Asesinó a más personas que el odontólogo Ricardo Barrera, un argentino que en 1992 tomó una escopeta y le arrebató la vida a su esposa, su suegra y sus dos hijas. Y recibió la misma condena a prisión perpetua que Carlos Eduardo Robledo Puch, el “Ángel de la Muerte”, un joven que a los 19 años ya había matado a 11 personas. Sin embargo, el criminal argentino Luis Fernando Iribarren (59) se las “ingenió” para volver a ser noticia a casi 30 años del último de sus crímenes.
Apodado como “el carnicero de San Andrés de Giles”, mató a tiros a sus padres, su hermana y su hermano, y ultimó con una hacha a su tía porque se sentía “desplazado” en la familia. Le dieron la máxima pena para pasar el resto de su vida tras las rejas.
La cumplió con gusto desde 2002. Veinte años después, accedió al beneficio de estudiar abogacía (derecho). Pero en una de sus salidas desde la Unidad Penal N° 26 de Olmos con destino a la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), en la capital de Buenos Aires, logró el pasado 29 de agosto otro deseo de película: escapar y no regresar… al menos por unos 12 días, cuando lo capturaron en la provincia norteña de Santiago del Estero.
Los cinco crímenes del “carnicero de Giles”
Luis Fernando Iribarren es famoso en Argentina por los escabrosos asesinatos que perpetró en 1986 y 1995. Se habló de una herencia, de problemas de salud mental, pero la razón fue más sentimental que cualquier otro milimétrico plan. En el juicio en su contra, “el carnicero de Giles” aseguró sentirse desplazado por sus hermanos del centro de atención, por lo que “les tenía bronca”.
Tenía 21 años cuando en julio de 1986 inició la matanza de su propio clan. Según dijo en 2002 ante la Justicia trasandina, precisamente la Sala III de la Cámara de Apelaciones de Mercedes, Luis Fernando había discutido con su papá, Luis Juan Iribarren (49), y no quiso sentarse a la mesa familiar en la casa ubicada en la zona rural de San Andrés de Giles. Eran las 3 de la madrugada cuando salió afuera a meditar con cigarrillo en mano. El brote asesino lo consumía (“todos se habían puesto en contra mío, vivíamos en un clima de tensión y distanciamiento”) y encontró la chance de saciar su hambre cuando descubrió una carabina calibre 22.
El joven Iribarren tomó el arma y entró a la habitación donde dormía su papá, su mamá Marta Langebbein (42) y su pequeña hermana María Cecilia, de apenas 9 años. Les disparó a todos mientras dormían. Se aseguró de que ninguna de las víctimas respirara tras el baño de sangre y pasó al cuarto siguiente, el mismo que cada noche compartía con su hermano Marcelo (15). Le metió un tiro en la cabeza. Apenas se preguntó en su interior: “Negro, ¿por qué te hice esto si yo te quería?”. Luis Fernando limpió la escena del cuádruple crimen y sepultó a sus familiares en una fosa común a menos de 100 metros de la casa.
Los próximos años tuvieron al único sobreviviente de los Iribarren viviendo en soledad y aprovechando las ventajas de su predio campestre. Nadie se interesó demasiado sobre los integrantes desaparecidos bajo tierra hasta que el mismísimo “carnicero” confesó su quinta víctima fatal.
En 1995, nueve años después de su primera matanza, Iribarren se desquitó de nuevo al tomar un hacha y clavársela dos veces a su tía abuela Alcira, de 63 años. La había asfixiado primero, pero no pudo soportar la prolongada agonía. Es que la mujer padecía cáncer, y su sobrino quiso directamente “terminar con el sufrimiento” con dos hachazos en la cabeza. Su confesión posterior reveló, sin querer, los cinco homicidios.
“No tuve el coraje de dispararle a mi tía con el arma porque me acordé de lo que les había hecho a mis padres y a mis hermanos, y no soportaría hacerlo de nuevo. Por lo que seguí buscando otro objeto”, expresó Iribarren ante las autoridades cuando la serie de desapariciones era imposible de sostener impune.
“Al llegar al patio vi el hacha. En realidad, había dos hachas. Tomé la que tenía el mango más largo y me dirigí a la habitación de mi tía. Me paré al costado de la cama y le pegué dos golpes en el costado izquierdo de la cabeza”, declaró Luis Fernando.
Finalmente, en 2002, la Sala III de la Cámara de Apelaciones de Mercedes, provincia de Buenos Aires, consideró que “el carnicero de Giles” era consciente de sus actos, por lo que le dio la pena máxima de prisión perpetua, prevista por el Código Penal. Iribarren pasaría décadas encerrado purgando sus delitos. En teoría.
Un tiktoker viral: “Descuartizar un cuerpo humano, ¿es delito?”
A diferencia de Barreda -fallecido en la cárcel en 2020- o Robledo Puch -aún hoy alojado a los 72 años en la Unidad N° 26 del Complejo Penitenciario de Olmos-, Luis Fernando Iribarren gozó de las salidas educativas. Le interesó la carrera de abogacía, por lo que estaba autorizado desde 2022 a ir a la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de La Plata. Su régimen de cárcel semiabierto le permitió, además, adaptarse a las tendencias tecnológicas.
“El carnicero de Giles” se abrió un perfil en TikTok (@penalistaabogadoarg) donde subía videos en su faceta de estudiante de abogado y asesor legal. Daba opiniones sobre el tráfico, el estado de las veredas o los demás asesinatos que, como el suyo, poblaban la agenda de los diarios trasandinos.
En una ocasión, Iribarren debatió si es delito descuartizar un cuerpo humano. Su conclusión fue inquietante: “Si estaba con vida, sí. Si ya era un cadáver, no”.
Tras su fuga de agosto, la Policía y la Justicia argentina montó un gran operativo y hasta resguardó a la exesposa del asesino múltiple. Después de 12 días de mantenerse prófugo, “el carnicero de Giles” fue capturado por efectivos de la Policía Federal en la provincia de Santiago del Estero.
Había arrendado una pequeña cabaña en Villa Atamisqui, 80 kilómetros al sur de la ciudad homónima y a unos 1.100 km del penal. Llegó en camioneta desde la vecina provincia de Santa Fe, acompañado por una perrita llamada Sari, traída desde la cárcel. Lo delató el vicio: un segundo perfil de TikTok que abrió para relatar su fugaz libertad.