Hasta el pasado 3 de marzo, hace exactamente 4 meses, el Covid-19 era un asunto completamente ajeno a la realidad chilena. Ese día, el Ministerio de Salud (Minsal) confirmó oficialmente el primer caso de coronavirus en suelo nacional: un médico de 33 años, de la región del Maule, que estuvo de luna de miel durante un mes en el sudeste asiático.
Con él cayó buena parte de su círculo familiar, que tuvo contacto estrecho con él una vez que regresó al país. Los informes epidemiológicos sugieren que el “paciente cero” chileno, en realidad habría llegado antes, en febrero. De ahí en adelante, poco a poco comenzaron a proliferar casos que nos llevaron hasta la situación actual, que de acuerdo al último balance diario -publicado ayer jueves- ya alcanza los 284.541 casos confirmados y 5.920 fallecidos.
Y pese a que en principio el Gobierno -y en particular el exministro Jaime Mañalich- se negó a decretar cuarentena total, las cifras han obligado a establecer el periodo de confinamiento más largo del mundo en Santiago Norte (105 días, desde el 26 de marzo), según ha ratificado el propio alcalde de la capital, Felipe Alessandri.
Recién durante los últimos 5 días el actual titular de la cartera, Enrique Paris, ha intentado mostrar una pequeña luz de esperanza y ha endurecido el tono contra quienes lo critican por hablar de una “leve mejoría”, basado principalmente en la caída de la cifra de nuevos casos reportada por la autoridad sanitaria en los balances diarios.
Una postura que ha sido abiertamente cuestionada por especialistas en los últimos días, tanto desde el punto de vista comunicacional -pues dicen podría dar una señal incorrecta a la ciudadanía- como también por el hecho que en realidad la baja cantidad de nuevos casos ha estado directamente relacionada a la disminución del número de testeos, mientras la tasa de positividad se ha mantenido en torno al 25%; es decir, independiente de la variación que destaca Paris, 1 de cada 4 personas testeadas sigue dando positivo al Covid-19.
Aún así, el propio alcalde de Santiago habla de reabrir la ciudad en agosto y muchas otras voces ya piensan en cómo será el regreso a la normalidad.
Pero el asunto es ¿cómo deberíamos enfrentar lo que viene para que aquello sea posible? ¿Con qué escenarios nos encontraremos en el intento por volver a la normalidad?
Para una eventual reapertura se tienen que cumplir ciertos aspectos. En lugar de 5 días a la baja en el número de nuevos casos, el secretario general del Colegio Médico, José Miguel Bernucci, advierte que deberían ser al menos 14 días de descenso.
En concreto, deben darse los parámetros “que la misma Organización Mundial de la Salud (OMS) ha declarado. Se necesita que haya una positividad de los test menor al 5%; una tasa de contagiosidad menor a 0,5; que las UCI puedan empezar a desocuparse, porque que en caso que haya un rebrote poder absorber rápidamente a la gente y que esté el Plan Nacional de Trazabilidad andando”, explicó en conversación con BioBioChile.
Según Bernucci, esta iniciativa, anunciada este jueves por el Minsal, es clave ponerla en práctica lo antes posible para el éxito de una reapertura, basada en la actividad que tenga que hacer la atención primaria y los consultorios para el diagnóstico precoz, para el seguimiento de los casos y que eventualmente ellos puedan derivar a las residencias sanitarias para cumplir los aislamientos”, subrayó.
Por eso, señala que la propuesta anunciada por el Minsal va en el sentido correcto, pero “entre más nos demoremos en imponerla más nos vamos a demorar en abrir”.
Y cuando ello ocurra, “si es que llega a haber un caso sospechoso, necesitas rápidamente accionar el sistema para poder aislar ese caso, aislar a los contactos y hacerle seguimiento. Es como el mismo ejemplo de lo que nos pasó acá en Chile. Todos los casos fueron importados, como no le hicimos seguimiento a los casos, esta cuestión se esparció. Aunque tu cierres, en el momento en que abres, si tu no haces seguimiento a casos sospechosos que puedan aparecer, no va a funcionar el sistema”, remarcó.
Por lo tanto, “si nosotros no ponemos a andar el plan, el rebrote se va a venir sí o sí”, advirtió.
Más temprano, incluso el expresidente del Banco Central, Vittorio Corbo, coincidió con ese diagnóstico y destacó en Pauta que “lo primero es controlar los contagios (…) eso nos va a permitir a empezar a sacarle el plástico a la economía, para que podamos empezar de nuevo a producir”.
No obstante, es altamente probable que el regreso a la normalidad no sea muy “normal”. Por ejemplo, en política exterior, clave en la integración y la recuperación económica, “la interrelación física de los países se ha visto interrumpida, afectando procesos integradores, vecinales y regionales, paralizando transportes, intercambios, turismo, y tantas actividades relacionadas. Lo mismo ocurre con algunos compromisos jurídicos, cuya vigencia se ha visto suspendida en su aplicación, o terminada, por imposibilidad de cumplimiento y otras causales”, señaló Samuel Fernández, académico de la Facultad de Derecho de la Universidad Central y exembajador de Chile.
En ese contexto, “muchas constantes internacionales tendrán que ajustarse a todo ello, por fuerza mayor, o intentos de quienes buscan ganar posiciones. Entre las grandes potencias, resulta más evidente, pues crean confrontaciones o aprovechan las debilidades de algunos. Habrá que adaptar las políticas exteriores, priorizando objetivos consensuados, y no únicamente basados en objetivos propios, tal vez, impracticables ahora”, añadió.
El drama de la cesantía
Tampoco será normal en nuestra realidad interna. Por ejemplo, el desempleo anotó una alza histórica y llegó a 11,2%: el registro más alto en una década, lo que naturalmente generará turbulencias a nivel social.
Lucía Dammert, académica de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Santiago, dio a conocer los resultados de un estudio sobre el estado del comercio ambulante bajo el periodo de estallido social y ahora, en pleno desarrollo de crisis sanitaria por coronavirus y con la dificultad obvia de levantar información en terreno, entregó su visión sobre la actualidad de este fenómeno en las calles.
“En época de pandemia y postpandemia se espera que aumente considerablemente el comercio ambulante, esto producto de que mucha gente está quedando desempleada y que ven como única solución de conseguir financiamiento el salir a vender a la calle. Segundo, porque hay centros de distribución que pueden estar cediendo productos a estos vendedores en las calles, en vez de entregando a las tiendas más formales. Tercero, porque es una forma rápida, sencilla y no engorrosa de generar un tipo de ingreso. Cuarto, porque producto de esta crisis, mucha gente va preferir comprar un poco más barato y esa oferta la encontrará en la calle”, explicó.
Por esa razón, sostiene que debemos hacernos cargo de la crisis económica que viene y se va a instalar por un tiempo muy largo. “Creo que la peor solución es criminalizar esta situación, más bien hay que reconocerlo como una consecuencia de un fenómeno bien particular y buscar mecanismos de prevención para estos escenarios”, subrayó.
Bajo esta problemática, cree que uno de los mecanismos o políticas que deberían buscar las alcaldías y el Gobierno es cómo potenciar las asociaciones, cooperativas y los mecanismos de intercambio. “Me parece imposible pensar que la ciudadanía vaya a estar sentada en su casa esperando un trabajo formal, si es que la crisis económica es del nivel del que se está hablando, sobre todo si no hay capacidad del Estado para proteger a los trabajadores que se van a quedar sin empleo. Creo que lo hay que hacer es buscar mecanismos para generar espacios de colaboración y no de competencia, porque se hace muy difícil pensar en una economía sin comercio informal, dado que los estudios demuestran que habrían casi tres millones de personas que efectivamente antes de la pandemia estaban en ese tipo de mercado”, aseguró Dammert.
Síndrome de la cabaña
Por último, también puede que nos encontremos con problemas a nivel interpersonal. Imagine que se han levantado todas las cuarentenas, la curva de contagios se ha aplanado definitivamente y se estima seguro retomar la actividad cotidiana al modo previo al inicio de la pandemia. ¿Dónde iría primero? Aunque resulte increíble, muchas personas podrían responder a futuro ante esta pregunta con un “no tengo ganas de salir” o “prefiero no salir”.
A eso se le llama Síndrome de la cabaña, un término que se está utilizando en España para describir el fenómeno observado en personas que simplemente prefieren no salir de la casa aún teniendo posibilidad de hacerlo. Anteriormente, se habían descrito conductas similares en personas privadas de libertad bajo distintas circunstancias, quienes una vez superada la limitante del encierro simplemente optaban o preferían no dejar su situación de confinamiento, según expone el psicólogo Pedro Salinas, académico de la Universidad Central.
“Dichas personas habían pasado extensos períodos de tiempo en centros de salud, en cárceles e incluso en situaciones de secuestro. Pese a que no existen aún estudios psicológicos concluyentes en países en condiciones de post pandemia, el Síndrome de la cabaña (como fenómeno opuesto al cabin fever, síndrome caracterizado por agitación, inquietud, desesperanza, déficit en la concentración y agresividad en condiciones de encierro), es un fenómeno que quizás merece ser observado con atención”, precisó.
En particular, según explicó, dicha situación podría afectar a personas con marcada preocupación previa por la salud (conocidos comúnmente como hipocondríacos); personas que sufren algún tipo de fobia social o crisis de pánico, especialmente aquellas en que es concomitante la agorafobia (el temor a estar en espacios abiertos) y, finalmente, adultos mayores temerosos de que subsistan posibilidades de contagio.
“En el caso de algunos niños y adultos que padecen algún tipo de trastornos de integración sensorial, el retorno a una normalidad con una ciudad llena de estímulos, ruido y acelerado movimiento, también se podría traducir en una negativa a retomar el colegio o actividades cotidianas fuera de la casa”, advirtió.
En estos casos, un “no tengo ganas de salir” o la falta de iniciativa social o laboral de algunas personas, podría estar indicando que hay situaciones de fondo que merecen ser atendidas con comprensión y empatía, al mismo tiempo que observamos si las condiciones que como sociedad y cultura hemos creado en torno al trabajo o las relaciones sociales, han sostenido un patrón de falsa normalización y bienestar que haga que personas simplemente no quieran salir a las calles repletas de gente cuando se abran nuevamente las puertas de las casas.