“Chile luce peor que en cualquier otro momento desde el regreso de la democracia”. Así describe un artículo publicado por el medio The Economist a nuestro país, todo esto en medio del segundo aniversario del estallido social, el proceso de la Convención Constitucional y las próximas elecciones de noviembre.
En la publicación, se detalla que Chile solía ser una de las historias de éxito de América Latina donde “el producto interno bruto por persona casi triplicaba entre 1990 y 2015; ahora es el más alto en Latino América. El número de estudiantes universitarios quintuplicaba en el mismo periodo. La desigualdad de ingresos cayó y ahora es bajo el promedio regional (aunque muy por encima del de la OCDE, un club mayoritariamente de países ricos)”.
“Chile una vez considerada Finlandia Latinoamericana”, está en problema”, así se titula este artículo, que engloba todos los procesos que se están llevando a cabo en nuestro país, como la Convención Constitucional y las cercanas elecciones presidenciales.
“Queremos ver el fin del capitalismo”
Sin embargo, desde que se llevaron a cabo grandes manifestaciones en octubre de 2019, en las que murieron al menos 30 personas y las estaciones de metro e iglesias fueron arrasadas, la violencia se ha vuelto mucho más común. En las últimas semanas, tres personas han muerto durante las protestas y cientos han sido arrestadas.
“Queremos ver el fin del capitalismo y neoliberalismo”, dice Catalina (no es su nombre real), una protestante de 37 años rodeada de encapuchados empuñando palos.
Ella es una de las cientos quienes, desde que Chile cesó el toque de queda relacionado con el covid-19 en octubre, han salido a las calles para criticar al gobierno.
Muchos de los protestantes saquearon supermercados y farmacias. Otros, usando pasamontañas negros, han lanzando molotov a los “pacos”, o la policía.
Por una semana la principal vía publica de la capital estaba llena de pilas de basura que habían sido incendiadas. El centro está cubierto con grafitis. “Muerte al gobierno, viva la anarquía”, se lee en un garabato.
Convención Constitucional
Después de las protestas de 2019, el gobierno acordó crear una Convención Constitucional, con la idea de elegir un organismo ampliamente representativo de los ciudadanos de Chile para reescribir la constitución de la era del dictador Augusto Pinochet.
Pero dos años después, mientras ese experimento democrático se pone en marcha (con solo el 43% de los ciudadanos votando por los 155 miembros de la Convención en mayo), Chile luce peor que en cualquier otro momento desde el regreso de la democracia hace tres décadas.
Extremos en las elecciones
Para empezar, los políticos extremistas están ganando terreno. En noviembre se celebrarán las elecciones generales en las que el actual presidente, Sebastián Piñera, no podrá volver a presentarse por límites de mandato (quien por separado, también está lidiando con un potencial juicio político).
Los dos candidatos que lideran las urnas para reemplazarlo son Gabriel Boric, un joven de 35 años aliado del Partido Comunista, y José Antonio Kast, un candidato de extrema derecha que una vez afirmó que si Pinochet estuviera vivo “él votaría por mí”.
Por un lado, Kast quiere construir “una zanja” en la frontera norte del país para mantener alejados a los inmigrantes que llegan ilegalmente.
En tanto, el equipo de Boric argumenta que sus políticas no son más extremas que, digamos, las de Bernie Sanders, un excandidato presidencial en Estados Unidos. Aún así, parecen estar en deuda con los izquierdistas radicales.
Desigualdad en Chile
Otro problema es que muchos de los temas subyacentes que llevó a la gente a salir a las calles dos años atrás, no se han ido.
A principios del 2000, durante un boom de mercado, una nueva clase media emergió, pero la desigualdad seguía siendo severa.
De acuerdo a un estudio publicado el 2019 en Lancet, revista médica, la esperanza de vida al nacer de una mujer nacida en el barrio más pobre de Santiago es cerca de 18 años menos que una mujer nacida en el barrio más rico, una brecha mucho mas grande que en las otras cinco ciudades de Latinoamérica estudiadas, incluyendo Ciudad de México y Buenos Aires (aunque en general la expectativa de vida permanece alta.)