Todo el mundo en Estados Unidos habla del proceso de destitución de Donald Trump. En realidad, no todos. Dos hombres permanecen, por razones diferentes, en segundo plano: Joe Biden y el propio Trump.
La cita, que podría tener una influencia determinante en el paisaje político estadounidense de los próximos años, es inédito desde todos los puntos de vista: ningún presidente fue jamás testigo del juicio a su antecesor frente al Congreso.
Para Joe Biden, el mensaje es claro: tres semanas después de su llegada al poder, su atención está concentrada en la pandemia (que deja ya más de 465 mil muertos en Estados Unidos) y las consecuencias económicas que conlleva para decenas de millones de ciudadanos.
El proceso “es evidentemente una historia enorme en el país, sin ninguna duda, pero el presidente se concentra en los empleos de los estadounidenses y la pandemia”, resaltó el martes Jen Psaki, su vocera, minutos antes de la apertura de los debates en el Senado.
La puesta en escena igualmente está a la mano para reforzar la imagen de un dirigente que no tiene tiempo para perder con las maniobras de abogados o los debates sobre la constitucionalidad del proceso.
A las 13:00 horas locales, hora en la que inició el debate, la Casa Blanca agendó una reunión de trabajo sobre el plan de rescate de la economía.
¿Los participantes? La secretaria del Tesoro, Janet Yellen, y un grupo de importantes empresarios: Jamie Dimon (JPMorgan Chase), Doug McMillon (Walmart) y Sonia Syngal (Gap).
Desde su llegada al poder, el 46º presidente de la historia de Estados Unidos no se refiere casi nunca al 45º por su nombre, y suele responder lo más rápido posible a las cuestiones relacionadas con él.
Preguntado el lunes en el césped de la Casa Blanca, Biden no quiso explayarse sobre el proceso histórico, ni sobre el fondo ni en la forma: “Dejemos que el Senado haga su trabajo”, afirmó.
Trump cuenta sus tropas
Donald Trump, recluido en su club de Mar-a-Lago desde su marcha de Washington el 20 de enero, ha optado igualmente por la discreción.
También es cierto que, días antes del final de su presidencia, se vio privado de su megáfono favorito: su cuenta de Twitter.
Pero podría haber elegido otros canales de comunicación, entre ellos los videos pregrabados a los que se había hecho adepto al final de su mandato.
Aunque callarse y dejar a sus abogados en el foco también tiene sus ventajas: si una absolución parece casi clara (la gran mayoría de los senadores republicanos apoyaron un intento de bloquear el proceso), una comunicación desacertada podría hacer descarrilar la máquina.
Además, según algunos de sus consejeros escuchados por el sitio Politico, Trump podría haber comprendido finalmente las ventajas de hablar menos, después de un mandato en el que ocupó todo el espacio sin descanso.
“Finalmente comprendió que menos es más”, resumió uno de ellos.
Seguir los debates desde su club frente al océano, a distancia, debería permitirle medir hasta dónde conserva su control en el partido republicano.
Así podría contar sus tropas y hacer un balance preciso de las corrientes que traviesan el “Grand Old Party”, dividido entre quienes creen firmemente en un regreso de Trump en 2024, los que prefieren pasar definitivamente la página y los -numerosos pero discretos- que desean ocuparse ya de otros asuntos, pero todavía no lo dicen muy alto por temor a molestar a sus bases.
A Trump le conviene aguardar por la esperada absolución para salir de la sombra. Tanto para comenzar un regreso a primera línea o, por el contrario, para posicionarse como figura decisiva para tomar decisiones de cara a las primarias republicanas de medio mandato (2022).
Hace casi exactamente un año, al día siguiente de su absolución durante su primer proceso de destitución (sobre el caso ucraniano), estaba exultante.
Agitando un ejemplar del Washington Post en cuya portada resaltaba un enorme titular, “Trump absuelto”, se ensañó contra sus opositores “deshonestos”, “mentirosos” y “malvados”.
“Es una celebración”, afirmó antes de agradecer -uno a uno y apoyado en anécdotas personales-, a los legisladores republicanos que se habían comportado como “guerreros”.
En la Casa Blanca, pese a la imperante discreción, no hay duda de que todo el equipo de Biden escrutará en los próximos días el impacto de este proceso sobre la opinión pública.
Según un sondeo de CBS/YouGov publicado el martes, pocas horas antes del arranque de los debates, el 56% de los consultados estima que el presidente debe ser declarado culpable de “incitación a la insurrección” por el asalto al Capitolio.