hasta que llegó al establecimiento. Hasta hoy, Garzo y Artés se dan apoyo. La misma docente hace campaña por él.
En ese ambiente muy politizado y cargado, el actual candidato de Unión Patriótica, como señalan sus alumnos de entonces, no escondía su color político. O al menos trataba, pero no lo lograba del todo.
“Me acuerdo que pedía trabajos de un día para otro, informes grandes, complicados, del Primero de Mayo, del Día del Trabajador. Siempre ha sido así: radical, sindicalista. Y en esos años internet no era masivo como ahora, había que ir a bibliotecas o preguntarle a gente que sabía de la materia. Él era así: le ponía énfasis a esa parte de la historia. Independiente de que también nos pasaba las Guerras Mundiales e historia en general, en esos temas, los de los trabajadores, podía estar semanas y semanas pegado”, narra Rafael Soto, que fue estudiante de Artés cuatro años hasta 1999, al salir de octavo.
“Yo siempre supe que él era comunista. No sé si en el colegio, pero siempre lo tuvo bien marcado”, puntualiza Carvajal. Y sumó que Artés los incentivaba a buscar otras fuentes además de él: “Siempre nos decía que teníamos que estudiar, buscar por nuestra cuenta. En el colegio tampoco nos contaba de su vida como militante. Después, uno conversaba con él cuando se lo encontraba en las marchas, años después”.
La entonces apoderada y madre de Rafael Soto, la sindicalista Isabel Soto, acusa que llegaron reclamos de apoderadas por las clases con un punto de vista muy “parcial” de Artés: “Estaban indignadas porque los libros de texto apenas tenían puestos los nombres de los niños, y no se habían abierto. (…) Era muy parcial, contaba el lado de él. Y yo discutía con él, le decía que tenía que ser imparcial como profesor, independiente de su posición política. Yo también tengo la mía, le decía, pero no se la voy a meter por los oídos a mis hijos, sino que los insto a que averiguen otros puntos de vista con otras personas, para que puedan ellos sacar sus conclusiones”.
Y aunque Isabel se define como apolítica, describe que los textos de historia de esos años también eran parciales en su descripción de la historia reciente del país.
“En esa época en los libros de historia no se decía dictadura. Se hablaba de la salvación del comunismo, del socialismo y todas esas cosas. Pinochet aparecía prácticamente como un héroe en los libros de historia”, detalla.
Por esto, le propuso un acuerdo salomónico al hoy abanderado: “Le dije, ‘usted tiene dos horas con ellos. Trabaje una hora con el libro, y la otra hora usted les va explicando lo que usted no está de acuerdo con el libro’”.
Y cuando llegaban las vacaciones, Artés viajaba al extranjero por actividades políticas. Fue en esos viajes en que conoció la Albania comunista, país que lo deslumbró y del que ha sido defensor en diferentes oportunidades.
La revolución… del atractivo
La facha bien cuidada y su aspecto físico hicieron que Artés resaltara en la escuela. Su porte espigado, sus ojos azules y tono de voz causaron sensación entre apoderadas y profesoras.
“Cuando él llegó al colegio, era bastante joven. Era muy atractivo, entonces las mamás andaban loquitas por él. Imagínese: llega al colegio un tipo alto, blanquito, muy rubio, de ojos azules, que se portaba encantador con las señoras. Entonces, dejó la escoba. Y no solo entre las apoderadas, las niñas más grandes, las otras profesoras solteras. Él era la revolución, pero del atractivo”, reseña Isabel.
“Pero a mi no me causaba la misma impresión que a los demás. A mi me interesaba como él pensaba, como era como profesor, porque yo tenía dos hijos en el colegio. Me interesaba que apoyara las actividades que hacíamos en el colegio para poder salir adelante”, aclara Soto. “Lo miraba a él y en el conjunto es atractivo, pero no me gustaba su nariz. Además me cargan los hombres con bigote. Para mí no era tema”.
A Artés en alguna ocasión, dado el vello facial y que a veces usaba una pipa para fumar tabaco, los niños y niñas lo compararon con el Jefe Quimby, personaje animado que es el superior del Inspector Gadget.
Más allá de bromas, en medio de esta “revolución del atractivo” a Artés le llegaban regalos a la escuela: flores y almuerzos con mantel incluido. Incluso le llegó un maletín negro de cuero. Lo quiso devolver, pero Garzo lo hizo retractarse, justificando en que sería una ofensa hacerlo.
Con todo, Artés solo reaccionaba ante esto con recato. Se ponía rojo. Y según todos y todas los consultados, nunca emprendió acciones de conquista con ninguna apoderada.
Eso sí, donde sí encontró el amor Artés fue en una profesora: Gladys Silva. Según despeja Garzo, el flechazo le llegó primero a ella. “Ella se enamoró de él, era su adoración. Se le notaba. Y luego él se tiene que haber enamorado de ella. Se demoraron un poco, fueron de a poco conversando”.
El romance entre Silva y Artés se mantiene hasta el día de hoy. La profesora lo acompaña en las marchas que participa el sanvicentano. “Ella es su partner. Donde está Eduardo, ella siempre anda al ladito, pero de forma discreta. No es figurín, tampoco en las marchas”, ilustra Garzo.
Todo esto, a pesar de que Artés sigue legalmente casado con María Angélica Ibáñez, su primera nupcia contraída en 1972. De esa unión nacieron dos hijas: María Teresa y Patricia.
Profesoras y profesores de vocación
Todos las y los alumnos consultadas recuerdan con afecto la labor que realizaba el equipo docente de la escuela 386: la profesora Miriam López, la misma Gladys Silva, Mabel Letelier. Cumplían, según ellos, una labor más allá de su cargo como profesores y profesoras.
“Muchos de nuestros profesores venían del barrio alto a hacer clases. Ahí se ve el tema de la vocación también. ¿Cruzar todo Santiago para llegar a una población toda embarrada, con salas de clases que se llovían? ¿Para qué? Siendo que podían hacer clases perfectamente en un colegio particular. Pero llegaban, de punta en blanco a hacer clases a estos niños que venían de la pobreza. Eso me llamó mucho la atención. Entre ellos estaba Artés”, revive Leiva.
Entre los casos de vulnerabilidad entre el estudiantado, Garzo destaca madres que trabajaban en el barrio alto que no veían a sus hijos en todo el día, ya que salían muy temprano a trabajar y volvían de noche. Otros casos, de menores con ambos padres en la cárcel por tráfico de drogas.
Por todo esto, encontraban en los y las profesoras una guía en muchos aspectos de la vida: “Nos veían como segundos padres, porque ellos quedaban solos. Y así y todo, hay muchos que lograron salir adelante, gracias a la contención que les dábamos nosotros. Los colegas éramos muy comprometidos”, reconstruye la docente.
“Los profesores tomaron un rol bastante importante en ese colegio. Varios compañeros surgieron en base a estas formas de pensar. Tengo compañeros de curso de la misma generación mía que son abogados, ingenieros, dueños de empresas. Yo creo que gran parte fue de los profesores, entre ellos el profesor Artés. Sin esos profesores, quizás estaríamos en cualquier parte. Nos inculcaron disciplina. ‘Lústrese los zapatos, péinese, lávese la cara’. Cosas súper básicas. Y dentro de las casas que vivían estos niños, incluido yo, muchas veces no inculcaban esas cosas valóricas”, se recuerda Leiva.
Empero, algunos alumnos de ese tiempo, requeridos para este reportaje, no quisieron participar. Algunos simplemente no responden. Otro que fue alumno de Artés, hoy con un cargo importante en una empresa, aduce falta de tiempo. Una alumna manifiesta: “La verdad es que varios que conozco reniegan de su pasado en Cerro Navia. Otros aún tienen familia allá o derechamente aún viven ahí. Por cierto, hay quienes se avergüenzan o les cuesta participar de estas cosas”.
Así y todo, la escuela logró salir adelante. Con el tiempo, realizando colectas y actividades, además de la ayuda municipal, lograron restaurar zonas del colegio. Luego, se instaló una escuela de adultos en uno de los pabellones.
“La municipalidad no se preocupaba, entonces nosotros hacíamos campaña, juntábamos dinero, hacíamos kermesse, y ahí participaba Artés con nosotros. Por ejemplo, para arreglar un techo. Nosotros comprábamos materiales y la municipalidad ponía manos de obra. Trabajos así”, revive Isabel Soto.
Aunque critica la apoderada: “Artés durante la época de la dictadura no se exponía. Era lo que siempre le reclamaba, porque después que terminó la dictadura, empezaron las huelgas, los paros. Y yo les decía, bueno, ¿y ustedes dónde estaban cuando nosotros teníamos que tomarnos el colegio para que arreglaran el alcantarillado? Estaban escondidos en la sala de profesores. Ahora dan la cara, pero ya terminó la dictadura. Y están reclamando cosas que tenían que haber reclamado antes con nosotros. Todos los profesores que conocí en esa época, con Artés, entran en ese lote”.
Con el correr de las generaciones, también varió el menú de almuerzo. Se pasó de servir eminentemente legumbres, como porotos y lentejas, a croquetas con puré y ensaladas. El galletón del desayuno, en cualquier caso, se mantuvo inamovible: “Había que mojarlo en la leche para comerlo. Era muy duro”, remembran los alumnos.
Marca de por vida
Según registros de la municipalidad, Artés se retiró de la escuela el año 2007. Jubiló de forma anticipada. Diez años después, emprendió su primera aventura presidencial, en la que consiguió 33.690 votos, un 0,51% del total.
Su aparición en televisión causó asombro entre el alumnado de la 386. Fue ahí donde a varios les hicieron sentido dos aspectos. El primero, la consecuencia de Artés: su discurso no cambió en todo ese tiempo. El segundo: su aspecto físico tampoco cambió.
¿Marcó Artés a sus alumnos? Algunos dicen con seguridad que sí: “A mi me marcó por el tema vocacional. Como profesor, digo, no como candidato. Él nos inculcaba valores básicos, como que cuidáramos nuestra apariencia frente a los demás. Que podías ser muy pobre, pero no podías descuidarte tú como persona. Eso lo recalcaba. Y el respeto, era básico. El conversar, relacionarse. Con varios compañeros concordamos que fue un gran aporte. Nos quedó algo de él”, dice Leiva.
Pero a pesar de estas cualidades, Artés no se gana el voto de todos sus ex alumnos.
“Yo no voy a votar por el profe, lo haré por Boric, porque creo que tiene más posibilidades que el profe, porque tiene menos gente. La otra vez voté por el profe, por convicción. Pero siento que hay que ser consecuentes con lo que queríamos, para que no salga Kast”, desarrolla Carvajal, que trabaja desde hace 23 en el hospital San Juan de Dios como digitadora en el Sistema de Gestión de Emergencias Sanitarias.
Por otro lado, si bien Leiva considera que Artés es consecuente y de una sola línea, no comparte su pensamiento político. “El profesor tiene su pensamiento muy personal, que en varias cosas no las comparto, de hecho. Pero sí como calidad humana, me cuadra”.
Y finaliza: “No votaría por él. Estoy entre Sichel y Kast. Y en una segunda vuelta, entre Artés y Kast, votaría Kast”.