Este viernes, las autoridades de Texas hicieron su mea culpa, admitiendo que la policía había tomado una “decisión errónea” al no entrar rápidamente al centro educativo luego de ser alertados.
El martes, la policía tardó alrededor de una hora en poner fin a la masacre, a pesar de varias llamadas de niños que pedían una intervención. Los 19 agentes que se encontraban en el lugar esperaban la intervención de una unidad especializada de la policía de fronteras.
En el interior, un grupo de alumnos estaba encerrado en un salón con el tirador, Salvador Ramos, de apenas 18 años y equipado con un rifle semiautomático y chaleco táctico.
Al entrar en el aula, Ramos cerró la puerta y se dirigió a los niños: “¡Van a morir todos!” y “¡hora de morir!”, gritó antes de abrir fuego, relató el viernes un sobreviviente, Samuel Salinas, de 10 años, al canal ABC.
“Creo que me estaba apuntando”, confesó el niño, pero una silla entre él y el tirador bloqueó la bala. Tirado en el piso del aula cubierta de sangre, para no ser blanco de los disparos, se hizo el muerto.
“Mantener la calma”
De su lado, Miah Cerrillo, de 11 años, trató de escapar de la misma manera a la atención de Salvador Ramos. La niña se cubrió con la sangre de un compañero, cuyo cadáver estaba junto a ella, explicó a la cadena CNN, en un testimonio no filmado.
Acababa de ver al adolescente matar a su maestra, después de decirle “buenas noches”.
Otro estudiante, Daniel, contó al periódico Washington Post que mientras las víctimas esperaban a que la policía viniera a rescatarlos, nadie gritó. “Estaba asustado, porque las balas casi me pegan”, dijo. Su maestra, que resultó herida en el ataque pero sobrevivió, les susurró a los estudiantes que “mantuvieran la calma” y “quedaran quietos”.
Una niña, también herida de bala, había pedido amablemente a su maestra que llamara a la policía, diciendo que “sangraba mucho”, relató Daniel, que ya no puede dormir solo y tiene pesadillas.
Los niños que sobrevivieron “están traumatizados y tendrán que vivir con eso toda la vida”, subrayó su madre, Briana Ruiz.
Samuel Salinas también afirmó que tenía pesadillas, en las que veía al tirador. La idea de volver a la escuela, o incluso volver a ver a los compañeros de clase, sigue siendo aterradora. “No tengo muchas ganas”, confesó, y añadió que quería “quedarse en casa” y “descansar”.
Biden el domingo
Estos testimonios solo acentuaron la polémica en torno a la reacción policial. Presionado por los reporteros para que explicaran su muy criticado tiempo de respuesta, Steven McCraw, director del Departamento de Seguridad Pública de Texas, sostuvo el viernes que las fuerzas del orden creían que “era posible que no hubiera más sobrevivientes”.
Sin embargo, la policía recibió numerosas llamadas de varias personas desde las dos aulas afectadas, incluida una de un niño a las 12:16, más de media hora antes de la intervención policial a las 12:50, advirtiendo que “entre ocho y nueve estudiantes estaban vivos”, admitió McCraw.
El domingo, el presidente de los Estados Unidos y su esposa Jill Biden acudirán a Uvalde, para “compartir el luto” de los habitantes de esta pequeña localidad consternada por una de las peores masacres con arma de fuego de los últimos años en el país.
Este tiroteo, descrito en la prensa estadounidense como el “nuevo Sandy Hook”, en referencia a la espantosa masacre en una escuela primaria de Connecticut en 2012, ha despertado los traumas de Estados Unidos por incidentes similares con armas de fuego.
Los rostros de las víctimas muy jóvenes, de entre 9 y 11 años, retransmitidos repetidamente por televisión, y los testimonios de sus seres queridos devastados han conmovido al país, reavivando una ola de llamados a una mejor regulación de las armas de fuego, algo que aún no ha sido posible acordar en el Congreso por las profundas divisiones.
Biden, que ha denunciado regularmente la “epidemia” de violencia armada, hasta ahora no ha logrado aprobar legislación alguna importante para controlar la venta y uso de armas por civiles.