“Me siento orgullosa de haber trabajado por la gente, por mis pobladores”. Esas son las palabras de una mujer que no sólo pudo sobreponerse al terremoto y tsunami que afectó a Dichato en 2010, sino que también trabajó para conseguir su casa y la de otros vecinos.
Ernestina Lagos llegó a vivir a Dichato alrededor de 1977, cuando tenía 18 años. Antes de eso, vivió en Coelemu, recordando que durante su infancia experimentó un terremoto, pero ello no generó un gran impacto en su vida. Algo muy distinto a lo ocurrido el 27F.
Según comentó, esa noche, su perro y su gato la despertaron dos horas antes del terremoto. Por lo que se levantó para darles comida, sin embargo, ninguno de ellos quiso comer. Esa situación le provocó una corazonada, que no obedeció y decidió volver a acostarse.
“Cuando me fui a la pieza, el perro se me cruzó por delante y no me dejó entrar”, dijo, indicando que fue una situación que le causó extrañeza; por su parte, el gato se metió debajo de su cama. Una vez dentro, comenzó el movimiento telúrico botando loza y muebles, sembrando un campo de vidrios que le impidió arrancar cuando lo intentó.
En ese instante su familia comenzó a prepararse para la evacuación, pero ella seguía atrapada en su habitación. “Mi hijo empezó a buscarme y dijo ‘mamá donde estás’, ‘estoy en la pieza pero no puedo salir, salgan ustedes y luego yo”, señaló. No obstante, su hijo se negó a aceptar la orden de Ernestina, abriendo la puerta de un golpe.
“Le dio dos patadas a la puerta y salen las bisagras. Sólo Dios lo hizo, nadie más”. Luego de ello, pudo vestirse y salir.
“Señora, cuide a mi hijo”
En camisa de dormir, Ernestina subió junto a su familia a la parte trasera de un camión para emprender su camino hacia un sector seguro. Sin embargo, lo que ella no esperaba era que esa travesía la cumpliría con más gente.
Según contó a BioBioChile, mientras el vehículo se abría paso, distintas mujeres subían a sus guaguas e hijos arriba de la máquina. “Algunas se caían, se rompían sus rodillas para salvar a sus hijos”, dijo.
Así fue que llegó a sostener a ocho niños y niñas. Algunos iban sobre sus piernas y otros se afirmaban como podían a su chaleco. Una vez que llegaron a un sector alto de Dichato, se quedaron juntos a esperar el amanecer. Cuando salió el sol, Ernestina narró que las madres llegaron a buscar a los pequeños que le habían encargado.
“Si a las mamás les hubiera pasado algo, los habría criado como a mis hijos, porque yo sé criar, nunca los hubiera dado. Quizás no habría tenido todo para darles, pero los habría tenido en mis brazos”, expresó.
“Salimos victoriosas”
Cuando consiguió volver a su casa, pudo comprobar que ya no quedaba nada y que, en efecto, ya no tenía una vivienda que pudiera llamar como propia. Esos momentos fueron de gran dolor, según comentó, ya que trabajó arduamente para construir un hogar para su familia. Así como edificar piezas para arriendos veraniegos.
“Fue una impresión muy grande, yo me quería morir, no tener siquiera una cuchara. Es muy terrible cuando uno tiene todo y luego nada”, relató. Sin embargo, eso no fue excusa para querer ponerse en pie. Por ello, mientras vivía en casa de una hija, comenzó con los trámites para obtener una vivienda.
De acuerdo a sus palabras, anduvo ‘cerro arriba y abajo‘ para conseguir documentación de la comunidad. Ya que no sólo trabajó por ella y sus vecinos, sino que ayudó a habitantes de otras poblaciones que desconocían qué proceso seguir.
“Venían de otras poblaciones a pedirme ayuda, y yo siempre tuve voluntad”, aseguró, añadiendo que durante ese proceso cooperó con quien lo solicitara, pese a que no fuera presidenta de su junta de vecinos. “El que venía y me pedía ayuda yo se la daba, a costo cero”.
Así fue que acudió a distintas instancias como el Serviu, la Municipalidad de Tomé o la Notaría para completar la tramitación de las viviendas. Según contó, ella y otra vecina, caminaban por los cerros de Dichato hasta altas horas de la noche consiguiendo los documentos de quienes necesitaban una solución habitacional.
Una vez que obtuvieron sus casas en 2013, Ernestina no los dejó abandonados, y los ayudó a postular a proyectos de panderetas, ampliación, mejoramiento o paneles solares. Sin embargo, hace dos años sufrió una lesión en sus piernas que le hicieron perder movilidad. Pese a ello, se mantiene optimista de poder volver a caminar.
Velas por las almas
Incluso piensa en una tradición que ha mantenido en los últimos 10 años. Ernestina relató que una noche escuchó que tocaron su puerta, pero cuando abrió, no había nadie esperando, algo que atribuye a las almas de quienes murieron en la tragedia. “Les dije ‘mañana les voy a prender velitas y me cuidan, no me dejen sola”. Por ello, desde entonces, cada 27 de febrero enciende velas en toda la cuadra donde vive.
“Yo les prendo velitas para que descansen sus almas y recordarlos, es un dolor muy profundo, yo les tengo respeto a ellos, murieron con ese dolor trágico de no poder salvarse”, expresó, aunque adelantó que es poco probable que este año lo repita debido a su dificultad para desplazarse.
Se trata de una limitación que tiene muy en cuenta, pero que no le impide soñar con trabajar de nuevo por sus pobladores.
“Sentada una no se puede quedar, aunque yo estoy enferma, igual trabajo, igual sigo, y no me quedaré sentada hasta que me muera, ahí me voy a quedar tranquilita, antes no”, dijo.