El año comenzó en un clima de fuerte división en EEUU a raíz de las dudas sembradas por Donald Trump sobre el sistema de votación estadounidense tras las elecciones de 2020 en las que ganó Joe Biden.
Tras casi 365 días después, la nación termina con ese problema aún vigente, pero relegado a un segundo plano frente a las preocupaciones sobre la pandemia y la economía.
“(Biden) prometió curar las heridas que dividían al país (…) y lo ha intentado, pero las divisiones son demasiado grandes”, dijo un profesor de políticas en la Universidad de California, Mark Peterson.
El 68% de los votantes republicanos piensa todavía que a Trump le robaron las elecciones. Por tanto, que Biden ejerce su poder de forma ilegítima, según una encuesta de noviembre de la firma demoscópica PRRI.
Desconfianza en el sistema electoral
El discurso de desconfianza en el sistema electoral suena cada vez con más fuerza en las filas conservadoras.
Esto, además de promete tener consecuencias en los comicios legislativos de 2022 y los presidenciales de 2024. Esto, tanto si Trump se presenta de nuevo a la Casa Blanca como si no.
“Incluso los funcionarios electos republicanos de alto rango han consentido ataques bastante descarados contra las normas democráticas”, opinó Peterson.
Para el experto, el asalto al Capitolio del pasado 6 de enero no fue un hito aislado en la historia democrática estadounidense, sino “un suceso particularmente terrible dentro de un proceso que continúa para deslegitimar el proceso electoral” en el país.
La semilla que sembró Trump con sus denuncias sin pruebas sobre un fraude electoral dio fruto a lo largo de este año. En la práctica, esto dificulta el acceso a las urnas, sobre todo para las minorías afroamericana e hispana.
Quienes siguen de cerca la política electoral advierten de que los líderes republicanos en varios estados clave han tomado nota de lo que no funcionó en el intento de Trump de darle la vuelta al resultado de las elecciones en 2020, y ahora diseñan vías para conseguirlo en 2024 si lo consideraran necesario, gracias a su poder en los parlamentos estatales.
Ese clima político ha entorpecido también la agenda de Biden, que llegó al poder a finales de enero y ha gobernado en un contexto en el que “la cooperación bipartidista parece casi imposible en todos los temas”, aseguró a Efe la directora del programa de estudios presidenciales en la Universidad Chapman de California, Lori Cox Han.
Los obstáculos que dejó Trump para Biden
Muchos estadounidenses votaron por Biden con el único objetivo de sacar a Trump de la Casa Blanca, sin sentir un entusiasmo particularmente fuerte por un mandatario que, a sus 79 años, “no siempre se percibe como energético e inspirador”, recordó Han.
Aunque Biden logró que el Congreso aprobara un plan de estímulo de 1,9 billones de dólares, todavía no consigue sacar adelante su proyecto de gasto social.
Eso explica en parte que, después de seis meses de luna de miel, la popularidad de Biden comenzara a caer en las encuestas, hasta situarse a principios de diciembre en el 42%, según una media de sondeos de la web FiveThirtyEight.
Ese índice de aprobación empezó a decaer a mediados de agosto, coincidiendo con la caótica ejecución de la retirada estadounidense de Afganistán, un factor al que se han sumado otros como la fatiga derivada de la pandemia y su intento de obligar a vacunarse a la mayoría de los trabajadores del país, paralizado en los tribunales.
Los problemas en la cadena de suministros y unos niveles de inflación inéditos en tres décadas, que han disparado los precios de los alimentos y la gasolina, han multiplicado los dolores de cabeza para Biden, junto a los temores de su partido de que esa situación les pase factura en las elecciones legislativas de noviembre de 2022.
“Biden ha intentado impulsar una agenda especialmente ambiciosa apoyándose en las mayorías más estrechas en el Congreso (…) que ha tenido cualquier nuevo presidente demócrata desde antes de Franklin Roosevelt (1933-1945)”, resumió Peterson.