Más de 24 horas de espera para ser los primeros en ver el féretro de la reina. Una odisea que no frenó el ímpetu de miles de personas que se arremolinaron en torno al Embarcadero Albert de Londres para conseguir un sitio en la preciada cola, a la que no venció ni el paso del tiempo, ni el sudor ni las lágrimas.
Las orillas del río Támesis se convirtieron en el lugar de peregrinación de los que pretenden entrar los primeros al Westminster Hall para presentar sus respetos a la capilla ardiente de Isabel II.
“Es el momento para estar aquí”, dijo una de las primeras curiosas que cruzaba el puente de Westminster por la mañana para dirigirse a la cola. “No vamos a tener otra reina, teníamos que venir”, aseguró, igual que dos mujeres llegadas desde el norte de Inglaterra especialmente para la ocasión.
“Hemos llevado flores a Green Park y ahora nos hemos venido aquí. Solo podemos estar un día, así que esperamos entrar”, apostilló una de ellas.
Su pronóstico era más optimista que los que dejen para última hora unirse a la fila. El Gobierno británico ha augurado hasta 30 horas de espera para aquellas personas que lleguen al final de una hilera que se espera que alcance los 15 kilómetros de longitud y que prácticamente cruce el centro de Londres por la circunvalación del Támesis.
A las 17:00 hora local (13:00 en Chile), tal como estaba previsto, abrieron las puertas del edificio para recibir a los primeros visitantes.
El cansancio era visible en la cara de la gente que aguardaba cerca del puente de Lambreth, como lo eran también las miradas de esperanza y alegría cuando los voluntarios comenzaron a repartir las pulseras que dan luz verde al acceso a la capilla ardiente. Estos brazaletes comenzaron con el color amarillo y con un número distintivo en ellos e irán variando con el paso de las horas y los días, para evitar escenas como las ocurridas en Edimburgo, cuando una mujer llegó a acumular siete pulseras para pasar siete veces a ver a la reina.
Eso no pasará en el ala más antigua del Parlamento, donde reposará el féretro. Ese es el punto final de la aventura que emprendió Anthony con su mujer y su hijo, desplazados desde el este de Inglaterra, que apenas han podido dormir por la noche debido a la copiosa lluvia que cayó sobre la capital británica y que obligó a muchos a recurrir a chubasqueros y tiendas de campaña que quedaron inservibles tras el chaparrón.
“No ha sido fácil, pero merecerá la pena. También habíamos traído flores, pero no nos dejarán pasar con ellas”, aseguró. Y no le falta razón, porque las medidas de seguridad que rodearan al féretro de la reina son similares a las de un control de aeropuerto.
El Gobierno ha recomendado que no se utilicen sillas plegables, puesto que la cola no parará de avanzar. Recomiendan las autoridades también que traigan, para la espera, agua, comida, medicamentos (si los necesitaran) y cargadores portátiles de móvil.
No se podrá pasar a la instancia con botellas de agua no transparentes, ni pancartas, símbolos polémicos, objetos punzantes, ni flores o tributos. Tampoco se podrán hacer fotografías ni grabar vídeos, y se pide a todos los asistentes que guarden silencio durante su paso por Westminster.
“Espero que todo el mundo respete este momento, estén o no a favor de la monarquía. Ha sido una persona muy importante para todos”, manifestó Jennifer, nacida y criada en Londres y visiblemente emocionada por el momento histórico que va presenciar.
Como forma de agradecimiento a su esfuerzo, el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, primado de la Iglesia Anglicana, se acercó a las primeras personas apostadas al inicio de la cola y los saludó uno por uno. “Dios bendiga a todos los que están en esta fila y los mantenga calientes”, dijo, antes de dirigirse a Westminster para dirigir el oficio en memoria de la reina.