El acceso al agua potable es un derecho humano. Sin embargo, el crecimiento de la población mundial y el calentamiento del planeta ponen en peligro a este valioso recurso natural.

“Durante años se libraron guerras por el petróleo”, dijo en abril la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris. “En poco tiempo se librarán por el agua”, añadió.

Aunque más del 70% de nuestro planeta está cubierto de agua, estamos hablando de un recurso limitado. Solo el 3% es agua dulce, y la mayor parte se halla en los glaciares, dejando menos del 1% disponible y utilizable para beber y cultivar alimentos.

Además, el agua disponible está cada vez más contaminada por el uso de fertilizantes y los desechos de las fábricas, o simplemente se usa en exceso, lo que hace que los niveles de los acuíferos en ciudades superpobladas caigan en picado.

También hay que tener en cuenta los fenómenos meteorológicos extremos por el cambio climático. Algunos lugares están inundados, otros en sequía casi permanente: el 85% de California, por ejemplo, se encuentra actualmente en sequía extrema.

En las próximas décadas, la desnutrición y la escasez de agua en las regiones áridas desencadenarán desplazamientos masivos de población, especialmente en África.

¿Y si se desaliniza el agua de los océanos?

Se puede, pero la desalinización conlleva problemas, porque consume mucha energía. Además, las costosas plantas desalinizadoras están distribuidas de manera desigual: de las 24.000 existentes en el mundo, alrededor de la mitad están ubicadas en naciones del Golfo Arábico, ricas en petróleo. Y, en general, en países desarrollados.

Otro problema agregado de las desalinizadoras es la salmuera. Una vez que se ha separado el agua dulce, los restos del agua salada se devuelven al mar, donde agotan el oxígeno y perjudican a los organismos.

Consecuencias

Algunos ejemplos. La reserva acuífera subterránea que abastece a Ciudad de México se ha reducido durante las sequías, mientras que en el oeste de EEUU la gente tendrá que reducir su uso de agua el próximo año debido a los bajos niveles en el embalse artificial más grande del país.

En situaciones drásticas se necesitan medidas drásticas. Por ejemplo, el reciclaje de aguas residuales para beber.

Esto se lleva a cabo durante décadas en países con escasez de agua como Namibia. Es mucho más barato y energéticamente más eficiente que la desalinización.

Un informe filtrado por científicos climáticos de la ONU, que no se publicará hasta 2022, predice que 350 millones más de personas que viven en ciudades sufrirán escasez de agua debido a sequías severas si la temperatura aumenta en 1,5 grados.

A menos que comencemos a reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero ahora, el calentamiento y el estrés hídrico serán mucho peores.

¿Estamos a tiempo?

Sí, pero debemos cambiar nuestra dieta, nuestro estilo de vida, etc. Al igual que los humanos, algunos alimentos y productos dejan su huella hídrica.

Un kilo de granos de café devora alrededor de 19.000 litros de agua y un par de jeans, alrededor de 10.000 litros. Un kilo de ternera necesita 15.000 litros de agua. Sin embargo, un kilo de verduras, como zanahorias y tomates, solo consume alrededor de 200 litros.

Incluso los jugosos pomelos solo requieren alrededor de 500 litros de agua por kilo. En definitiva, la huella hídrica de los alimentos se volverá más importante a medida que el agua se vuelva más escasa.

Solución, ¿comer solo verduras?

No resolvería el problema, aunque según Arjen Y. Hoekstra, el profesor holandés que inventó la idea de la huella hídrica, reducir nuestro consumo de carne puede bajar nuestro consumo de agua en más de un 35%.

La agricultura, que utiliza el 70% de nuestra agua dulce disponible y pierde una gran cantidad debido a fugas en las tuberías y evaporación, debe garantizar una infraestructura de riego eficiente.

Otra medida imprescindible es la mitigación del cambio climático a través de la descarbonización rápida.

Todo esto podría ayudar a salvar muchas vidas y evitaría futuras batallas apocalípticas por el agua.