Desde su candidatura a la Presidencia, Jair Bolsonaro siempre fue llamado el “Donald Trump del trópico” y, hasta el último momento, pareció querer imitar a su antiguo par estadounidense. Vencido en las urnas por un estrecho margen, se negó a admitir la derrota y guardó silencio por días sólo para eventualmente decir que obedecería la Constitución.
Tras meses de calculado silencio, finalmente viajó el 30 de diciembre a Miami, Florida, para eludir la investidura de Lula da Silva que llegó dos días después. Ahí permanece todavía, anticipándose “meses de descanso” y despertando nuevamente paralelos con el magnate republicano, pues éste mantiene su residencia precisamente en ese Estado de los EEUU.
Desde un comienzo, Bolsonaro buscó la proximidad a políticos populistas de derecha como Donald Trump, el italiano Matteo Salvini y el húngaro Viktor Orban durante su tiempo en el cargo. En Alemania, fue elogiado afiliados al populista de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD). Uno de sus hijos, el congresista Eduardo Bolsonaro, tiene estrechos vínculos con el agitador político estadounidense Steve Bannon.
A su vez, el ahora exmandatario brasileño también ha servido como modelo a seguir de derecha en la región para líderes como Keiko Fujimori en Perú, Rodolfo Hernández en Colombia o incluso José Antonio Kast en Chile.
Pero la relación más clara, sin duda a ojos de los principales medios brasileños, fue su cercanía con Donald Trump. Hasta el último momento. De hecho, BBC Brasil recalca que las derrotas de ambos mandatarios se dieron sin indicios de irregularidades que pudieran alterar el resultado de ambas elecciones, pero ambos se mostraron descontentos con los resultados y acusando fraude incluso en campaña.
Asimismo, Bolsonaro y Trump han sido ambos objetivos de varias investigaciones, incluyendo por difundir falsedades que pudieron costar vidas en pandemia y por sus conflictos con los otros poderes del Estado.
El clímax de ambos gobiernos llegó tras perder sus respectivas reelecciones, y en el caso de Brasil, Bolsonaro incluso salió del país. La última vez que algo similar ocurrió, recuerda el medio brasileño UOL, fue en 1985 cuando João Baptista Figueiredo, el último cabecilla de la dictadura militar dejó el poder, negándose a entregarle la bandera a José Sarney.
“Momento ridículo y criminal”
En palabras del cientista político y columnista del mismo medio, Robson Carvalho, “no hace mucho, muchas personas preguntaban si, aquí en Brasil, experimentaríamos un momento tan ridículo y criminal como lo que experimentaron los estadounidenses frente a la derrota de Donald Trump y la elección de Joe Biden”.
En una columna plantea que “los ataques a la democracia en los Estados Unidos, a pesar de las constantes arremetidas de Trump y los meses de cuestionar las elecciones en las que fue derrotado, se concentraron de una manera más visible y apoteótica el día de la reunión conjunta de las cámaras legislativas que tenía como objetivo proclamar el resultado de las elecciones y confirmar a Biden como presidente victorioso”.
Finalmente, “el mundo observó con asombro la invasión y el ataque contra el Capitolio“.
“Cuando miramos a Brasil, tenemos en Jair Bolsonaro a un personaje similar al expresidente estadounidense Donald Trump, en estética, forma y contenido”, compara, afirmando que el ahora exmandatario brasileño “viene a lo largo de su mandato liderando los ataques a la democracia a través de acciones y omisiones”.
En el caso brasileño, explica, “la colusión y naturalización de su comportamiento autoritario duró mucho tiempo en detrimento de los principios democráticos: la mayoría de las instituciones e inicialmente algunos sectores de la prensa se limitaron a tratar de contenerlo con la publicación de notas de repudio”.
“Posteriormente, después de la escalada autoritaria y sin riendas, se estaba creando un contexto cada vez más difícil para el mantenimiento del régimen democrático brasileño, hasta que, por la fuerza de la votación, se decidió en Brasil preservar la democracia”, celebra el analista.
Sin embargo, pese a la victoria en las urnas, el cambio de mando no estuvo inmediatamente garantizado: “Desde el primer día de la derrota de Jair Bolsonaro, que no tenía la virilidad para reconocer el resultado, el país que ya vivía en un estado permanente de tensión no tuvo un minuto de paz. Sin conceder e inflado por su líder a través de discursos con mensajes cifrados y un silencio intrigante, bolsonaristas que ya cometieron el crimen de atacar al régimen democrático a diario comenzaron a practicar actos de terrorismo y lo peor: con cobertura institucional”.
En este sentido, cita los bloqueos de carreteras durante los cuales se acusó a la policía de permitirlos, o las acampadas de grupos bolsonaristas a las puertas de los cuarteles, exigiendo un golpe militar, y finalmente “ataques terroristas de bolsonaristas que incendiaron dos autobuses, diez automóviles privados e intentaron invadir la sede de la Policía Federal”.
“Este episodio ocurrió el mismo día que se oficializó la victoria del presidente electo, un acto de la Justicia Electoral con el mismo sentido de legitimar los resultados de las urnas, como en el caso del Capitolio en los Estados Unidos”, destaca.
Según se ha reportado desde el entorno del exmandatario, éste mantuvo su sepulcral silencio en parte también para evitar azuzar personalmente oleadas de violencia como las vividas, incluso lamentándolas con gran emotividad durante su último discurso como presidente.
Alianzas estratégicas
Según recuerda UOL, The Washington Post reportó incluso que el hijo de Bolsonaro, Eduardo, se reunió con Trump en su complejo de Mar-A-Lago, en Florida, donde el exmandatario les aconsejó disputar los resultados. También se habría encontrado en Arizona con Steve Bannon, el exestratega de Trump condenado por obstruir la investigación sobre el ataque de 2021 contra el Capitolio.
Por su parte, el columnista André Cintra cuestionó días después de la victoria de Lula que “el primer presidente de Brasil en no ganar una disputa de reelección, Jair Bolsonaro, es igual al ex presidente estadounidense Donald Trump”.
“Promocionados como ‘outsiders’ de la política, habían llegado al poder en el curso de una ola sin precedentes de la extrema derecha con atractivo popular. Fueron derrotados, entre otras razones, porque no se enfrentaron a la pandemia de covid-19 y porque no respondieron a la crisis económica”, estima.
Incluso, The Economist llegó a decir que “el presidente de Brasil se parece a Trump en el peor sentido posible”, y que “gane o pierda, Jair Bolsonaro representa una amenaza para la democracia brasileña”.
Según la revista, ante la derrota, se temió que el ahora exmandatario brasileño pudiera “incitar una insurrección, quizás como la que sufrió Estados Unidos cuando una multitud de partidarios de Donald Trump invadió el Capitolio el 6 de enero de 2021, o quizás incluso peor”.
Derrotas anunciadas, por ellos mismos
Cintra considera que “si quería o no fingir ser Trump, el hecho es que Bolsonaro, en 2018, tenía menos confianza en la victoria que su entorno. Al final de la primera ronda, cuando los sondeos le dieron una gran ventaja, se asombró. Aunque imaginó que su rechazo era un impedimento para vencer a cualquier oponente en una eventual segunda ronda, se dio cuenta de un momento al otro que incluso podría ganar en una sola vuelta”.
“En 2022, su sentimiento se invirtió”, observa el columnista, considerando que pese a sus esfuerzos “Bolsonaro vio a sus aliados abandonar el barco, algunos explícitamente, otros discretamente. Pero él mismo, como Trump, se jactó en el tramo final de que la reelección era inevitable, con una confianza inusual en su candidatura”.
Tras su derrota, sin embargo, Bolsonaro no siguió cuestionando las urnas electrónicas ni la victoria de Lula, aunque acusó “injusticias”, y quienes estuvieron con el mandatario le describieron como “triste”, “sacudido” y “perdido”.
Bolsonaro y la extrema derecha pueden haber perdido por poco las elecciones presidenciales, pero están lejos de ser derrotados políticamente, advierte David Magalhães, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Católica de Sao Paulo que fundó a comienzos de 2020 el Observatorio de la Extrema Derecha (OED).
El ahora derrotado exmandatario “logró unir varias secciones de la derecha brasileña y organizar un movimiento con afinidad por las manifestaciones callejeras y es extremadamente activo en las redes sociales”, recuerda. “También legitimaba grupos extremistas y violentos. Esta derecha continuará saliendo a las calles, haciendo ruido, demostrando e intimidando a la izquierda que tomará el poder en 2023”.
Sin embargo, en el intertanto y tras asumir Lula el poder, los simbólicos campamentos que exigían una “intervención” militar contra el regreso al poder de Lula da Silva se han ido desmantelando.
Del campamento que llegó a reunir a unas 10.000 personas, solo quedaban unas tiendas abandonadas y algunos carteles en el piso, en los que aún se leía “Fuerzas Armadas salven a Brasil”.