Empecinada en sacar a Reino Unido de la UE mediante un acuerdo difícil de arrancar a Bruselas e imposible de vender en un país profundamente dividido, la primera ministra británica Theresa May acabó hundida por la misión que la había aupado el poder.
“Es, y siempre lo será, una cuestión de profundo pesar para mí el no haber podido cumplir con el Brexit”, dijo, haciendo patente su decepción y tristeza al anunciar el viernes que dejará el cargo el 7 de junio.
Y, esperando que su sucesor tenga más éxito que ella, deseó que garantice a Reino Unido “seguridad, libertad y oportunidad”. “Estos valores me han guiado a lo largo de toda mi carrera”, afirmó haciendo balance de casi tres años de gobierno fagocitados por el Brexit.
Una y otra vez, desde que llegó al cargo en julio de 2016, afirmó que su misión era “cumplir con el resultado del referéndum”, en el que en junio de ese año 52% de británicos votó a favor de poner fin a más de cuatro décadas de integración en la Unión Europea.
Por el camino recibió incontables golpes, principalmente de los más euroescépticos en las filas de su Partido Conservador, pero fiel a su reputación de testaruda esta política de 62 años, que proyecta una imagen de frialdad un poco mecánica, se había levantado cada vez. Hasta ahora.
La misión que ella misma se había otorgado no tenía nada de fácil.
“Cualquiera en su posición habría encontrado grandes dificultades”, dice a la Agence France-Presse, el politólogo Simon Usherwood de la Universidad de Surrey, aunque en su opinión May “no eligió la mejor estrategia”, decidiéndose solo demasiado tarde a buscar el consenso con la oposición en un Parlamento donde no tenía mayoría.
Insistiendo en presentar y representar un acuerdo que claramente no satisfacía a nadie May “se negó a aceptar la realidad”, considera por su parte Tim Bale, profesor de Ciencias Políticas de la universidad Queen Mary de Londres.
El error de anticipar elecciones
May llegó al poder en las caóticas semanas posteriores al referéndum, cuyo resultado provocó la dimisión del conservador David Cameron, de quien fue ministra del Interior durante seis años.
Pese a ser euroescéptica, se había pronunciado a favor de la permanencia en la UE, pero se implicó poco en la campaña y lo hizo insistiendo en la necesidad de limitar la inmigración.
Solo un año después de llegar a Downing Street, convocó unas catastróficas elecciones legislativas anticipadas destinadas a fortalecer su posición en las que, sin embargo, acabó perdiendo la mayoría absoluta y quedó dependiente del apoyo del pequeño partido unionista norirlandés DUP para poder gobernar.
Varios de sus ministros la fueron abandonando por el pedregoso camino, descontentos con su idea de negociar una estrecha relación con la Unión Europea, entre ellos dos ministros del Brexit, Dominic Raab y David Davis, y el jefe de la diplomacia Boris Johnson, que ahora parte en cabeza de los aspirantes a reemplazarla.
Pero hasta ahora, May siempre había sobrevivido y seguido adelante convencida de que su plan era “el mejor para Reino Unido”.
“Una mujer difícil”
Theresa Brasier -su nombre de soltera- nació el 1 de octubre de 1956 en Eastbourne, ciudad costera del sureste del país.
Tras estudiar geografía en la Universidad de Oxford, donde conoció a su esposo, Philip, y trabajar brevemente en el Banco de Inglaterra, dio sus primeros pasos en política en 1986, año en que fue elegida concejala del distrito londinense de Merton antes de convertirse en diputada en 1997.
De 2002 a 2003 fue la primera mujer en ocupar el cargo de secretaria general de su formación.
La propia May se describió una vez como “una mujer jodidamente difícil”.
Aunque sus enemigos la han acusado de tener poca altura de miras, todos coincidían en su laboriosidad.
“Es muy diligente, muy trabajadora, se sumerge en los detalles, es bastante tecnócrata, muy dura, y puede ser tozuda“, explicó a la AFP el exlíder liberaldemócrata Nick Clegg, que fue viceprimer ministro del gobierno de coalición de Cameron.
“Todas estas cosas son cualidades bastante buenas en un político del gobierno”, reconocía hace un tiempo Clegg. Pero “nunca vi realmente en ella mucha imaginación, ni flexibilidad, ni instinto, ni visión”.