BioBioChile conversó con el creador y rostro de Mea Culpa, popular serie chilena que hoy vive un renacer al ser puesta otra vez en la pantalla chica. El periodista contó anécdotas, historias y eligió los casos que más le impactaron. ¿El primero de ellos? El Rubencito, el asesino en serie que recuperó su libertad.
-Oiga, Rubén, yo sólo quería preguntarle una cosa… ¿Usted está arrepentido de lo que hizo?
-Sí, estoy arrepentido.
-¡Pero se arrepintió porque lo pillaron, po!
-No
-¿Por qué está arrepentido?
– Porque… por lo que hice.
-¿Y por qué lo hizo?
-No… porque yo estaba enfermo.
– ¿Y ahora está sano?
-¡Sí!
– Pero fue matando a su papá…
– Bueno, en caso… ¿seguimos? No quiero recordar cosas antiguas.
La conversación se dio de manera informal. No hubo cámaras profesionales, sólo una casera, y tampoco se pagaron los 10 millones de pesos que exigía el entrevistado para tener la conversación “con todas las de la ley”. ¿Los protagonistas? Un ya avezado Carlos Pinto y Rubén Millatureo Vargas, de entonces 38 años, conocido como el Chacal de Queilen. Uno de los pocos homicidas en serie de Chile, a quien la opinión pública jamás le había visto la cara para ese entonces.
Entre 1997 y 1998, asesinó a su padre, a un vendedor viajero y a una amiga de la infancia. A los dos primeros los enterró bajo su leñera y los cubrió con cal y ajos para simular el hedor. No alcanzó a hacer lo mismo con la última de sus víctimas, a quién violó incluso después de muerta, y su cuerpo terminó siendo descubierto por su hermano. Le quedaron dos personas pendientes en su lista de homicidios.
Para cuando el caso estalló, Mea Culpa estaba en medio de su apogeo. Iban en su sexta temporada y Carlos Pinto ya había desarrollado un esquema de trabajo que daba réditos a TVN, derrotando semana tras semana a otros programas iconos de la TV criolla, entre ellos Martes 13 y Morandé con Compañía. Una situación que curiosamente vuelve a repetirse en la actualidad. La cadena estatal volvió a poner en su parrilla a Mea Culpa y se convirtió -nuevamente- en tema de conversación obligado. Así lo revelan las redes sociales, donde casi todos los lunes, se ubica dentro de los trending topics de Twitter.
En conversación con BioBioChile, el creador y rostro del show, Carlos Pinto, reveló anécdotas, reflexiones y dio a conocer el podio de los capítulos -a su juicio- más impactantes. ¿El primero de ellos? El Rubencito, el Chacal de Queilen.
La conquista
El plan de trabajo de Mea Culpa iba así: a comienzos de cada año el equipo exploraba las prisiones de todo Chile en búsqueda de casos que habían conmocionado a la opinión pública, de modo de asegurar a los entrevistados.
Según cuenta Carlos Pinto, ese era el primer paso, la “seducción” para que los encarcelados contaran su versión de los hechos. La tarea no era fácil, pero él tenía las habilidades para hacerlo y se enorgullece de nunca haber pagado a quienes estaban en el banquillo de los acusados.
“En la medida de que esos casos importantes fueran aceptando, empezábamos la realización de la entrevista para tenerla guardada y así los periodistas comenzaban a investigar la vida, para construir su historia”, detalla.
-¿Cómo “seducían” a los entrevistados?
“Yo me pongo en el lugar de ellos y a mí me sería muy difícil exponer un delito de las magnitud que ellos hacían. Nosotros fuimos profesionalizando y entendíamos lo que significaba, la seriedad, y no podíamos llegar con mentiras. Teníamos que ser muy genuinos en nuestra propuesta, pero a la vez esta seducción partía primeramente por la honestidad con que nos enfrentábamos a ellos. Y no todos los que son periodistas pueden acercarse con la sutileza y delicadeza que requiere convencer”.
“En cada uno de los delincuentes, siempre hay un instante -que puede ser a la semana o al cabo de un año o más- en que los criminales y los que han cometido delitos importantes necesitan de alguna manera botar la basura que ellos han echado debajo de la alfombra. Porque a medida que echan más basura abajo de la alfombra, es decir, mentirse, no reconocer, no hablar del tema, tener una condena eterna y no dar la cara, en fin… llega un momento en que llega alguien para contarle sus penas. Es catártico”.
“Cuando terminaba la entrevista, la mayoría, cerca del 80% se acercaba y me decía ‘muchas gracias’. Yo les preguntaba ‘¿por qué?’, ‘porque voy a cumplir mi condena en paz, conmigo mismo y fui capaz de confesar mi delito"”.
“Es catártico esto”, insiste.
Justamente uno de quienes conversó con Pinto fue Millatureo Vargas, quien en primera instancia fue condenado a muerte, pero tras el intenso lobby de varios sectores de la sociedad logró zafar y se le reemplazó su pena por presidio perpetuo. Debido a su buena conducta salió en libertad en 2018.
Su historia quedó plasmada en uno de los capítulos emblema de Mea Culpa, no sólo por ser uno de los más vistos de la serie a lo largo de sus 13 temporadas, sino también porque -como ya se dijo- forma parte del podio de los relatos más impactantes del programa, de acuerdo a su propio creador y rostro insigne.
El cabro tranquilo
Paradójicamente en la pequeña localidad de Queilen -ubicada en la isla grande de Chiloé, a 85 kilómetros al sur de Castro-, Millatureo Vargas era conocido como Rubencito. Le decían así de cariño, dado su carácter afable y también por la estrecha relación que tenía con su mamá, María Vargas, una mujer ya mayor, a quien le diagnosticarían cáncer.
Hasta antes de eso, Millatureo Vargas trabajaba con ella en las labores del hogar, la acompañaba a comprar y la apoyaba incondicionalmente tras los constantes ataques del padre de la familia, Isidro, con quien Rubén cultivó una áspera relación a través de los años.
Así, cuando se le descubrió la enfermedad a su progenitora, él terminó convirtiéndose en su cuidador y lazarillo. En efecto, para mediados de la década del 90, la atención de Millatureo Vargas recaía casi en su totalidad sobre la señora María. En ella y en Eufemia, una vecina casada, con quien Rubén tenía un amorío en secreto.
A excepción de esto último (y al igual que como ocurre con la mayoría de los malhechores), bien podría decirse que el homicida llevaba una vida normal, ordenada y que nadie veía venir lo que estaba por ocurrir.
“Era un cabro tranquilo, no fumaba, no tomaba, no salía a fiestas” y “la gente le tenía confianza”, dirán luego sus conocidos a la prensa.
“Yo jamás en mi vida pensé lo que estaba haciendo Rubén… jamás me pasó por la mente eso, nunca me lo imaginé”, contaría más tarde la propia Eufemia. Un clásico.
Sin embargo, el carácter tranquilo de Millatureo Vargas terminó por derrumbarse con la muerte de su madre. El deceso no sólo tiró al suelo su ánimo y autoestima, sino que también terminó desencadenando una oscura parte suya que hasta entonces era desconocida.
La cal, los ajos, la tierra
Como era de esperarse, con la ausencia de su único sustento emocional en la casa, la relación entre Rubén y su padre empeoró día a día, hasta que el 24 de septiembre de 1997, tras una discusión por el almuerzo -en un comienzo irrelevante- fue que Millatureo Vargas tomó un hacha, la alzó y la dejó caer sobre Isidro, hasta quitarle la vida.
Tras la impresión inicial, logró calmarse, envolvió el cuerpo en una sábana y lo llevó hasta la leñera. Allí abrió un surco donde depositó el cadáver y le echó cal y lo rodeó con decenas de ajos.
Su actuar, que más parecía un ritual, desde luego tenía un objetivo claro: disimular el hedor que provocaría la descomposición del cuerpo y eliminar cualquier pista que podría vincularlo en lo ocurrido.
Los días siguientes habrían continuado sin sobresaltos, a no ser por un personaje clave en la historia: Eliana, su prima. Ella fue la única que no le creyó a Rubén que Isidro se había ido al sur de manera repentina. Lo conocía bien y sabía que no tomaría una decisión de esas características de la noche a la mañana.
Pero nadie dio crédito de lo que Eliana contaba, ni siquiera los policías que llegaron a la casa donde ocurrieron los hechos, quienes no encontraron nada fuera de lo normal. Incluso los vecinos defendieron a Rubencito. Ya se dijo: era un cabro tranquilo, poca cosa, que no tomaba ni fumaba.
Viaje… a la leñera
Quizás de manera inconsciente, pero precisa, los siguientes dos asesinatos que convirtieron a Rubén, de entonces 35 años de edad, en un homicida en serie tuvieron lugar cada tres meses.
Así, a fines de 1997, Claudio Reyes (34), un vendedor ambulante -oriundo de Temuco- tuvo la mala suerte de llegar hasta la casa de Millatureo Vargas para cobrar por obras que pintaba su hermano.
En rigor visitaba la zona de manera asidua sin inconvenientes, pero las cosas entonces habían cambiado. Al menos para Rubén, quien le adeudaba dinero.
Reyes le pidió si podría pagar por adelantado una de las dos cuotas de 6 mil pesos que tenía pendiente, pero Rubén le dijo que lo iba a ver, por lo que debió volver el 13 de diciembre de ese año.
Acompañado de su maletín, donde cargaba una importante suma de dinero de las cobranzas, golpeó la puerta nuevamente y salió a su encuentro Millatureo, quien lo invitó a pasar.
Fue entonces, ante la insistencia por adelantar la cuota, que Rubén tomó nuevamente un hacha y atacó al vendedor hasta su muerte. Arrastró el cadáver hasta la leñera y el procedimiento posterior fue el mismo: surco, cal, ajos y tierra.
Dos días después comenzaron las dudas. La dueña de la pensión -donde se hospedaba Reyes durante sus viajes a Queilen- se preocupó, luego de que éste no llegara. Primero pensó que se había ido a Castro, donde tenía cobros pendientes, pero se terminó de convencer que eso no tenía sentido, pues todas las pertenencias del viajero aún estaban en el cuarto arrendado y le había dicho que volvería a cenar, algo que evidentemente no pasó.
Pese a las interrogantes en la localidad, no había ninguna pista que diera luces de qué le había ocurrido, salvo para Eliana, la prima de Rubén a quien nadie le sacaba de la cabeza que él tenía algo que ver que en las misteriosas desapariciones registradas en el pueblo. De hecho, su insistencia gatilló una nueva visita: esta vez de la Policía de Investigaciones.
Millatureo una vez más se mostró tranquilo, seguro y dio las facilidades para que los detectives escudriñaran la casa. No hallaron nada.
Secretaria y amiga
Para comienzos de 1998, María Gabriela Formantel (26) había cumplido un año a cargo de los sueldos de los empleados de una pesquera donde ella y Rubén trabajan. Varias veces se iban juntos a su lugar de trabajo, donde Rubén se desempeñaba como desconchador de mariscos y ella como secretaria. Se conocían desde pequeños.
Pero como ya habían pasado tres meses desde su último asesinato, el Chacal de Queilen volvió atacar. Ocurrió la mañana del 5 de marzo de 1998, cuando Gabriela salía de su hogar, cargada con el dinero de las remuneraciones que debía llevar ese día a la plata.
Millatureo Vargas la vio y la invitó a su domicilio a tomar un té antes de comenzar la jornada laboral. Ella aceptó y entro. Sin embargo, las intenciones del dueño de casa eran otras.
Luego de cerciorarse que su amiga cargaba con los sueldos y tras agredirla sexualmente, tomó una vez más su hacha y la atacó brutalmente hasta quitarle la vida.
A diferencia del resto de sus víctimas, y porque debía partir al trabajo inmediatamente, decidió por esta vez no llevarla hasta la leñera, sino que la arrastró hasta su cama y cubrió las ventanas con frazadas. El resto de su ritual lo llevaría a cabo más tarde, quizás al día siguiente.
No obstante, cuando llegó a su casa volvió a dejar el cadáver en su dormitorio, y: “Permaneció acostado con ella durante toda la noche y en ese lugar habría mantenido la relación (sexual)”, contaría más tarde a Mea Culpa, Armando Silva, cabo primero de Carabineros que arrestó a Rubén, describiendo una violación.
De todos modos, para la captura del “Psicópata de Queilen”, como también fue conocido Millatureo, aún faltaban algunas horas. De hecho, luego de levantarse, al día siguiente, decidió una vez más dejar el cuerpo sobre su cama y no enterrarlo y partió a Castro para pagar deudas.
De un momento a otro, Rubén tuvo dinero suficiente para cancelar a sus acreedores. Ese episodio levantó las sospechosas, pero no tanto como lo que ocurría paralelamente en su pueblo.
Allí, la familia de Gabriela había comenzado su búsqueda y como Millatureo Vargas era uno de los amigos con quien se iba al trabajo, llegaron hasta su domicilio. Golpearon a la puerta, pero como no apareció, el hermano de la víctima rodeó la casa y descubrió que la ventanas estaban cubiertas con frazadas.
Juntó valor y decidió entrar, recorrió las dependencias hasta que encontró el cadáver de la secretaria, tendido justo donde Rubén lo había dejado.
Sentenciado a muerte y libre
El hallazgo no solo conmocionó -evidentemente- a su familia, sino a todos los vecinos de Queilen, quienes se agolparon a la casa de quien alguna vez defendieron de las acusaciones de Eliana. En el entretanto, un despistado Rubén volvía al pueblo a bordo de un taxi. Un lujo para la época.
Pero cuando llegaba a su domicilio -y al advertir la multitud- se percató de que algo andaba mal. Pidió al chofer que pasara de largo, pero parte de la turba lo vio pasar y avisaron inmediatamente a Carabineros, quienes iniciaron una persecución que terminó con forcejeos entre Armando Silva, el policía, y Rubén.
Este último fue detenido, mientras que poco a poco aparecían los cadáveres en su casa.
Tras un largo proceso judicial, fue condenado a muerte, pero el fuerte lobby de entonces para abolir la pena capital logró que los tribunales cambiaran de parecer y sustituyeran el castigo por presidio perpetuo. En su lista de víctimas quedaron dos nombres pendientes: su prima Eliana y el marido de Eufemia, la mujer casada con quien tenía una relación en secreto.
Tras cumplir 20 años en prisión, en 2018, recuperó su libertad por su buena conducta, causando la preocupación en la comunidad. En todo ese tiempo nadie lo visitó.
“Si yo fuera una persona mala, de malos sentimientos (…) y lo mató ¿Qué pasa conmigo? Afortunadamente tengo familia, tengo otros sentimientos”, diría entonces a Radio Bío Bío, Heraldo Reyes, hermano de Claudio, el vendedor viajero asesinado por Rubén.
“La justicia no existe. Es bien claro, aquí es llegar, matar y después queda todo solucionado” sostuvo en la oportunidad.
Carlos, ¿cuál es su visión de la pena de muerte?
“Me parece que tener una ley antipena de muerte es lo menos que puede tener un país que quiere ser adelantado”, responde Pinto.
“(La condena a muerte) a mí no me parece… hay un axioma que yo subrayo: ‘¿Valdrá la pena matar a una persona para demostrar que matar es malo?’. A mí no me queda esa lectura. Por lo tanto, no considero que sea válido ahorcar a alguien, fusilar a alguien, matar con corriente a alguien, para que nuestros hijos sepan que de ese modo vamos a corregir”.
“Me parece un contrasentido que no merece ningún cuestionamiento. Y además que siempre el ser humano, sea quien sea, la bestia más grande que haya sido, tiene el derecho a entender, aunque pasen muchos años o quizás el resto de su vida, que lo que hizo es malo. A redimirse de sus actos y establecer desde ahí un cambio”.
“Esa es la importancia que tuvo en su instancia el Chacal de Nahueltoro (fusilado en 1963)”, sentencia.
Próximamente, la segunda parte de la entrevista a Carlos Pinto y su selección de historias de Mea Culpa.