Desde su oficina, Shady Rizk se encontraba en primera fila para filmar la apocalíptica explosión en el puerto de Beirut. Tras recibir 350 puntos de sutura, es un milagro que siga con vida, y ahora quiere vivir esta segunda oportunidad muy lejos de Líbano.
Este ingeniero de telecomunicaciones de 36 años es uno de los muchos libaneses que ya estaban hartos de la prolongada crisis económica y de los casi inexistentes servicios públicos antes de que la deflagración devastara Beirut.
El drama del 4 de agosto, provocado por la explosión de toneladas de nitrato de amonio almacenado en el puerto durante años, pese a las advertencias sobre su peligrosidad, reavivó el movimiento de protesta desencadenado en otoño de 2019 contra la clase política, considerada corrupta e incompetente.
La explosión fue para algunos la catástrofe que faltaba. Ahora ya no ven más opciones que irse.
“Ya no me siento seguro aquí”, declara Rizk. “Dios me ha dado otra vida, una segunda oportunidad, no quiero vivirla aquí”, sentencia.
Menos de dos semanas después de la explosión, que le golpeó de lleno dejándole el cuerpo lleno de cristales, cuenta que planea mudarse a Canadá, donde espera comenzar de nuevo con la ayuda de familiares que viven allí.
“Realmente en cualquier parte, pero no aquí. He perdido toda esperanza”, asegura.
‘Seguridad física’
La historia de Líbano en las últimas décadas es también la del exilio. Con la guerra civil (1975-1990) y las crisis económicas, no hay familia que no tenga un hijo, un hermano o un primo que se haya ido a Europa, Estados Unidos o al Golfo.
Hoy, se estima que la diáspora es tres veces el tamaño de la población que permanece en Líbano, unos cuatro millones de habitantes.
En los últimos meses, mientras Líbano se hundía en la peor crisis económica desde la guerra civil, miles de libaneses salieron, en el marco de una ola de despidos masivos y recorte de salarios. Una crisis agravada con la pandemia de covid-19.
También se extendía la desilusión al ver que el movimiento de protesta sin precedentes iniciado en otoño, que alimentó esperanzas de cambio, perdía fuerza.
Canadá, uno de los principales destinos de emigración para los libaneses, dijo el 13 de agosto que preparaba un grupo de trabajo para garantizar que “las cuestiones de inmigración se puedan abordar rápidamente”.
Unos minutos después de la explosión, Walid Abou Hamad llamó a su exmujer en París para decirle que enviaba a sus dos hijos a vivir con ella.
“Ella intentaba calmarme. Yo le decía, ‘llévatelos, llévatelos"”, recuerda este médico de unos 40 años con la voz quebrada por la emoción. “Como padre, tengo que intentar que mis hijos no estén traumatizados o arriesguen sus vidas”.
Walid se encontraba con uno de sus hijos de 17 años en el momento de la tragedia. Sus reflejos de quien vivió la guerra civil volvieron y se refugió en el cuarto de baño, abrazando a su hijo.
El drama ha acelerado la marcha de sus dos hijos a Francia, donde había planeado enviarlos para realizar sus estudios universitarios.
“Me hubiera gustado no tener que tomar esta decisión con prisas”, asegura.
“Sentados sobre una bomba”
Como muchos libaneses, Walid Abou Hamad critica la negligencia de un gobierno que admitió que conocía la presencia de 2.700 toneladas de nitrato de amonio almacenadas desde hace años en el puerto, situado en el centro de Beirut.
“No es sorprendente, vivimos en un país sin Estado desde hace 40 años”, lanza.
Heiko Wimmen, del International Crisis Group, también cree que habrá un exilio. “El país podría perder toda una generación que necesita para liderar la reconstrucción y para cumplir un cambio político necesario”.
Sharbel Hasbanu, un maquillador de 29 años, está decidido a marcharse de Líbano. Asegura que quizás necesite pedir ayuda financiera a amigos y familiares para emigrar. Su trabajo disminuyó con la crisis y el banco bloqueó sus ahorros.
El día de la deflagración, se encontraba en el devastado distrito de Gemayze. Herido en la cabeza, fue andando de un hospital a otro, cruzándose por el camino con amigos heridos, antes de ser llevado en coche a un hospital a 20 km de Beirut.
Enumera los nombres de bares que solía frecuentar en los barrios de moda cerca del puerto, hoy destruidos. “Íbamos siempre ahí, sin saber que estábamos sentados sobre una bomba”.