El líder ruso no tiene interés en un acuerdo, solo busca la capitulación occidental. El Kremlin lo expresa sin ambages. Estados Unidos y la UE deberían tomar nota de ello, opina Konstatin Eggert para la Deutsche Welle.
Una de las historias favoritas de Putin aparece en su libro de 2000 “From the First Person”. Allí cuenta cuando, con un grupo de amigos colegiales, persiguió a una enorme rata dentro del bloque de apartamentos donde vivía en Leningrado. Cuando acorraló al animal, éste se enfureció y atacó a Putin, quien incluso tuvo que huir. Para el mandatario ruso las metáforas de fuerza y desesperación siempre han tenido un significado especial. En estos días, esas metáforas son doblemente importantes.
Hubo una serie de declaraciones de los confidentes más cercanos a Putin inmediatamente antes y después de la conversación telefónica del líder ruso con el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden. El ministro de Exterior, Sergei Lavrov; el asesor de asuntos internacionales, Yuri Ushakov; y el embajador ruso en Estados Unidos, Anatoly Antonov, todos se centraron en un punto: Moscú no aceptará una interminable seguidilla de conversaciones con Washington al estilo de la Guerra Fría ni cejará en su insistencia de pedir “garantías de seguridad” por parte de Occidente.
Éstas incluyen la exigencia de que la OTAN no acepte a nuevos miembros de las antiguas repúblicas soviéticas en sus filas (o sea Georgia y Ucrania), así como la promesa de cesar con la actividad militar de la alianza en Europa Central y los estados bálticos. Rusia también quiere que Estados Unidos descarte el despliegue de misiles de corto y mediano alcance en Europa.
Putin está siendo claro: considerará el retiro de las fuerzas rusas de la frontera con Ucrania sólo después de que la OTAN descarte la promesa de una futura membresía para Ucrania y Georgia lanzada por la alianza en la cumbre de Bucarest, en 2008.
Luego de más de 20 años en la palestra internacional, Putin sabe que esto nunca sucederá. Rescindir la invitación de Bucarest (controvertida entre algunos aliados europeos) y limitar los despliegues en Europa Central equivale a otorgarle a Moscú poder de veto sobre la toma de decisiones de la OTAN, y eso sería el fin de la alianza militar como la conocemos hasta hoy.
Biden ya dijo que Ucrania debe resolver sus problemas de corrupción antes de pensar en la membresía. También reiteró que Estados Unidos no desplegará armas ofensivas en territorio ucraniano. En teoría, también podría ser posible limitar la cooperación militar estadounidense con Kiev, aunque con esto corre el riesgo de enfurecer al Congreso. De hecho, Washington hizo la mayoría de las concesiones posibles a Moscú antes de que comiencen las conversaciones entre ambas potencias en Ginebra, programadas para el 10 de enero. Pero el Kremlin sigue adelante con demandas que sabe que no se cumplirán. ¿Por qué?
Putin aprovecha el momento
Putin considera que Occidente, y la Unión Europea en particular, están muy debilitados por la pandemia, la captura del Estado por parte de las grandes empresas y la falta de un liderazgo coherente. Biden cometió un error cuando invitó a Putin a conversaciones directas a raíz del primer despliegue de tropas rusas en la frontera con Ucrania. Putin lo interpretó como una muestra de debilidad y disposición a “negociar” Ucrania a cambio de no intervenir en la disputa entre Washington y China.
El “hombre fuerte” de Rusia también se enfureció por la decisión del presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, de arrestar y juzgar por traición al mejor amigo ucraniano de Putin y político prorruso número 1 del país, Viktor Medvedchuk. De paso, también entendió que ningún líder ucraniano cumplirá jamás los acuerdos de Minsk de 2015, que son vistos en Kiev como humillantes y firmados a punta de pistola.
Putin ve el uso de drones turcos por parte de las fuerzas ucranianas, así como el programa de modernización de la Marina y la creciente cooperación con los países de la OTAN, como una tendencia peligrosa. Desde la perspectiva del Kremlin, esto podría llevar a las fuerzas ucranianas a lanzar una ofensiva victoriosa contra las zonas del Donbás controladas por los prorrusos. Después de todo, Azerbaiyán logró inesperadamente dar vuelta el tablero en Nagorno Karabaj en 2020 después de años de rearme.
El líder ruso estima que el momento de presionar por demandas imposibles es el correcto. Alemania está liderado por los socialdemócratas, más amigables con Rusia, quienes se niegan a abandonar el gasoducto Nord Stream 2. Francia está en medio de una campaña presidencial escandalosa, con uno de los principales contendientes prometiendo sacar al país de la OTAN y levantar las sanciones contra Rusia. Estados Unidos está presidido por un cuasi octogenario con una administración dividida entre los realistas que dicen “primero China” y los internacionalistas que dicen “no nos olvidemos de Rusia”. Ucrania misma está debilitada por la agitación política permanente y gravemente socavada por su lenta respuesta a la pandemia.
Hay una consideración adicional: como comandante en Jefe, Putin no puede darse el lujo de mover de allá para acá a las tropas rusas, en costosos despliegues masivos dos veces al año solo para obtener una conversación telefónica con el presidente de Estados Unidos. Esto da la idea de que hay indecisión y debilidad, algo que Putin aborrece. Rusia no es una democracia, por lo que mantener contentas a las élites es de vital importancia para el poder. El alto mando militar es una de esas élites. Esta es una de las principales herramientas para garantizar la estabilidad del régimen.
Putin se muestra a propósito como un líder arrinconado porque lo que busca es una pelea con Ucrania. Aparentemente, ve esto como una necesidad estratégica y de legado histórico. Así que olvidémonos de las cumbres entre Khrushchev y Kennedy y Brezhnev y Nixon. La Rusia de Putin se considera a sí misma más desesperada y más libre que los soviéticos para actuar.