Bashar al Asad fue reelegido, sin sorpresa, presidente de Siria para un cuarto mandato, en unas elecciones celebradas en un país destrozado por la sangrienta guerra, a pesar de las acusaciones de Occidente de que los comicios no eran “ni libres ni justas”.
Durante una rueda de prensa por la noche, el presidente del Parlamento, Hammud Sabbagha, anunció que Bashar al Asad había sido reelegido con el 95,1% de los votos.
Según Sabbagha, 14,2 millones de personas acudieron a las urnas, de los 18,1 millones teóricamente convocadas a votar, lo que implica una tasa de participación del 76,64%.
Propulsado al poder en el año 2000, Asad reemplazó a su padre Hafez, fallecido tras 30 años en el poder con mano de hierro. El martes, criticó a los países occidentales, empezando por Estados Unidos y los países europeos, que consideraron que las elecciones no eran libres.
En 2014, obtuvo más del 88% de los votos, según los resultados oficiales.
Antes incluso de que se anunciaran los resultados, cuando el escrutinio estaba a punto de terminar, decenas de miles de sirios salieron a las calles de varias ciudades del país.
En la localidad costera de Tartús (oeste), varias multitudes ondeaban banderas y portaban retratos de Bashar al Asad, mientras otros bailaban y tocaban tambores, según imágenes difundidas por la televisión siria.
Miles de personas se concentraron también en Latakia, también a orillas del mar, y en la capital, Damasco.
En Sweida, en el sur del país, una multitud se congregó frente a la sede de la gobernación y en Alepo varios hombres montaron una tarima.
Necesidades gigantescas
Se trata de las segundas presidenciales desde que en 2011 comenzó una guerra en la que participan numerosos beligerantes y potencias extranjeras. Iniciado con la represión de las protestas prodemocráticas en el marco de la Primavera Árabe, el conflicto ha dejado más de 388.000 muertos y ha llevado al exilio a millones de sirios.
Según los registros, el país cuenta oficialmente con un poco menos de 18 millones de electores. Pero con la fragmentación del país por la guerra y el exilio de millones de personas, el número de votantes es en realidad más bajo.
En un país con la economía destrozada y las infraestructuras en ruinas, Bashar al Asad se presentaba como el hombre de la reconstrucción, tras haber encadenado batallas militares con el apoyo de Rusia e Irán, sus aliados fieles, y haber recuperado dos tercios del territorio.
En una Siria polarizada por la guerra, las regiones autónomas kurdas del noreste van a ignorar los comicios, al igual que el último bastión yihadista y rebelde de Idlib (noroeste), donde viven unos tres millones de personas.
Frente a Asad, se presentaron dos personalidades consideradas como títeres: el exministro y parlamentario Abdallah Sallum Abdallah y un miembro de la oposición tolerado por el poder, Mahmud Marei.
Según el presidente del Parlamento, estos obtuvieron respectivamente el 1,5% y el 3,3% de los votos.
La ley electoral exige que los candidatos hayan vivido en Siria diez años consecutivos antes de los comicios, por lo que quedaron excluidas de facto las figuras de la oposición en el exilio, muy debilitada. Su principal coalición denunció que los comicios eran una “farsa”.
“Sus opiniones no valen nada”, lanzó esta semana Al Asad, aludiendo a los países occidentales, que habían considerado que las elecciones no eran “ni libres ni justas”.
Los comicios tuvieron lugar en pleno marasmo económico, con una depreciación histórica de la moneda, una inflación galopante y más del 80% de la población viviendo en la pobreza, según Naciones Unidas.
Siria, como el propio Asad, es objeto de sanciones internacionales. Y las necesidades para la reconstrucción son gigantescas.
Un reciente informe de la oenegé World Vision cifra en más de 1,2 billones de dólares (un poco más de 1 billón de euros) el costo económico de la guerra.