Xi Jinping y Vladimir Putin se valen del manejo arbitrario de la propia historia nacional para afianzar su poder y fundamentar sus políticas.
“Quien controla el pasado, controla el futuro. Y quien controla el presente, controla el pasado”. Esta cita de la novela “1984”, de George Orwell, expone resumidamente la importancia de la historia para la política.
La periodista Katie Stallard la recoge en su libro “Dancing on Bones”, en el que describe cómo quienes detentan el poder en Rusia, China y Corea del Norte utilizan la historia para sus fines.
En conversación con Deutsche Welle, la autora afirma que “los regímenes autoritarios conocen el poder de la historia. Es una herramienta clave para conseguir el respaldo del pueblo”. Explica que la historia genera legitimidad, está ligada a la identidad de los ciudadanos y, para los autócratas, tiene la ventaja de que se puede manipular.
Justificación de la guerra de Ucrania
La agresión bélica de Rusia contra Ucrania demuestra actualmente las mortíferas consecuencias que puede tener el revisionismo histórico. Ya antes de iniciar la guerra, Vladimir Putin publicó, en julio de 2021, un escrito titulado “Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos”.
En ese texto, atribuye a Occidente un “peligroso revisionismo”.
De acuerdo con la verdad de Putin, rusos y ucranianos siempre han sido una unidad espiritual, y es Occidente el que intenta forjar una Ucrania “anti-Rusia”. Algo que Rusia jamás permitirá y evitará, de ser necesario, por la fuerza de las armas.
Este 9 de mayo, Putin repitió su punto de vista y fue aún más lejos al sostener que Occidente había planeado un ataque contra Rusia.
La visión soviética de Putin
La narrativa de Putin es parte de una visión del mundo bipolar y de una forma de pensar basada en categorías de superpotencias, según el historiador Andreas Kappeler.
Para Putin, sólo los países poderosos, como Rusia, Estados Unidos y China, tienen importancia, y los Estados “pequeños”, como Ucrania, carecen de una agenda propia. Las grandes potencias, a su vez, estarían en una competencia ideológica que se libra con todos los medios.
Esta visión de Putin se liga con un nacionalismo étnico y con la tesis de que, supuestamente, los nazis habrían tomado el poder en Ucrania.
Con ello se tiende un puente hacia lo que Kappeler considera el “principal elemento de la ideología de integración rusa: la victoria soviética contra la Alemania de Hitler”.
Xi Jinping: timonel de la historia
Muchos patrones de la compresión de la historia de Putin y de quienes lo respaldan en el Kremlin se observan también en funcionarios chinos.
China quiere hacer las cosas mejor que la antigua Unión Soviética, a la que el presidente chino, Xi Jinping, menciona reiteradamente como un ejemplo que sirve de advertencia. Considera que la Unión Soviética se desmoronó porque sus dirigentes no lograron erradicar el “nihilismo histórico”, que socavó la fe en la causa comunista.
Para evitar un destino como el de la Unión Soviética, el Partido Comunista chino redactó en 2021 una historia oficial actualizada del Partido Comunista chino, muy a la medida de Xi Jinping.
El Diario del Pueblo, órgano del partido, escribió: “En esta nueva era, el secretario general Xi Jinping nos ha ayudado a entender los mecanismos de la evolución y las leyes de la historia que operan en el sinuoso flujo del tiempo y en la tormenta global. En cada encrucijada ha tomado la decisión correcta”.
La narrativa del PC se difunde por todos los medios de comunicación, redes sociales y videojuegos. Las visiones alternativas son ilegales.
El partido garantiza la unidad
El poderío del PC se fundamenta con argumentos históricos: antes de que los comunistas llegaran al poder, China estaba debilitada y dividida. Y esa división hizo posible que Occidente humillara al país. De ahí se colige que solo el Partido puede unir al país y hacerlo recuperar su antigua fortaleza.
El PC chino continúa así lo que comenzaron los nacionalistas chinos en el siglo XIX, según plantea Bill Hayton en su libro “The Invention of China”. En ese entonces, la China plurinacional se reinterpretó retrospectivamente como una cultura unitaria de la etnia han.
Las tradiciones de la etnia manchú, de los mongoles y de muchos otros pueblos fueron borradas de la historia, para dar lugar a la visión de una China que siempre había estado unida. Esta voluntad unificadora se vuelca, por ejemplo, contra los uigures y tibetanos, que son internados en campamentos de reeducación, y cuya cultura y tradiciones son reprimidas.
La versión del PC de 5.000 años de unidad china es una ficción. Es verdad que existió una cierta continuidad del idioma y del confucianismo, pero no es cierto que la cultura han haya imperado siempre en el actual territorio de la República Popular China.
En realidad, la dinastía Ming (1368-1644) fue la última en la que gobernaron los han. Durante siglos imperaron previamente dinastías de otras etnias, como los mongoles, sobre la mayor parte de la China de hoy. La última dinastía fue fundada por la etnia manchú y gobernó desde 1644 hasta la proclamación de la república, el 1 de enero de 1912.
Algunos paralelos
Putin, por su parte, niega o distorsiona la historia de Ucrania, para poder declarar que rusos y ucranianos son un pueblo. Otro aspecto en que también hay similitudes es la obsesión de ambos sistemas por los asuntos territoriales.
Según Stallard, poner atención en temas territoriales cumple dos funciones: por una parte, subraya las humillaciones del pasado y, por otra, destaca la fortaleza de los actuales líderes, dispuestos a recuperar lo que “les pertenece”.
Aun cuando en las narrativas históricas de Rusia y China hay diferencias, los patrones saltan a la vista. Ambos sistemas proclaman una unidad y continuidad que jamás existió de esa forma. Quien replica, debe contar con duras sanciones en Rusia y China.
Al respecto, Stallard escribió: “La voluntad de manipular la historia con fines políticos no solo se encuentra en sistemas autoritarios”. Pero sólo los sistemas autoritarios reprimen las opiniones divergentes.