Poco se habla de los supervivientes de las armas de fuego, que solo en 2020 cobraron la vida de más de 45.000 personas, según datos oficiales. De ellas, más de la mitad fue por suicidio.
La depresión y el miedo a la estigmatización han marcado casi la mitad de la vida de Ralph Norman, un joven negro de 30 años, que hace 13 quedó parapléjico por una bala perdida en Yonkers, ciudad ubicada en el estado de Nueva York.
Aquel 27 de junio de 2010 acababa de cargar bencina con otros amigos con los que festejaba su graduación cuando dos personas comenzaron a enfrentarse a tiros, momento en que una bala le impactó en el cuello.
Nunca, hasta que emergió de 14 horas en el quirófano, había oído hablar de lo que era ser parapléjico. Desde entonces, solo puede mover la cabeza y ligeramente los hombros, y depende las 24 horas de una persona para comer, lavarse los dientes, peinarse, bañarse, acostarse o vaciar la saliva que se acumula en el tubo que le ayuda a respirar.
Durante mucho tiempo ocultó que estaba en una silla de ruedas por un disparo. “No quería que pensaran que pertenecía a una pandilla” y culpaba de su parálisis a un accidente de tránsito, cuenta a la AFP. “Cuando mencionas violencia de armas de fuego, te estigmatizan”, dice.
Tras años de depresión, decidió hacer frente a la realidad y buscar ayuda. A través de su computador, que manipula con la boca, cada tarde participa en un grupo de víctimas de armas de fuego de todo el país por Zoom.
Hablan de sus limitaciones y comparten experiencias. Y comentan la actualidad, como este lunes en que tres niños y tres adultos murieron a tiros en un colegio de Nashville, Tennessee.
“No entiendo qué pasa en sus cabezas”, dice en referencia a estos atacantes.
“Problema desconocido”
El impacto económico de la violencia de las armas de fuego le cuesta al país cada año decenas de miles de millones de dólares en costos médicos y pérdida de productividad, recuerdan las autoridades.
La cifra de heridos duplicaba entre 2009 y 2017 a la de muertos, según un estudio liderado por la doctora Elinore Kaufman, traumatóloga del hospital Presbyterian Medical Center de Pensilvania, en Filadelfia, donde 7 de cada 10 víctimas de armas de fuego que llegan al centro son heridos en asaltos y balaceras, frente al 2 de cada 10 por intento de suicidio.
“Este problema está lejos de ser conocido como debiera”, asegura. Las víctimas pueden llegar con una simple herida o desgarro de tejidos a algo “que te altera totalmente la vida de manera permanente”, dice a la AFP.
“La mitad de nuestros pacientes desarrollan desórdenes de estrés postraumático o depresión, tan graves como nuestros militares veteranos”, agrega.
Si la mayoría de estas personas no tuvieran un arma cerca, se podrían salvar porque “el impulso de quitarse la vida dura menos de un día o incluso menos de una hora”, dice en una crítica abierta a la proliferación de armas de fuego -cerca de 400 millones- que circulan por el país.
“Racismo y pobreza”
La violencia es más frecuente en la franja de entre 15 y 34 años, mayoritariamente hombres, y en particular negros y afroamericanos, pueblos originarios y latinos.
Según Kaufman, las tasas de homicidios entre la población negra es “diez veces más alta” que las del siguiente grupo.
“La violencia de las armas, particularmente la violencia interpersonal, los asaltos y los homicidios están fuertemente determinados por racismo estructural y pobreza y falta de oportunidades”, explica.
Cuando tenía 10 años, Oronde McClain fue declarado muerto durante “2 minutos y 17 segundos”. Recibió un disparo en la parte posterior de la cabeza cuando trataba de refugiarse de un tiroteo en Filadelfia.
Tuvo que aprender a caminar y hablar. Antes era diestro, “ahora soy zurdo”. Su mano derecha está “parcialmente paralizada”. En el colegio se reían de él.
“Traté de suicidarme 22 veces porque no sabía qué hacer en este mundo”, pero terminó el bachillerato, la universidad y decidió “retribuir a la comunidad”, cuenta a la AFP este padre de cinco hijos.
Su cabeza es un mapa de cicatrices. Sufre migrañas y temblores recurrentes, pero lo que “más duele son los recuerdos”.
“Tuve que hablar con otro superviviente para saber de dónde he venido”, reconoce, por lo que “cuando estoy ayudando a otra víctima o ayudando a otro superviviente, me estoy ayudando a mí”.
¿Prohibir las armas? Ninguna de las personas consultadas va tan lejos. Pero sí regularlas. “Si trabajamos juntos, políticos, policía, todos, podemos parar esto”, asegura McClain.