La homofobia es común en Rusia, pero no alcanza el extremo de la república de Chechenia donde la homosexualidad es un tabú, un crimen pasible de muerte en la mayoría de las familias.
A finales de marzo, una investigación del diario independiente Novaia Gazeta suscitó mucha indignación. El medio, conocido por sus artículos críticos con Ramzán Kadírov, el hombre que dirige Chechenia con mano de hierro desde hace diez años, asegura que los homosexuales son el blanco de las autoridades locales.
Según el periódico, las fuerzas de seguridad detuvieron a más de cien homosexuales e incitaron a sus familias a matarlos para “lavar su honor”.
Novaia Gazeta añade que al menos dos personas murieron a manos de sus familiares, y una tercera falleció como consecuencia de actos de tortura.
Los defensores de los Derechos Humanos llevan años denunciando abusos y secuestros por parte de las milicias del poder, los llamados “kadirovtsi”.
Convocado por el presidente ruso Vladimir Putin, Kadírov negó cualquier tipo de violencia contra los homosexuales en Chechenia y calificó los artículos de “provocación”. Su portavoz aseguró, por su parte, que los homosexuales “no existen” en la república.
Aunque Putin no hizo ningún comentario, su vocero, Dimitri Peskov, dijo que las acusaciones “no se sostienen” y anunció que los hechos estaban siendo investigados.
“Un respiro”
En Moscú, la Liga LGTB -lesbianas, gais, transexuales y bisexuales- ayuda a los chechenos que huyeron de la república musulmana. La oenegé, que recibe “entre tres y cuatro llamadas de auxilio al día“, ha exfiltrado de Moscú a 30 personas en peligro, según Olga Baranova, responsable de la oficina de la asociación.
Ilia tiene cara de cansado, fue maltratado y torturado por hombres con uniforme militar en Chechenia pero consiguió huir hasta Moscú: “en Chechenia solo podía elegir entre mentir o morir“, cuenta.
A sus 20 años, se esconde en una casita de ladrillo rojo en las afueras de la capital rusa, donde reside junto a otros cinco chechenos que también tuvieron que abandonar la pequeña república musulmana del Cáucaso ruso.
Todos se niegan a revelar su verdadera identidad por temor a ser identificados y perseguidos. “Si uno de mis familiares se entera de que soy homosexual, no dudará en matarme“, explica Nortcho. “Y si no lo hacen, entonces alguien los matará por no haber restablecido el honor de la familia”.
Aunque Ilia vive ahora a más de 1.800 kilómetros de Grozni, la capital chechena, se sobresalta cada vez que un coche se acerca a su casa, protegida por una reja. “Al ayudarme, la Liga me ha dado un respiro, pero acabarán por encontrarme“, susurra.
En octubre, tres hombres con uniforme militar lo llevaron a un campo y lo golpearon. Una inmensa cicatriz cruza la parte baja de su cara. “Lo filmaron todo. Me dijeron que lo pondrían en las redes sociales si no pagaba 200.000 rupias (más de 2.300.000 pesos chilenos). Me endeudé y pagué“, cuenta con un hilo de voz.
“Tiranía absoluta”
Para Tania Lokchina, de la oenegé Human Rights Watch, “bastaría con una llamada del Kremlin a Kadírov para acabar con los arrestos”.
Oficialmente, la Fiscalía general abrió una investigación este lunes. Pero la Policía dice que no recibió “ninguna denuncia” de víctimas, según la delegada rusa para los Derechos Humanos, Tatiana Moskalkova, citada por la agencia TASS.
“Es sencillamente imposible imaginar que alguien vaya a testificar sin garantías de seguridad”, se indigna Lokchina. “Las personas de la comunidad LGTB, que ya son muy vulnerables, no sólo deben temer a las autoridades, sino también a sus propias familias”.
Para la periodista de Novaia Gazeta Irina Gordienko, amenazada de muerte por el gran muftí checheno tras su investigación, Kadírov ejerce una “tiranía absoluta” en Chechenia con el acuerdo tácito del Kremlin. “Esa es la clave del problema: la impunidad de las autoridades chechenas”, concluye.