Fue el preludio del exterminio sistemático de personas: hace 90 años se instaló el primer campo de concentración nazi en Dachau, al noroeste de Múnich, a menos de 20 kilómetros del centro de la capital bávara.
El 22 de marzo de 1933, a menos de dos meses de la toma del poder por los nazis, el 30 de enero, llegaron al campo los primeros prisioneros.
“Dachau: el significado de este nombre no se puede borrar de la historia alemana”, diría más tarde Eugen Kogon (1903-1987), respetado politólogo y editor, sobreviviente del Holocausto.
“Representa todos los campos de concentración que los nacionalsocialistas instalaron en su esfera de influencia”, agregaría.
Un “lugar original del terror nazi”
De hecho, Dachau fue una especie de modelo para otros campos de concentración y exterminio.
Aquí “se inventaron las reglas para todos los campos de concentración posteriores”, explicó una vez el historiador Wolfgang Benz, de la Technische Universität de Berlin.
Ya aquí, los reclusos se encontraban a la entrada con el eslogan “El trabajo libera”, esa expresión de burla a los reclusos, de opresión, de deshumanización.
Como más tarde también en otros grandes campos, Dachau tenía 140 campos satélite. En muchos lugares de la zona, ya sea en la construcción de carreteras o en la remoción de escombros, otras personas podían, en algún momento, encontrarse con los reclusos.
En junio pasado, hablando con rabinos de numerosos países europeos, la sobreviviente del Holocausto Charlotte Knobloch describió el campo como un “lugar original del terror nazi”.
Este primer campo de concentración nazi es un recordatorio del “nunca más” para Alemania: “Nunca más exclusión, nunca más privación de derechos, nunca más asesinato. No más deshumanización”.
Los nacionalsocialistas llevaron a la gente que les molestaba, que no les gustaba: opositores al régimen nazi, comunistas, cristianos comprometidos, judíos, sinti y romaníes, testigos de Jehová y homosexuales.
En los doce años anteriores a la liberación del campo por parte del ejército de EEUU, el 29 de abril de 1945, más de 200.000 personas de toda Europa fueron encarceladas aquí, hacinadas en un espacio mínimo.
Al final de la guerra, habían muerto más de 32.000 personas; investigaciones más recientes estiman que hubo más de 41.000 muertes.
Alrededor de una cuarta parte de los prisioneros eran de religión judía.
Al menos 11.250 de ellos no sobrevivieron.
Sacerdotes católicos en Dachau
Una característica especial en Dachau fue el llamado “Bloque de los sacerdotes”.
En 1940, los nazis reunieron a clérigos de varias denominaciones y de 20 países, traídos desde otros campos del Reich alemán.
La mayoría eran sacerdotes católicos, muchos de Polonia.
En total, unos 3.000. Cuando estalló el tifus en ese campo, a principios de 1945, los clérigos se ofrecieron como voluntarios para cuidar a los enfermos y perdieron la vida en el proceso.
Semanas después de que los soldados estadounidenses lo liberaran, el campo de exterminio permaneció cerrado y en estricta cuarentena debido a la epidemia.
Más de 10.000 personas, debilitadas por las privaciones y el acoso de los años de encarcelamiento, sucumbieron a la enfermedad, incluidos varios cientos de sacerdotes católicos.
Entre los encarcelados estaba el teólogo evangélico Martin Niemöller (1892-1984), un destacado antinazi, y el carmelita holandés Titus Brandsma (1881-1942).
Este último murió en la enfermería de Dachau víctima de experimentos médicos, y es venerado como santo por la Iglesia católica desde 2022.
Presuntamente, el último sobreviviente fue el sacerdote de Münster Hermann Scheipers (1913-2016), ordenado en 1937, que llegó al campo de concentración como “enemigo del Estado” y estuvo allí durante más de cuatro años, desde 1941 hasta 1945.
Ya muy mayor, con más de 90 años, Scheipers acudía a clases y eventos escolares para informar sobre esa época.
“Tuve que contarles a las generaciones posteriores cómo era Dachau”, dijo una vez.
El primer campo de concentración nazi
El extenso monumento, construido en 1965, es visitado por cerca de un millón de personas de todo el mundo cada año.
Aunque solo han sobrevivido unos pocos edificios, hay planes de ampliar el memorial hasta 2025, desalojando edificios que actualmente se utilizan para otros fines, porque la demanda y el número de visitantes ha aumentado significativamente.
Para Charlotte Knobloch, de 90 años, este sigue siendo el lugar donde comenzó la “barbarie en nombre de Alemania”.
Ella insiste en revivir la memoria, no solo para devolverles la dignidad a las víctimas.
Dachau es también un para ella recordatorio constante de que “el extremismo de izquierda y de derecha pone en peligro la religión, la convivencia y la libertad. Está amenazando todo lo que hemos construido”.
Finalmente advierte que se debe “detener a tiempo” a “los que promueven nuevamente la barbarie en la Alemania de hoy”.