La administración Biden presenta la decisión de excluir a los gobernantes de Cuba, Nicaragua y Venezuela de la Cumbre de las Américas de esta semana en Los Ángeles como una defensa estadounidense de la democracia.
“Simplemente no creemos que se deba invitar a los dictadores y… y no nos arrepentimos”, dijo la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre. “El presidente se mantendrá fiel a su principio”.
Excepto cuando no lo hace.
El “aliado” en Arabia Saudita
La determinación de Biden de dejar fuera de la cita regional al trío de autoproclamados revolucionarios socialistas latinoamericanos se produjo a expensas de una ruptura con el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, un socio clave que rechazó asistir a la reunión de Los Ángeles en protesta por “la exclusión”.
Pero hay mucha más flexibilidad de Washington cuando se trata del otro lado del mundo, donde Biden se prepara para visitar Arabia Saudita y reunirse con el líder de facto, el príncipe heredero Mohamed bin Salman.
El príncipe, conocido por sus iniciales MBS, preside un país sin elecciones, con pocos derechos para las mujeres y con muchas otras normas consideradas básicas en los países occidentales.
En 2018, según los servicios de inteligencia estadounidenses, MBS orquestó el asesinato y desmembramiento de un destacado disidente, Jamal Khashoggi, residente en Estados Unidos y columnista de The Washington Post.
Como candidato presidencial, Biden dijo que ese crimen convirtió a Arabia Saudita en un “paria”. Ahora, sin embargo, está listo para reunirse con el presunto autor intelectual del asesinato.
¿Por qué? Porque eso sería bueno para Estados Unidos, dijo Jean-Pierre. “Si él determina que a Estados Unidos le interesa relacionarse con un líder extranjero y que ese vínculo puede dar resultados, entonces lo hará”, dijo.
Arabia Saudita “ha sido un socio estratégico de Estados Unidos durante casi 80 años”, defendió la vocera de Biden.
“Nuestro hijo de puta”
Ese mensaje contradictorio está causando revuelo, particularmente en el contexto del argumento apasionado y frecuente de Biden de que su presidencia marca un “punto de inflexión” en una lucha titánica entre las democracias del mundo y el creciente grupo de autocracias.
Pero realmente no hay nada nuevo.
En 1939, el presidente Franklin D. Roosevelt supuestamente comentó que el dictador nicaragüense Anastasio Somoza “puede ser un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.
Otros relatos atribuyen la frase a otros presidentes de Estados Unidos y se refieren a diferentes dictadores.
Sin embargo, el argumento es claro: la Casa Blanca siempre ha sido capaz de taparse la nariz con una mano, mientras con la otra abraza a socios desagradables.
El apoyo de Estados Unidos a los líderes de derecha en Latinoamérica durante la Guerra Fría, incluyendo a la dictadura de Augusto Pinochet en Chile, fue infame.
En Asia, Estados Unidos luchó durante mucho tiempo contra los regímenes comunistas, pero allí también muestra flexibilidad cuando le conviene.
En una cumbre de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean) el mes pasado, Biden rechazó a Birmania pero invitó a Camboya y Vietnam.
Y luego está el predecesor de Biden, Donald Trump, que criticó a China pero se acercó al mandatario ruso, Vladimir Putin.
El expresidente republicano también fue amigo de toda la gama de gobernantes no electos de Medio Oriente, sobre todo en Arabia Saudita, país que eligió para su primer viaje al extranjero como presidente.
“¿Dónde está mi dictador favorito?”, dijo una vez Trump jovialmente en una cumbre de 2019 mientras esperaba que apareciera el presidente egipcio, Abdel Fattah Al Sisi.
Robert Guttman, profesor de relaciones internacionales en la Universidad Johns Hopkins, consideró que la inconsistencia de Estados Unidos se reduce a un “cínico” interés propio.
Biden, enfrentando el riesgo de pérdidas devastadoras para los demócratas en las elecciones de mitad de mandato de noviembre, está desesperado por hacer bajar los precios del combustible, de ahí su visita a los saudíes.
Y dado que las comunidades latinoamericanas radicadas en Estados Unidos a menudo se oponen ferozmente al comunismo, Biden tiene poco espacio para maniobrar cuando se trata de países como Cuba.
“Todo en lo que tienes que pensar es en Florida en 2024 y ellos necesitan sus votos”, dijo Guttman.
Guttman dijo que Estados Unidos históricamente trata de apoyar la democracia, algo que la guerra de Ucrania con Rusia ha puesto en evidencia.
Pero con excepciones.
“Hablamos de grandes ideales, pero somos más pragmáticos cuando se trata de la realidad”, dijo.
“La conclusión es que necesitamos petróleo y apoyamos a las personas que tienen el petróleo. Para los recursos naturales que necesitamos, doblegamos nuestros ideales, y en una campaña electoral el presidente está en todos lados”.