En la prisión de Hasaka, en Siria, hay 700 menores recluidos porque sus padres son miembros de Estado Islámico. Las autoridades temen que los chicos se hayan radicalizado, y grupos humanitarios están preocupados.
En cada celda de la cárcel de Ghwayran, en Hasaka, Siria, hay unos 20 menores. No todas las prisiones tienen ventanas y en determinadas ocasiones los niños pueden salir a un pequeño patio a tomar aire. La administración penitenciaria les da comida.
Alrededor de 700 niños están encarcelados desde 2019 en este lugar, porque sus padres son miembros del Estado Islámico. “El algunos casos estos niños ya habrían participado en incidentes. Otros, dicen las autoridades locales kurdas, provienen de familias radicalizadas”, explica Mehmet Balci, de la organización suiza de derechos humanos Fight for Humanity.
Al comienzo solo había 150 menores en esta prisión, que hace poco fue foco noticioso por una revuelta organizada por combatientes del EI encarcelados allí. Luego, el número de reclusos menores de edad aumentó velozmente.
Condiciones precarias
La prisión de Hasaka es el mayor complejo penitenciario en la región y se encuentra bajo la supervisión del gobierno autónomo kurdo. La alianza militar kurda Fuerzas de Siria Democrática son las responsables de la seguridad.
El recinto tiene varios edificios, en donde están encerrados -separados de los niños- unos 5.000 terroristas del Estado Islámico. Las construcciones alguna vez fueron escuelas. Hoy, sin embargo, los menores, que tienen entre 12 y 18 años, no pueden usarlas para educarse como corresponde. Las condiciones carcelarias son precarias y la seguridad en esta prisión improvisada es insuficiente.
Así lo demuestra el intento realizado por el Estado Islámico de liberar a miles de sus combatientes por medio de un atentado, la noche del 19 al 20 de enero de 2022. Durante cinco días el recinto fue controlado por los terroristas, hasta que las fuerzas kurdas lograron expulsarlos.
En ese lapso, los terroristas tomaron a los menores como rehenes y ejecutaron al personal penitenciario. En el ataque, casi 500 personas perdieron la vida. Los terroristas usaron a los niños como escudos humanos, dice un portavoz del Consejo Democrático Sirio, el ala civil de las fuerzas kurdas.
También murieron niños
Letta Tayler, directora asociada de Human Rights Watch, tuiteó que testigos aseguraron que algunos niños fueron asesinados en el ataque. “Hasta hoy no está claro qué pasó con la mayor parte de esos menores de edad”, dice la especialista en Siria Anita Starosta, de la organización Medico International.
“Unos 200 menores fueron trasladados a otro lugar durante el ataque”, sostiene.
Medico apoya desde hace meses, junto a Fight for Humanity, a organizaciones locales que se ocupan de dar alojamiento y una perspectiva de vida fuera del Estado Islámico a estos niños. Pero pese a todos sus esfuerzos, sólo pueden prestar ayuda a unos 200 menores. Además de brindarles atención básica, el plan original era ofrecerles también educación informal, cuenta Mehmet Balci.
Balci, fundador y codirector de Fight for Humanity, ha visitado tres veces la cárcel. El año pasado la organización comenzó un proyecto para ofrecer apoyo pedagógico y psicológico. Pero por ahora todo está en compás de espera, porque pueden pasar semanas o meses antes de que la situación en el lugar esté realmente bajo control.
Los niños podrían radicalizarse
El ataque del Estado Islámico volvió a poner en evidencia el incierto destino que espera a estos niños. Diversas organizaciones y activistas reclaman que estos menores son castigados por crímenes cometidos por sus padres y temen que dentro de las prisiones solo se logre radicalizarlos también a ellos. “Exigimos la liberación de los niños. La encarcelación de menores debe ser usada como última opción y por el menor tiempo posible”, dijo el experto en Siria de la Unicef, Bo Viktor Nylund.
Pero las fuerzas de seguridad locales ven en los niños un riesgo potencial, porque algunos de ellos recibieron entrenamiento militar del Estado Islámico y podrían ya haber estado involucrados en combates. Pero hasta ahora ninguno de ellos ha sido condenado y ni siquiera acusado por jueces.
“Estos niños son las principales víctimas del conflicto, y por eso deberíamos acercarnos a ellos con una idea para desradicalizarlos”, dice Balci. “No se les puede acusar de ser terroristas o estar radicalizados, incluso aunque posiblemente hayan sido criados por islamistas radicales”, agrega.
Los kurdos pretendían encerrar temporalmente a los niños a la espera de una solución a largo plazo. Cuando las fuerzas locales, en cooperación con la coalición internacional contra el Estado Islámico, finalmente aplastaron el califato de los radicales en marzo de 2019, miles de mujeres de combatientes del EI y sus hijos llegaron a los campos de refugiados de Al Hol y Roj. Entre ellos había también varios cientos de mujeres de otros países, que hasta el día de hoy siguen en el campamento. Las tropas kurdas encarcelaron a unos 12.000 simpatizantes del Estado Islámico, entre ellos unos 4.000 terroristas de distintos países, incluidos alemanes.
Regreso de los terroristas
Entre los 700 menores encarcelados, hay 150 que no son sirios ni iraquíes. Los representantes de la administración autónoma kurda, las fuerzas militares kurdas y los actores humanitarios locales llevan años pidiendo apoyo internacional, específicamente que los países de donde provienen algunos combatientes se hagan cargo de ellos y sus familias. Pero hasta ahora se ha avanzado poco en esa línea.
Alemania se ha mostrado reticente a la hora de aceptar el regreso al país de personas radicalizadas, salvo en casos aislados de mujeres y niños huérfanos, y siempre tras una larga disputa legal.
Es importante que todos asuman sus responsabilidades, dice Mehmet Balci. Para él, el Estado Islámico ha demostrado que sigue siendo un actor relevante, capaz de lanzar operaciones de gran escala, y que la reciente muerte de su líder, Abu Ibrahim al-Haschimi al-Kuraischi, durante una operación militar estadounidense, es apenas una batalla ganada en la lucha contra el terrorismo.
La ideología sigue presente, dice. Por eso, la administración autonómica kurda requiere respaldo, explica Anita Starosta, de Medico International. “Si no se frena el avance del EI y se contrarresta la radicalización en los campos de refugiados, es inminente una nueva escalada militar”, sostiene.
¿Tienen futuro estos niños?
Por ahora, los niños encarcelados solo pueden esperar ayuda humanitaria una vez que se vuelva a abrir el acceso a la cárcel. No existe un plan de largo plazo para ellos.
“Si logramos, con nuestros socios, llevar adelante nuestro trabajo y ofrecemos apoyo pedagógico y los preparamos para una vida normal, podemos quizás ofrecerles una alternativa “, dice Starosta. “Si, en cambio, solo siguen encerrados porque no hay capacidad para hacer algo distinto, entonces las perspectivas no son buenas”.
Mientras, la administración autonómica kurda sigue esperando que, además de los terroristas y sus mujeres, también los niños sean acogidos por sus países de origen.