EFE

Elecciones en EE.UU: Un referéndum de si el pueblo quiere o no quiere a Trump nuevamente

04 noviembre 2024 | 14:00

Desde el 24 de febrero de 2023 me trasladé a Nueva York para ver más de cerca el proceso de elegir el cuadragésimo séptimo presidente de Estados Unidos. Joe Biden, el cuadragésimo sexto y actual presidente, anunció su candidatura para la reelección como presidente el 25 de abril de 2023, con la actual vicepresidenta Kamala Harris postulando para el mismo cargo. En esa fecha, era prácticamente imposible pronosticar todo lo que ha sucedido en esta elección en cuanto a intensidad, violencia verbal, imprevistos y hasta intentos de asesinato.

No obstante, ya había ciertos anuncios. En mayo de 2021, Ron Klain, jefe de gabinete del presidente Biden, anticipaba un duro enfrentamiento contra Donald Trump, derrotado por Biden en las elecciones presidenciales de 2020, si el actual presidente seguía aspirando a la reelección. En una conferencia de prensa en marzo de 2022, cuando se le preguntó sobre la posibilidad de que Trump fuera su oponente en 2024, Biden respondió a los medios: «Sería afortunado si tuviera al mismo hombre postulándose en mi contra».​ Esta espontaneidad con un dejo de arrogancia ingenua ha perseguido al actual presidente durante su carrera política, que la ha sabido manejar con eficacia, por algo llegó donde llegó.

A partir del desastroso debate de Biden con Trump del 27 de junio 2024, donde se vio a un presidente desencajado y titubeante, comienza un periodo de tensas divisiones en el Partido Demócrata en torno a la decisión del presidente. Finalmente, Joe Biden renuncia el 21 de julio a su campaña entregándole apoyo a su vicepresidente, Kamala Harris, en el proceso de nominación del Partido Demócrata. Harris se convierte rápidamente en factor de unidad de ese partido, formándose con velocidad una plataforma política de apoyo a su candidatura y ella misma construyendo una imagen de ser la opción demócrata más apropiada para enfrentar a Trump, que, dicho al pasar, tanto él como los líderes de su partido, el republicano, anticipaban una derrota demócrata en noviembre.

El evento demócrata de oficializar la candidatura de Kamala Harris estuvo marcado por un gran despliegue de figuras rutilantes no solo de la política, sino también del arte, la cultura y particularmente de los grupos de interés especial como el feminismo y el calentamiento del planeta tierra. El hito no es menor. De ganar, se trataría de la primera mujer presidente de Estados Unidos en la historia. La situación cambió radicalmente en favor de Kamala Harris, ascendiendo en las encuestas, amenazando seriamente las posibilidades del triunfo cómodo republicano que se perfilaba en una contienda Biden-Trump. ​

Con todo, en la contienda Harris-Trump, hay que recordar lo ocurrido en la contienda Hillary Clinton-Trump de 2016, cuando ella es derrotada poseyendo grandes virtudes, aunque como todo ser humano, con sus defectos. Los defectos fueron tal vez un factor determinante en el crecimiento de Donald Trump como un candidato con posibilidades hasta los últimos sondeos, cuando él estaba por debajo de Clinton. Esos defectos no son de la naturaleza personal, sino de las creencias doctrinarias que adoptan los políticos.

Trump usa ahora casi el mismo argumento con Kamala Harris, usado antes contra Hillary Clinton, una candidata más poderosa que Kamala Harris, incluso más poderosa que Joe Biden, en articular un discurso de mirada universal que corresponda a una potencia hegemónica. El discurso de Trump usado para competir con Hillary Clinton consistía en enfatizar el fracaso de la social democracia en rectificar o mitigar el impacto social negativo de los ajustes estructurales continuos que impone el modelo llamado neo liberal. El discurso de Trump en las proclamaciones de la actual campaña es hasta reiterativo en señalar que las rectificaciones sociales que promete Harris en su futuro gobierno podría haberlas hecho siendo vicepresidenta. Trump se centra en algo básico que es muy fácil de comprender para el elector y que es inequívoco en administraciones socialdemócratas conocidas en Estados Unidos y otras naciones. No se cumple lo que se promete.

Sin embargo, es más que un tema de virtudes y defectos en candidatos y campañas. Tampoco es solo la globalización, el populismo, el deterioro de los sistemas políticos, la descomposición institucional en el capitalismo mal administrado o corrupto, lo que permitió explicar el triunfo del candidato republicano. En apenas un mes antes de ser elegido a su candidatura se le había dado un certificado de defunción. Una explicación menos unilateral y fragmentada hay que elaborarla en un marco político y cultural más amplio. Es útil poner la mirada en la actual situación del estado liberal como constructo sociopolítico, cultural y económico, entidad que no se ha reconstituido después del desmantelamiento del estado de bienestar social desde la década de 1970, uno de los pilares de liberalismo clásico.

Observar los lineamientos generales en la candidatura de Trump, sus indiscriminados disparos hacia el sistema, es un ejercicio suficiente para constatar una crisis mayor en el plano político y cultural del estado liberal y que ocurre en el corazón del liberalismo: en la nación que ha propuesto las recetas para su mantención y perfeccionamiento.

Desde el período de la guerra en Vietnam, nunca una elección presidencial en Estados Unidos había provocado la atención global con la intensidad de la encarnada por la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump.

Sacudió la política en donde prevaleció el foco catastrofista, propagado en forma indebida por los medios. Todo ello en colaboración con un candidato fuera del sistema político, como resultó ser el vencedor republicano el año 2016. Hoy se repite el escenario aunque con más agresividad y violencia.

Derivó en una contienda electoral presidencial de un nivel de polarización en su máxima expresión, quizás nunca antes vista en el período post Segunda Guerra Mundial. Para no pocos analistas se trataría de un antes y un después, en cuanto a lo que continúa a partir de la elección de este martes 5 de noviembre con uno u otro candidato vencedor. La retórica al final de la campaña ha sido violentísima estampando su sello.

Esta adversidad política y con alto nivel de agresividad tiene una larga historia a partir del triunfo de Donald Trump en 2016. Se genera una cultura anti Trump situándose en el plano internacional. El 10 de noviembre de 2016, el titular de la conocida revista francesa Le Point, dedica un dosier de 32 páginas a demonizar a Trump, recién elegido presidente. “La llegada de un marciano a la Casa Blanca” era el epíteto más suave.

Nada nuevo en la actual campaña para que Trump no vuelva a la presidencia, cuando en un lapsus linguae el presidente Joe Biden en una alocución pública resbala el concepto de que -los partidarios de Trump son una basura-. Nada nuevo, excepto los dos intentos de asesinato contra Trump convertidos por los medios y las autoridades como hechos casi banales de personajes con disfunción mental. ¿No será que la disfunción política está en EE. UU.? Por el tipo de campaña que uno ha sido testigo.  

La apuesta electoral del Partido Demócrata con Kamala Harris es gigantesca, por decir lo menos. Es útil una vez más recordar lo sucedido con Hillary Clinton. La necesidad de liderar el mundo está enraizada en el ethos del político norteamericano y Trump en este plano sacó ventajas por el solo hecho de estar enfrentando a una mujer que al ser elegida comandaría a las fuerzas armadas. La estrategia de Trump fue simple en desacreditar a la ex secretaria de estado por el tema de la confianza. Él (Trump, el novato) podría no tener la experiencia y su personalidad no encajaba en el perfil del estadista diseñado por Hans Morgenthau. En cambio, Hillary Clinton comprobadamente había fallado (tema digital, los correos), a pesar de sus probados aciertos.

Ahora bien, como la campaña demócrata se ha enfocado en demonizar al candidato republicano Donald Trump, como una amenaza a la democracia y miles de millones de dólares se han invertido para que Trump no vuelva a la presidencia, esta elección en la práctica es una especia de referéndum de si el pueblo norteamericano quiere o no quiere a Trump nuevamente como presidente. De ser derrotado, que es una alta probabilidad, no sabremos si efectivamente el pueblo norteamericano estaba eligiendo a una mujer presidente. 

No hay que descartar la probabilidad de que el resultado sea muy diferente al estrecho margen exhibido en las encuestas. La excesiva polarización en el ambiente y la agresión entre candidatos y partidarios altera el instrumento encuesta y opaca su eficacia. El proyecto liberal clásico descrito por Adam Smith en La Riqueza de las Naciones atraviesa su periodo de mayor decadencia con la ayuda de la inteligencia artificial y una lectura sociológica pobre e incompleta. Pareciera ser que toda aproximación al progreso ha sido demasiado precoz, hasta el invento mismo de las naciones, sin que ni siquiera hoy nos demos cuenta de la gravedad de estos hechos. Esta elección presidencial en Estados Unidos, es una lección de cómo las elites del poder se polarizan a un extremo tal sin que esta polarización política se desplace a la población. Lo he comprobado en las ciudades que he visitado y en la maratón de Nueva York este domingo. La primera potencia global derrotó al proyecto comunista de Moscú en 1990, y aún no se recupera políticamente de la borrachera de ese ya lejano triunfo.