Israel ha pasado la página de Benjamin Netanyahu que, tras doce años en el poder, ha sido sustituido por uno de sus antiguos lugartenientes, el líder del partido Yamina, el ultranacionalista Naftali Bennett. El domingo, la toma de posesión fue turbulenta.
Los 27 ministros del nuevo Ejecutivo asumieron este lunes sus respectivas carteras en ceremonias oficiales con sus antecesores, excepto el nuevo primer ministro, quien fue despachado en una breve reunión de menos de media hora por Netanyahu.
La Knesset, el parlamento israelí, validó el domingo por la noche por un estrecho margen el nuevo gobierno de Bennett. Abucheado, el nuevo primer ministro tuvo dificultades para pronunciar su discurso.
En el hemiciclo de la Knesset volaron las invectivas: fue llamado mentiroso y estafador por los diputados del movimiento sionista religioso y los representantes del Likud, el partido de Netanyahu.
A pesar de los ataques, Naftali Bennett intentó mostrarse como un estadista y un político de unión. Pero después de veinte minutos perdió la paciencia y lanzó a sus detractores con exasperación: “¿Qué quieren, cinco, seis, diez elecciones?”.
Los israelíes, en medio de una de las crisis políticas más graves de la historia de su país, han votado cuatro veces en los dos últimos años para elegir a sus diputados, pero sin conseguir alcanzar una mayoría clara para formar gobierno, hasta este domingo.
Una coalición frágil
Por su parte Benjamin Netanyahu promete una quinta elección legislativa en los próximos meses. El ex primer ministro es ahora el líder de la oposición y descarta abandonar la vida política.
En la tribuna del parlamento, el domingo por la noche, se mostró combativo y decidido “a hacer caer a este gobierno”. “Naftali Bennett no tiene la estatura internacional” [para representar a Israel], advirtió Netanyahu.
Netanyahu ha acusado a Benet de “traicionar” a los votantes de derecha al unirse a una amplia y diversa coalición con el único propósito de destronarlo y acabar con una era política en Israel marcada por la crispación y las lealtades personales por encima del diálogo y las ideas.
Esa es una de las debilidades del flamante Ejecutivo, la disparidad de ideología y posturas antagonistas en temas sensibles como los asentamientos colonos en Cisjordania ocupada o el proceso de paz con los palestinos.
Frente a él, la nueva coalición en el poder no tendrá derecho a cometer errores. La tarea se anuncia complicada para esta heterogénea alianza de ocho partidos, que ahora lidera el país. Dos movimientos de izquierda, dos de centro, tres formaciones de derecha y una formación árabe, encabezada por el nuevo primer ministro por alternancia Naftali Bennett.
Bennett comparte el poder con el centrista Yair Lapid, quien tomará las riendas del país dentro de exactamente 24 meses, según lo previsto en su acuerdo de coalición. Hasta entonces, Lapid, ocupará el cargo de ministro de Asuntos Exteriores del Estado hebreo.
Un gobierno débil
“Plantea dudas cómo puede sobrevivir un gobierno con tantas facciones que tienen poco en común. Eso lo hace frágil y vulnerable”, advirtió Guy Ben-Porat, director del departamento de Política de la Universidad israelí Ben Gurion.
La nominación de Benet como primer ministro -en un pacto de rotación en el cargo a los dos años con el centrista laico Yaid Lapid- es otro signo de debilidad, a juicio de Ben-Porat, ya que éste solo cuenta con seis diputados de su partido, que representan menos del 10% de los votantes.
“Debe proyectarse más allá de las ideas de su base de votantes desde el pragmatismo; si no, condenará al gobierno al fracaso, lo que sería un suicidio de oposición a Netanyahu”, indicó.
El presidente del Instituto para la Democracia Israelí, Yohanan Plesner, abogó por que el nuevo gobierno se centre en asuntos que no generan división, como “captación de inversión, transformación energética o infraestructuras”, áreas que crearán empleo, darán estabilidad macroeconómica y reforzarán la visión de Israel como potencia en innovación, tecnología y seguridad, para construir sobre los aciertos de la gestión de Netanyahu.
De hecho, como señala la politóloga de la Universidad Hebrea Gayil Talshir, “en las últimas semanas Benet apela a la unidad nacional, ya no habla de derechas o izquierdas, y elude el tema de los asentamientos y Palestina”.
“El gran logro de Netanyahu, según su propia visión, es haber convertido Israel, un país democrático y secular, en el Estado de los judíos. Es decir, Israel es hoy más judío y menos democrático. El nuevo gobierno debería reinstaurar los valores democráticos en los que se fundó Israel”, apuntó Talshir.
Por ello, la analista consideró que la partida de Netanyahu –“cuya gobernabilidad se asentó sobre división, incitación al odio, demonización de la izquierda, y ataques a las instituciones democráticas del Estado y la justicia”– ofrece “nuevas oportunidades” para gran parte de la sociedad israelí, saturada de tanta crispación y polarización.
“El mayor reto del nuevo gobierno es sanar a la sociedad israelí”, añade.
Una pieza importante en esa vocación conciliadora y de reconciliación nacional es el centrista laico Lapid.
“En los últimos años, Israel ha abandonado su servicio exterior, su presencia en la arena internacional, lo que debilitó nuestro posicionamiento en la comunidad internacional”, señaló Lapid al asumir la cartera.
El nuevo gobierno se ha propuesto hacer de Israel un actor relevante en la comunidad internacional y recomponer su imagen en el exterior, muy dañada por culpa de las políticas de confrontación de Netanyahu hacia los palestinos y de las agresivas ofensivas militares contra Hamás en Gaza, con numerosas víctimas civiles colaterales, la última el pasado mayo.
“Más allá de la cuestión palestina, el gobierno debe lograr un buen entendimiento con la administración del presidente estadounidense, Joe Biden, y recuperar la confianza de los sectores críticos del Partido Demócrata”, matizó Talshir, quien apostó por avanzar en los Acuerdos de Abraham a nivel regional para entablar lazos diplomáticos con otros estados moderados de Oriente Medio.