“¡Mátenme ahora!”, suplicaba Iryna Kalinina, una mujer de 32 años. En la foto, el personal de emergencia ucraniano la transporta en una camilla desde el hospital de maternidad de Mariúpol, dañado por un ataque aéreo de las fuerzas rusas.
De fondo, árboles y ramas destrozadas, una columna de humo y el esqueleto de dos edificios que han perdido sus ventanas por el impacto de las bombas que habían caído momentos antes.
El rostro de Kalinina describe el cansancio, pero sobre todo el dolor del horror al que acababa de sobrevivir esta madre.
Aún muestra barriga de una embazada, sus pantalones negros están manchados de sangre, y aparece tumbada en una camilla que aguantan cinco hombres que corren hacia otro hospital, aún más cercano a la línea del frente, para tratar de salvarle la vida. Su bebé nació muerto y media hora después, Kalinina también falleció.
Maloletka, fotógrafo de guerra, periodista y cineasta de la ciudad ucraniana de Berdiansk (Zaporiyia), capturó esta trágica escena el 9 de marzo del 2022 en Mariúpol, la cual cayó bajo control ruso en mayo pasado tras meses de asedio.
“No había militares, sólo civiles”
Este fotoperiodista y sus compañeros estaban a 500 metros del hospital cuando escucharon el sonido de los aviones en el cielo y después numerosas explosiones, una de ellas en el patio del hospital.
Unos 25 minutos después, llegaron al lugar y vieron que “todos los edificios estaban dañados, no destrozados porque la bomba cayó fuera, pero las ventanas habían desaparecido”.
“Cuando entramos, las paredes internas y los techos estaban rotos, y los equipos médicos destrozados. La Policía y el personal de rescate ayudaba a evacuar a las mujeres embarazadas y la gente que estaba escondida en el sótano”, explicó.
“Las embarazadas y los niños llorando, algunos soldados venían a buscar a sus seres queridos. Ahí no había ninguna posición militar, ni equipos militares, solo gente normal en un hospital”, agregó.
Maloletka y sus compañeros se “dieron cuenta de que este era un momento que había que mostrar al mundo”, pero era muy difícil encontrar electricidad para cargar el computador y mandar las imágenes.
De hecho, no fue hasta la noche, con ayuda de los vecinos, sentados en una escalera y con el móvil en alto buscando cobertura, que pudieron mandar el material y escribir a los suyos para decirles que estaban sanos y salvos.