A partir de su experiencia estudiando el pasado reciente chileno y el rescate de la memoria de las víctimas de la dictadura militar, la candidata a doctora en sociología en la Universidad de Oxford, Valentina Infante, se interesó en la que ella denomina como “la otra memoria”: la de quienes “todavía glorifican y celebran lo que ellos llaman el ‘gobierno militar’”. En esta entrevista, quien también ha ayudado a elaborar textos de historia para escolares analiza los conceptos de verdad histórica, cómo el relato del quiebre democrático se somete a “suavizaciones” en las salas de clase y los desafíos que tiene el país a futuro: “En 20 años nuestra sociedad seguirá dividida por el Golpe de Estado”.
“Comenzó como un estudio enfocado en las víctimas de la dictadura. Me interesaba el Museo de la Memoria”, cuenta Valentina Infante (32), candidata a doctora en sociología de la Universidad de Oxford, Inglaterra. “Pero me causó bastante impresión unas declaraciones de diciembre del año 2018 de la diputada Camila Flores cuando dijo ‘yo soy pinochetista, y lo digo sin problemas’. Ahí se me encendió la ampolleta y dije, ‘a ver, acá hay algo que está pasando’”.
Luego de titularse como licenciada en historia en la Pontificia Universidad Católica, Infante estaba buscando un tema en el que centrar su tesis doctoral. Es así como ligó su experiencia en museos y en la memoria del pasado reciente en Chile, y enfocó su trabajo en estudiar el fenómeno pro régimen: quiénes aún respaldan la dictadura militar, a pesar del tiempo y de los trabajos en pos de visibilizar las violaciones a los derechos humanos cometidas en ese período de la historia del país.
“Esa es la otra memoria”, comenta la historiadora. “Los estudios de memoria en general se han enfocado en la memoria de las víctimas de la dictadura, pero ha quedado otro campo discursivo, de memoria, que no ha sido tan estudiado. La memoria de quienes todavía glorifican y celebran lo que ellos llaman el ‘gobierno militar’ y el ‘pronunciamiento militar’, porque hay que recordar que usan distintos términos”.
“Uno creería que después de 30 años de la vuelta a la democracia, y a más de 40 años del golpe, estas memorias ya se están disipando, y en realidad no. Continúan muy presentes. Y no solo eso, sino que se ha revitalizado con nuevas generaciones”, asevera Infante, quien también ha ayudado en la confección de textos de historia para escolares.
¿Qué casos le han parecido interesantes durante el desarrollo de esta tesis sobre la memoria pro régimen?
“Hay muchos casos interesantes. Lo que más me impresionó luego del estallido fue que esta nostalgia pro régimen se encendió, se activó y se radicalizó. No sé si se expandió, porque sigue siendo muy bajito el porcentaje de personas que aprueban y apoyan el régimen militar en Chile. El año 2013 estaba en un 4% . Pero luego del estallido, se vio un florecimiento de esas tendencias nostálgicas. Durante la campaña del Rechazo vi a personas con chapitas de Pinochet en las calles, con poleras que decían “por la razón, pero más por la fuerza”, una cosa así. Y de gente joven, eso fue lo que más me llamó la atención”.
¿Y por qué sucedió esta activación de tendencias pro régimen?
“Lo que pasa es que cuando hay contextos de caos, suelen resurgir estas tendencias nostálgicas. Porque lo que une esta memoria, esta otra memoria, es el anhelo del orden a toda costa, y ya sabemos qué significa eso. El anhelo de orden es tan fuerte, que resurgen estas tendencias”.
“Hoy en día se da un fenómeno curioso, y es que esta nostalgia ‘pro golpe’ y ‘pro régimen’ estuvo marginada, muy en el espacio privado. Y ese 4% eran los que se atrevían a decirlo. Quizás era más, y esa cifra no reflejaba lo que realmente era. Ahora, igual sigue siendo bajo el porcentaje. Es un grupo muy pequeño. Desde el año 2004, con el informe Valech y con la corrupción de Pinochet, el caso Riggs, la memoria hegemónica y dominante es de las víctimas. Se ha establecido y consolidado muy bien, con el Museo de la Memoria, el INDH, las comisiones de verdad, los movimientos de víctimas y los centros de tortura, que se han transformado en memoriales y en museos”.
¿Cómo se puede establecer la verdad histórica? ¿Existe una diferencia entre la verdad histórica y oficial, o lo ve de otra forma?
“Ese es un tema muy complejo. Establecer una verdad es un arma de doble filo. Hay una frase muy famosa de George Orwell, en su libro 1984, que dice ‘quien controla el pasado, controla el futuro’. Es algo muy complejo que los autoritarismos saben muy bien”.
“Pero sí, es importante que las sociedades delimiten ciertos límites, valga la redundancia, de su discurso. Y qué es lo que se va a aceptar en el espacio público. En qué vamos a estar todos de acuerdo que es lo que pasó y qué cosas vamos a dejar fuera”.
¿Se pueden dejar cosas afuera? Si hay cosas que son verdades y todos saben que son verdades, ¿igual se pueden ignorar o dejar fuera del relato?
“No creo tener la respuesta a eso. Desde la Alemania de 1945, posterior al nazismo, que se está haciendo esa pregunta. Pero sí hay cosas que como sociedad tenemos que estar de acuerdo, como en qué queda fuera de lo aceptado públicamente y qué queda dentro. Eso es sano. Pero también, en cómo se delimita eso, tiene que estar muy bien escrito y justificado, porque ahí se pasa a llevar el derecho de la libertad de expresión. Entonces hay una tensión muy grande entre la libertad de expresión y la dignidad de las víctimas”.
“Creo que el Estado sí puede ayudar a encauzar el discurso público a cosas que todos tenemos que estar de acuerdo. Y eso conlleva dejar ciertos relatos netamente al espacio privado para una sana convivencia. Pero, de nuevo, insisto en que el cómo se delimita esa caja, digamos, donde va a caber lo que es el discurso público y diferenciarlo del privado, es súper difícil y complejo. Tiene que estar muy bien hecho”.
¿Cuáles son esas cosas que entran en el espacio público y qué cosas se dejan en el ámbito privado?
“Hay ciertos relatos que tensionan esta memoria hegemónica, que es la memoria de las víctimas. Relatos que podrían ser incluidos en un relato nacional, pero con el problema de que pasan a llevar la memoria dominante”.
“Por ejemplo: el Museo de la Memoria empieza con el Golpe de Estado. ¿Y qué pasó antes? Entrar en el ‘antes’ es muy delicado, porque se puede caer en lo que algunos dicen ‘justificar’ el golpe, ‘relativizarlo’ o ‘equipararlo’”.
“Pero también hay y habrá una necesidad, de aquí a 20 años más, de abordar esos otros relatos de gente que efectivamente sufrió antes del Golpe de Estado. El hecho de que ningún museo en Chile hable del contexto previo, con todas sus fuentes, la intervención de la CIA, con las colas, con todo, habla de que ese tema no está resuelto. En Chile, hoy en día, el tema del régimen militar, dictadura, no está resuelto. Las llagas están abiertas, y el hecho de que no podamos tener un relato sobre lo que pasó antes en un espacio público, habla de que eso todavía no está resuelto, que se va a tener que resolver en algún minuto. Porque las nuevas generaciones lo van a exigir”.
Lo propuso el Presidente Piñera el año 2018, con el Museo de la Democracia.
“Claro. Se interpretó en su minuto como un relato paralelo. Y eso fue muy mal visto por las agrupaciones de víctimas, porque lo interpretaron como ‘ah, él ahora va a poner su verdad, la verdad de la derecha, del otro lado’. Yo, la verdad, no sé si va en esa intención. Pero eso te habla de que ese tema todavía no se puede tocar”.
“Pero va a llegar un minuto, de aquí a 20 años más, que vamos a tener que hablar de la dictadura militar y también del contexto previo. Porque explicar el contexto previo no implica justificar. Claro, algunos lo pueden usar para justificar, pero en la medida en que entendemos las fisuras sociales, económicas, políticas del contexto previo, podemos también entender toda nuestra historia para adelante. Entonces, va a ser necesario”.
“Pero es un tema que no está resuelto. Hay muchos tabúes todavía en Chile. Se prefiere la cultura del consenso, que quedemos todos bien con todos. Que no toquemos ciertos temas, porque eso puede generar chispas”.
Usted dice que de acá a 20 años habrá que hablar del contexto previo. Serían 50 años desde el retorno a la democracia, y casi 80 años desde el Golpe de Estado. ¿Eso significa que recién la siguiente generación se encargará de ese debate?
“Sí. Yo creo que la generación que ahora tiene 30 años va a tener 50 en esa época, van a estar ocupando cargos que les van a permitir hacer las preguntas que la generación anterior no se atrevió a hacer. Y pongo el ejemplo de lo que pasó antes del Golpe. También poner en el espacio público todo lo que tiene que ver con el estallido social, que es algo muy fresco, muy de ahora. Quizás en un tiempo más vamos a poder definir exactamente qué significó. Claramente tiene un significado ahora, pero quizás se hará un museo en algún minuto, por ejemplo”.
¿Puede que el estallido tenga otro significado, otra carga a futuro? Hay sucesos que tienen un trascendido grande en un momento y con el correr del tiempo se resignifican, o pierden relevancia, o la ganan.
“Sí, claro. Es muy interesante cómo las nuevas generaciones transforman mucho del legado que reciben de sus padres, de sus abuelos. Pero siempre se mantiene una esencia, una línea que se transmite. Por eso es que el tema del régimen está tan presente hoy en día, porque, si bien muchos de las víctimas ya lamentablemente están falleciendo, y se está generando la impunidad biológica por parte de los perpetradores, los hijos, los nietos siguen, pero como si ellos hubieran vivido el proceso. Está muy presente el tema del régimen”.
¿Está de acuerdo con el secreto de 50 años impuesto por ley a los testimonios del informe Valech?
“Es un tema muy delicado. No me sentiría cómoda diciendo sí o no, porque no soy víctima, entonces no me veo directamente afectada. Pero sí reconozco que hay una tensión de las víctimas que quieren, en su mayoría, que se libere el secreto Valech. Y por otro lado, las cúpulas que organizaron la comisión Valech, dirigidas por el exPresidente Ricardo Lagos, que quieren mantener el secreto Valech. Y esa tensión a uno no le puede dejar indiferente”.
“¿Por qué las víctimas quieren liberar el secreto Valech? Porque el secreto Valech, para ellas, dificulta la impunidad. Dificulta los procesos judiciales. Cada víctima tiene que ir ella misma a buscar su expediente, y es muy engorroso. Si necesita testigos, es muy difícil tener testigos, porque están borrados los nombres de las víctimas. Y también porque no se saben los nombres de los perpetradores. Entonces, entiendo la frustración de las víctimas. Porque existe todavía esa llaga. Hay descontento de parte de las víctimas, y no están de acuerdo con esta política. Hay muchos que dicen que se la impusieron, o que no sabían. Esa tensión se tiene que resolver”.
¿Y cómo se resuelve?
“Yo creo que el diálogo es lo fundamental. Y que pregunten a las víctimas el porqué de esta frustración. Las víctimas van a dar un decálogo muy detallado de qué es lo que piden. Y bueno, no tengo la receta, pero creo que siempre debe primar el diálogo: que se invite a las víctimas a instancias, al Congreso, a la Convención Constituyente”.
Usted ha ayudado a editar libros de historia para niños. ¿Cómo es ese proceso de escribir un relato que va a aprender una generación nueva? ¿Debe ser una gran carga, no?
“Sí, es una gran carga. Fui ayudante de confección de textos escolares. No tuve ningún cargo importante, ni de decisión, pero escribí varios relatos y cuentos. Y es bien increíble, porque la historia oficial que se ha contado desde la vuelta a la democracia siempre ha sido una historia muy neutra, donde se diluyen las responsabilidades. Te voy a dar un ejemplo: ¿cómo se describe el Golpe de Estado en algunos textos? Te ponen: ‘Los tanques rodearon La Moneda’. O: “Los Hawker Hunter bombardearon La Moneda”. O sea, al objeto se le da la responsabilidad histórica del quiebre de la democracia, siendo que hay una institucionalidad, un grupo de militares que comandaron eso. Pero no: hay que decir ‘los tanques’”.
“Eso se llama nominalización, y fue estudiado por una académica de la Universidad Católica, Teresa Oteiza. Es experta en este tema, y ella muestra eso. Por ejemplo, cuando se dice ‘se volvió a la democracia’. Cuando tú dices ‘se volvió’, lo estás despersonalizando. O decir: ‘Se asesinó a tal persona’. Estás evitando decir que el militar asesinó a esa persona. O: ‘Luego del plebiscito volvimos a la democracia’. Si tú abres un texto escolar, está lleno de ese tipo de suavizaciones, que al final reflejan muy bien nuestra democracia, que está llena de tabúes, de miedos, de consensos. Como decía Steve Stern, es ‘la caja cerrada de la memoria’: hay que decir todo lo más suave posible”.
¿Y hoy cómo se dice en los textos escolares? ¿Dictadura o gobierno militar?
“Tengo entendido que cada colegio lo dice como es más conveniente. No sé si cada editorial tiene su enfoque propio, pero está todo controlado por dos o tres editoriales, y en general no van a decir ‘dictadura’. Y también, a pesar de que se puede decir dictadura en el colegio, le pasa a muchos profesores que tienen miedo de los apoderados y evitan decir ‘dictadura’, porque luego los apoderados reclaman”.
En una entrevista concedida a Bío Bío, el profesor Juan Carlos Yañez de la Universidad de Concepción sostiene que “los ejercicios periódicos de revisión histórica son necesarios”. Sin embargo, aunque celebra que existan leyes “anti negacionistas”, teme un poco que pueda haber a raíz de ello “una suerte de censura previa” o incluso una “autocensura” al querer tocar ciertos temas que van en contra del relato hegemónico. ¿Lo ve así?
“Sí, es un buen punto. Yo creo que si hay una ley de negacionismo, tiene que ser muy clara y específica. Tiene que permitir libremente a los periodistas e historiadores contar a lo que ellos se dedican: recabar información, corroborar, hablar del pasado, pero sin restricciones. Obviamente van a haber límites, pero yo estoy de acuerdo en eso, que no se puede restringir la labor de los historiadores y de los periodistas. Hay que ser muy claros en cómo se tipifica algo así”.
“Ahora, si un historiador va a hacer una historia revisionista del holocausto, negándolo, yo creo que eso claramente tiene que ser sancionado por una ley de negacionismo. Pero es algo muy puntual, y más allá de eso no. Tiene que ser muy claro, porque si no, vamos a caer en la autocensura, la falta de producción intelectual, y eso no es muy deseable”.
¿Puede un historiador evitar el sesgo político al relacionarse con un texto fuente?
“Yo creo que no. Uno nunca va a ser cien por ciento objetivo, por muy deseable que sea ser objetivo, es imposible. De hecho, hay corrientes en la historia que valoran la subjetividad y que valoran que el historiador o que el sociólogo reconozca su punto de vista y lo deje muy explícito en su investigación. Porque es algo que no se puede evitar. Entonces, entre hacerle una cruz y aceptarlo, mejor aceptarlo. Pero sí tenemos que ser abiertos de mente y preguntarnos por qué esa persona piensa distinto a mi. Por qué esta persona que estoy entrevistando, siendo que yo soy, por ejemplo, de izquierda, es tan de derecha. ¿Qué lo llevó a ser así? ¿Por qué piensa así? Esa curiosidad, siempre dentro de un debate o diálogo no se puede perder. Empatizar, pero no adherir a su pensamiento, sino que más bien comprendiéndolo”.
¿Cómo ve el Chile en 20 años más, considerando lo conversado?
“Yo lo veo con las luchas de la memoria igual de presentes que hoy en día. Con nuevas generaciones queriendo hacer nuevas preguntas sobre el pasado. Y con las mismas divisiones que tenemos hoy en día en términos de memoria. Creo que es muy importante la transmisión intergeneracional. Eso va a ser así, tanto del lado de las víctimas como del lado pro régimen”.
¿En 20 años más vamos a seguir divididos por el Golpe de Estado?
“De todas maneras. Esto no va a desaparecer. No sé cuándo, no podría decirlo. Pero al menos estoy segura que va a seguir muy presente”.