Hace exactamente 3 semanas, José Rojas murió de Covid-19 encerrado en el baño que compartía con otras 6 familias en Macul. Toda la red de salud lo abandonó. Su familia también. En sus últimos 3 días, el único apoyo que tuvo fue la vecina de la pieza de al lado.
-Vecino ¿cómo se siente?
-Bien…
Yazmín Uauy Medina (45), maestra de cocina, migró a Santiago en 2017. Oriunda de Santa Juana, en la región del Bío Bío, no encontró mejor remedio para dejar atrás la quiebra de su sanguchería, que sucumbió ante los incendios forestales. Aunque no fue precisamente por el fuego, que arrasó con 2.500 hectáreas en la comuna ese verano, sino por el intermitente servicio de electricidad que generó la emergencia, y que la hizo perder prácticamente todos sus productos por falta de refrigeración.
Con las manos vacías, partió con sus 2 hijos, Franco Cea Uauy (18) y Carla Cea Uauy (19), a quienes crió sola tras su separación. Primero llegó a la Villa Perú, en La Florida, a pasos del Metro Mirador. Y luego se cambiaron a Departamental con Ramón Toro, en Macul, a 7 cuadras, en un conventillo ubicado frente a la Clínica Bupa, a unas cuadras del Estadio Monumental de Colo Colo y el Mall Florida Center.
Allí, cada uno en su pieza, viven junto a otras 7 familias. En total son 14 adultos y 3 niños. Cada habitación tiene salida a un patio en común. Aunque no es el único espacio de uso colectivo: todos comparten el mismo baño. Y la ducha.
La mayoría de ellos son parientes y se conocen de toda la vida. Excepto Yazmín -que llegó allí con sus hijos hace 3 años- y José Rojas Díaz (85), quien completó más de 15 años en el lugar, en la pieza de al lado.
Allí pasó sus últimos días, hasta el 30 de mayo pasado, cuando la propia Yazmín lo encontró sin vida en el baño.
Aunque él era silencioso y de escasas palabras, con el tiempo se hicieron cercanos. Debido a su avanzada edad, ella empezó a prestarle atención diariamente e incluso compartirle pan y sopa.
-Estaba solito, solito, solito. Si podía le daba un platito de comida porque sabía que era solo.
A partir de su separación, José nunca más supo de sus hijos. Su escasa vida familiar la forjó de la mano de su sobrino Raimundo Herrera Rojas (58), que hace 3 meses regresó de Temuco a Santiago por trabajo y se instaló en la casa de su madre, Mercedes Rojas Díaz (83) -hermana de José-, en la población 23 de enero en Macul, a 5 minutos de su tío en Departamental.
Pese a los años, él mantenía la energía. Un poco a regañadientes, cada mañana salía al patio a limpiar el “campo minado” de excremento de los perros y gatos de los vecinos.
-El viejito -recuerda Yazmín- se levantaba con la pala y la escoba en la mano.
Después de eso partía a recorrer las calles. Según Raimundo, esa era la clave de su vitalidad.
-Caminaba por Departamental recogiendo latas y vendía aluminio al kilo. Vivía de eso más su pensión. La caminata todos los días, para allá para acá, eso lo mantenía al viejito.
Sin importar la pandemia, en marzo, abril y principios de mayo mantuvo inamovible su rutina. Los intentos por detenerlo no servían de mucho.
-Vecino, no salga -le decía Yazmín- ¡Veciiiiino!
Pero lo siguió haciendo hasta el 13 de mayo, cuando el Gobierno anunció cuarentena para los mayores de 75 años en todo el país. Como era porfiado, de todas formas salió un par de veces los 2 días siguientes. Sólo el temor a las multas lo frenó.
La semana que siguió se mantuvo encerrado. Le empezó a tomar el peso. Y no salió más.
-Ahí mi tío se achacó -dice Raimundo-. Yo pasaba por ahí y estaba afuera. Le dejaba plata pa’ que se comprara pan.
No obstante, lo peor aún estaba por venir. La pandemia tocó la puerta de José esa misma semana. Una vecina, que conversaba con él habitualmente, fue la primera en dar positivo a Covid-19 en el grupo y comenzó cuarentena en el lugar.
Fue cosa de tiempo. José se empezó a sentir mal el domingo 24 de mayo, casi una semana antes de su muerte, por lo que una vecina lo llevó al Cesfam Los Castaños, en La Florida. Allí le realizaron el examen PCR y preliminarmente le diagnosticaron bronconeumonia. Fue enviado a su casa y quedó a la espera del resultado.
-Vecino ¿cómo se siente?
-Bien…
Pero el miércoles de la semana siguiente su estado era preocupante. Estaba mal. No podía respirar y no hablaba nada.
-Ese día salimos como hasta las 3:00 am a buscar una ambulancia. Ahí lo sacaron, pero 2 horas después lo devolvieron acá a la casa.
Hasta la fecha no está claro a qué hospital fue trasladado ese día. Estaba registrado en el Cesfam Félix de Amesti de Macul, pero desde el municipio subrayan que fue atendido en La Florida y nunca fueron informados de su estado de salud. La Florida, por su parte, explicó que ellos sólo tienen el registro del Cesfam y desconocen si fue llevado a un hospital en una segunda instancia. La Seremi de Salud RM derivó las consultas de BioBioChile a la Subsecretaría de Redes Asistenciales. Y en Redes respondieron que el Cesfam debería saber.
Según vecinos, en tanto, el resultado del test PCR nunca llegó. Según la Seremi de Salud RM, en el sistema aparecía notificado como positivo. Lo cierto es que José no tenía celular y en la práctica era imposible contactarlo por vía telefónica.
Toda la red de salud lo abandonó. Su familia también. En sus últimos 3 días, su único apoyo fue Yazmín.
-Vecino ¿cómo se siente?
-…
Intentó ofrecerle sopa porque su condición empeoraba y le costaba tragar.
-Nooo, nooo, nooo. -respondió con dificultad, con una mano en la garganta y otra en el estómago.
Yazmín quedó aún más preocupada: estaba enfermo, tirado en su cama y con la puerta cerrada por dentro.
-Ya no quiso recibir ni siquiera una taza de agua caliente.
Antes de la pandemia, ella solía escucharlo toser y roncar en las noches.
-Yo estaba pendiente de él. No escuchaba al vecino ni toser ni roncar. Ya llevaba 2 días. Yo pensé que estaba muerto.
Ahí empezó nuevamente, el viernes, su periplo para buscar ayuda en medio de la noche.
-Paramos ambulancias: “No, es que estamos en tal procedimiento”. “No, es que no podemos pasar”. “No, es que…”. Fui a la Clínica Bupa, cruzando la calle, y nada.
Al final 2 carabineros pararon y se atrevieron a entrar. Abrieron una ventana de la pieza del vecino. Cuando José se percató de eso, como pudo se sentó en su cama.
-Ahí me volvió el alma al cuerpo -dice Yazmín-. Estaba vivo.
-Vecino ¿necesita algo?
José casi ni hablaba.
Uno de los uniformados empezó a alumbrar hacia adentro con el celular y corroboró que estaba consciente. La reacción del carabinero desconcertó a Yazmín.
-Dijo: “No, está bien”. “Ya, mañana le dan sopita”. Y se fue.
Aún así, ella y los vecinos se alegraron de saber que al menos estaba vivo.
Al mediodía del sábado, Yazmín se levantó y vio que la puerta de la pieza de José estaba abierta.
-El vecino amaneció bien -pensó-. Había ido al baño. Me di un par de vueltas. Seguía en el baño. Fui a comprar a la vuelta. Volví y seguía en el baño. Ahí le empecé a tocar la puerta, porque ya no era normal.
No respondía y la puerta estaba trabada, así que rápidamente alertó a sus vecinos para forzarla. Cuando lograron abrirla lo encontraron sentado en el suelo. José murió a las 13:00 horas del sábado 30 de mayo por un paro cardiorespiratorio y una neumonía por Covid-19, según consta en su certificado de defunción.
Hasta ese momento, de acuerdo a la Municipalidad de Macul, habían 1.684 casos confirmados, 403 casos activos y 33 fallecidos por coronavirus en la comuna. José se transformó en el número 34. A la fecha, la cifra ya alcanza los 56 muertos.
-Fue una negligencia, debieran haberlo dejado (hospitalizado) -acusa Yazmín-. Y sabiendo que no tenía a nadie que lo asistiera.
El domingo 31 de mayo, 13 días antes de asumir como ministro de Salud, el doctor Enrique Paris Mancilla también lanzó sus dardos.
-Él tenía un diagnóstico de neumonia. Y ahí quiero hacer una crítica feroz. Cualquier persona con problemas respiratorios en este momento es coronavirus sí o sí. Entonces ¿por qué lo mandaron para la casa con el diagnóstico de bronconeumonia? Debería haberse ido a un hospital. Ahí hay que corregir esa acción.
Ese día la muerte de José se tomó los noticiarios. Mercedes, su hermana menor, estaba viendo televisión esa mañana.
-Sabí’ que murió un caballero de 80 y tantos años allá en Departamental -le dijo a Raimundo- y parece que es por ahí donde vive tu tío.
Desde el inicio de la cuarentena total habían perdido el contacto.
-Si ¡es ahí mismo! -respondió él al ver la pantalla.
-Porque no vas a verlo hijo. A lo mejor es él.
Dicho y hecho. Llegó al lugar y confirmó lo peor. Estaba la prensa, la autoridad sanitaria y el alcalde de Macul, Gonzalo Montoya Riquelme (IND).
El municipio llegó a sanitizar para evitar un brote mayor, entregarle cajas con comida a los vecinos y testearlos a todos. Raimundo recriminó al edil ahí mismo:
-Y usted tuvo que esperar que este caballero muriera, mi tío, para que le trajeran sus cajitas a la gente aquí.
Raimundo, tal como Yazmín y el ministro, también acusa negligencia.
-Si a mi tío lo hubieran dejado en el hospital, como debería haber sido, a esta hora no estaría muerto.
Macul realizó gestiones para el respectivo servicio fúnebre, a cargo de la Funeraria Iván Martínez. El municipio planeaba dejarlo en una fosa común, pero un primo llamó a Raimundo y le recordó una antigua conversación que había tenido con su tío: él tenía su ataúd y todo pagado en el Cementerio Parque El Manantial de Maipú.
Lo velaron brevemente el lunes 1 de junio en una sala de la funeraria, de acuerdo al protocolo, y a las 17:00 horas lo sepultaron. Sólo fue Raimundo y su hermano. Su mamá, la hermana de José, por la cuarentena para adultos mayores, no pudo despedirlo.
El lunes del funeral, en paralelo, Franco, el hijo de Yazmín, había recién empezado a recuperarse del Covid-19. Él había sido diagnosticado días antes que José. Prácticamente no había salido de su casa durante la pandemia, así que asume que lo contagió su vecina a través del baño compartido. Pasó momentos complicados y, al ver a su vecino, pensó que también se iba a morir.
-Me impactó. Ahí yo me empecé a asustar. Empecé a tiritar todos los días porque tenía miedo.
A veces mentía diciendo que estaba bien sólo para tranquilizar a su mamá.
Yazmín, al tiempo que estuvo pendiente de José, pasó también minutos dramáticos con su hijo. En su peor día, Franco se paró de la cama, le vino un dolor de cabeza repentino y le comenzó a sangrar la nariz. Se le paralizó la mitad izquierda del cuerpo y se le trabó la mandíbula. Eran las 5:00 de la madrugada.
-Mamita, ora conmigo -le pidió Franco.
Ella, como pudo, lo arrastró a la cama:
-Me puse a orar. Yo tiritaba, lloraba, veía que no tenía color.
Esperó que amaneciera para ir a urgencias. No quiso ir al Hospital de La Florida porque sabía que estaba colapsado y con muchos contagios. Durante la mañana consiguió que alguien los llevara. Y a las 15:00 horas llegaron al Cesfam Rosita Renard en Ñuñoa, a unas cuadras del Estadio Nacional. Lo atendieron 6 horas después.
-El médico me dijo: “Usted debería haber pedido ayuda, porque su hijo estuvo a punto de tener un accidente vascular”.
Yazmín, pese a que su hijo aún estaba en recuperación, se tuvo que hacer un espacio para el largo procedimiento de Carabineros que sobrevino a la muerte de José.
Los funcionarios policiales llegaron al domicilio y estuvieron 4 horas esperando para que el SAMU viniera a corroborar si tenía signos vitales. La larga espera elevó la tensión, pues los vecinos empezaron a recriminar a los uniformados por la demora, lo que derivó en un altercado con insultos de lado y lado.
-Lo único que hicieron -recuerda Yazmín- fue bajarse de su vehículo y ahí se quedaron. Ni se acercaron a la reja.
Para iniciar el procedimiento, le pidieron que ella misma manipulara el cuerpo de su vecino y buscara entre sus ropas alguna identificación.
-Los carabineros me dijeron: “Señora, si no lo hace, vamos a estar 3 días con el cuerpo aquí”.
La frase exaltó aún más a los vecinos.
Hasta ese momento nadie había dicho nada, pero durante el procedimiento empezaron a conversar y se dieron cuenta que prácticamente todos estaban con síntomas. Hasta los niños se sentían mal.
El cuerpo fue retirado 15 horas después de su muerte.
La semana posterior al deceso de José, Yazmín presentó los primeros malestares. Aún no recibía el resultado de su examen PCR, pero estaba prácticamente segura de que tenía el virus.
Con su hijo positivo y en una pieza con 2 camas y 1 cocina era imposible para ella mantener el aislamiento.
Menos aún acceder a insumos, pues ambos están sin trabajo desde el estallido social. Ella obtuvo sus últimos ingresos previo a la pandemia en lo que sabe: vendiendo sandwiches en Metro Pedrero y afuera del Hospital de La Florida.
Por lo mismo, Raimundo regaló a los vecinos la mercadería que quedó en la pieza de su tío y las latas de aluminio que no había alcanzado a vender por la cuarentena.
Sólo le pidió a Jazmín una cosa a cambio:
-Si aparece un hijo, usted me llama y voy.
Lo poco que sabe él es que tiene una prima mayor de 60 años. No sabe si está viva.
-Si llegase a aparecer alguien… lo único que van a preguntar es si dejó plata en la AFP. A esta gente lo único que les interesa es eso. Algún día van a aparecer por eso no más.
José, por su parte, le dijo antes de morir que no buscara a sus hijos si le pasaba algo. Raimundo recuerda sus palabras:
-Cuando le pregunté por ellos, me dijo: “No, no quiero nada con ellos. Nunca me vieron, nunca nada, seguro ahora me van a recibir…”.
Por ahora, antes de volver con su familia en Temuco, sólo sigue buscando una explicación para darle paz a su madre.
Los vecinos de José en Departamental, en tanto, se preparan para un invierno duro y un futuro incierto. El municipio les proporcionó planchas de zinc para reparar sus techos, que habitualmente se goteaban.
Sin embargo, el dueño del terreno donde viven vendió la propiedad y a fines de 2019 les avisó que debían abandonar el lugar en marzo pasado.
-Como ha sucedido todo esto (la pandemia) han alargado la cosa. Para nosotros ha sido un alivio. Tenemos un poco más de tiempo -admite Yazmín.
La incertidumbre le preocupa:
-No sé qué voy a hacer, me voy a tener que ir con mis cosas a la calle. Y no es justo.
Sueña con un subsidio habitacional para ella y sus vecinos. O al menos un terreno con una mediagua. Y aunque la capital no la ha tratado bien, no ve opción de volver a Santa Juana, su pueblo amado.
-Allá es tranquilo, pero no hay trabajo. O el trabajo que uno encuentra es muy mal remunerado.
Franco aún no pierde la esperanza.
-Todavía extraño y me gustaría ir allá.
Donde sea que vayan, el viejito de la pieza contigua con quien se habían encariñado ya no volverá a responder la pregunta: “Vecino ¿cómo se siente?”.