Una década pasó desde que un grupo de rebeldes logró acabar con la vida del dictador Muamar al Gadafi, en un violento acto de venganza. Pese a su muerte, parte de sus actos perduran en Libia, debido a las conexiones que hizo y los hijos que tuvo, quienes a día de hoy defienden "el legado de su padre" frente a la comunidad internacional.
El 20 de octubre de 2011, tras dos meses huido, un grupo de rebeldes halló a Muamar al Gadafi escondido en una gran tubería en el extrarradio de Sirte, su ciudad natal.
Se le apaleó y humilló hasta la muerte en un controvertido aquelarre de horror y venganza.
Ensangrentado, con el torso desnudo y las heridas visibles de las torturas infligidas por su captores, el cuerpo sin vida de uno de los dictadores más estrafalarios del mundo se exhibió durante los cuatro días.
Sorprendido en el inicio, las fuerzas leales a Gadafi habían logrado recuperar el territorio perdido y bombardear Misrata.
Pese a esto, la acción determinante de la OTAN frenó el retroceso rebelde y permitió acorralar al régimen, que se desmoronó a finales de agosto.
Junto al dictador, se expuso el cadáver de su hijo Mutassim, asesinado en custodia de los rebeldes el mismo día. Se anunció la muerte de varios de sus colaboradores más cercanos, entre ellos el que fuera ministro de Defensa, Abu Bakr Yunis al Jabr.
Los tres fueron enterrados días más tarde en un lugar todavía secreto sobre el que existen diversas hipótesis. La más extendida, que se trata de un túmulo en medio del desierto, ya que un edicto religioso islámico decretó que carecía del derecho a la tierra sagrada.
Dos hijos de Gadafi y un legado
Al Gadafi, líder del golpe de Estado militar que en 1969 derrocó al rey Idris al Senussi, tuvo ocho hijos, siete de ellos varones.
Tres de ellos murieron durante la revuelta: además de Mutassim, consejero Nacional de Seguridad, perecieron el benjamín, Khamis, líder de la fuerza de elite del régimen, víctima, según la organización Human Rights Watch, de un bombardeo de la OTAN cuando trataba de huir.
Y Saif al Arab, uno de los líderes de la represión en la ciudad de Bengazi, capital del este de Libia, que murió en un ataque de la Alianza.
Tres más lograron huir y ahora viven en Omán y el Líbano mientras que los dos más mediáticos fueron capturados y encarcelados en Libia.
El pasado marzo, el llamado Foro para el Diálogo Político en Libia (FDPL), un organismo no electo creado “ad hoc” por la ONU, formó un Gobierno Nacional de Unidad (GNU).
Esto, con el objetivo de gestionar el país y prepararlo para elecciones presidenciales y legislativas previstas el próximo 23 de diciembre.
Empresario del antiguo régimen
Al frente de ese Gobierno transitorio se colocó a Abdul Hamid al Debaibah, un multimillonario originario de Misrata que hizo fortuna con la construcción durante la dictadura.
En 2007, y en pleno proceso de reconciliación con Occidente, Al Gadafi le nombró presidente de la Compañía Estatal de Desarrollo e Inversiones (LIDCO), responsable de algunos de los grandes proyectos nacionales como la construcción de un millar de viviendas públicas en Sirte.
Miembro del Partido Árabe Socialista, Al Debaibah estrechó vínculos con “el hijo futbolista” de Al Gadafi, Al Saad, capitán de la selección, presidente de la federación de fútbol y con conexión con Italia, donde llegó a jugar en la Serie A, desde su posición como presidente del Ittihad, segundo equipo de la capital.
El primer ministro transitorio está ahora implicado en el pulso que mantiene el mariscal Jalifa Hafter, hombre fuerte del este, el Parlamento bajo su estela en la ciudad oriental de Tobrouk y el Consejo de Estado en Trípoli sobre la ley electoral y los requisitos para ser candidato, que amenaza con posponer los comicios pese a los ímprobos esfuerzos de la comunidad internacional.
Entre quienes aspiran a la presidencia se cuenta el propio Saif el Islam al Gadafi, que tras años de cárcel en la ciudad de Zintan, fue liberado, amnistiado y acogido por las huestes de Hafter, pese a que se mantiene la orden de arresto internacional.
En una entrevista concedida el pasado julio al diario “The New York Times” acusó a los nuevos políticos libios de haber esquilmado el legado de su padre y aseguró contar con el apoyo de miles de libios a los que diez años de inseguridad y guerra han empujado a la nostalgia.