Los miembros de estas milicias se denominan los “Sangorians”, y combaten en Afganistán, como los soldados gubernamentales, a los talibanes, con quienes comparten el atuendo y también la brutalidad.

Los Sangorians de la región del Helmand -el nombre viene de una popular serie televisada turca que cuenta las hazañas de un ejército secreto- fueron creados en 2015 por Abdul Jabar Qahraman, un político y comandante del ejército muerto tres años después por los talibanes en una explosión.

Según los medios locales, los Sangorians han sido formados por los servicios de inteligencia afganos y por las fuerzas extranjeras, que están acelerando su retirada del país para antes del próximo 11 de septiembre.

Según la Fundación Jamestown, un “think-tank” estadounidense conservador, la milicia tenía como objetivo infiltrar las filas de los talibanes para perturbar sus acciones.

“Combatimos día y noche” asegura a la Agence France-Presse Ahmand Jan, un Sangorian en turbante y larga barba, en Lashkar Gah, la capital provincial del Helmand.

“No descansamos, a veces durante horas. Así es nuestra vida”, añade, señalando las posiciones talibanas, todas cercanas, que el hombre escruta incesantemente desde su puesto de observación.

Afganistán tiene una larga historia de milicias que combaten en favor y contra las autoridades, cambiando a veces de campo según las circunstancias, pero sin sumarse nunca al ejército nacional.

Deserciones

Las tropas afganas combaten desde hace meses para contener las ofensivas de los talibanes, que aprovechan la retirada de las tropas norteamericanas para ganar terreno.

Los Sangorians se suman a sus esfuerzos. Los medios afirman que los talibanes los detestan porque algunos de estos milicianos desertaron de sus filas, y también porque utilizan los mismos métodos brutales que ellos.

Los enfrentamientos entre Sangorians y talibanes son especialmente “viciosos y sin piedad”, según la Fundación Jamestown.

“En consecuencia, los talibanes ejercen una extrema violencia contra los Sangorians. Torturan brutalmente a los que toman prisioneros, o los matan”, aseguran los investigadores, que estiman que la milicia cuenta entre 500 y 1.000 combatientes.

Algunos de los Sangorians han perdido en el pasado a compañeros y familiares, con lo que su combate se ha convertido en algo personal.

“Perdí a mi hijo, a mi hermano y a tres primos”, enumera Ezatulá Mama, un comandante que dirige a 25 hombres.

Hace cinco años los talibanes entraron en Lashkar Gah y en su barrio: “Empezamos a resistir, tuve que combatir contra los talibanes”, recuerda.

Este combatiente, como los demás Sangorians, se juró entonces defender la ciudad contra los insurgentes, que percibe como extranjeros.

Ataulá Afghan, miembro del consejo provincial del Helmand, confirma el rol que desempeñan los Sangorians para proteger a la región.

“Pedimos al gobierno que aliente a la gente a sumarse a los Sangorians para defender la provincia”, insiste.