Es prácticamente imposible no conmoverse con la historia de Mabinty Bangura, hoy Michaela DePrince. Una joven sierraleonesa, que nació en 1995, en plena guerra civil.
Al ver su sonrisa, seguridad y sus performances perfectas, cuesta trabajo imaginar que en el pasado, su vida estuvo marcada por la violencia y el abuso.
A la corta edad de tres años quedó huérfana. Su padre murió en manos de rebeldes, mientras que su madre, perdió la vida producto de fiebre e inanición. Desde entonces, vivió en un orfanato, donde su identidad fue reemplazada por un miserable número 27. El número, no solo servía para ser identificada, sino que además, le recordaba a diario que era la niña más despreciada por las cuidadoras del establecimiento. Desdén motivado por la falta de pigmentación en la parte superior de su cuerpo, producto del vitiligo.
Su afección cutánea, era percibida como una maldición, lo que le valió el apodo de “hija del demonio”. Así, anularon su vida social, hasta que la niña número 26, la segunda más despreciada, también de nombre Mabinty, rompió el círculo, quiso ser su amiga, y desde entonces fueron inseparables.
La pequeña no solo cargó con las marcas de la guerra, la soledad y el abuso, sino también con el permanente miedo de que “nadie jamás querría adoptarla, porque nadie podría querer a la hija del demonio”, frase que oía a diario de parte de las autoridades del orfelinato.
La guerra civil que se extendió por once cruentos años, dejó profundas secuelas en su vida, le arrebató a sus padres, y también a la única persona que se preocupó por ella en su días como huérfana. Una profesora, que dedicaba parte de su tiempo a pasear y conversar con ella después de clases. Fue precisamente después de uno de esos encuentros, en que la mujer, embarazada, fue asesinada a sangre fría, por tres rebeldes simpatizantes del Frente Revolucionario Unido, FRU. Todo ante los ojos de la pequeña, que también fue apuñalada.
Un sueño por el que vivir
Michaela no recuerda con exactitud el día en que sucedió, pero una tarde vio como una revista que volaba por los aires se aproximaba a ella. Al tomarla, observó en su portada la imagen que le devolvería el alma al cuerpo. Se trataba de una hermosa bailarina, parada en puntas de pie. En ese mágico momento, decidió que un día sería como ella.
“Había una fotografía de una mujer, estaba parada en puntas de pie con un hermoso tutú color rosa. Yo nunca había visto nada igual, un traje tan brillante, era simplemente demasiada belleza. Podía ver la hermosura de esa persona, la esperanza, el amor y todo lo que yo no tenía, así que arranqué la portada y la guardé en mi ropa interior…estaba tan triste en el orfanato, no tengo idea de cómo logré sobrevivir a él, pero el ver esta foto me salvó por completo, necesitaba tener esperanza”, narra emocionada en una entrevista con NBC.
Al cabo de un tiempo, el orfanato fue bombardeado y los niños transferidos a un campo de refugiados. Al lugar, llegó la noticia de que su amiga, la niña número 26, sería adoptada por un matrimonio estadounidense. Michaela entró en pánico porque creyó que se quedaría sola; no obstante, Elaine DePrince, luego de enterarse de que doce familias habían rechazado a Michaela por la condición de su piel, en un repentino cambio de planes, decidió adoptarlas a ambas.
Así, su dura vida en el oeste de áfrica quedaba atrás, para comenzar una nueva al otro lado del mundo, en New Jersey, Estados Unidos.
Su madre, no tardaría en darse cuenta de los profundos deseos de su hija, así como de su talento innato para el ballet, por lo que la enroló a los 5 años, en la famosa academia de danza Rock School de Filadelfia. Para ella, el sueño de su hija valía cualquier sacrificio, y los 45 minutos que debía conducir para llevarla a clases no la iban a detener.
Pero contrario a lo que podría esperarse, el camino no fue fácil para la joven. Los primeros años experimentando su vida nueva, fueron particularmente difíciles para ella, tuvo que lidiar con el recuerdo permanente de los horrores de su pasado. Sentía un profundo temor a la hora de dormir, porque pensaba que al despertar, lo haría en Sierra Leona, y tendría que nuevamente hacer frente a la soledad y la guerra.
Sumado a su proceso de adaptación, por muchos años tuvo que batallar con los fantasmas de su inseguridad. A pesar de su talento, ser de color, sumado al vitiligo que se acentuaba en su piel, le hacían pensar que no lograría su sueño.
La bella bailarina cuenta que en ese tiempo era inevitable no compararse con sus pares, además era muy difícil ver bailarinas de su color. “Mulatas sí, pero negras no”. Sin embargo, no se detuvo y pese a sus temores, trabajó duro, hasta que en 2012, se graduó con honores en la aclamada escuela de ballet Jacqueline Kennedy Onassis de Nueva York.
Además, Michaela participó en el famoso documental de ballet, First Position, debutó profesionalmente como directora invitada en el Joburg Ballet en Sudáfrica y apareció en Dancing with the Stars. A los diecisiete años, la bailarina actuó en la compañía profesional Dance Theatre of Harlem, siendo la integrante más joven en toda la historia de la compañía.
A los dieciocho años se unió a la Dutch National Junior Company como miembro de segundo año y aprendiz de la compañía principal.
Desde entonces no ha dejado de cosechar triunfos, a sus 23 años, ya fue promovida a rango de prima ballerina, bailarina principal.
Adicionalmente, en 2014 publicó su libro autobiográfico “Taking Flight”, y en 2016 participó en el video “Lemonade” de Beyoncé, donde baila y figura en varias escenas con la cantante y como solista. Ese mismo año, fue nombrada embajadora de War Child Holanda, posición desde la que comparte su mensaje de trabajo duro, y esperanza, con niños y jóvenes tocados por enfrentamientos armados, alentándolos a luchar por sus sueños, y demostrando que ningún sueño es demasiado alto. Desde una visión realista, enseña que en su vida nada fue un cuento de hadas, y que está donde está con trabajo duro.