La última entrevista que dio Ana Gónzalez fue publicada en la última edición de la Revista Palabra Pública de la Universidad de Chile, el pasado 5 de octubre.
Luego de que este viernes se registrara la muerte de la fundadora de la Agrupación de Familiares Detenidos Desaparecidos, recordamos parte de lo dicho en aquella conversación, que la citada revista tituló “La poderosa porfía de Ana González”.
Recuerdos
“Yo tenía como 16 años, y en la población Bulnes –donde vivía con mis tíos, camino a Valparaíso- había una sede del Partido Comunista. Yo qué iba a saber de política en ese tiempo, pero ahí en esa sede bien modesta se hacían bailes todos los sábados; iba harta gente, nunca había un escándalo nada. Ahí mi tía me daba permiso para ir. Yo no hacía nada para no pasar a llevar los consejos que me daba mi tía. En ese tiempo en mi casa había una ventana grande que daba a la calle. Por ahí pasaba un joven que se veía tan correcto. Ese era Manuel, Manuel Recabarren. En ese tiempo él había llegado hasta el pato del silabario, pero era tan inteligente, tan empeñoso. De grande aprendió a leer”.
“En esos bailes aprendí a conocer a los jóvenes comunistas, eran perfectos, y ahí estaba Manuel, el muchacho que yo veía pasar todos los días desde mi ventana cuando él venía del trabajo. Era muy bueno, con 16 años dominaba toda la política de Chile y la del extranjero, habiendo sido de una familia sin recursos. Con ocho años, él ya iba al río a sacar piedras para la construcción. Vivía a la altura de Renca, a la orilla del río; también lustraba. Pero Manuel, con el tiempo, llegó a trabajar en imprentas. Yo se lo recomendaba a mis amigas. Pero él no les hacía caso. Ahí dije ‘es fiel’, fiel al cariño que él me tenía; una sabe cuando un joven se enamora de una. Nunca habíamos conversado, pero yo lo admiraba. Ahí ingreso a las JJCC y luego yo invito a Manuel a la Jota para que fuera a las reuniones, ya que sabía tanto; así era más fácil conversar con la polola que él quería y yo lo admiraba”.
“Los capitalistas no ponen el capital al servicio de los jóvenes, para que los jóvenes se superen. Sólo los explotan más para pagarles menos”.
“Fuimos invitados por mis vecinos, militantes socialistas, con los que siempre nos llevábamos bien, pese a que había una discordia entre los partidos. A ese casamiento llegó Allende. Imagina lo que era eso. Organizamos una fila para saludar al presidente recién asumido. En eso estábamos cuando me doy cuenta de que Allende saluda y saluda, pero quizás porque tenía tantos dirigentes detrás que le hablaban, ya no miraba a quien tenía al frente. Bueno, en eso llega mi turno y él me estrecha la mano, pero miraba para atrás, pero yo no le doy la mía. Entonces, siente que no le dan la mano y se da vuelta y ahí me miró. Es ahí cuando lo miro y le digo ‘sabe, señor presidente, cuando me dan la mano me gusta que me miren a los ojos’. Y así fue”.
“Yo envejecí, mi viejo no; los míos no envejecieron, sólo yo envejecí”.
“Veo hoy –advierte- que los partidos populares han perdido, pero siempre habrá gente comprometida y con nuevas maneras de lucha, aunando gente; no hay que olvidar que los partidos de la burguesía nunca van a ser de izquierda. Por eso creo que Allende fue muy adelantado; faltaba tiempo”.
“Yo sufro por los mágicos y soñadores 21 años de mi nuera Nalvia, embarazada de tres meses, por mis hijos Luis Emilio y Mañungo, y por mi esposo Manuel. Todos ellos fueron detenidos y ocultados en el fondo de la tierra. Pero yo no sufro sólo por mi dolor de ausencia, muero un poco cada día al pensar lo que mis amados sufrieron, en la más completa indefensión”.