“Serán nuestros ciudadanos para siempre”. Así cerró Vladimir Putin, presidente de Rusia, el momento en que firmó los tratados de anexión de 4 provincias de Ucrania ocupadas tras la invasión: Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia.
Mientras, los ucranianos y la mayoría de los países del mundo declararon que no reconocen esta adhesión, ni los seudorreferendos que la precedieron, Moscú amenaza con utilizar todo tipo de armas, inclusive atómicas, para defender esos nuevos territorios. Pero ¿qué ocurrirá con los habitantes de esas zonas?
Anexión de Crimea: un antecedente entre Rusia y Ucrania
“Para mí, lo importante no son las fronteras ni los territorios, sino el destino de la gente”. Esta es una cita del presidente ruso, Vladimir Putin, luego de la anexión de Crimea (ex territorio de Ucrania) a Rusia en 2014.
Pero ahora, el Kremlin vuelve a modificar por la fuerza las fronteras ucranianas, y anexionó ilegalmente, violando el derecho internacional, parte de las regiones de Lugansk, Donetsk, Jersón y Zaporiyia.
Por ahora, se desconoce el número preciso de personas afectadas, pero en todo caso se trata de millones. Y la situación es diferente en las distintas regiones.
Tras lo ocurrido en el 2014, cientos de miles, en su mayoría jóvenes, se fueron a Rusia o a las partes de Ucrania controladas por Kiev. Solo permanecieron allí las personas mayores, las que no pudieron irse o respaldaban el separatismo.
Algunos habitantes apoyaron la anexión ilegal por temor a tener que enfrentar a la Justicia si Ucrania retomaba el control del lugar, estima Serhij Harmasch, oriundo de la zona y redactor en jefe del periódico en línea Ostrow, quien fue también miembro del grupo de contacto trilateral para la puesta en práctica de los acuerdos de Minsk.
También en el sur de Ucrania, en parte de las regiones de Jersón y Zaporiyia, se han producido cambios durante los seis meses de ocupación, aunque no tan sustanciales. Cientos de miles han huido, pero entre los que se quedaron hay muchos que siguen respaldando a Kiev.
Así lo demuestran las protestas con banderas ucranianas que hubo en las primeras semanas y meses tras la invasión rusa.
¿Qué pasará con los habitantes de las zonas anexadas?
A diferencia de Crimea, donde en 2014 dos tercios de los habitantes eran étnicamente rusos, en el este y el sur de Ucrania estos constituyen menos de la mitad de la población. De acuerdo con el censo de 2001, en 2014 había cerca de un 40 por ciento de rusos étnicos en Donetsk y Lugansk, y en Zaporiyia y Jersón, aproximadamente un 25 y un 15 por ciento, respectivamente.
A primera vista, la vida cambiará poco en los territorios anexionados de manera ilegal, que desde hace medio año se encontraban de facto bajo control ruso.
Pero todo lo que tenga que ver con Ucrania será reemplazado progresivamente: leyes, moneda, idioma, educación. Uno de los objetivos centrales es la rusificación de regiones que el Kremlin considera históricamente como propias.
La población tendrá que optar entre aceptar los cambios o resistirse, arriesgando la vida. “Son decisiones difíciles. Muchos desesperarán, porque no pueden aquilatar qué sucederá”, sostiene Andreas Umland. Esto, ya que hay reportes de represión, detenciones y torturas de simpatizantes de Kiev.
¿Habrá migración tras la anexión de Rusia sobre territorios de Ucrania?
En ese sentido, Serhij Harmasch dijo que no cree que se produzca un movimiento masivo de partisanos como el que hubo en suelo ucraniano durante la II Guerra Mundial. “Ser partisano hoy y en la II Guerra Mundial son dos cosas diferentes. Hoy en día hay vigilancia de video y telefónica”, apunta.
Por otro lado, observadores internacionales no cuentan tampoco con que haya grandes traslados de población rusa, como ocurrió en Crimea. La razón es que persisten los combates.
“Tampoco se producirá un retorno de antiguos habitantes de Donetsk desde Rusia, donde se utilizan como fuerza laboral, porque en el Donbás no hay fuentes de trabajo. Las principales empresas están destruidas”, explica Serhij Harmasch.
“El atractivo de estas regiones será escaso para Rusia. Los rusos tendrán el temor de tener que volver a irse. Eso no funcionará”, piensa también Andreas Umland.