73 millones de personas presenciaron el pasado martes el bochornoso duelo entre el Presidente de Estados Unidos -y carta republicana para la reelección a la Casa Blanca- y su contrincante, el demócrata Joe Biden.
Y aunque el enfrentamiento estuvo marcado por las acusaciones, ataques personales y descalificaciones, el número de espectadores estuvo lejos de reeditar el peak histórico registrado en 2016, durante el cruce entre el propio Trump y Hillary Clinton. Por ese entonces, la cifra se alzó a los 85 millones de asistentes.
Pero más allá de los números… ¿Qué tan importantes son los debates presidenciales en EEUU? La respuesta parece ser compleja, pero no imposible de dilucidar para el profesor de Comunicaciones de la Universidad de Missouri y experto en la materia, Mitchell McKinney.
El profesional -durante una actividad internacional organizada por los Centros de Prensa Extranjera del Departamento de Estado de EEUU, de la que participó BioBioChile- analizó profundamente las implicancias de esta actividad que ya es una tradición de campaña desde 1976 y dio luces al respecto.
Lo primero -aclara el especialista que lleva estudiando estos eventos desde fines de los 1980- es que “no hay una ley” que reglamente los debates presidenciales norteamericanos, por lo que más allá de la usanza de esta práctica, nada obliga a los candidatos a participar.
A modo de ejemplo, McKinney cuenta que en 1980 “Jimmy Carter se rehusó” a debatir y sólo accedió a hacerlo “9 días antes de la elección con Ronald Reagan”. Este último, sin embargo, tuvo “una muy sólida participación en el debate y llegó a ganar arrolladoramente” a Carter, quien por ese entonces era el Presidente en ejercicio.
“(En EEUU) tenemos largas campañas, largas temporadas de Primarias, dos años y medio de campañas para la Presidencia… Pero el debate es la única instancia en la que los candidatos de los partidos principales se reúnen lado a lado y los votantes realmente valoran la oportunidad de poder compararlos”, señala.
Esto último radica -a juicio del experto- en que para el electorado los debates aparecen como una forma creíble de campaña, en comparación al resto de los medios utilizados por quienes optan a ocupar el sillón del Despacho Oval de la Casa Blanca, ya sean apariciones en medios de comunicación masivos, discursos preparados o actividades de partido.
“Esa credibilidad que los votantes le atribuyen al mensaje durante el debate está dado principalmente por el hecho de que los candidatos no están en control de ese mensaje. Los candidatos llegan sin notas, sin teleprompter y sin ayuda a su alrededor. Ellos no saben qué preguntas le van a tocar. Por ello, en ese momento, el electorado ve cómo responden a la pregunta del periodista, cómo se responden entre ellos cuando son atacados”, argumenta McKinney.
El académico asegura también que existen investigaciones que demostraron que “los debates sirven para educar a los votantes”. “Hay evidencia que ellos aprenden durante estos eventos”, señala.
Según cuenta, “cuando los votantes eran consultados para recordar la posición de los candidatos en algunas materias, existía una habilidad mucho mejor para recordar dichas posiciones en aquellos años en los que hubo debates presidenciales televisados que en los que no”.
Lo concreto
Pero más allá de la utilidad que le atribuyen los votantes… ¿pueden los debates dar vuelta el panorama para un candidato u otro?
Según explica el investigador, aunque la evidencia apunta a que “entre un 90% a un 95% de quienes miran un debate presidencial (…) llegan con una opción en mente” y que “esas opciones, por lo general, no terminan siendo cambiadas”, sí existe un porcentaje que podría marcar una diferencia.
“Los debates han demostrado su habilidad para llegar a una pequeña parte de votantes indecisos, no-comprometidos y personas que pueden ser persuadidas. Y ese grupo consistente de un 3% a 4% (de un total 87 millones de espectadores) saldrán de ver el debate ahora comprometidos. Ahora ellos saben por quien van a votar”, detalla.
Y aunque en el papel parezca un número menor, el efecto de este fenómeno puede volverse crucial en dos situaciones, dice McKinney.
El primer escenario se da si es que la carrera por la Presidencia es lo suficientemente estrecha. El segundo, en tanto, se refiere a si existe un número considerable de electores que se mantengan indecisos (o que sean persuasibles).
“Cuando la competencia es lo suficientemente estrecha, en estados claves, y existe una cantidad suficiente de votantes indecisos, el debate puede tener consecuencias, incluso consecuencias en el resultado de una elección”, explica.
De acuerdo al experto, tal fue el caso de 1960, 1976, 1980, 1992, 2000.
Y podría serlo este 2020.
Lo que resta
Este miércoles tendrá lugar en Salt Lake City el debate entre los candidatos a la Vicepresidencia: Kamala Harris y Mike Pence.
En el encuentro, ambos se ubicarán a casi cuatro metros de distancia -en lugar de los aproximadamente dos metros previstos originalmente- y estarán separados por un panel de plexiglás, según consignó la Agence France-Presse.
En tanto, el jueves 15 de octubre en Miami deberán enfrentarse nuevamente Joe Biden y Donald Trump, este último planea participar, pese a que este lunes dejó el hospital tras contagiarse de covid-19.