En Francia, un discurso catastrofista está ganando terreno ante el cambio climático. Se trata de la colapsología (“collapsologie” en francés), una teoría desarrollada por investigadores que prevé el inminente derrumbe de nuestra civilización. Una voluntad de sensibilizar a la urgencia ecológica que mezcla datos científicos y profecías alarmistas, provocando una “depresión verde”.
“La colapsología es el ejercicio transdisciplinar del estudio del colapso de nuestra civilización industrial y lo que le podría suceder, apoyándose en las dos formas cognitivas que son la razón y la intuición y sobre trabajos científicos reconocidos”. Así Pablo Servigne, ingeniero agrónomo, y Raphaël Stevens, investigador y eco-consejero, definen el término colapsología (collapsologie), en el libro Comment tout peut s’effondrer (cómo todo puede colapsar) en 2015.
A este libro le siguieron en 2018 Une autre fin du monde est possible. Vivre l’effondrement et pas seulement y survivre (otro fin del mundo es posible, vivir el derrumbe y no solamente sobrevivirle), y en 2019 L’Entraide, l’autre loi de la jungle (la ayuda mutua, la otra ley de la selva), donde, con el concurso de Gauthier Chapelle, ingeniero agrónomo y doctor en biología, los autores reflexionan sobre qué cambios de actitud adoptar para vivir juntos tras el colapso, y sustituyen a la tradicional visión de una competencia a todo precio, una de decrecimiento y solidaridad.
Las teorías de los colapsólogos ganan cada vez más adeptos, en las redes sociales y movimientos alternativos, pero también entre los políticos. Yves Cochet, exministro de Medio Ambiente, escribió la nota final de Comment tout peut s’effondrer, mientras que el actual primer ministro, Édouard Philippe, se refirió varias veces al libro Collapse (colapso), del geógrafo y biólogo Jared Diamond.
¿Qué es la colapsología?
La colapsología es un discurso pluridisciplinario que se interesa por el derrumbe de nuestra civilización, y parte de la idea de que las acciones humanas impactan de manera duradera y negativa en el planeta. Se apoya en datos científicos, pero también en intuiciones, por lo que se le acusa a veces de no ser una verdadera ciencia, sino más bien un movimiento.
Si bien los colapsólogos hacen hincapié en la urgencia ecológica, vinculan además distintas crisis entre ellas (energéticas, económicas, geopolíticas, medioambientales, etc.), alegando que esta conjunción de crisis podría llevar al derrumbe de la civilización industrial en los próximos años. Así, aunque el agotamiento de los recursos petroleros, la multiplicación de las catástrofes naturales, la pérdida de biodiversidad, el estancamiento de la agricultura intensiva, no son temas nuevos, la novedad de la colapsología está en esa convergencia de todas las crisis.
“Es una serie de catástrofes que no podemos parar y que tiene consecuencias irreversibles sobre la sociedad. No podemos saber lo que la desencadenará: un crac bursátil, una catástrofe natural, el derrumbe de la biodiversidad… Lo que podemos afirmar, es que todas estas crisis están interconectadas y que pueden, como un efecto dominó, activarse entre ellas”, indica Servigne. Y precisa: “Hay que imaginarse una vida sin nada en los cajeros automáticos, donde se raciona la gasolina, donde el agua a menudo no llega, con grandes sequías y grandes inundaciones. Hay que prepararse a vivir estas tormentas”.
En 1972, el informe MeadowsThe Limits To Growth (los límites del crecimiento), redactado por investigadores del Massachusetts Institute of Technology (MIT), ya alertaba sobre los riesgos de un crecimiento económico y demográfico exponencial. El informe preveía el colapso para el año 2030.
Razones del colapso y soluciones
Servigne y Stevens explican en Comment tout peut s’effondrer que “para mantenerse, evitar los desequilibrios financieros y sociales, nuestra civilización industrial se ve obligada a acelerar, complicarse, y consumir cada vez más energía”. Pero su crecimiento llegó a una fase de rendimientos decrecientes y la era de las energías fósiles en abundancia llega a su fin, mientras que sistemas de los que dependemos, como el clima o los ecosistemas, empiezan a desarticularse.
Como consecuencia, anuncian “rupturas de sistemas alimenticios, sociales, comerciales o sanitarios, con desplazamientos masivos de población, conflictos armados, epidemias y hambrunas. En este mundo ‘no lineal’, los eventos impredecibles de intensidad más fuerte serán la norma”.
“La paradoja que caracteriza nuestra época […] es que, cuanto más potencia tiene nuestra civilización, más vulnerable se vuelve. El sistema político, social y económico moderno gracias al cual más de la mitad de los humanos vive agotó fuertemente los recursos y alteró los sistemas en los que estaba basado. Al punto de deteriorar peligrosamente las condiciones que antes permitían su expansión, que hoy garantizan su estabilidad, y que le permitirán sobrevivir”, enfatizan.
Sin embargo, los colapsólogos franceses no sólo anuncian una catástrofe, sino que proponen pistas para seguir viviendo a pesar de lo inevitable: evolución de los sistemas agrícolas, sistemas de ayuda mutua locales, sobriedad energética… Para ellos, el colapso es “el principio del porvenir” de nuestra generación, y lo que sigue queda por imaginar y vivir.
“Es importante decir que es necesario y posible organizarse colectivamente. No es algo natural para todo el mundo. El problema es que, aunque todos estén de acuerdo sobre los hechos (clima, biodiversidad, etc.), cada uno tiene su propia idea sobre qué hacer… y todo el mundo discute”, confía Servigne a los lectores del diario Le Monde. “El reto hoy es ponerse de acuerdo sobre un relato (o varios), y coconstruirlo juntos”, añade, precisando que prefiere organizarse localmente que a gran escala.
Críticas a un discurso fantasioso y sensacionalista
Los recientes acontecimientos y las repetidas catástrofes naturales sin duda apoyan estas teorías y pueden ser percibidos como señales anunciadoras de un colapso irreversible. Inundaciones, incendios, terremotos, sequías,… No faltan los fenómenos alarmantes, y como consecuencia, la conciencia ciudadana de la urgencia climática se vuelva cada vez más fuerte.
Pero la colapsología no gana sólo adeptos. La razón es que su discurso reivindica tanto conocimientos académicos y consideraciones referenciadas sobre la naturaleza, como intuiciones y, según sus detractores, imaginación.
Para algunos, explica France Culture, es un discurso fantasioso que se parece más a profetismo que a ciencia. El filósofo Jacques Bouveresse prefiere hacer todo lo posible para que la catástrofe no ocurra, en vez de anticiparla y adaptar su vida en consecuencia. “En cuanto a la colapsología, es un término que me exaspera. Cuando uno crea una palabra con el sufijo -logía, quiere dar la sensación de que es algo más o menos científico; y, si entendí bien, hay gente que pretende practicar este tipo de cosas de manera científica. Soy escéptico: aunque inicialmente puedan basarse en datos recogidos con seriedad, estos discursos me parecen más proféticos que científicos. En general, el catastrofismo es una forma de pensar que me resulta totalmente extraña. Lo único que me importa, una vez más, es intentar hacer lo que depende de nosotros para que no ocurra lo peor”, explica en su libro Les Premiers jours de l’inhumanité (los primeros días de la inhumanidad).
Otros, como el ingeniero agrónomo Daniel Tanuro, acusan a la colapsología de referirse a personajes poco recomendables, como el filósofo rumano Mircea Eliade, miembro del partido fascista La Guardia de Hierro y que siguió el mismo camino ideológico después de la guerra, o el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, quien colaboró con los nazis y era, según Tanuro, innegablemente antisemita. En Une autre fin du monde est possible, los colapsólogos nos invitan a una “caverna arcaica […] para ‘re-salvajearnos’ al ‘danzar con nuestras sombras’, para ‘vivir con todos los aspectos de nuestra vida que nos parecen inaceptables’. Ya no es simplemente una cuestión de ‘luto’, sino de ‘reconectar con nuestras raíces profundas’, que no son otra cosa que ‘los arquetipos en el sentido definido por Jung, es decir, los símbolos primitivos, universales, pertenecientes al inconsciente colectivo, una forma de representaciones preestablecidas que estructuran la psique’”, escribe Tanuro en L’Impossible capitalisme vert (el imposible capitalismo verde).
Eco-ansiedad y depresión verde
“Parto del principio de que quizás mis hijos no llegarán a su mayoría de edad. […] Obviamente voy a hacer todo lo posible para que vivan felices y el mayor tiempo posible, pero no sé de qué estará hecho mañana. Pienso que vamos a conocer momentos de gran violencia, y mis hijos también”, explica la actriz francesa Lucie Lucas ante las cámaras del programa Complément d’enquête (complemento de investigación). Lucas se instaló en una granja ecológica para vivir en autosuficiencia, y afirma preparar a sus hijos: “Les digo ‘piensa que eres una guerrera y que esto es un entrenamiento’”.
El caso de Lucie Lucas no es aislado. Un artículo de Le Monde recoge varios testimonios de gente que sufre de depresión verde o eco-ansiedad, como se le quiera llamar. Clémence, de 40 años, cuenta así como cayó en una depresión: “Estaba devastada, decepcionada por el ser humano, su tendencia al egoísmo… Sentía una cólera profunda. Y la culpa devastadora de haberle dado vida a dos niños que iban a vivir guerras y racionamientos de comida”.
Entrevistado por Le Monde, Luc Semal, profesor de Ciencias Políticas en el Museo Nacional de Historia Natural, explica que “esta angustia siempre ha existido en el activismo ecológico, pero recientemente ha empeorado como resultado de la reducción de los horizontes temporales. El cambio climático ya no afectará a las generaciones futuras, sino a las actuales”.
Tras la lectura de Comment tout peut s’effondrer, de Pablo Servigne y Raphaël Stevens, numerosos lectores dijeron haber sentido un decaimiento total, una sideración, un golpe muy fuerte… Como consecuencia, surgen preguntas como: ¿Tiene sentido estudiar, trabajar? ¿Seguiré vivo en 2050? ¿Y mis hijos? ¿Debería tener hijos?
En octubre de 2018, el instituto de estadísticas IFOP revelaba que el 85% de los franceses están preocupados por el cambio climático, es decir ocho puntos más que en 2015. En la gente de 18-24 años, la tasa se eleva al 93%. Algo que se ve reflejado en las numerosas manifestaciones de jóvenes (y menos jóvenes) en defensa del medio ambiente, siguiéndole el paso a la sueca Greta Thundberg.
“Para todas las formas de ansiedad, es por la acción que uno se tranquiliza”, confirma el psiquiatra Antoine Pelissolo, del Hospital Henri-Mondor, en la periferia de París. En cuanto a Clémence, descubrir que no estaba sola en experimentar “solastalgía, ese sentimiento de estar de luto con un mundo que imaginábamos para nuestros niños”, le permitió remplazar el miedo por la militancia.